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Junta de Oyarzun.

bastian. Dividíase el ejército francés en cinco cuerpos á las órdenes el 1.0 del duque de Regio; el 2.o del conde de Molitor; el 3.0 del principe Hohenlohe; el 4.o de Moncey, que debia operar en Cataluña; y el 5.° del conde Bordessoulle: todos juntos constaban de 91.000 hombres, inclusas las falanges realistas, que ascendian á 35.000. Marchaban estas en la vanguardia, mandando el conde de España la division de Navarra, Quesada las de las provincias Vascongadas, y el baron de Eroles, que precedia à Moncey, las facciones catalanas. Con los soldados estrangeros entró en el suelo patrio una junta provisional llamada de España é Indias, creada en Bayona, la cual se instaló en Oyarzun el 9, presidida por el general don Francisco Eguía, y compuesta del baron de Eroles, de don Antonio Gomez Calderon y de don Juan Bautista Erro. Si alguna duda quedaba á los españoles honrados de los fines que se proponia el gabinete de las Tullerías en la invasion, debia disiparse con el nombramiento de una junta en la que figuraba Eguía, el encarcelador de los diputados de 1814; pues las nuevas instrucciones que de Fernando habia recibido, en sentido de todo punto despótico, y el acuerdo secreto de Verona despertaban con mayor brio los mal reprimidos ímpetus de su crueldad. Asi es que la junta declaró en su primera proclama á los españoles que no reconocia mas origen de la autoridad soberana que el rey, y que todo volvia al 7 de Marzo de 1820.

Mengua era para la Francia, mengua para las instituciones que la regian, y mengua para el siglo en que tanto habia brillado, venir á entronizar la tiranía en el mísero reino hispano, presa de los partidos estremos y juguete de un monarca ingrato. La mision de los franceses, como otra vez hemos dicho, debia ser conciliadora: reuniendo al

rededor de su bandera á todos los varones de probidad, arraigo y saber, sin distincion de colores, debian resucitar la antigua monarquía con sus estamentos, fortalecer la autoridad, reprimir las facciones, crear una administracion robusta, y fundar sobre bases sólidas la alianza de ambas naciones, asimilando sus gobiernos y sus intereses, como se han asimilado sus costumbres y sus necesidades. El sistema de Luis XIV, desastroso en algunos puntos á los españoles, es en otros útil y político; y sobre este eje han de girar las ruedas de su mútua ventura, para recorrer juntos la dilatada carrera de gloria y de libertad con que la fortuna los brinda. Mas el gabinete francés obraba á impulsos de la Santa Alianza, agitada por pasiones mezquinas; y una causa que injusta en el derecho necesitaba grandes virtudes y generosos pensamientos para ennoblecerse en la ejecucion, se empeoró y envileció entre las sombras de la intriga y de la iniquidad.

La contrarevolucion progresaba rápidamente en Portugal protegida á las claras por la reina; y los ingleses no se oponian en manera alguna al torrente asolador. En Málaga, Granada, y otros puntos de Andalucía, los quintos desertaban escandalosamente, y traslimitando á otras provincias aumentaban las filas de la fé. El gobierno de Sevilla se hallaba por momentos incomunicado, sin recursos pecuniarios, y sin noticias hasta de los puntos que ocupaban los franceses. No era tan

1823. Declaran las

facil salir de esta triste situacion con declarar en 23 de Abril pomposamente la guerra á la Francia, ni con aprobar el 26 por tercera vez el pro- Cortes la gueryecto de ley de señoríos, dos veces desechado por ra á la Francia. la corona, y ahora sancionado en virtud del artículo de la Constitucion que á la tercera aprobacion del Consejo lo eximia de la sancion real.

1823.

Manifiesto del

rey.

Las facciones realistas, compuestas de las heces del vulgo, donde pululaban los frailes y los fanáticos, marchaban pues delante de las tropas francesas; y los mismos individuos que habian so→ plado la insurreccion en 1808 contra la Francia, venian ahora aunados á sus pendones, siempre enemigos de la desventurada España.

Mientras los franceses se tendian en todas direcciones sin encontrar resistencia ocupando á Irun, Tolosa, Villafranca, Pancorbo y Vitoria, y la importante plaza de Figueras caía en su poder el 25 de Abril, Ballesteros se contentaba con reunir sus fuerzas y retirarse al Mediodia del reino; y el gobierno de Sevilla invitaba á Fernando á estampar su firma en un manifiesto, que en tales momentos solo un príncipe débil hubiera firmado, distando tanto sus sentimientos de sus palabras.

"A esta ansia frenética de mandarlo y dominarlo todo, decia el escrito, y á la escandalosa agresion que acaba de hacer el gobierno francés para conseguirlo, sirven de razon ó de disculpa unos cuantos pretestos tan vanos como indecorosos. A la restauracion del sistema constitucional en el imperio español le dan el nombre de insurreccion militar: á mi aceptacion llaman violencia: á mi adhesien cautiverio: faccion, en fin, á las Cortes y al gobierno que obtienen mi confianza y la de la nacion; y de aqui han partido para decidirse á turbar la paz del continente, invadir el territorio español, y volver á llevar á sangre y fuego este desgraciado pais."

Y nas adelante: "¡Ah! creedme, españoles: no es la Constitucion por sí misına el verdadero motivo de esas intimaciones soberbias y ambiciosas, y de la injusta guerra que se nos hace: ya antes cuando les convino aplaudieron y reconocieron la ley fundamental de la monarquía. No lo es mi li

bertad, que poco ó nada les importa; no lo son en fin nuestros desórdenes interiores, tan abultados por nuestros enemigos, y que fueran ciertamente menos ó ninguno si ellos no los hubiesen fomentado. Lo es sí el deseo manifiesto y declarado de dis poner de mí y de vosotros á su arbitrio. Lo es el atajar vuestra prosperidad y vuestra fortuna: lo es el querer que España vaya siempre atada al carro de su ostentacion y poderío; que se llame reino en el nombre; que no sea en realidad mas que una provincia perteneciente á otro imperio; que no vivamos, no existamos sino por ellos y para ellos."

Las Cortes felicitaron al monarca en un mensage por haber dado á la nacion el manifiesto referido. Entreteníase Fernando en Sevilla en subir á la torre de la Giralda afectando cierto desvío de los negocios políticos, mientras en su interior meditaba sangrientos planes de venganza. Ayudaba su memoria, que la tenia muy feliz, con un libro en que trazaba de su mano los nombres propios con notas muy lacónicas, é inteligibles algunas para solo su autor. En adelante consultó con frecuencia estas apuntaciones, llamadas el libro verde, y sorprendió mas de una vez á sus cortesanos con recuerdos súbitos y no esperados.

Los radicales ingleses enviaron á España á sostener la causa de la libertad al general sir Roberto Wilson, que llegó á Vigo por este tiempo: á tan mezquino socorro quedaron reducidas las esperanzas de una alianza semejante á la mantenida durante la guerra de la independencia.

Los progresos del ejército francés no parecian estraños á los que conocian el verdadero estado de las cosas. Las plazas fuertes, como queda insinuado, carecian de víveres, y algunas de pertrechos de guerra; y sus fuertes, desmoronados en algunos

Entretenimientos de Fernando en Se

villa.

Wilson en Vigo.

Campaña de Cataluna pin tada por Mina.

(*Ap. lib. 11. num. 6.)

puntos, ó sin reparar despues de la pasada lucha, no ofrecian al arte insuperables dificultades. El ministerio habia descuidado proporcionar los recursos necesarios, confiado en un entusiasmo fugaz que se evapora con los trabajos y con la esperiencia.

El primer ejército español de operaciones, aunque contaba veinte y cuatro mil hombres, andaba desparramado por Cataluña; y despues de haber probado en encuentros parciales la suerte de las armas llevando muchas veces lo peor, vióse obligado á encerrarse en los puntos fortificados. Oigamos al mismo Mina, que pinta con los colores de la verdad aquella triste y desgraciada campaña.

"Privado en esta época, dice, de un gran número de bravos que habian perecido en el campo de batalla, donde habian caido en manos del enemigo; retenido en la cama con poca esperanza de conservar la vida, tuve que luchar por espacio de cuatro meses contra la impaciencia de los que se disputaban el mando creyéndome ya muerto, contra la no ejecucion de mis órdenes, la infidelidad de los unos que abandonaban sus banderas, y la infamia de los otros que entregaban las plazas fuertes al estrangero. Era necesario combatir á un mismo tiempo, fuera, las fuerzas del enemigo, y dentro, sus intrigas y sus maniobras para corromper; en unos la exaltacion, en otros el desaliento... Puedo sin embargo lisonjearme de que la tranquilidad pública, la libertad y la independencia nacional se conservaron bajo mi mando hasta el último punto. . . . . Las fuerzas que tenia bajo mis órdenes ascendian apenas á veinte y un mil hombres, cuya mayor parte habia empleado en guarnecer las plazas fuertes; y el gobierno no podia enviarine sino escasos fondos. En Barcelona me vi obligado á fabricar moneda con el cobre de los cañones." (*)

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