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castellanos hasta nuestros mismos días, y que también se apoya en algunos textos arábigo y en razones estratégicas 2, la batalla tuvo lugar entre Medina-Sidonia, Arcos y Jerez de la Frontera, en las márgenes del río Guadalete, el cual pudo muy bien llamarse UadiLacca por su inmediación á un extenso lago distinto del de la Janda 3, y se encuentra con el nombre de Guadalaque en documentos del siglo XIII.

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Llegado que fué á aquel paraje, el Rey Rodrigo revistó sus tropas y las dispuso para la pelea. Rodeado de su guardia real (de la cual formaba parte como espatario el futuro restaurador de nuestra Monarquía) y de la flor de la nobleza española, el Monarca arengó á sus soldados con frases animosas y entusiastas, alentándolos á luchar heróicamente por su fe y por su patria, amenazadas juntamente por los infieles invasores; ofreció dignas recompensas á los que se esforzasen por merecerlas; dirigió palabras de afecto y noble confianza á los dudosos, y mostróse esperanzado en el triunfo. Empero estas generosas razones no hicieron mella en la mala voluntad de Siseberto y demás partidarios de los hijos de Witiza, que al contemplar la su

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4 En un pasaje de Ibn Jaldón, citado por Almaccari, tomo I, pág. 144, leemos: . Y se encontraron (Taric y Rodrigo) en el campo de Jerez. Y en

Ibn Aljatib: «El río Led (Uadi-Led), del distrito de Jerez.>>

2 Porque según ha notado un ilustrado jefe del Cuerpo de Carabineros que ejerció largo tiempo su destino en el litoral de la provincia de Cádiz (D. José Martinez Bustos, en una Memoria que hemos visto manuscrita), á diferencia de los extensos campos de Jerez, las cercanias del rio Barbate y lago de la Janda no habrían permitido maniobrar dos ejércitos tan considerables como los capitaneados por Rodrigo y Taric.

3 Como ha notado D. E. Lafuente y Alcántara en su mencionada obra, pág. 22, nota 3.a: «entre el Guadalete y Medinasidonia, es de ir, en el paraje mismo donde la tradición supone esta batalla, hay un lago, si no tan considerable como lo era el de la Janda, hoy desecado, de bastante extensión; y diciendo la Cronica (el Ajbar Machmúa) sólo el lago (Albuhaira), lo mismo puede entenderse el uno que el otro.» Por ventura este otro lago ó laguna es el que ha dado su nombre á la venta de la Albuhera, situada en las márgenes del rio de Ubrique, uno de los afluentes del Guadalete.

4 Entre otros, se halla ea un diploma de Alfonso X, firmado en Jerez de la Frontera á 23 de Septiembre de la Era 1303 (año 4265) y publicado por Ortiz de Zúñiga en sus Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, págs. 100 y 101 de la primera edición, donde se lee por dos veces allende Guadalaque. Debemos esta noticia á nuestro buen amigo el eminente erudito D. Adolfo de Castro, que en defensa de la legitima tradición española ha escrito una Memoria, inédita aún.

5 Por lo cual puede suponerse que asistió á la batalla. Véase Saavedra, pág. 71.

perioridad numérica del ejército español y la inferioridad del africano, temieron que, triunfando Rodrigo, daría al traste con sus aspiraciones. Reunidos en secreta conferencia de que han conservado memoria los cronistas arábigos, y teniendo presente, sin duda, el trato que el Conde Julián y los hijos de Witiza habían ajustado con los sarracenos, opinaron que, pues la hueste africana no venía con pretensiones de sojuzgar nuestro país, sino solamente de ayudar á los Infantes y recibir la recompensa de su intervención, su triunfo solamente podía perjudicar á la causa de Rodrigo, mientras que si triunfaba este Príncipe y coronado de gloria con tal ocasión se aseguraba en el Trono usurpado, la causa witizana quedaba para siempre perdida. Por lo tanto, resolvieron apelar á la traición. En esta resolución debieron tener parte los consejos y autoridad de dos personajes tan adictos á la causa de los Infantes como su lío D. Oppas, Arzobispo de Sevilla, y su deudo el Duque Siseberto, á quienes Rodrigo, con una confianza inconcebible, admitió en su compañía en aquel trance supremo, pues de indicios y testimonios fidedignos consta que al segundo confió imprudentemente el ala derecha del ejército, y que el primero concurrió á la jornada y presenció el combate 2.

La batalla empezó en la mañana del domingo 19 de Julio del año 711. Los españoles avanzaron valerosamente hacia sus enemigos, animados por la presencia y las exhortaciones de su augusto caudillo, que, según cuentan los autores arábigos, llegó rodeado de gran pompa y majestad, ostentando sus más preciosos ornamentos reales. y conducido en una soberbia carroza de oro y marfil tirada por dos briosos mulos ricamente enjaezados. Luego, apeándose de esta carroza, Rodrigo montó en su caballo tordo sobre una silla chapada de oro

▲ Ajbar Machmúa, pág. 21 de la traducción; Almaccari, tomo I, pág. 162, é Ibn Alcotia, pág. 3 del texto.

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Según Almaccari, tomo I, págs. 162 y 163, Rodrigo confió el mando de las dos alas de su ejército á los hijos de Witiza (que, según Ibu Alcotia, eran Olemundo, Aquila y Ardabasto), y según el Ajbar Machmúa, pág. 22 de la traducción, estos hijos eran Siseberto y Oppas, á quienes Rodrigo encargó respectivamente el ala derecha y el ala izquierda, y ambos le hicieron traición en el último día. Pero, según el Sr. Saavedra, no solamente se equivocaron aquellos cronistas en suponer hijos de Witiza á Siseberto y Oppas, sino en afirmar que éste recibió el mando del ala izquierda. Según dicho crítico (págs. 72 y 73), D. Oppas no concurrió á esta expedición como caudillo militar, por vedárselo los cánones de la Iglesia visigoda, sino amparado en la inmunidad de su sagrado ministerio, y tal vez con pretexto de conciliar á los españoles que militaban en uno y otro campo.

y recamada de brillante pedrería, y tomó puesto en la delantera de su hueste. Acompañábale lucidísimo séquito de nobles, magnates y patricios, adornados con parecidas galas 1. Allí debía arrojar sus últimos resplandores la fastuosa Monarquía visigótica, mas no sin echar el resto de la valentía y del heroísmo. En efecto, Rodrigo hizo en el combate prodigios de valor. Aunque la mayor parte de su ejército se componía de gente allegadiza y bisoña, escasa de táctica y de instrucción, y los africanos, dirigidos por capitanes muy duchos y entendidos 2, peleaban con mayor destreza y con verdadera furia, el Rey sostuvo esforzada y tenazmente la pelea por espacio de siete días, causando gran mortandad en sus contrarios. Pero al amanecer el octavo día, el ala derecha, mandada por el Duque Siseberto, se pasó al enemigo y revolvió sus armas contra el centro del ejército real 3. Todavía Rodrigo se esforzó en sostener la pelea, y avivando con su ejemplo el valor de los soldados y capitanes que le acompañaban, hizo gran destrozo en los musulmanes y en los cristianos que le combatían; mas como Táric, con los feroces negros de su vanguardia, se arrojase sobre el flanco derecho que había quedado desguarnecido por la traición de Siseberto, y cortando la retirada á los españoles les dificultase el hallar refugio y socorro en alguna plaza importante de aquella comarca, la consternación y el pánico se apoderaron de todos. Al fin, apelando á la fuga, los nuestros marcharon en dirección de Écija, perseguidos y acosados por los africanos, que hicieron en ellos terrible matanza, y que, según cierta tradición local, alcanzándolos en la dehesa de Morejón, entre el Guadalete y Montellano, los derrolaron nuevamente, completando su increible victoria y la ruína del gran poderío visigodo.

4 Véase Ibn Adarí, tomo II, pág. 9; Almaccari, tomo I, págs. 162 y 463; Ajbar Machmúa, págs. 24 y 22; R. Ximénez, D. R. H., lib. III, cap. XX. y Fernández-Guerra, páginas 46 y 17.

2 Tales eran, según el Sr. Saavedra, los bereberes Táric y Munuza, los árabes Tarif, Abdelmélic y Alcama y el renegado Moguitz.

3 Según los autores arábigos, no fué solamente el ala derecha, sino las dos alas del ejército español las que hicieron traición y se pasaron à los sarracenos. Ibn Alcotia, página 3, atribuye esta traición á los hijos de Witiza, Olemundo y sus hermanos, y el Ajbar Machmúa, pág. 22, á Siseberto y Oppas. Nosotros seguimos al Sr. Saavedra, págs. 72 á 74. Sea como quiera, la derrota de Rodrigo se debió à la traición de los witizanos que le disputaban el Trono: Eoque prælio, fugato omni Gothorum exercitu, qui cum eo aemulanter fraudulenterque ob ambitionem regni advenerant, cecidit (Rudericus): Cron, Pac., núm. 34.

↳ En el partido de Morón, provincia de Sevilla, y casi confinando con la de Cádiz.

Mucha gente pereció de ambas partes en tan prolongada y reñida pelea, y los partidarios de Rodrigo quedaron no poco vengados de sus émulos los de Aquila, porque si aquéllos tuvieron pérdidas enormes, también éstos las sufrieron considerables, pereciendo, entre otros muchos 2, el Duque Siseberto 3, uno de sus principales caudillos y el brazo ejecutor de su infame traición. En cuanto al Rey Rodrigo, no consta si pereció en la pelea ó si sobrevivió á la ruína de su Trono; pués según afirman la mayor parte de los historiadores, así arábigos como latinos, después de la batalla no volvió á parecer ni vivo ni muerto; mas se hallan razonables indicios de que habiendo huído con algunos pocos de sus caballeros hasta refugiarse en tierras de Lusitania, logró conservar allí por cerca de dos años una sombra de Monarquía legítima 5.

No hay noticia de que Rodrigo se hallase en la batalla que pocos días después de la referida tuvo lugar cerca de Écija, en donde los restos de su gran hueste, rehaciéndose con ayuda de la guarnición de aquella importante ciudad, osaron hacer frente a las hordas enemigas que venían en su persecución. En aquel encuentro los españoles pelearon brava y porfiadamente, matando á muchos de sus adversarios; mas al fin tuvieron que ceder á su mayor número y pujanza, huyendo en dispersión y refugiándose en dicha plaza 6.

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Estas derrotas, según advierten los cronistas arábigos, llenaron de espanto el corazón de los españoles, y sobre todo el de los magnay patricios que vegetaban entre deleites; y cuando vieron que Táric, en vez de tornar al África con los ópimos despojos de sus victorias, como lo había hecho Tarif, penetraba tierra adentro, huyeron delante del afortunado caudillo, retirándose hacia Toledo y no parando muchos hasta refugiarse en los castillos del Norte. Con mal

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«Los africanos quedaron reducidos á 9.000 combatientes.» Saavedra, pág. 74, bajo la fe de Almaccari, tomo I, pág. 163.

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Sicque regnum simul cum patria malè cum aemulorum internecione (Rudericus) amisit: Cron Pac., núm. 34. Ipsi qui patriae excidium intulerunt, simul cum gente sarracenorum gladio perierunt: Cron. Alf., III, núm. 7.

3 «Y fué muerto Siseberto» Fath Alandalus, pág. 7; apud Saavedra, pág. 74, nota 5.a Cron. Alb., núm. 78; Ajbar Machmúa, págs. 22 y 23; Almaccari, tomo I, pág. 163; Ibn Adarí, tomo II, pág. 10, y Fernández-Guerra, pág. 49.

5 Véase Fernández-Guerra, págs. 49 y siguientes, y Saavedra, 76, 98 y siguientes. 6 Ajbar Machmúa, pág. 23 de la traducción; Almaccari, tomo I, pág. 163, y Saavedra, pág. 77.

7 Ajbar Machmúa, pág. 23, y Almaccari, tomo I, pag. 164.

consejo aprovecháronse de esta consternación los witizanos, animando al caudillo bereber para que, prosiguiendo atrevidamente su marcha triunfante y dificultando á los partidarios de Rodrigo el poder organizar la resistencia, realizase el objeto de la concertada invasión. sarracénica. Ayudado, pues, del Conde Julián y de los demás parciales de Aquila, logró en el espacio de tres meses tomar por sí mismo, y por medio de sus capitanes, la plaza fuerte de Écija, que le dificultaba el paso del río Jenil; la de Córdoba, capital de la Bética en el orden civil; la de Mentesa, hoy Villanueva de la Fuente, y, finalmente, llegar á la capital de la Monarquía visigoda, que se le rindió en el mes de Octubre después de breve resistencia, por fuga de sus magnates cristianos y traición de la población judaica. Y, sin embargo, los malos españoles vieron frustrada la mejor parte de sus deseos; porque ni habían logrado coger viva ni muerta la persona de Rodrigo, ni al llegar á la Ciudad regia les fué dado obtener para Aquila los votos del Senado, que se había dispersado por la huída de sus individuos. Los que únicamente se aprovecharon de esta expedición fueron los sarracenos, que, satisfaciendo su rapacidad, cogieron inmenso botín en las poblaciones que ocuparon, y sobre todo en Toledo, donde saquearon á su placer las casas abandonadas de sus opulentos patricios, y en Compluto (hoy Alcalá de Henares), donde se habían refugiado algunos de los toledanos fugitivos 1.

Empero tantas derrotas y contratiempos no bastaron para avenir y reconciliar á los españoles, que andaban divididos en discordia civil, quién por Rodrigo, quién por Aquila; ni tampoco para quebrantar la entereza y el valor de la raza ibera y de la goda, que en muchas partes continuaban luchando contra los invasores, alarmando juntamente al caudillo bereber y al partido witizano. Llamado con instancia por uno y otro, el gobernador de África, Muza ben Noçair, pasó aquende el Estrecho, en la primavera del siguiente año (712), con una hueste de 18000 combatientes, arribando al puerto de Algeciras; acompañabale el Conde Julián, constante en su propósito de asegurar á los hijos de Witiza, con ayuda de los sarracenos, el logro de sus pretensiones, pero no menos atento siempre á su propia conveniencia y particular interés. Ayudado por las discordias intestinas de los españoles 2 y por los partidarios de Aquila y Ju

1 Véase Saavedra, págs. 77-80, y los textos por él citados.

2 De las calamitosas circunstancias que acompañaron á la expedición de Muza, da brc

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