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árabes, eran muy superiores en ánimo y esfuerzo á los pueblos enervados y débiles á quienes habían vencido en Asia y África. Se trataba además de salir del día, de contentar á los indígenas en la ocasión presente, granjeándose mañosamente su voluntad, obteniendo con ardides y astucia lo que era más difícil con la fuerza, y reservando el rigor para cuando su poder se lo permitiese y se les proporcionase motivo por parte de los nuestros. Ni les era posible á los conquistadores detenerse largo tiempo en rendir por fuerza de armas plazas y castillos fuertes, que todavía quedaban no pocos en España, pues no es verosímil lo que se cuenta de su total domolición en el reinado de Witiza, y, por lo tanto, procuraban ganarlos por falagos é por composiciones, como dice el Memorial Albeldense 1. Tal fué la razón de Estado que aconsejó á los musulmanes recibir con agasajo y tratar con blandura á los cristianos en los primeros tiempos, así como más tarde cambiaron de rumbo y conducta al variar las circunstancias. Finalmente, se ha de tener en cuenta que los primeros tratados debieron ser más favorables á los españoles, como ajustados amistosamente y como otorgados por quienes no tenían propósito de establecerse ni arraigarse en nuestro país.

Pues si los sarracenos tuvieron muchas razones para no imponer un yugo demasiado grave á los pueblos que sojuzgaban, los españoles, por su parte, creyeron tener motivos suficientes para aceptar la servidumbre que se les imponía; servidumbre tolerable á primera vista, y aliviada con los derechos y franquezas más indispensables. En los primeros tiempos no imaginaron los españoles que los sarracenos conquistarían la Península, ni menos la conservarían una vez ocupada, siendo así que los mismos conquistadores no habían pensado en ello con resolución 3. Llenos de estupor, aterrados por el golpe imprevisto, abatidos y confusos, los nuestros no calcularon las consecuencias del mal presente, y no despertaron de su letargo sino cuando ya no les quedaba remedio; cuando las huestes invasoras, que

4 Citado por el cronista D. Prudencio de Sandoval.

2 Del mismo modo procedieron los árabes en sus conquistas de Oriente, como se lee en Zonaras, Cedreno y Teófanes, citados por Aldrete en sus Varias antigüedades de España, Africa y otras provincias, cap. XXVI.

3 Sobre este punto, véase al Sr. Saavedra, pág. 96. Todavía hacia el año 718 de nuestra era, el Califa Omar ben Abdalaziz pensó sacar á los musulmanes de España y abandonar esta conquista. Véase Ajbar Michmúa, pág. 34 de la traducción; Iba Adari, tomo II, página 25, y el cap. V de esta historia.

fácilmente hubieran lanzado al principio con un esfuerzo animoso y común, los tenían sujetos y aprisionados irresistiblemente. En su flaqueza, ignorancia y desacuerdo, creyeron fácilmente en las promesas lisonjeras y falaces de los sarracenos y en las persuasiones de los malos españoles que seguían su causa; y aun al ver la aparente suavidad del nuevo yugo, algunos lo imaginaron preferible al an iguo. Tal suele ser el error de los pueblos que, mal hallados con cualquiera sujeción y miseria, buscan desa'en ados su remedio en revoluciones y novedades de incierto y peligroso resultado. Era demasiado pronto para que los españoles, en general, olvidasen los males de anꞌaño; y como la tolerancia de que hacían alarde los invasores les brindase esperanzas de mejor ventura, prometiéronse ganar algo con aquella revolución. La libertad de conciencia que proclamaban los conquistadores debía ser grata á todos los conquistados, y especialmente à no pocos que bajo el régimen anterior hubiesen sido perseguidos por sus errores arrianos ó supersticiones gen.ílicas. Las clases menos acomodadas, sobre todo los colonos, curiales y siervos, es decir, la mayoría de la nación, gozáronse acaso al ver abatido el poder é insolencia de la aristocracia visigoda; los curiales se vieron exentos, con la nueva dominación, de las cargas y deberes que irremediablemente los abrumaban; los siervos y colonos establecidos sobre las tierras conquistadas por los árabes vinieron, como veremos después, á mejorar de condición, y las clases inferiores adquirieron el derecho de enajenar sus bienes ; derecho muy restringido bajo la dominación visigoda. Es cierto que la gente rica y principal nada ganaba con el cambio de señorío; antes bien perdía no poco por lo gravoso de los nuevos tributos y por el menoscabo de su antigua au'oridad bajo la nueva dominación; por lo cual muchos de los Condes y magnates se sostuvieron por largo tiempo en sus ciudades y castillos, rechazando tenazmente los alaques de la morisma 3; pero los más de ellos no tardaron en darse á partido, convencidos de que la resistencia era ya inútil y deseando aprovechar las ventajas que los invasores ofrecían

4 Véase Emb. Marr., pág. 200, y Dozy, Recherches, tomo I, pág. 78.

2 Á este propósito ad vierte Dozy. Hist. des mus., tomo II, pag. 40, que el importante derecho de enajenar libremente sus bieues fué una de las consecuencias favorables de la conquista sarracónica.

3 Aludimos á los siete años que, segun el Albeldense, duró la lucha entre los godos y los

sarracenos,

á los que se rendían presto. Hubo también no pocos, así en la aristocracia como en el pueblo, y principalmente entre la raza hispanoromana é ibérica, que, por no someterse al yugo sarracénico, abandonaron sus hogares y bienes. Huyeron, sí, á las montañas del Norte algunos nobles y patricios de los que anteponían á todo otro respeto y conveniencia los generosos intereses de la fe, de la patria y de la independencia, y huyeron asimismo muchos valientes que poco ó nada tenían que perder; pero la gente opulenta y cortesana, dada al ocio y al regalo, que sería principalmente la nobleza visigoda enflaquecida con los placeres, debió permanecer en los suntuosos palacios y deliciosas villas que poseía. Quedóse, en fin, todo el que tenía extremado amor al hogar, al pueblo natal y á la familia, es decir, la mayor parte de los naturales; y como observa un escritor muy competente 2, todos ellos sufrieron el yugo con la esperanza de sacudirlo algún día. Á este resultado debieron contribuir los malos españoles que, habiéndose vendido á los sarracenos, calificaban de temerario todo intento de restauración, ponderaban los trabajos y peligros á que estaban expuestos los héroes de las montañas septentrionales, y persuadían á sus compatriotas á que se conformasen con su presente fortuna y con los razonables partidos que les hacían los invasores, hasta que mejorasen los tiempos.

Estas reflexiones ayudarán á dar razón de los conciertos ajustados entre los españoles vencidos y los árabes vencedores. Los árabes procedieron entonces según habían procedido en sus anteriores conquistas y según las prescripciones del derecho muslímico, modificadas por una habil politica de circunstancias, los españoles, según su flaqueza y desconcierto. En el ánimo de unos y otros entraba el propósito de ganar tiempo; pero esta ganancia favorecía más á los enemigos que á los nuestros. Así fué como cayó en manos de los invasores la parte más fértil, más rica y principal de nuestra Península, salvándose la más septentrional y montuosa, donde los naturales de aquellas comarcas y los emigrados del Mediodía pudieron asegurar su resistencia, empren liendo heróicamente la restauración de la España cristiana.

«Pues, como observa Dozy, Hist. des mus., tomo II, pág. 38, estaba en el interés de los españoles el someterse con la mayor prontitud, porque haciéndolo así, alcanzaban tratados veutajosos; pero si sucumbían después de haber intentado defeuderse, perdian sus bieues. Sin embargo, veremos que algunas poblaciones, por haber resistido con tesón, obtuvierou condiciones favorables.

2 El celebrado P. Burriel, al tratar de los mozárabes de Toledo.

Veamos ya cuáles fueron las capitulaciones y conciertos ajustados por los sarracenos conquistadores con las diversas poblaciones sometidas para proteger las vidas y haciendas de sus habitantes contra la codicia y tiranía de los futuros gobernadores. Á diferencia de los cronistas latinos, que, por su extremada escasez y concisión, apenas nos han comunicado noticia alguna sobre asunto tan importante, los arábigos nos han transmitido no pocos datos acerca de tales pactos y fueros, los cuales fueron harto diversos y varios, según la distinta manera con que los pueblos y ciudades se incorporaron al imperio sarracénico. Las poblaciones rendidas por fuerza de armas (anuatan, i,je), como lo fueron en su mayor parte las del Mediodía, fueron naturalmente de peor condición que las del Norte, que en su mayoría se entregaron por capitulación (çolhan, ). Siempre que llegaban á una ciudad, los musulmanes, según ordenanza de su ley, invitaban á sus moradores al islam ó á la chizia ', es decir, á tornarse muslimes ó á someterse bajo el tributo de la capitación. Los que resistian y eran vencidos perdían sus bienes, y los vencedores podían venderlos ó matarlos, aunque á veces, si no estaban muy perdidos, les concedían una capitulación algo favorable con salvación de vidas y haciendas. Pero las prescripciones legales, observadas con frecuencia en las conquistas de Asia y de África, debieron modificarse mucho en las de España, variándose en virtud de los diversos tratados. Estos debieron ser más ventajosos en las poblaciones que se rindieron en los primeros tiempos, y en virtud de inteligencias de los witizanos con los infieles, como sucedió más o menos en Écija, Córdoba, Toledo, Carmona y Sevilla, y acaso también en Fuente de Cantos, Santarén, Coimbra y Xea. La ciudad episcopal de Écija (Ástigi) se rindió á Táric 2 después de un mes de asedio, mas no por fuerza de armas, sino por composición amigable entre su gobernador y el caudillo berberisco, obtenida, según parece, por mediación del Conde Julián, por lo cual debió conseguir un tralado muy favorable 3; Córdoba, ciudad también episcopal, y la principal de Andalu

الى الاسلام او الى الجزية ،

2 En el estio del año 714.

3 Almaccari, tomo I, págs. 163 y 164. Y, sin embargo, parece que la soldadesca mora cometió allí un horrible atropello, martirizando á las religiosas del Monasterio de Santa Florentina. Véase España Sagrada, tomo X, pág. 411.

cia después de Sevilla, aunque amurallada y fuerte, cayó en poder de los invasores por sorpresa, por abandono de muchos de sus magnates, que habian huido á Toledo, y probablemente por traición de una parte considerable de sus ciudadanos, que seguían la parcialidad de Aquila, y en una noche obscura y tempestuosa abrieron las puertas al caudillo orien al Moguit Arromí. Refugióse su gobernador con la guarnición, compuesta de 400 hombres, en la iglesia de San Acisclo, edificio muy sólido, situado en las afueras de la ciudad por la parte de Occidente. Moguit, según la costumbre muslimica, dirigió un mensaje al gobernador, invitándole al islam ó á la chizia; pero aquellos valientes se negaron á una y otra cosa, y se sostuvieron por espacio de dos ó tres meses, has a que, fallándoles el agua, se rindieron á discreción, siendo todos pasados á cuchillo. Asegurada de este modo la conquista de tan importante ciudad, Moguit confió su custodia á los judíos que encontró en ella, y que probablemente contribuyeron á su entrada, pero no solos, sino acompañados de una pequeña guarnición de musulmanes, á quienes repartió las casas abandonadas por los patricios que habían huído '. Córdoba, pues, fué conquistada por fuerza de armas y no por capitulación; pero como á su toma había contribuido tan eficazmente la cooperación de los wiizanos, por su mediación pudo lograr un tralado ventajoso, en cuya virtud obtuvo libertad religiosa y civil mediante los tributos exigidos por la ley musulmana, debiendo conservar la Catedral, dedicada, como veremos después, al glorioso mártir San Vicente, y además, según creemos, algunas de las iglesias situadas extramuros, inclusa la mencionada de San Acisclo, siendo derribadas ó desmanteladas las demás 2.

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Véase Ajbar Machmúa, págs. 23 y 27 de la traducción; Almaccari, tomo I, págs. 164 y 166; Ibn Adari, tomo II, págs. 44 y 12, y Saavedra, págs. 81 y 86.

2 Segúu Dizy (tomo II, pág. 48), fundado en un texto del Razi, apud Almaccari, tomo 1. pag 363, los cristianos de Córdoba no conservaron, en virtud de la capitulación, más iglesia que la Catedral, dedicada á San Viceute, siendo demolidas todas las restantes. A este precer se opone el Sr. Saavedra, escribiendo lo que sigue: «No obstaute haber servido para una brillante defeusa la iglesia de San Aciselo, quedó entonces y para siempre en poder de los cristianos cordobeses (Fath Alindalus, pág. 9), iudicio para mí de la buena inteligencia en que desde los principios se hallaron con los invasores.» A nuestro entender. y fundándonos en razonables conjeturas que expondremos oportunamente (capitulo XII), los mozirabes de Córdobi conservaron, al par cou la de Sau Acisclo, algunas otras iglesias extramuros de aquella cindad; pero su conservación no debe entenderse como indicio de tolerancia y benignidad de los musulmanes para con los cristianos, pues si les dejaron eu posesión de algunos templos, les despojaron de los más. Empero acerca de este puuto trataremos con la debida extensión en el cap. X de la presente historia.

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