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no deben estimarse como señales propias y distintivas de un pueblo ciertos rasgos de extraña procedencia, cuando los hechos más culminantes y documentos fidedignos acreditan la conservación de su espíritu patrio y carácter tradicional. Por tal olvido osó afirmar de los mozárabes españoles lo que no fuera justo decir de los mismos orientales á pesar de su mucha arabización é interminable servidumbre. Pero el recto criterio histórico, apoyado en gran número de datos y documentos, demuestra que ni civil, ni social, ni prácticamente, ni bajo ningún concepto formal, llegó a merecer el nombre de sarracénico un pueblo á quien el sentimiento cristiano sostuvo en las luchas y persecuciones de su trabajosa existencia, un pueblo altamente tradicional y conservador, que vejado y oprimido, rechazó porfiadamente la influencia muslímica, manteniendo á costa de grandes esfuerzos y sacrificios su fe cristiana, su liturgia hispano-visigoda, los cánones de la primitiva Iglesia española, la legislación del Fuero Juzgo, las obras de San Isidoro y otros doctores católicos, su idioma religioso y patrio, su poesía popular y erudita, sus instituciones, costumbres y espíritu nacional.

A nuestro entender, éstas y otras exageraciones tienen su raíz en el espíritu de cierta escuela moderna empeñada en realzar el mérito de los musulmanes para de primir á los cristianos de los siglos medios, así libres como sometidos. No satisfechos los críticos de esta escuela con menospreciar la civilización de nuestros mozárabes, posponiéndola á la arábiga y muslímica, han llegado hasta ponderar la tolerancia de los opresores y el fanatismo de los subyugados. Mucho se árabes y moros que dificilmente podían pronunciar los nombres extranjeros, hizo que nuestros mozárabes, principalmente los que desempeñaban cargos públicos, civiles ó eclesiásticos, adoptasen nombres arábigos, pero no muslimicos, sin dejar por eso el suyo propio cristiano y nacional. Así, por ejemplo, vemos que el famoso Obispo Juan Hispalense llevó entre los árabes el nombre de Said Almatran, y el iliberitano Recemundo el de Rabi ben Zaid. Por tal manera, en el Oriente, el célebre Eutiquio, Patriarca de Alejandría, fué conocido con el nombre arábigo de Said ibn Albatric, y el insigne historiador cristiano-jacobita Gregorio Bar-Hebreo el de Abulfarach. Aunque posteriormente se generalizó más aquel uso, especialmente en las poblaciones mozárabes más arabizadas, como lo fué la de Toledo, todavía hallamos en sus escrituras y documentos multitud de nombres propios latinos ċ hispano-latinos que á nuestro entender venían usándose desde la época visigótica. Pero volviendo al punto capital de la cuestión presente, el mismo Sr. Herculano (en su Historia de Portugal, lib. VIII, págs. 31 y siguientes) confiesa que los árabes respetaron las instituciones y las leyes de los vencidos, que éstos conservaron bajo el dominio sarracénico sus jerarquías civiles y eclesiásticas, sus obispos y condes, su magistratura, sa nobleza y su organización municipal; de donde resulta lógicamente que, habiendo conservado tales cosas, ni civil ni socialmente eran sarracenos.

ha escrito en alabanza de los musulmanes que sojuzgaron nuestra Península, porque en lugar de exterminar á los cristianos ó imponerles forzosamente las creencias y preceptos alcoránicos, les otorgaron ciertos derechos religiosos y civiles y les permitieron gozar algunos períodos de paz y reposo, que hubieran sido más largos y felices á ser mayor la paciencia y la condescendencia de aquellos súbditos.

No es de este lugar aducir todas las pruebas y dalos que son necesarios para refutar la pretendida tolerancia muslímica. Ya lo intentaremos mostrando que por su propia conveniencia los árabes y moros conquistadores de nuestro país conservaron y respetaron la población cristiana mientras tuvieron necesidad de ella; pero luego que prevalecieron y se hicieron más fuertes, su dominación se trocó en intolerable despotismo. Aun en los primeros tiempos, y sobre todo en los períodos de discordia civil y desgobierno, la tolerancia musulmana tuvo más de escrita y legal que de práctica y positiva, no bastando á enfrenar la codicia y ferocidad del pueblo vencedor. Mas como el error y la injusticia nunca saben guardar moderación ni mesura en sus triunfos y dominación, cuando los muslimes vieron su señorío bien asegurado, no acertaron á contenerse en aquella equidad forzada, y con los pretextos más frívolos empezaron á violar los solemnes pactos y fueros otorgados al tiempo de la conquista, empobreciendo y maltratando á sus miserables cautivos. Así lo proclaman, á vista de hechos innegables y de la gran persecución del siglo IX, todos nuestros historiadores de los tiempos pasados y todos los autores modernos así nacionales como extranjeros, á quienes no extravía la pasión arábiga 2; así lo reconoce, finalmente, un crítico insigne de nuestras días, testigo de la mayor excepción. En el libro se

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4 Entre ellos Aldrete en el siguiente pasaje de su obra Del origen de la lengua castellana, lib. I, cap. XXII: «Conservaron los moros á los nuestros mientras tuvieron necesidad de ellos; pero poco a poco los fueron disminuyendo ó atrayéndolos á sí con dádivas ó cargos; á y cuando se reconocieron con mayor acrecentamiento de gente, de todo punto los acabaron.»> Y en sus Varias antigüedades de España, Africa y otras provincias, pág. 614, añade: «Pero después que tuvieron estos bárbaros su imperio pacífico y asentado, y estuvieron..... con fuerzas bastantes para resistir y oprimir á los que intentasen cualquiera novedad, y suficientes y poderosos para sustentar la tierra, luego fueron poco á poco quitándoles todo lo que les habían dejado y también las vidas á los que de buena gana las daban y ofrecían antes que dejar la religión.»

2 Entre otros, el Sr. Rios en su Hist. crit. de la lit. esp., parte I, caps. XI y XII; Menéndez y Pelayo, Hist. de los heter. esp., lib. II, cap. II, y Cesar Cantú en su Historia universal, lib. IX, cap. VII, donde escribe: «Así, pues, los musulmanes, como los demás tiranos, cran buenos con aquellos que lo sometian todo á su voluntad, hasta las creencias.>>

gundo de su mencionada Historia de los musulmanes de España, el Sr. Reinhart Dozy, después de opinar que la conquista árabe produjo algunas mejoras en el estado social de nuestra patria, confiesa en obsequio á la justicia que aquel suceso acarreó al par no pequeños males. En primer lugar afirma que la Iglesia católica quedó sometida á dura y afrentosa esclavitud; luego recuerda que cuando los árabes afirmaron su dominación, fueron menos rigurosos en la observancia de los tratados que mostraron serlo cuando su poder estaba aún vacilante. A este propósito cita infracciones graves cometidas ya en el primer siglo de la conquista y octavo de nuestra Era, y luego añade: «Otros conciertos fueron modificados ó cambiados con la mayor arbitrariedad, de tal suerte, que en el siglo Ix apenas quedaban de ellos sino ligeros rastros. Demás de esto, como los alfaquíes enseñaban que el Gobierno debía mostrar su celo por la religión (musulmana), aumentando la cuota de los tributos que pesaban sobre los cristianos, se les fueron imponiendo tantas contribuciones extraordinarias, que ya en el siglo Ix muchas poblaciones cristianas, entre ellas la de Córdoba, estaban empobrecidas ó malparadas. En otros términos, llegó á suceder en España lo propio que había acaecido en todos los países subyugados por los árabes: que su dominación, de dulce y humana que había sido al principio, degeneró en un despotismo intolerable. Desde el siglo Ix los conquistadores de la Península siguieron á la letra el consejo del califa Omar, que había dicho con harta brutalidad: «Nosotros nos debemos comer á los cristianos y nuestros descendientes á los suyos en tanto que dure el islamismo ?.> Pues si no bastase una autoridad tan competente, podríamos citar testimonios auténticos de los mismos escritores árabes, entre ellos Ibn Jaldón 3, el cual necesariamente afirma y reconoce que entre todos los imperios del mundo ninguno ha gobernado peor á sus pueblos que el arábigo, y que todo país conquistado por ellos no tardó en arruinarse. Véase, pues, que nada exageró el Papa Pascual II, cuando, dirigiéndose á principios del siglo XII á los mozárabes de Málaga, les decía: Inter Sarracenos tanquam inter lupos et leones vivitis 4.

A Journal Asiatique, serie IV, tomo XVIII, pág. 315. Nota de Dozy.

2 Hist. des mus. d'Espagne, lib. II, cap. II.

3 En los prolegómenos de su Historia Universal, págs. 310 y siguientes de la versión francesa del Barón Mac Guckin de Slane.

4 España Sagrada, tomo XII, pág. 334.

Réstanos rechazar la injusta acusación de fanatismo que se ha lanzado contra los mártires de la persecución sarracénica. En este punto dehemos ser breves, porque en el lugar correspondiente de nuestra historia habremos de tratarlo con la debida extensión, exponiendo las causas que encendieron en aquellos cristianos el fervor martirial de los primeros tiempos de la Iglesia y las brillantes defensas de los mártires voluntarios que hicieron con elocuencia sobrehumana los santos doctores Eulogio y Álvaro . Ello es que, á imitación de Jesucristo, nuestro divino modelo, durante la persecución sarracénica, como en otras anteriores, se presentaron espontáneamente muchos hombres valientes y generosos al martirio, esforzando con su ejemplo la fe de sus hermanos atribulados y afligidos, para que no desmayasen y apostatasen miserablemente 2. Muchos escritores católicos de nuestros días y algunos racionalistas 3 lo reconocen así. Entre ellos M. Rosseau Saint Hilaire, el cual afirma que el

1 Véanse á este propósito las excelentes razones del P. Flórez en su España Sagrada, tratado XXXIII, cap. X, párrafo 2: «Si eran verdaderos mártires los que en Córdoba se presentaron voluntariamente á la muerte por la fe.» En nuestros días el sabio presbítero francés M. Rohbacher, en su mencionada Historia (libro LVII), ha corroborado las razones alegadas en defensa de aquellos mártires, desde San Eulogio hasta el P. Flórez, añadiendo en su apoyo la autoridad de un ilustre santo doctor moderno. Dice asi: «Saint Euloge les justifie dans son premier libre par l'exemple de autres plus anciens, que l'Eglise honore comme martyrs quoique ils se soient presentés d'eux mêmes. Cette réponse est peremptoire..... Un savant des derniers temps, grand maître et juge competent des vertus chrétiennes, Saint François de Sales pense comme Saint Euloge et trouve plus heröique la charité des martyrs qui se presentent d'eux mêmes..... »

2 Dozy, Hist. des mus., lib. II, capítulos VI, VII y VIII. Es triste ver cómo la ciega incredulidad de M. Dozy se revuelve contra la autoridad de la Iglesia, acusándola de haber canonizado el suicidio. Tratando del Concilio reunido en Córdoba (año 850), dice así (página 144): Toutefois ils se trouvaient dans une position assez embarrasante: L'Eglise admettant le suicide et l'ayant canonisé, ils ne pouvaient improuver la conduite des soi-disant martyrs sans condamuer en même temps celle des saints des temps primitifs de l'Eglise. Resulta de este pasaje que los fanáticos de Córdoba seguían la conducta de los cristianos primitivos y que la Iglesia siempre ha pensado en este punto de la misma manera.

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3 Aludimos al traductor castellano de la citada Histoire des musulmans d'Espagne, el cual, animado al fiu de sentimientos españoles, tuvo el buen sentido de vindicar á nuestros mártires y héroes de Córdoba de la injuria que les hizo M. Dozy (tomo II, pág. 112), llamándolos parti exalté et fanatique.

En un pasaje citado por el presbitero Bourret, pág. 53, nota, dice así: «Le clergé regulier ne fit donc pas oeuvre de conviction seulement, mais de patriotisme quand il protesta par le martyre contre ce redoutable ascendant de la civilisation arabe. Comme les rois militants de Léon et des Asturies, il eu aussi sa croisade, ou l'échafaud servait de champ de bataille, et ou le sang des martyrs n'arrosa pas en vain le sol de la patrie. Les confesseurs de la foi frayèrent le chemin aux soldats du Christ, et Saint Fernando, le conquerant de Séville, eut pour précurseur Saint Euloge..

clero mozárabe llevó á cabo una obra, no solamente de convicción. sino de patriotismo, cuando protestó con el martirio contra el temible ascendiente de la cultura arábiga '. Y para terminar dignamente este importante punto y cerrar esta discusión con llave de oro, aduciremos la autoridad de un sabio é ilustre escritor alemán de nuestros días 2, á cuyo juicio los gloriosos mártires de Córdoba coincidieron providencialmente con el dichoso descubrimiento del cuerpo de Santiago el Mayor y el maravilloso progreso que alcanzó desde entonces la cristiandad libre del Norte, como si el precioso holocausto de aquellas santas víctimas atrajese las bendiciones del cielo sobre la difícil empresa de la restauración nacional.

Desvanecidos estos errores y preocupaciones, podrán estudiarse y escribirse con fruto los lejanos y obscuros sucesos que abarca la relación histórica que vamos á emprender. Como comprenderá el lector avisado y discreto, tales prevenciones no atañen especialmente á los hechos de nuestros mozárabes, sino á la historia general de la nación española, que en todos sus períodos y á través de diversas circunstancias presenta maravillosa unidad de espíritu y de carácter, distinguiéndose y aven ajándose notablemente entre las naciones europeas que más impulso han dado á la civilización cristiana. Nosotros, pues, considerando el período mozárabe, ó sea la crónica del cautiverio español, como una parte muy considerable y esencial, y no como un paréntesis de nuestra historia, creemos que no podrá comprenderse ni apreciarse debidamente sino á la luz de la fe cristiana. que ilumina toda nuestra vida nacional y con el espíritu altamente católico que ha guiado á nuestro pueblo en los principales hechos de su larga y gloriosa existencia, calificada con razón de cruzada continua 3. Para realizar esta empresa y alcanzar su fin altamente religioso y civilizador, España ha tenido que luchar en diversos tiempos con graves dificultades y trabajos, que gracias al apoyo y dirección de la Providencia, en lugar de aniquilarla, han venido aumentando su temple, fortaleciendo su espíritu y produciendo portentosas y memorables hazañas. Sometida por los altos fines de la divina sabiduría á la durísima prueba de la dominación sarracénica, supo sobrelle

4 En su celebrado libro de Córdoba, cap. II, págs. 124 á 140.

2 El Rdo. P. Pío Gams, docto y diligente ilustrador de nuestras antigüedades eclesiásticas.

3 Por el Sr. Madrazo en su bellísimo Discurso de recepción ante la Real Academia de la Historia: Madrid, 4861.

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