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ron una casa en 1567, pero tan pobre, como asienta el cronista Meléndez, que para sustentarse, mandaban diariamente á dcs de ellos á Lima en demanda de limosnas, hasta que el Rey Felipe II, por real cédula fechada en Toledo el 3 de Junio de 1596, les hizo donación de 375,000 maravedises, para labrar la iglesia y el convento, que diez años antes se había constituido en priorato.

A los religiosos domínicos siguieron los franciscanos, cuyo convento, al decir del cronista Córdova Salinas, se fundó en 1593, por el mismo tiempo en que se establecían los jesuitas.

Al año siguiente, esto es en 1594, con licencia del Virrey D. García Hurtado de Mendoza y autorización de S. M. y con limosnas de mil pesos, de D. Francisco Rodriguez de Soria y D. Gonzalo Suáres de Medina, se construyó el convento de San Agustín.

Los conventuales de San Agustín, fueron más felices que los domínicos, pues no pasaron las miserias que éstos; su estado floreciente les permitió ir mejorando en posesión y posición.

Al respecto dice el cronista Fray Bernardo de Torres: «Fundose entonces el convento en el Callao donde estuvo un tiempo, junto al rio, el Hospital de San Juan de Dios, cuando se fabricó la muralla. Despues acercándonos más al centro nos mejoramos de sitio á las espaldas de lo que hoy es iglesia nuestra y allí edificamos de nuevo otro convento.»

<Ultimamente nos mudamos adonde vivimos al presente, una calle de la plaza cerca de Palacio y casas reales. Aquí comenzamos á edificar el tercer convento que se ha ido labrando lentamente y hoy es de los mejores del pueblo.

«Tiene un claustro alegre y capaz, de ladrillo,

curiosamente labrado y cubierto de fuerte roble con las oficinas necesarias y viviendas suficientes para 15 á 16 religiosos que de ordinario las habitan. ›

Fray Fernando Torres, escribió sus crónicas Agustinas en 1642 y por consiguiente, los datos que nos dá de su convento corresponden hasta esa fecha.

No hemos encontrado constancia de la fecha en que se fundó por los Hermanos hospitalarios el Hospital de San Juan de Dios que entonces existia, ni tampoco la de la fundacion del Convento de la Merced.

En 25 de Marzo de 1568, llegaron al Callao los primeros miembros de la Compañía de Jesus en número de 8, entre Padres y Hermanos, siendo el Superior y primer provincial el padre Gerónimo Portillo. Vinieron por órden de S. M. con cédula y recomendación especial y à petición de don Francisco de Toledo, que fué nombrado Virrey del Perú ese mismo año, el que escribió al Prepósito General de la Compañía, Padre San Francisco de Borja. significándole el gusto con que vendría á su Góbierno, trayendo en su compañía religiosos de esa orden.

El Padre Cobo, cita como un hecho, que el pueblo consideraba digno de ser contado, el que cuando llegaron al Callao, el sol se eclipsó al punto que saltaron á tierra; y que en el momento que predicaba el primer sermon el Padre Portillo en el convento de Santo Domingo, en donde con particular muestra de amor los habian hospedado los Religiosos, sobrevino un gran temblor de tierra.

Agrega el Padre Cobo que el pueblo observó estos hechos naturales con extraordinaria admiración; pero no dice si fueron considerados como malo ó buen augurio.

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Desde 1569 en que los discípulos de Loyola se establecieron en Lima, concurrían al puerto dos de ellos, los Domingos y feriados, con el objeto de enseñar las prácticas religiosas á los indios y negros trabajadores, que en esos dias disfrutaban de entera libertad.

Y á pesar de que en 1590 el virrey García de Mendoza les concedió varias limosnas y terreno en el que fabricaron una hospedería y después, una capilla, no dejaron por esto de habitar la Capital, continuando sus visitas dominicales por mucho tiempo.

Las prácticas religiosas las ejercitaban en la plaza que llevaba el nombre de San Juan de Dios, y aun en la Isla de San Lorenzo, designada ya, para trabajos forzados y en donde los presidiarios se ocupaban de cortar piedra.

La construcción que levantó la Compañia de Jesús, quizá fué la mejor del puerto entonces, y se componía de departamentos bajos y altos con extensos corredores hácia la bahía y el mar bravo.

Los discípulos de Loyola, son agradecidos y liberales cuando les conviene, y no es de extrañarse, por eso, que hubieran construido también un departamento especial, destinado á alojar al Virrey, cuando éste concurriera al puerto en visitas ordinarias de inspeccion ó extraordinarias de, paseo ó despedida de galeones; lo que sucedió hasta 1601, fecha en que se terminó la construcción de las casas reales y almacenes de depósitos.

Estos jesuitas se enriquecieron muy pronto, tanto con las donaciones que recibían, cuanto con los hábiles negocios que hacían.

Fundaron una congregación ó esclavitud, bajo la advocación de Ntra. Sra. de Loreto, con el con

trato de que todos los que entrasen á ella diesen por una vez 70 pesos, para que, impuestos á rédito, se distribuyese su producto en misas para las almas de los hermanos difuntos. Se asentó un crecido número de gente, dice un manuscrito que obra en la Biblioteca Nacional, legajo No. 1, que ofrecían no solo la cantidad estipulada sino algunas mas limosnas para el culto de la imágen.

En ocho años se congregó, además, un número considerable de alhajas y ornamentos por valor de 23,000 pesos, de los que 17,000 se impusieron á rédito, á favor de los hermanos de la congregación.

El negocio les resultó tan bueno, que establecieron otra congregación ó esclavitud de Cristo Crucificado.

Imitando á otra congregación que se había fundado en Lima bajo el nombre de María, recojían limosnas para establecer dotes. Cada ocho dias de colecta se hacía la rifa entre las niñas aspirantes que habían abonado et derecho por lo menos de un peso, para tener opción, sin cuyo requisito no eran consideradas en el sorteo.

Estas dotes eran de mil pesos más ó menos, y se rifaban una ó dos cada vez, según la cantidad colectada.

El número y valor de las dotes estaban, pues, sujetos, á la liberalidad de los habitantes.

Aquí viene bien aplicado el adagio jesuita: El fin justifica los medios.

Establecieron pues, entre nosotros, la inmoral costumbre del juego, por que no es otra cosa el sorteo ó la rifa, so pretesto de hacer el bien al que le toque.

En Lima estos sorteos tuvieron más extensión y la mitad de las entradas se aplicaban á sacar las ánimas benditas del purgatorio, que vienen á ser la

fuente inagotable que han explotado, explotan y explotarán todavía por algunos años más, los sacerdotes católicos.

En poco tiempo la compañía de Jesús establecida en el Callao fué tan rica, que obtuvo la propiedad de la Hacienda de Boca Negra y la chacarilla de Santa Rosa, que agregó á esta, y en la que, en un principio tuvieron impuestos cuarenta mil pesos al interés de 5 por ciento, cuyos réditos recibieron hasta 1654. Tambien tuvieron impuestos diez mil pesos en fincas del Callao.

Innumerables eran las propiedades, censos y capellanías que obtuvieron en este puerto y la capital, que les producían pingües entradas.

Acrecentaron su fortuna muchas donaciones entre las que se cuenta la de 35.000 pesos hecha por Don Alonso Rodríguez de León.

El 17 de Febrero de 1653 la Compañía de Jesús inauguró, con gran pompa, un hermoso templo, construido con altas paredes de piedra y ladrillos, de coro abovedado y con arquería también de ladrillo, y cuatro capillas interiores.

El terremoto (1) de 13 de Noviembre de 1655, arruinó este templo, como los demás, que fué restablecido ò completado después, con cañas ó quinchas, nombre que tienen actualmente las construcciones de este género.

En 1570 llegaron al Callao los primeros Inquisidores quienes trajeron cédula real acerca del modo que se había de tener en recibirle en conformidad de la cual, el virrey Don Francisco de Toledo vino al Callao y ordenó y dispuso su recibimiento.

(1) Más adelante se dan los detalles de éste y los demás terremotos habidos hasta reciente fecha.

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