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De las once personas que acompañaron á Pizarro * se elijieron para alcaldes á Nicolas de Rivera, el viejo, y á Juan Tello, quienes formaron su primer Cabildo en 30 del mismo mes de Enero. Poco despues bajaron de Sangallan treinta personas y con otras veinticho que vinieron de Jauja, se eompletó el número de los setenta primeros pobladores de Lima, que edificaron treinta y seis casas: veintidos de Oriente á Occidente y catorce de Sur á Norte. ** El hecho mas importante ocurrido en Lima, pocos años despues de la fundacion, fué el asesinato de Pizarro, que referiremos, á pesar de ser bastante conocido, haciendo una relacion ligera de las causas que lo motivaron.

Diego Almagro que, como se vé en la Cédula y provision que hemos insertado, acompañó á Francisco Pizarro en la conquista del Perú, fué mandado por éste al Cuzco, Capital del Imperio de los Incas, con el propósito de que se encargase del mando de ella, y emprendiese la conquista de los paises situados al Sur, que formaban parte de Ch le; intentó, en efecto, esta empresa, pero los insuperables obstáculos que encontró en su marcha y los padecimientos y descontento de su gente, lo obligaron á regresar desde Coquimbo. A la sazon la Corte de España le habia conferido nuevos poderes y jurisdiccion territorial, documentos que los hermanos de Pizarro habian ocultado maliciosamente con el objeto de que Almagro no se apoderase de aquella capital á cuyo dominio no querian ellos renunciar.

Esta cuestion, agregada á muchas otras causas, habia engendrado sérias desavenencias, no solo entre Almagro y los Pizarros, sino tambien entre los partidarios y soldados de uno y otros; asi fué que cuando el primero se posesionó del Cuzco, puso en prision á los Pizarros, á quienes, sin embargo, trató bastante hidalgamente, rechazando con indignación las indicaciones que siempre se le hicieran para que les diera la muerte.

La demarcacion sobre los límites del territorio, sujeto á la dominacion de Almagro y de Pizarro, motivó nada menos que una guerra civil que terminó por la batalla de la Salinas, acaecida el Sábado 26 de Abril de 1538, cuyo resultapo fué funesto para las tropas de Almagro: y éste, á quien el mal estado de salud habia obligado á presenciar la batalla metido en una litera, y desde una altura inmediata, consiguió montar en una mula y tomar asilo en la fortaleza del Cuzco, en donde á poco tiempo fué aprehendido, habiéndosele encerrado en el mismo edificio en que tuvo presos á los Pizarros.

La conducta de Hernando Pizarro con el ilustre prisionero, á quien todos los historiadores conceden multitud de apreciables cualidades, fue opuesta á la que éste observó con él y con su hermano. Al mismo tiempo que el vigor y la salud abandonaban á Almagro en su prision, Hernando Pizarro se empeñaba en hacerle protestaciones de amistad, asegurándole su pronta libertad; pero á ese mismo tiempo tambien, se organizaba privadamente un proceso que terminó por sentencia pronunciada en 8 de Julio de 1538, en que se imponia al prisionero la pena de muerte. Fácil es presumir que aquel fallo estaba fundado en hechos falsos, y que se pretendió presentar á Almagro como reo de haber hecho la guerra al Rey de España.

Estas once personas, todas españolas, fueron: el tesorero, Alonso Riquelme -el 'veedor, García de Sale:do -Nicolas de Rivera, el viejo, natural de Olivera-Nicolas de Olivera, el mozo, natural de Vitigudino—Rodrigo Mazuelas Juan Tello-Rai Diaz-Alonso Martin de D. Benito-Cristobal Palomino Cristóbal de Peralta y Antonio de Picado, Secretario del Gobierno.

** Sol del Nuevo Mundo-Roma-1683.

La ejecucion de esa sentencia dictada por el ódio, la codicia y la ambicion de los Pizarros, aumentando naturalmente la zaña de sus opuestos partidarios, fué el origen del asesinato del Gobernador Francisco Pizarro, que ocurrió en Lima el Domingo 26 de Junio de 1541,

Despues de la ejecucion de Almagro, sus numerosos secuaces se diseminaron por el pais, pero permanecieron unidos por un sentimiento de indignacion contra el asesino de su jefe. Almagro habia dejado un hijo que tenia su mismo nombre, y que era necesariamente el caudillo de los que se habian propuesto vengar la muerte de su padre. No se pensó en los primeros tiempos en dar á esa venganza un carácter criminal, sino que se esperaba á un comisionado que por orden del Rey debia venir al Perú á examinar la situacion de los negocios de Pizarro, para exponerle sus quejas; pero el retardo en la llegada y la noticia de que el comisionado habia perecido en una tempestad, sujirieron la determinacion del asesinato. Fijóse para él el dia que llevamos indicado, y aunque el plan no se hubiese conservado con tal sigilo que no llegára a oídos del Gobernador, por varios medios, y entre ellos por el confesor de uno de los cómplices, no hizo caso de los anuncios, y antes siguió despreciando á los de Chile, como se titulaba á los partidarios de Almagro. La única medida de precaucion que adoptó Pizarro, fué la de no salir á misa á la Catedral como lo acostumbraba, dando por motivo el hallarse algo enfermo.

Aunque eran numerosos los conjurados contra Pizarro, parece que el proyecto de darle muerte se confió á unos pocos, y que la ejecucion se encomendó á diez ó doce, presididos por un tal Juan de Herrada ó Rada, caballero de familia respetable, que habiendo sentado plaza de soldado desde muy jóven, alcanzó los mas altos puestos en el ejército á favor de sus talentos militares. Herrada habia concentrado sobre el jóven Almagro todo el cariño y la adhesion que profesó al padre, y aunque ya muy viejo, se sintió con bastante ardor y bastantes brios para vengar á su llorado general; él fué quien concibió el plan y quien se preparó para ponerse á la cabeza de los ejecutores. Llegado, pues, el dia los conjurados y Herrada delante de ellos, marcharon á casa del jóven Almagro para esperar la hora en que el Gobernador saliese de misa; pero burlados en su esperanza, creyeron ser descubiertos, y fluctuaron entre si abandonarian la empresa ó la llevarian á cabo buscando al Gobernador dentro su misma casa. Decididos por lo último, se dirijieron á palacio dando en la calle las voces de ¡viva el Rey! ¡muera el tirano!

*

Era la hora de comer, que en los primitivos tiempos de las colonias españolas, solia hacerse á las doce. Sin embargo, mucha gente atraida por los gritos de los conjurados, salió á la plaza para saber la causa. "Van á matar al marqués," dijeron algunos con frialdad: "es á Picado á quien quieren matar," replicaron otros; pero ni uno solo salió en su defensa. El poder de Pizarro no habia echado raices en el corazon del pueblo.

A tiempo de atravesar la plaza los conjurados, uno de ellos dió un rodeo para evitar un charco que encontró en el camino. "Cómo!" esclamó Rada, “¡vamos á bañarnos en sangre humana y rehusais mojaros los pies en agua!" Y le mandó que se volviera á su casa. La anécdota es significativa.

Algunos aseguran que Herrada vivia en la casa situada en el Portal de Botoneros que hasta hoy se conoce en el nombre de Callejon de los Clérigos, y que de allí salió directamente con los ocho hombres que debian matar al Gobernador

El palacio del Gobernador estaba situado en la parte opuesta de la plaza. Pasábase á él por dos patios. La entrada del primero estaba protejida por una maciza puerta, capaz de resistir á cien hombres ó mas; pero la habian dejado abierta, y los agresores lanzándose al patio interior, dando su tremendo grito de embate, se encontraron en él con dos criados. Mataron á uno y el otro se entró huyendo en la casa y gritando: "Socorro, socorro, los de Chile vienen á matar al marqués!"

Pizarro estaba á la sazon comiendo, ó lo que es mas probable acababa de comer. Hallábas rodeado de unos cuantos amigos; que despues de misa habian ocurrido, segun parece, á informarse del estado de su salud, y algunos de los cuales se habian quedado á comer con él. Entre estos estaban Martínez de Alcántara, hermano de Pizarro por parte de madre, el juez Velazquez, el obispo electo de Quito y varios caballeros principales de Lima hasta el número de quince ó veinte. Algunos, alarmados con los gritos que resonaban en el patio. salieron del comedor y bajaron hasta el primer tramo de la escalera para averiguar la causa. No bien se informaron de ella por las exclamaciones del criado, se retiraron precipitadamente á lo interior de la casa, y no queriendo ar-, rostrar desarmados, o mal armados como estaban los mas de ellos, la tempesque amenazaba, se salieron á un corredor y desde allí se descolgaron al jardin sin hacerse el menor daño. Velazquez el juez, para poder hacer uso de las manos en la bajada, se puso la vara de la justicia en la boca, "cuidando así, dice con mucha gracia un cronista autiguo, de no quebrantar la palabra que dió de que no sucederia nada á Pizarro mientras él tuviese la vara de la justi

tad

cia en la mano."

Entre tanto el marqués, noticioso del tumulto, mandó á Francisco de Chavez, oficial que poseia toda su confianza y que se hallaba en la antesala, que cerrase la puerta de la escalera, mientras él con su hermano Alcántara se ponia las armaduras. Si esta órden dada con sererenidad completa hubiera sido con la misma obedecida, todos se habrian salvado, porque podria haberse guardado fácilmente la entrada aun contra fuerzas superiores, hasta que hubieran llegado auxilios á Pizarro á consecuencia de la relacion de los que habian huido. Pero desgraciadamente Chavez, desobedeciendo á su jefe, dejó la puerta entreabierta é intentó entrar en conferencias con los conspiradores. Estos, que habian llegado al final de la escalera, cortaron el debate arrojando por ella á Chavez despues de haberle atravesado el cuerpo de una estocada. Por un momento encontraron resistencia en los sirvientes del muerto; pero en breve se desembarazaron de ellos y penetraron en lo interior gritando: "; Donde está el marqués Muera el tirano!"

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Martínez de Alcántara, que estaba en la sala inmediata ayudando á su hermano á ponerse la coraza, no bien conoció que los conjurados se habian apoderado de la antesala, salió asistido de dos jóvenes, pajes de Pizarro y de uno ó dos caballeros de servicio y procuró contener á los agresores. Siguióse á esto un combate desesperado. Diéronse golpes fatales per ambas partes: dos de los conspiradores cayeron muertos en el sitio, y Alcántara y sus valientes compañeros estaban llenos de heridas.

Al fin Pizarro, no pudiendo en la precipitacion del momento ajustarse las correas de la coraza, la arrojó léjos de sí, y rodeándose la capa al brazo, tomó su espada y salió en auxilio de su hermano. Ya era tarde: Alcántara debilita

do con la perdida de sangre, cayó muy luego en tierra. Pizarro se precipitó sobre los agresores como un leon sorprendido en su cueva y repartió sus golpes con tal rapidez y fuerza, como si la edad no tuviese poder para endurecer sus miembros. "¡Cómo! gritó, traidores ¿ habeis venido á matarme en mi propia casa?" Los conspiradores retrocedieron un momento al ver caer á dos de ellos bajo la espada de Pizarro; pero en breve se reanimaron y validos de sus superiores fuerzas, se batian con gran ventaja, relevándose unos á otros en el ataque. El aposento en que peleaban era estrecho y el combate habia durado ya bastantes minutos, cuando los dos pajes de Pizarro cayeron á su lado. Entónces Rada impaciente exclamó: "¡Qué tardanza es esta! ¡Acabemos con el tirano!" Y cogiendo en brazos á uno de sus compañeros llamado Narvaez, le arrojó contra el marqués. Pizarro en el mismo instante se agarró con él y le atravesó con su espada; pero en aquel momento recibió una herida en la garganta, titubeó y cayó al suelo mientras Rada y los demas conspiradores le hindian sus espadas en el cuerpo. "Jesus!" exclamó el moribundo, y trazando con el dedo una cruz en el sangriento suelo, inclinó la cabeza para besarla. Entónces un golpe mas benigno que los demas, puso fin á su existencia.

Los conspiradores, consumada la catástrofe, salieron corriendo á la calle y blandiendo sus sangrientas armas gritaron: "Ya es muerto el tirano: las leyes están restablecidas: ¡ viva el rey nuestro señor y su gobernador Almagrò! Los de Chile, atraidos por gritos que les eran tan agradables, salieron de todas partes á unirse á la bandera de Rada, el cual se halló en breve á la cabeza de cerca de trescientos hombres, todos armados y preparados á sostener su autoridad. Establecióse guardia en las casas de los principales partidarios del difunto gobernador y sus personas fueron reducidas á prision. La casa de Pizarro y la de su secretario Picado, fueron entregadas al pillaje, y en la del primero encontraron los conspiradores abundante botin en oro y plata. Picado se refugió en casa del tesorero Riquelme; pero descubierto su retiro, segun algunos por las miradas, sinó por las palabras del mismo tesorero, le sacaron de él y le pusieron en prision segura. Toda la ciudad se llenó de consternacion, viendo grupos de gente armada recorrer las calles tumultuosamente y en todas direcciones; y los que no pertenecian al bando de Almagro temian ser envueltos en la proscripcion. Tan grande fué el desórden, que reuniéndose los padres de la Merced, salieron en solemne procesion con el Santísimo Sacramento, con la esperanza de calmar de este modo las pasiones de la multitud.

Pero ni Rada ni sus compañeros cometieron mas actos de violencia que prender á unas cuantas personas sospechosas y apoderarse de todos los caballos y armas que encontraron. Intimose despues al ayuntamiento, que reconociera la autoridad de Almagro, y los que se negaron á ello fueron separados sin ceremonia de sus empleos y reemplazados por otros de la faccion de Chile. Asi, los derechos que alegaba Almagro, fueron reconocidos, y el jóven paseando las calles á caballo, escoltado por un cuerpo de caballeros bien armados, fué proclamado á son de clarines gobernador y capitan general del Perú.

Entre tanto, los destrozados cuerpos de Pizarro y de sus fieles servidores, habian quedado tendidos en el pavimento y cubiertos de sangre. Alguitos propusieron que se llevase el de Pizarro á la plaza del mercado y se fijase su cabeza er. la horca; pero otros aconsejaron secretamente á Almagro y obtuvieren de él que cediese á las instancias de sus amigos y permitiese su entierro.

Verificóse éste secreta y privadamente, por temor de una interrupcion en el momento de la ceremonia. Un fiel servidor y su esposa, asistidos de unos cuantos criados negros, envolvieron el cuerpo en una sábana de algodon y le llevaron á la catedral. Cavóse una sepultura en el rincon mas oscuro; digéronse las oraciones á toda prisa y en secreto; y al débil resplandor de unas cuantas hachas suministradas por humildes servidores, los restos de Pizarro, envueltos en un sangriento sudario, fueron depositados en la madre tierra. Tal fué el miserable fin del conquistador del Perú, del hombre que pocas horas ántes dominaba todo el pais con tan absoluto poder como el de los Incas. Sorprendido á la luz del dia, en el centro de su capital, en medio de los que habian sido sus compañeros de armas, partícipes de sus triunfos y de sus beneficios, pereció como un miserable proscripto; y para usar del expresivo lenguage del cronista "no huho nadie que le digese: Dios te perdone.

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Pocos años despues, cuando se hubo restablecido la tranquilidad del país, los restos de Pizarro fueron colocados en un suntuoso féretro y depositados bajo un monumento en una parte visible de la catedral; y en 1697, cuando el tiempo habia ya tendido su benéfico velo sobre lo pasado y la memoria de los yerros y de los crímenes se habia borrado ante el recuerdo de los grandes servicios hechos á la corona con la extension de su imperio colonial, sus huesos fueron trasladados á la nueva catedral, para que reposasen al lado de los de Mendoza, el sábio y digno virey del Perú, *

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Francisco Pizarro

La mayor parte de esta relacion es copiada literalmente de la excelente obra de Prescost titulada HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PERÚ. El número de escritores que este autor ha tenido á la vista para redactar su importante historia, dan á su libro un grado de autoridad indisputable. Citados en ella todos los historiadores y cronistas de mayor crédito, inútil parece buscar en estos las relaciones de hechos que aunque referidos con pequeñas alteraciones en cuanto á las circunstancias accidentales, no ofrecen diferencia alguna en lo mas importante y fun

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