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complacian en creer que su intervencion seria en el sentido que halagaba sus deseos, á saber, en el de proteger á Fernando y derribar al favorito, cuya creencia contribuia á alimentar el embajador Beauharnais. Pocos eran los hombres previsores que vislumbráran pudiese entrar en el pensamiento del omnipotente emperador de los franceses hacer en España una segunda edicion de lo de Nápoles; y aun de éstos, los que apetecían una regeneracion radical en la monarquía, si entonces lo disimulaban, no lo veian con malos ojos.

Observábase que cuando salia de palacio la familia real, el pueblo perma necia silencioso, y solo hacia demostraciones de contento cuando se presentaba el príncipe Fernando, Cualquier accion de la reina y de Godoy se interpretaba como signo de haber estrechado más sus intimidades, y el acto mas inocente y mas sencillo de Cárlos IV., como el de apoyarse en el brazo de su ministro, se tomaba como un insulto al pueblo, y como una ignominiosa degradacion de la magestad. El público acogia con avidez todas las nuevas que se recibian de París desfavorables al valido, y los vetos que alli se ponian relativamente á la causa que se seguia. Todo anunciaba que Fernando seria el astro que no tardaria en brillar á gusto del pueblo, y todo ejercia cierta presion de que acaso los encargados de fallar el proceso no tuvieron el valor suficiente para desembarazarse. Por tanto, no estrañamos haya dicho un respetable historiador, que con dificultad se resguardarán de la severa censura de la posteridad los que en él tomaron parte, los que le promovieron y los que le fallaron, en una palabra, los acusadores, los acusados, y los mismos jueces.

En cuanto al príncipe de la Paz, la noticia dada por Masserano, acaso con una exageracion hija de su aturdimiento, de los arrebatos de ira de Napoleon el 14 de noviembre al leer la carta de Cárlos IV., y las instrucciones del emperador á Champagny, trasmitidas por Izquierdo, junto con las voces alarmantes que éste le decia circulaban por París, arredráron de tal modo á Godoy, que el primer efecto de aquella pavorosa impresion fué suplicar al rey que le permitiera retirarse del ministerio, y llamára al gobierno hombres nuevos y agenos á las discordias que habia en palacio, y contra quienes no tuvieran prevenciones ni el emperador ni el embajador francés. Cuenta él mismo haberle aconsejado la íntima union de toda la real familia, como único medio de resistir con firmeza los peligros que amenazaban por Francia; que el rey se pusiera al frente de los ejércitos franceses y españoles, como pod a hacerlo con arreglo al tratado, y que su hijo mandára una parte de las tropas bajo sus reales órdenes; que su retirada convendria para tranquilizar y dar confianza á Fernando, quitar pretestos á sus parciales é

instigadores, y quitárselos tambien al mismo Bonaparte: que el rey llamó á su hijo, y que ambos le manifestaron los deseos y le propusieron las indica ciones que acababa de hacer el de la Paz; pero que Fernando, haciendo á éste las mayores demostraciones de agradecimiento por haberle salvado del precipicio á que malos consejeros le habian ido arrastrando, suplicó á su padre no le permitiera retirarse y abandonarlos en tales circunstancias; y que habiendo rechazado con empeño así el monarca como el príncipe su prapuesta de retiro, le fué forzoso resignarso á continuar en el ministerio para sufrir el tropel de amarguras que le esperaban. De la certeza ó inexactitud de este incidente, que con prolija y minuciosa estension refiere el príncipe de la Paz en sus Memorias, no nos es dado á nosotros responder, porque no lo hemos visto ni contradicho por otros, ni confirmado; pero en el estado de aturdimiento y de trastorno en que á la sazon se hallaban todos, no negaremos lo posibilidad de lo que en otro caso nos pareceria á todas luces inverosímil.

Faltábales resolver otra cuestion; ¿habia el rey de satisfacer á las quejas del orgulloso emperador? Y en tal caso, ¿en qué forma habia de contestar á las amenazadoras instrucciones de 18 de noviembre? Resolvióse, al fin, que el desagravio fuese de la misma índole que habia sido la que se tomó por ofensa, á saber, otra carta de su puño á Napoleon. En esta carta, uno de tantos documentos de aquella época que hacen padecer al historiador, deciale Carlos IV. que al denunciarle la conducta irregular del embajador Beauharnais en sus relaciones clandestinas con el principe heredero, no habia sido su intencion atribuirle ni suponerle la mas pequeña connivencia con aquel ministro; que una de las razones por que habia sentido más semejante proceder, era porque de él pudiera deducir el emperador que el monarca español era poco amigo suyo y de la Francia; que á haber sabido que su hijo deseaba enlazarse con una princesa de la familia imperial, de ningun modo se hubiera opuesto á sus deseos; que si aún persistiese en ellos, no solo le daria el mas pleno asentimiento, sino que tendria la mayor complacencia en que el emperador por su parte se hallara igualmente dispuesto á aprobar aquellas bodas; y que por lo demás estuviera seguro de que no solo cumpliria fielmente los tratados, sino que como aliado y amigo antiguo y leal, de tan largo tiempo probado, jamás ni acontecimiento, ni queja, ni motivo alguno le haria quebrantar ni apartarse de tan buena amistad y alianza (1).

Recibió Napoleon esta carta en Milan. A ella contestó en términos muy

(1) Esta es la carta en que se supone pedia Carlos IV. una esposa de la familia imperial para su hijo La verdad es que no la

pedia directamente y por sí, sino del modo que dejamos dicho.

corteses, si bien negando otra vez haber recibido carta alguna del príncipe do Astúrias (1); y en cuanto á las bodas, aunque en la contestacion se limitó á un cumplimiento en que indicaba no repugnarlas, es lo cierto que por entonces no so'o aceptaba el pensamiento, sino que algun tiempo después escribió él mismo á Cárlos IV. quejándose amigablemente de que no hubiera vuelto á insinuarle nada acerca del enlace de las dos familias, que tanta union y fuerza podia dar á ambos imperios. Y eso que en Mántua habia propuesto formalmente á su hermano Luciano el casamiento del príncipe de Astúrias con su hija, ofreciéndole, además, el trono de Portugal. Luciano, cuyo carácter especial hemos tenido ya ocasion de conocer, esquivó el cetro que se le ofrecia, mas no negó la mano de su hija para el heredero de la corona de España. Ella era la que lo repugnaba de un modo al parecer invencible, mas no sabemos si queriendo Napoleon se hubiera á pesar de todo realizado, á no haber dado á sus planes tan diferente sesgo como el que luego veremos.

Mas al tiempo que así sostenia Napoleon una apariencia de amistad con la córte española, no habia manera de conseguir de él que se publicára el tratado de Fontainebleau; empeñábase en mantenerle secreto por mas instancias que en demanda de la publicacion le hacian Carlos IV. y el príncipe de la Paz, como única prenda para ellos y único compromiso para el de no abrigar otros designios contrarios á aquel convenio. Eran igualmente desat n lidas y con el mismo desden contestadas las reclamaciones para que mudára al embajador Beauharnais, uno de los principales fabricadores de la trama del Escorial, y visible apoyo de los procesados y sus parciales. Masserano é Izquierdo en París recibian cada dia desaires, de que se lamentaban y quejaban al monarca español y á su ministro. Todo esto, junto con el proceder y las operaciones de los generales y de las tropas francesas que ocupaban la Península, traia inquietos y sobresaltados por demás á los reyes padres y al ministro favorito, alentados y animosos á los acusados del Escorial, á todos los parciales y amigos del príncipe de Astúrias, y á las masas del pueblo que le eran adictas, contando con la esperanza (porque seguridad no podian tenerla) de que cualesquiera que fuesen los planes de Napoleon, habian de ser favorables al príncipe heredero, y traerian la caida del valído. Sin embargo, sus verdaderas intenciones eran todavía desconocidas; pero los sucesos llegaban á un punto en que no podia tardar en descorrerse el misterioso velo que las ocultaba. Esto será lo que esplicaremos en el siguiente capítulo (2).

(1) «Disimulo en la ocasion lícito y aun atentò: dice Toreno á este proposito. Dudamos mucho que lo juzguen todos asi.

(2) Para las noticias que hemos dado re

lativas al ruidoso proceso del Escorial, además de los documentos que hemos citado, hemos tenido principalmente à la vista la copia testimoniada de la causa expedida por

don Bartolomé Muñoz, escribano de Cámara del Consejo de Castilla, que se conserva manuscrita en el Archivo del ministerio de Gracia y Justicia.

Consta de doce piezas. Encabeza con una real órden dada por el marqués Caballero, dirigida al decano del Consejo, previniéndole sustancie esta causa como cualquiera otra criminal, acompañado de los ministros don Sebastian de Torres y don Domingo Fernandez Campomanes, haciendo de secretario el alcalde de corte don Benito Arias de Prada.

Está la comparecencia del príncipe en 29 octubre ante SS. MM., los ministros Cevallos, Caballero, Soler y Gil, y el decano gobernador interino del Consejo, con las preguntas que se le hicieron y las respuestas que dió.

Están igualmente las declaraciones que hizo después al ministro Caballero.-El auto de cumplimiento en el que se manda se forme pieza de las declaraciones recibidas por

Campomanes y el alcalde de corte à don Andrés Romero, á Ayerbe, Orgaz, Villena, Casaña, etc.-Consulta de la junta de ministros sobre la sustanciacion.-Acusacion de Viegas.-Real órden al decano para que diga por si solo qué pena se les ha de imponer, etc.-Los presos fueron, en el Escorial, el marqués de Ayerbe, don Juan Manuel de Villena, el conde de Orgaz, don Juan Escoiquiz, el duque del Infantado, don Pedro Giraldo, el conde de Bornos: en la cárcel del Sitio, Andrés Casaña, Pedro Collado, don Jo sé Manrique, Fernando Selgas: en Madrid, Manuel Rivero; don Bernardino Vazquez: en el castillo de San Sebastian, don Manuel Gonzalez; estos tres sueltos en virtud do real órden.

La causa impresa, que creemos sea la que han conocido los que hasta ahora han escrito de estos sucesos, es sumamente manca, y por consecuencia da una idea muy im perfecta de lo que sucedió.

CAPITULO XX.

LOS FRANCESES EN ESPAÑA.

PROCEDER INSIDIOSO DE BONAPARTE,

̧4807.–1808.

Situacion de España cuando Junot recibió órden de avanzar á Portugal.-Entran juntos franceses y españoles.-Consternacion en Lisboa.-Fuga del príncipe regente.-Se embarca para el Brasil.-Junta de gobierno.-Junot en Lisboa.-Más tropas españolas en Portugal. La reina de Etruria es despojada de su Estado y enviada á España.-Entra Dupont en Castilla con nuevo cuerpo de ejército, y se sitúa en Valladolid.-Penetra Moncey en España con el tercer cuerpo. Declara Junot en Lisboa á nombre de Napoleon que la casa de Braganza ha cesado de reinar y que Portugal pertenece al impcrio.-La marina española se manda unir á la francesa.-Alevosía con que se apoderaron los franceses de la ciudadela de Pamplona.-Modo insidioso de entrar en Barcelona, y de tomar la ciudadela y Monjuich-Cómo se hicieron dueños del castillo do Figueras.-Cómo les fué entregada la plaza de San Sebastian.-Proceder bastardo de Napoleon.-Alarma de la córte.-Venida y mision de Izquierdo.-Vuelve á París.Ultimas proposiciones de Bonaparte.-Prepara nuevos ejércitos para España.-Murat general en gefe de todas las fuerzas.-Penetra en la Peninsula, y llega Burgos.Cálculos y juicios de los españoles.-Medidas que Godoy propone al rey para salir del conflicto.-No son aceptadas.-Medita y es aprobado el viage y retirada de la familia real á Andalucía.-Disposiciones para preparar la marcha.-Nuevos sucesos desbaratan sus planes,

A nadie podia causar maravilla que un hombre de la desmesurada ambicion de Bonaparte, dominador de casi todo el continente europeo, acostumbrado á derribar antiguos imperios y crear nuevas monarquías y coronas, y á distribuir entre su familia las que á él parecia sobrarle; á nadie, decimos, podia causar maravilla que viendo este hombre las lamentables y míseras exci

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