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mico de la época y con la rudeza de la forma de los gobiernos absolutos. Comenzóse por obligar á los cosecheros y cualesquiera otros tenedores de granos á vender al precio corriente á cualesquiera que lo solicitasen todo lo que.no necesitáran para la siembra ó para el sustento de su familia, bajo la pena de perdimiento de todo lo que tuviesen (1). Continuóse por mandar que en todos los pueblos del rcino sin distincion, en que se temiese que, ó por la escasez de la cosecha ó por la subida de los precios, faltasen granos para la sementera ó para el abasto de pan de cada vecindario, se retuviera la parte necesaria de los que se hubieren pagado ó se debiesen pagar por diezmos, fuesen eclesiásticos ó laicales (2). Y como se elevasen representaciones, quejas y consultas por parte de varios personages, y se dudase si estaban comprendidos los granos procedentes de tercias reales, de noveno, escusado, encomiendas, etc., á todo contestó el rey con estas lacónicas palabras: «Ninguna clase de diezmos he «querido esceptuar de mi resolucion, comprendida en la cédula de 8 de setiem«bre, y asi lo he mandado.>>

Prohibióse rigurosamente la esportacion, y se abrieron nuestros puertos á la introduccion de granos estrangeros, que fué de lo que provino una de las mas enormes deudas que contrajimos con la Francia, la cual se encargó del abastecimiento de granos á nuestra península, y añadió ese crédito más al del subsidio estipulado en el tratado de neutralidad. Para surtir á cada pueblo segun sus necesidades formóse además con real aprobacion en Madrid una compañía de capitalistas y casas de giro, de la cual habian de recibir los ayuntamientos el grano que pidiesen, á los precios establecidos, por coste y costas, á pagar en el acto ó en un corto plazo; y se prescribian reglas sobre el modo como los pueblos habian de hacer los pedidos, verificarse la entrega, realizarse los pagos, las operaciones de conduccion y distribucion, etc. (3).—En armonía con estas medidas, y atendida la influencia que tienen siempre los precios del grano y del pan con los de los demas artículos de consumo, diéronse varias providencias sobre la tasa de comestibles, y se espidieron diferentes órdenes con pe nas y multas para que las personas acaudaladas, y los dueños de fondas, hosterias y otros establecimientos no pudieran pagarlos sobre el precio establecido, para evitar los perjuicios que de ello habrian de resultar al público (4). Y por otro lado tambien se discurrian y se mandaban plantear medios y recursos pa ra el mantenimiento de los jornaleros en la temporada rigurosa del invierno, ya escitando la caridad y la filantropía de los prelados, cabildos y otras corporacio

(1) Real cédula de 11 de noviembre de 1801. de 1802.

(2) Idem de 8 de octubre de 1803.

(4) Edictos de 20 de diciembre de 1803, 26 de enero y 31 de marzo de 1804.

(3) Circulares de 11 de julio y 6 de agosto

nes y personas pudientes, ya mandando á las justicias que promovieran obras públicas para alimentar, ocupar y entretener tantos brazos ociosos y necesitados (1). Esfuerzos todos que demuestran el buen deseo de los gobernantes, pero ineficaces para el remedio de la penuria y miseria que aquejaba los pueblos, y que nacia de mas hondas raices, y no provenia solamente de causas naturales sino tambien de causas políticas y administrativas, irremediables unas, no exentas de culpa y error otras.

Entre ellas debe sin duda contarse los pingües, los enormes sueldos y emolumentos que de atrás venian disfrutando los ministros, consejeros y otros altos funcionarios del Estado, acumulando además cargos y empleos, y percibiendo las retribuciones y los gages señalados á todos y á cada uno de ellos. De 15 á 2,000 pesos era la dotacion de las secretarías del despacho, 6,000 pesos el sueldo de cada consejero, que con los gages (2), los cuales en cantidad determinada se aplicaban como parte de sueldo, ascendia el de cada consejero á 134,776 reales. Habia de este modo quien reunia por sus cargos 20,000 y hasta mas de 40,000 pesos de haber; cantidades que hoy nos parecerian exhorbitantes y desproporcionadas, pero que lo eran infinitamente más en aquellos tiempos, atendida la diferencia de las condiciones económicas de la vida (3).

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Ello es que no habiéndose acertado á remediar la carestía, continuando los logreros y atravesadores, á pesar de todas las mencionadas providencias, en su sistema de ocultacion de granos, y esperando forzar de este modo á la subida de los precios (propio manejo de los que en tales casos acostumbraban á especu

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lar con la miseria pública), detentadas y sin circulacion las existencias, diestres aquellos en quitar de las manos lo que venia en cargamentos estrangeros para esconderlo en sus paneras, y no muy celosos ni activos muchos ayuntamientos para proveerse de los depósitos establecidos por la compañía de negociantes, y voces maliciosas que con fundamento ó sin él se esparcen siempre contra esta clase de empresas, todo contribuia á aumentar la penuria, á predisponer al pueblo, con la idea horrible del hambre, contra los ministros y contra el Consejo, de quien procedian inmediatamente las providencias, y á prepararle á las sublevaciones y los tumultos, bien que incluyendo tambien en sus quejas, asi á la empresa de provisiones de Madrid y sus sucursales en las provincias, como á los logreros y acaparadores, cuya participacion en el mal nadie desconocia (1). La aplicacion del producto de las ventas de memorias y obras pias al surtido de las cillas, la retencion de la quinta parte de todos los diezmos, la reduccion del voto de Santiago por aquel año á una mitad, y otras medidas de esta índole, escitaron el disgusto y la murmuracion de los participes en diezmos, y princi

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palmente del clero, contra los autores de ellas, representándolos como los causantes de todos los males, y mas señaladamente al principe de la Paz, contra quien estaba ya prevenido, asi porque el cargo y la responsabilidad de los males públicos recaen siempre en primer término sobre el que en primer término se halla al frente del gobierno del Estado, como porque la memoria indeleble de su rápida elevacion y la odiosidad que en España sigue siempre á las privanzas y á los validos, abria fácil entrada a la irritacion y al encono contra el personage en cuyo descrédito se trabajaba. Los enemigos que tenia dentro y fuera de palacio esplotaban tambien aquella version para representarle el culpable del hambre que amenazaba, y hacerle mas odioso y acabar de concitar contra él las pasiones populares.

Y sin embargo no quiso el gobierno adoptar las medidas de rigor que aconsejaba y proponia al rey el gobernador del Consejo, conde de Montarco, para averiguar las existencias, inquirir quiénes fuesen los detentadores de los granos, castigarlos ejemplarmente, y residenciar al propio tiempo á las justicias, enviando para ello comisarios régios revestidos de especial jurisdiccion y ámplias facultades. Lo que se hizo fué apelar al medio siguiente.

Hallábase en Madrid el famoso Mr. Ouvrard, el director de la compañía francesa titulada: Reunion de comerciantes, que era la que entonces hacia con el gobieruo de la república todos los negocios y operaciones del tesoro (4), el hombre acaso mas notable que se ha conocido por su genio fecundo, emprendedor y especial en materia de recursos y de grandes especulaciones, en vastas operaciones de crédito, y en abarcar para sus combinaciones todos los grandes mercados del mundo. Era ya el gran provisionista de la Francia, el abastecedor de su ejército y marina, y el que habia sacado ya de grandes apu. ros á su gobierno. A este hombre singular, que tanta celebridad ha adquirido en la historia ecónomica, acudió el príncipe de la Paz para salir del que entonces afligia la España. Prestóse pronta y fácilmente Ouvrard á celebrar un contrato con los ministros, el Consejo y la junta de provisiones, por el cual se obligaba á surtir el reino de cereales, hasta la cantidad de dos millones de quintales, mayormente de trigo de buena calidad, á precio de 88 rs. quintal, que con el derecho de estraccion impuesto por la Francia subia á 104 rs. poniéndolo en nuestros puertos y trasportándolo á los mercados del interior, facilitando los pueblos de su cuenta los bagages. A cambio de este servicio se dió al gran asentista el privilegio de extraer los pesos duros de nuestras colonias americanas al precio de 3 francos 75 céntimos, que en España,

(4) Formaban esta compañía Ouvrard, Desprez y Vanlerberghe. Desprez era el encargado del descuento de los valores del te

soro; Vanlerberghe del suministro de viveres; Ouvrard se habia reservado para sí las grandes especulaciones.

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