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Terminaremos este capítulo con la observacion crítica que hace uno de nuestros mas ilustrados historiadores. «Tál fin tuvieron, dice, las célebres vistas de Bayona entre el emperador de los franceses y la malaventurada familia real de España. Solo con muy negra tinta puede trazarse tan tenebro

que les han manifestado todos los españoles, los ven con el mayor dolor en el dia sumergidos en la confusion, y amenazados de resultas de ésta de las mayores calamidades; y conociendo que esto nace en la mayor parte de ellos de la ignorancia en que están, asi de las causas de la conducta que SS. AA. han observado hasta ahora, como de los planes que para la felicidad de su patria es tán ya trazados, no pueden menos de procurar darles el saludable des ngaño de que necesitan para no estorbar su ejecucion, y al mismo tiempo el mas claro testimonio del afecto que les profesan.

No pueden en consecuencia dejar de manifestarles, que las circunstancias en que el principe por la abdicacion del rey su padre tomó las riendas del gobierno, estando muchas provincias del reino y todas las plazas fronterizas ocupadas por un gran número de tropas francesas, y mas de setenta mil hombres de la misma nacion situados en la corte y sus inmediaciones, como muchos datos que otras personas no podrian tener, les persuadieron que rodeados de escollos no tenian mas arbitrio que el de escoger entre varios partidos el que produjese menos males, y eligieron como tál el de ir á Bayona.

«Llegados SS. AA á dicha ciudad, se encontró impensadamente el principe (enton ces rey) con la novedad de que el rey su padre habia protestado contra su abdicacion, pretendiendo no haber sido voluntaria. No habiendo admitido la corona sino en la buena fé de que lo hubiese sido, apenas se aseguró de la existencia de dicha protesta cuando su respeto filial le hizo devolverla, y poco después el rey su padre la renunció en su nombre, y en el de toda su dinastía, á favor del emperador de los franceses, para que éste, atendiendo al bien de la nacion, eli giese la persona y dinastia que hubiesen de ocuparla en adelante.

«En este estado de cosas, considerando SS. AA. la situacion en que se ballan, las criticas circunstancias en que se ve la Es

paña, y que en ellas todo esfuerzo de sus habitantes en favor de sus derechos parece sería no solo inútil, sino funesto, y que solo serviria para derramar rios de sangre, asegurar la pérdida cuando menos de una gran parte de sus provincias y la de todas sus colonias ultramarinas; haciendose cargo tambien de que será un remedio eficacisimo para evitar estos males el adherir cada uno de SS. AA. de por si en cuanto esté de su parte à la cesion de sus derechos á aquil trono, hecha ya por el rey su padre, reflexionando igualmente que el espresado emperador de los franceses se obliga en este supuesto á conservar la absoluta independencia y la integridad de la monarquia española, como de todas sus colonias ultramarinas, sin reservarse ni desmembrar la menor parte de sus dominios, á manteuer la unidad de la religion católica, las propiedades, las leyes y usos, lo que asegura para muchos tiempos y de un modo incontrastable el poder y la prosperidad de la nacion española; croen SS. AA. darla la mayor muestra de su generosidad, del amor que la profesan, y del agradecimiento con que corresponden al efecto que la han debido, sacrificando en cuanto está de su parte sus intereses propios y personales en beneficio suyo, y adhiriendo para esto, como han adherido por un convenio particular, á la cesion de sus derechos al trono, absolviendo á los españoles de sus obligaciones en esta parte, y exhortándoles, como lo hacen, á que miren por los intereses comunes de la patria, manteniéndose tranquilos, esperan do su felicidad de las sábias disposiciones del emperador Napoleon, y que prontos á conformarse con ellas crean que darán á su príncipe y ambos infantes el testimonio mayor de su lealtad, asi como SS. AA. se lo dan de su paternal cariño cediendo todos sus derechos, y olvidando sus propios intereses para hacerla dichosa, que es el único objeto de sus deseos.-Burdeos, 12 de mayo de 1808.»

so cuadro. En él se presenta Napoleon pérfido y ratero; los reyes viejos, padres desnaturalizados; Fernando y los infantes, débiles y ciegos; sus consejeros, por la mayor parte ignorantes ó desacordados, dando todos juntos principio á un sangriento drama, que ha acabado con muchos de ellos, desgarrado á España, y conmovido hasta en sus cimientos la suerte de la Francia misma. En verdad tiempos eran éstos ásperos y dificiles, mas los encargados del timon del Estado, ya en Bayona, ya en Madrid, parece que solo tuvieron tino en el desacierto (1).»

(4) Toreno, Historia de la revolucion de protesta, por la importancia que le dá el España, lib. II. haber salido de los lábios del mismo Napoleon, segun el conde de las Casas en su Diario de la isla de Santa Elena. Cuenta este escritor, que hablando de estos sucesos el augusto proscrito de la isla, que despues de confesar francamente que babia errado en su politica para con la España, que habia dirigido muy mal este negocio, y que aquello era lo que le habia perdido, añadia: «Sin embargo, se me ha denigrado con injurias que yo no mereci..... Se me acusa en este asunto de perfidia, de malos amanejos y de peor fé, y no ha habido nada «de esto. Jamás he delinquido contra la buena fé..... ni he faltado á mi palabra ni «con Cárlos IV. ni con Fernando VII..... ui «usé de ardid alguno para atraerlos á ba«yona, sino que ambos á porfia se apresura. «ron á ir alli.... yo desdeñé las vias tortuosas y comunes.....etc.-Tom. II. cap. Guerra y dinastía de España.

Este breve estracto de las conferencias y de los sucesos de Bayona le hemos hecho con presencia y cotejo de las memorias que dejaron escritas algunos personages de los que fueron parte activa en ellos, principalmente las Memorias del duque de Rovigo, 6 sea el general Savary, las del obispo Pradt, las del principe de la Paz, los escritos de Cevallos y de Escoiquiz, las Memorias de Nollerto (Llorente), que son los datos sobre que están fundadas las relaciones que se leen en las historias. Todas aquellas publicaciones convienen en lo esencial de los acontecimientos, difieren en algunos incidentes y pormenores, especialmente tratándose de las pláticas y diálogos que mediaron entre aquellos personages. De las reconvenciones y las réplicas que se cruzaron, cada cuál ha trasmitido y procurado dar valor á aquellas palabras ó frases que pueden favorecer más al partido ó persona á que estaba adherido. Nosotros hemos descartado de nuestra relacion estas variantes, ateniéndonos solo al fondo y sustancia de los hechos, en que casi todos están conformes.

Pero una cosa se ha escrito que no nos es posible dejar pasar sin rectificacion y sin

Si en efecto se esplicó así, es admirable audacia (que à falta de memoria no podemos atribuirlo) la de producirse de este modo, contra lo que arrojan y evidencian tantos datos y testimonios como hemos citado, y otros que son de todos conocidos, y que han llegado á formar una conviccion universal.

CAPITULO XXIII.

EL DOS DE MAYO EN MADRID.

1808.

Recelo y descounanza pública — Exigencias de Murat.-F.ojedad y vacilacion de la Junta de gobierno. Sus consultas al rey.-Se le agregin nuevos vocales.-Se crea otra junta para el caso en que aquella carezca de libertad.-Llamamiento á Bayona de la reina de Etruria y del infante don Francisco.-El 2 de mayo.-Sintomas de enojo en el pueblo.-Intenta impedir la salida del infante.-Conmuévese la multitud al grifo de una muger, y se arroja sobre un ayudante de Murat.-Patrulla francesa.-Hace atmas contra la muchedumbre.-Propágase la insurreccion por todos los barrios de la córte.-Heróica y desesperada lucha entre los habitantes y las tropas francesas.Crueldad de la guardia imperial.-Forzada inaccion de las tropas españolas.-Rudo y sangriento combate en el cuartel de artillería.-Patriótica resolucion y muerte de Ve larde y Daoiz.-Oficios y esfuerzos de la Junta para hacer cesar la lucha y restablecer el sosiego. Ofrecimiento de perdon no cumplido.-Nuevo espanto en la poblacion.Bando monstruoso de Murat.-Prisiones arbitrarias.-Horribles ejecuciones.-Noche espantosa.-Carácter de los sucesos de este memorable dia.-Proclama del gran duque de Berg.-Salida del infante don Francisco.-Marcha y estraña despedida del infante don Antonio.-Murat presidente de la Junta suprema.-Es nombrado lugarteniente general del reino. Son comunicadas á la Junta las renuncias de los reyes en Bayona.Errada conducta de la Junta de gobierno.-Elige Napoleon para rey de España á su hermano José.-Manéjase de modo que aparezca como propuesto y pedido por los españoles.-Determina dar una constitucion politica á la nacion española.-Alocucion imperial. Convocatoria para un congreso español en Bayona.-Designanse las clases y personas que habian de concurrir á aquella asamblea.

Nos acercamos á uno de esos momentos críticos, supremos y solemnes de las naciones, en que el esceso del mal inspira y aconseja el remedio, en que la indignacion por la perfidia que se observa en unos, el dolor de las humillaciones y de la degradacion que es advierte en otros, producen en un pueblo una reaccion viva y saludable hacia el sentimiento de su dignidad ultrajada, le ha

cen volver en sí mismo, le sugieren ideas grandes y nobles, le dan el valor de la ira y de la desesperacion, le hacen prorumpir en impetuosos y heróicos arranques que admiran y asombran, y recobra al fin su honra mancillada, y recupera su empañado brillo. Pero no anticipemos mas reflexiones.

Mas prevenido esta vez y mas avisado que gobernantes y consejeros el ins⚫ tinto popular, tan receloso y desconfiado ya de los franceses como habia sido inocente y cándido al principio, veia con pena y con enojo el tortuoso giro que los negocios públicos llevaban. Mortificaba especialmente á la poblacion de Madrid el viaje y ausencia que con engaños y artificios se habia obligado á hacer á su querido Fernando, la libertad que por influjo del emperador y de sus agentes en España se habia dado al aborrecido Godoy, y el empeño de Murat por que se volviera á reconocer como rey á Cárlos IV. Dos franceses que fueron cogidos en una imprenta, tratando de imprimir aquella proclama del destronado monarca cuya publicacion habia sido suspendida por Murat á ruego de la Junta, solo se salvaron del furor popular por la maña de un alcalde de casa y córte, apresurándose tambien la Junta á cortar aquel incidente, aunque de un modo que satisfizo menos al pueblo que al gran duque de Berg. Fuera tambien de Madrid, en Toledo y en Búrgos, hubo motines y alborotos, en que se cometieron algunos escesos, que aunque provocados por la imprudencia y por la audacia de los franceses, servian á Murat para quejarse imperiosa y altivamente á la Junta, ponderando agravios y tomando pié para importunarla con exigencias y peticiones.

La Junta suprema, presidida por un príncipe de tan escasa capacidad como luego nos lo demostrará él mismo, si bien al principio un tanto limitada en sus atribuciones, las recibió después ámplias, en real órden comunicada por el ministro Cevallos desde Bayona, «para ejecutar cuanto conviniera al servicio «del rey y del reino, y para usar al efecto de todas las facultades que S. M. «desplegaria si se hallase dentro de sus estados.» Y sin embargo, no salió de su anterior irresolucion y flojedad. Lo que hizo fué enviar dos comisionados á Bayona, don Evaristo Perez de Castro y don José de Zayas, pidiendo instrucciones esplícitas sobre las preguntas siguientes: «4.a Si convenia autorizar á la «Junta á sustituirse en caso necesario en otras personas, las que S. M. desig«nase, para que se trasladasen á parage en que pudieran obrar con más liber«tad, siempre que la Junta llegase á carecer de ella: 2.a Si era la voluntad do «S. M. que empezasen las hostilidades, el modo y tiempo de ponerlo en ejecu«cion: 3.a Si debia ya impedirse la entrada de nuevas tropas francesas en Es«paña, cerrando los pasos de la frontera: 4. Si S. M. juzgaba conducente «que se convocáran las Córtes, dirigiendo su real decreto al Consejo, y en deafecto de éste (por ser posible que al llegar la respuesta de S. M. no estuviera

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«ya en libertad de obrar), á cualquiera chancillería ó audiencia del reino.»> Preguntas en que se descubria mas desánimo y perplejidad que aliento y decision. Pero tampoco mostraban mayor firmeza ni el soberano ni sus consejeros de Bayona, puesto que despues de aquella real órden autorizando á la Junta para todo, enviaron á Madrid al magistrado de Pamplona don José Ibarnavarro, que llegó la noche del 29 de abril, con encargo de decirle, «que no se hiciese no«vedad en la conducta tenida con los franceses, para evitar funestas consecuen«cias contra el rey y cuantos españoles acompañaban á S. M.» Y para poner el sello á las contradicciones, á renglon seguido declaró el régio emisario, despues de referir lo que pasaba en Bayona, «que el rey estaba resuelto á perder «la vida antes que acceder á una renuncia inícua... y que bajo este supuesto «y con esta seguridad procediese la Junta.» De modo que no es maravilla que los gobernantes de Madrid anduvieran fluctuantes y perplejos, viendo en el Consejo de Bayona tál contradiccion y tál incertidumbre.

Inerte y floja la Junta, altivo y osado Murat, haciendo diariamente alarde de su fuerza, ocupada la capital con la brillante guardia imperial de á pié y de á caballo y con la infantería que mandaba Musnier, colocada la artillería en el Retiro, rodeando las inmediaciones de Madrid el cuerpo del mariscal Moncey, y en otra línea mas atrás, en el Escorial, Aranjuez y Toledo, las divisiones de Dupont, formando entre todos un ejército de veinte y cinco mil hombres, mientras que apenas pasaba de tres mil la guarnicion española, el pueblo comprimido se agitaba sordamente, los mismos franceses observaban hasta en las miradas de los habitantes cierto aire de animadversion, y notaban en sus rostros algo de sombrío que Indicaba encerrar en sus pechos un enojo concentrado y contenido por el temor, pero que un ligero soplo podia bastar á hacerle estallar en impetuosa esplosion. Agregábase á esto el rumor que cundia, y la idea que se hacía formar al pueblo de la heróica resistencia que se decia estar oponiendo Fernando en Bayona á la renuncia de la corona que pugnaba por arrancarle Napoleon, siendo á sus ojos víctima indefensa de la violencia imperial.

Murat habia manifestado ya á la Junta en nombre del emperador que deseaba concurriese á Bayona cierto número de personas notables del reino, para consultar alli la opinion de todas las clases, y fijar del modo mas conveniente la suerte de la nacion. Y como la Junta esquivase el compromiso de esta medida y de este nombramiento, procedió él á señalarlas de propia autoridad, pidiendo para ellas los pasaportes. Accedió aquella corporacion á mandarlos estender, ciñéndose á prevenir á los nombrados que esperasen en la frontera las órdenes de S. M., á quien daba cuenta de aquella nueva vejacion. Asi iba marchando la Junta de condescendencia en condescendencia Y de de

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