Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Otros por el contrario, como los regimientos de Valencia y Murcia, despues de sostener un choque con los franceses, lograron ganar sin estorbo la frontera española. A la sombra, y como consecuencia de estos sucesos, y de los que por acá pasaban, subleváronse sucesivamente las provincias de Tras-os-Montes y Entre-Duero-y-Miño, cundiendo la insurreccion á Coimbra y otros pueblos de la de Beira, y estallando luego en los Algarbes y en todo el mediodía de Portugal. Entabláronse pronto tratos entre este reino y el de la Gran Bretaña, y se establecieron relaciones con varias provincias españolas. La situacion de Junot en Portugal quedaba siendo semejante á la de Murat en España, como habian sido acaso iguales sus aspiraciones.

Jamás pueblo alguno, nunca una nacion se levantó tan unánime, tan simultánea, tan enérgicamente como la España de 1808. No fué el resultado de anteriores acuerdos con potencia alguna estraña que ofreciera erigirse en protectora; no lo fué de premeditadas combinaciones y planes de las provincias españolas entre sí; su preparacion habria debilitado la espontaneidad y entibiado el ardimiento: la inteligencia con la Gran Bretaña vino después y como consecuencia de sucesos que cogieron á aquella nacion de sorpresa: los conciertos entre las provincias fueron tambien posteriores: uno y otro inspirado por la conveniencia mútua y por la necesidad de buscar apoyo y sostén á una situacion peligrosa. Por lo demás la insurreccion no fué sino el arranque vigoroso de un pueblo lastimado en su sentimiento mas noble, el de su digni dad y su independencia; fué el resentimiento de su amor propio ofendido, de su buena fé burlada; fué la indignacion concitada por la perfidia empleada para arrancarle sus objetos mas queridos; fué el estallido de la ira acumulada por tantos engaños y alevo as.

Al sacudimiento concurrieron y cooperaron como instintivamente, y sin distincion ni diferencia, todas las gerarquías, todas las clases, todas las profesiones de la sociedad. No puede decirse que una prevaleciera sobre otra en decision, ni que una aventajara á otra en entusiasmo. Clero, nobleza, pueblo, obispos, religiosos, magnates, generales, soldados, comerciantes, labradores, artesanos, jornaleros, todos en admirable consorcio se mezclaban y confundian, rivalizando en patriotismo, llevados de un mismo sentimiento, caminando á un fin, sin acordarse en aquellos primeros momentos de las distinciones sociales que en el estado normal de los pueblos separan al noble del plebeyo, al sabio del rústico, al rico del pobre, al magistrado del menestral, al que se consagra al sacerdocio del que so ejercita en las armas. Circunstancias casuales, no una preconcebida organizacion, hacian que en la formacion de las juntas predominára en cada localidad una ú otra clase, segun que individuos de unas ú otras se distinguian por su arrojo y ardor patriótico, ó

segun que por sus antecedentes y por sus prendas gozaban mas popularidad, y eran aclamados y elegidos. En este agregado incoherente de hombres do todas las gerarquías sociales, nombrados en momentos de turbacion y desasosiego, en que la necesidad, la pasion y la premura no dejaban lugar á la reflexion, ¿se estrañará que no todes reuniesen ni las luces, ni la pruden→ cia, ni el criterio para obrar como gobernantes con la discrecion y el tino que hubiera sido de desear, y que exigian circunstancias tan dificiles y espinosas? ¿Se estrañará que falto de combinacion el movimiento, fuera éste en su principio como dislocado y anárquico, no habiendo un centro de accion, creándose en cada comarca y en cada ciudad, casi en cada villa y en cada aldea, una junta independiente y con pretensiones de soberana? Y sin embargo, ya se advertian en algunos paises y poblaciones síntomas de tendencia hácia la unidad, que con el tiempo habia de buscarse, y tenia que venir. Y aun aquella misma multiplicidad y desparramamiento de juntas y de autoridades, que parecia un mal y un desconcierto, fué muy conveniente para que no pudiera ser paralizado aquel primer impulso, porque los interesados en detenerle ó en torcer su marcha, carecian de un blanco donde dirigir ó los recursos de la persuasion ó el empleo de la fuerza material. Uno y otro medio se debilitaban en su accion, otro tanto cuanto era estenso y dilatado el círculo, y estaban mas desmembrados, dispersos y sin cohesion los objetos á que intentaban dirigirla.

¿Se estrañará tambien, como no se desconozca la condicion de la humana naturaleza, que en tan general trastorno, en medio del fervor popular, irritadas y sueltas las masas, roto el freno de toda subordinacion y obediencia, desencadenadas las pasiones y desbordadas las turbas, se cometieran en uno ú otro punto desmanes, tropelias, y hasta asesinatos horribles, y repugnantes crueldades? Por desgracia no conocemos un sacudimiento social de éste género sin demasías que deplorar y sin tragedias que sentir, y bien cerca están las innumerables escenas de sangre y de horror de la revolucion francesa, en cu yo cotejo los escesos de la insurreccion de España son como los granos de arena al lado de una cadena de empinados riscos. Aqui, aparte de las abominables ejecuciones de Valencia dirigidas por un genio infernal, pero que al fin fueron castigadas con una prontitud y un rigor desusados en circunstancias tales, los demás fueron crímenes aislados, deplorables siempre, siempre punibles, y por cuya expiacion y escarmiento no dejaremos nunca de clamar, pero que no constituian sistema, ni bastaron á desnaturalizar el carácter de grandeza de aquella revolucion. En provincias enteras se hizo el movimiento sin tener que lamentar un solo esceso, y en muchas se procedió con laudable generosidad: el espíritu general que movió y guió el alzamiento era altamente patriótico; así

el torrente se hacía irresistible; ¿quién se atrevia á intentar contenerle? Doloroso es decirlo. Solo la Junta suprema de gobierno de Madrid (1), creyendo sin duda de buena fé que la insurreccion de las provincias, aunque fues un noble esfuerzo del heroismo español, traeria la ruina de la patria, por ser imposible vencer el poder inmenso de Napoleon; cada dia mas ciega y mas empeñada en su mal camino, cada dia mas supeditada á su presidente el lugarto niente general del reino Murat, no contenta con enviar por las provincias emi. sarios franceses y españoles con el encargo de alucinar con ofrecimientos á lqs gefes de la insurreccion y ver de torcer por todos los medios posibles su rumbo, publicó una proclama (4 de junio), en que es sensible leer párr. fos como Jos siguientes: «Cuando la España, esta nacion tan favorecida de la naturale «za, empobrecida, aniquilada y envilecida á los ojos de la Europa por los vicios «y desórdenes de su gobierno, tocaba ya al momento de su entera disolu«cion.... la Providencia nos ha proporcionado contra toda esperanza los medios «de preservarla de su ruina, y aun de levantarla á un grado de felicidad y esplendor á que nunca llegó ni aun en sus tiempos mas gloriosos. Por una de «aquellas revoluciones pacíficas que solo admira el que no examina la série do «sucesos que las preparan, la casa de Borbon, desposeida de los tronos que «ocupaba en Europa acaba de renunciar al de España, el único que le queda«ba: trono que en el estado cadavérico de la nacion.... no podia ya sostenerse: «trono en fin, que las mudanzas políticas hechas en estos últimos años la obli❝gaban á abandonar. El príncipe mas poderoso de Europa ha recibido en sus «manos la renuncia de los Borbones: no para añadir nuevos paises á su impe«rio, demasiado grande y poderoso, sino para establecer sobre nuevas bases la «monarquía española.... Y en el momento mismo que la aurora de nuestra fe«licidad empieza á amanecer, en que el héroe que admira el mundo, y admi«rarán los siglos, está trabajando en la grande obra de nuestra regeneracion «política.... ¿será posible que los que se llaman buenos españoles, los que aman

(t) Componian entonces la junta las personas siguientes: don Sebastian Piñuela, ministro de Gracia y Justicia; don Gonzalo O'Farril, de la Guerra; el marqués Caballero, consejero de Estado, gobernador del Consejo de Hacienda; el marqués de las Amarillas, decano del de la Guerra; don Pedro Mendinueta, consejero de Estado, y teniente general; don Arias Antonio Mon y Velarde, decano y gobernador interino del Consejo de Castilla; el duque de Granada, presidente del de las Ordenes; don Gonzalo José de Vilches, ministro del Consejo y Cá→

mara de Castilla; don José Navarro y Vidal, y don Francisco Javier Duran, ministro del mismo; don Nicolás de Sierra, fiscal de dicho Consejo; don García Xara, ministro del de Indias; don Manuel Vicente Torres Cónsul, fiscal del de Hacienda; don Ignacio de Alava, teniente general y ministro del de Marina; don Joaquin María Sotelo, fiscal del de la Guerra; don Pablo Arribas, fiscal de la sala de Alcaldes de Casa y Córte; y don Pedro de Mora y Lomas, corregidor do Madrid.

«de corazon á su patria, quieran verla entregada á todos los horrores de una «guerra civil.... etc (1).»

Pero afortunadamente ni aquellos emisarios (2), ni estas proclamas, ni el ofrecimiento del cuerpo de guardias de corps al gran duque de Berg para que le empleára donde quisiera á fin de restablecer la pública tranquilidad (3), dieron otro fruto que el de exasperar más los ánimos del pueblo en vez de apaciguarlos, y el movimiento nacional continuó grandioso é imponente, dispuestos los hombres á sostener resuelta y denodadamente la gran lucha que pronto iba

á comenzar.

1808.

(1) Gaceta de Madrid del 7 de junio, Pero el de Lazan, tan pronto como llegó á aquella ciudad, en vez de contrarir el movimiento se unió á su hermano y le ayudó á darle impulso, y cooperó después con él en todo.

(4) Uno de ellos fué el marqués de Lazan, hermano mayor del nuevo capitan general de Aragon Palafox, enviado á Zara. goza para que influyera en el sentido que la Junta queria y en contra del alzamiento.

(3) Gaceta del mismo dia 7 de junio.

CAPITULO XXV.

LA CONSTITUCION DE BAYONA.

JOSÉ BONAPARTE REY DE ESPAÑA.

1808.

Proclama de la Junta de Madrid acerca de la convocatoria á Córtes en Bayona.-Algunos diputados se niegan á concurrir, y no van.-Escrito notable del obispo de Orense so❤ bre este asunto.-Llega á Bayona José Bonaparte.-Es reconocido como soberano do España por los españoles alli existentes.-Primer decreto de José como rey.-Otros decretos.-Reunion y apertura de la asamblea de los Notables españoles para discutir cl proyecto de Constitucion.-Sesiones dedicadas á este objeto.-Aprobacion y jura de la Constitucion.-Los diputados españoles en presencia de Napoleon.-Breve idea de aquel Código.-Felicitaciones de Fernando VII. y de su servidumbre à Napoleon y al rey José.-Ministerio de José Napoleon 1.-Negativa de Jovellanos.-Dispone José su entrada en España.-Su proelama á los españoles desde Vitoria.-Su viage hasta Madrid.-Entrada en la capital: recibimiento.-Su solemne proclamacion.-Silencio y frialdad en el pueblo; síntomas de disgusto. --Antecedentes, carácter y prendas del rey José.-Cómo las desfiguró el ódio popular.-Cómo se le retrataba á los ojos del pueblo. -Influencia de estas impresiones en los acontecimientos sucesivos.

Conveniente será, antes que entremos en la relacion de los combates y bechos de armas á que quedamos avocados, informar á nuestros lectores de lo que en este tiempo se hacia por parte de Napoleon y de la Junta de Madrid para cumplir el ofrecimiento, que, aquél primero y ésta después, habian hecho á los españoles de regenerar la monarquía sobre nuevas bases y saludables reformas políticas. «A este fin, decia la Junta en su proclama, ha lla«mado cerca de su augusta persona diputados de las ciudades y provincias, y de los cuerpos principales del Estado: con su acuerdo formará leyes funda«mentales que aseguren la autoridad del soberano y la felicidad de los vasa

« AnteriorContinuar »