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hermanos marqués de Lazan y Palafox y Melci, acercóse el 44 de junio a Zaragoza, donde en el anterior capitulo le dejamos, con la confianza de no encontrar resistencia séria que impidiera su entrada en una ciudad desguarnecida de tropas, puesto que solo contaba dentro de su recinto sobre trescientos soldados, con unos pocos cañones sin artilleros que los manejaran, y á la cual circundaba en vez de muro una pared de diez á doce pies de alto, parte de tapia y parte de mampostería. No calculaba el francés, ¿y cómo podria imaginarlo? que aquellos nobles, valerosos y altivos moradores, habian de hacer de sus acerados pechos, en que hervía el fuego de la independencia y del amor patrio, otros tantos muros en que se estrellára toda la fuerza, todo el poder del vencedor de Europa, y que habian de hacer revivir los tiempos heróicos con tales hazañas que parecerian fabulosas.

Desconcertados y confusos anduvieron los zaragozanos la noche del 14 y mañana del 15 de junio, viéndose tan de cerca amenazados por las tropas de Lefebvre. Faltól es tambien aquel dia lo que más hubiera podido animarlos, que era la presencia de su amado caudillo Palafox, el cual con las pocas tropas que tenia y algunos paisanos, llevando ademas consigo al capitan de artillería don Ignacio Lopez, el único que habia que supiera manejar aquella arma, salió de Zaragoza hácia Longares y puerto del Frasno, camino de Calatayud; movimiento acertado para sus fines, pero que dejaba desamparada la ciudad, a cuyas puertas se presentó ufano el francés á las nueve de la mañana con su division vencedora. Deliberaban el ayuntamiento y autoridades sobre el partido que convendria y se podria tomar, cuando penetró de improviso en el salon un grupo de paisanos armados de trabucos, diciendo que despejaran la pieza porque iban á ocupar los balcones para hacer fuego al enemigo. Otros habian salido ya á querer disputar la entrada á la avanzada francesa: rechazóles ésta fácilmente, mas como algunos ginetes penetráran en pos de ellos en la poblacion, viéronse de tal modo acosados por hombres, mugeres y niños, junto con algunos miñones y voluntarios al mando del coronel Torres, que casi todos fueron destrozados junto à la puerta llamada del Portillo. Pequeño principio de combate, que comprometió á una defensa ruda y obstinada.

Todos los habitantes, sin distincion de clase, sexo ni edad, comenzaron á moverse; los mas robustos trasladaban á brazo los cañones á los puntos por donde calculaban que los enemigos intentarian penetrar, y bien que careciesen de oficiales in eligentes, no por eso dejaron de hacer terribles descargas. Era de ver cómo al toque de rebato acudia á la lid toda la poblacion. El francés determin atacarla con tres columnas por tres diferentes puntos, á saber, por las puertas del Portillo, Cármen y Santa Engracia. No advirtió la

primera de ellas que por la derecha podia ser flanqueada por los fuegos del castillo de la Aljafería, y asi fué que se vió ametra lada por los que guarnecian aquel fuerte, capitaneados por el oficial retirado don Mariano Cerezo. No fué mas afortunada la que embistió la puerta del Cármen, puesto que hubo de retroceder tambien acribillada por la fusilería de los que tiraban guarecidos de las tapias, edificios y olivares. En mal hora penetró por la de Santa Engracia un trozo de caballería francesa, pues al intentar apoderarse de un cuartel inmediato, la mayor parte pagó con la vida su atrevimiento. Hasta tres veces fué disputada la posesion de este cuartel, y otras tantas fueron rechazados los franceses despues de sangrientos combates en patios, cuadras y corredores. Y entretanto peleábase tambien con furor en un campo llamado de las Eras, con cuyo nombre designaron algunos la batalla de aquel dia, á la cual solo puso término la noche, retrándose al amparo de ella los franceses, despues de dejar en el campo quinientos cadáveres, con seis cañones y otras tantas banderas. Lo notable de este triunfo no fué solo el valor de los hombres que peleaban, ni el arrojo de las mugeres que á porfía y en medio del fuego y de los peligros corrian á alentar á sus hijos y esposos, y á llevarles víveres, refrescos y municiones, sino que se hubiera logrado sin caud llo que los dirigiera y sin gefe que los guiara, sino mandando todos Y todos obedeciendo á aquel que por el momento conseguia ejercer sobre los otros mas ascendiente (1).

Para remediar este mal, que en otra ocasion podria ser muy funesto, y hallándose ausente su querido general Palafox, pidió el vecindario por medio de sus diputados y alcaldes que hiciera sus veces el intendente y corregidor don Lorenzo Calvo de Rozas, hombre de un esterior frio, pero de un alma fogosa y ardiente, y muy para el caso en aquellas circunstancias. Asi fué que bajo su direccion tomó aquella misma noche la ciudad un aspecto y una animacion estraordinaria: se buscaron y nombraron gefes: se les señalaron puntos; se mandó abrir zanjas, construir baterías, componer armas; se distribuyeron los trabajos de defensa, sin que faltase ocupacion ni para los religiosos, ni para las mugeres y los niños, pues mientras los unos hacian tacos de cañon y de fusil, las otras cosian sacos, ó los rellenaban de arena; y para evitar confusion y es

(4) Hubo sin embargo algunos militares que parcialmente mandaban en ciertos sitios, como el capitan Cerezo, el coronel don Mariano Renovales, los tenientes Tornos, Viana y otros; como tambien labradores que capitaneaban los paisanos de su parroquia, como don José Zamoray. Entre las mugeres se distinguieron doña Josefa Vicente, esposa

de don Manuel Cerezo, hermano de don Ma◄ riano; Estefania Lopez y algunas otras. Muchas particularidades de aquel célebre combate, que nosotros no podemos detenernos á referir, pueden verse en la Historia de los dos sitios de Zaragoza, por don Agustin Alcaide Ibieca, tres volúmenes en 4.o

cesos y que las tareas no se interrumpiesen, se mandó alumbrar toda la poblacion, y patrullar por las calles. La guardia de las puertas se confió no solo á militares, sino á paisanos, y aun a eclesiásticos acreditados de intrépidos y valerosos (1). Trazáronse cbras de fortificacion, para lo cual se sacó de la cárcel al ingeniero don Antonio Sar. Genis, preso en la tarde equivocadamente como sospechoso por los paisanos, y á falta de otros ingenieros militares servíanle de ayudantes los hermanos Tabuenca, arquitectos de la ciudad. Todo era pues movimiento, animacion, trabajo y entusiasmo, y en las mismas ó semejantes operaciones se pasó el dia siguiente (16 de junio), con ser la gran festividad del Corpus.

No se atrevió Lefebvre á intentar nuevo ataque hasta que recibió refuerzos de Pamplona con artillería de sitio. Creyóse intimidar la ciudad enviando una comunicacion en que conminaba con pasar á cuchillo todos sus habitantes si no se daban á partido. La respuesta fué tan altiva y tan digna como era de esperar de ánimos tan esforzados, orgullosos ya además con el heróico triunfo del dia 15. Y mientras el enemigo artillaba una altura inmediata, llegaban á la ciudad soldados del regimiento de Extremadura, se ampliaba la junta militar, y se guarnecia el punto de Torrero. Entretanto el general Palafox, unido en Calatayud con el baron de Versages, y luego con su hermano el marqués de Lazan en la Almunia, llevando una division de seis mil hombres con cuatro piezas de artillería, marchó á Epila (23 de junio), célebre por una batalla en los fastos aragoneses, y punto, á juicio de otros gefes, poco militar para espear al enemigo, pero que tuvieron que ceder y someterse a la resolucion inquebrantable de Palafox. Faltóle tiempo á éste para desarrollar su plan, porque anticipándose a él los franceses, à las nueve de la noche del 23 dieron sobre los nuestros, sorprendiendo y haciendo prisionera una avanzada, propio des. cuido de gente inesperta. La accion fué tambien desordenada, y á pesar del esfuerzo de la caballería y de algun regimiento de línea, tuvo Palafox que reti. rarse la vuelta de Calatayul con pérdida de mil quinientos hombres entre muertos y heridos, entrando al dia siguiente Lefebvre en Epila, donde cometieron los suyos los estragos de costumbre, entre otros el de asesinar á un sacerdote y treinta y seis personas más.

Habian tenido razon los que opinaron en contra de la marcha de Epila, y Palafox además se convenció de que no era en batalla campal y con gente recluta como le convenia combatir á los franceses, sino robusteciendo y ayudando á los heróicos pero comprometidos defensores de Zaragoza, á cuya ciudad

(!) En la llamada de Sancho, por ejem- ayudantes era el presbítero don Manuel Laplo, se colocó al beneficiado de la parroquia sartesa. de San Pablo don Santiago Sas, y uno de sus

acudió su hermano el de Lazan llamado por Calvo de Rozas al dia siguiente de la derrota de Epila, alarmado con la noticia de que el enemigo iba á Lombardear la poblacion. Con tál motivo, y queriendo asegurarse del espíritu del pueblo y de la tropa, convocaron el de Lazan y Calvo una junta de autoridades, eclesiásticos, corporaciones y vecinos de todas las clases, en la cual se acordó defender la ciudad hasta morir; y para sellar esta resolucion con un compromiso sagrado y solemne, se dispuso que al dia siguiente (26 de junio), oficiales, soldados, vecinos y paisanos armados, ante la bandera de la Virgen del Pilar, prestarían el juramento cívico en la plaza del Cármen y en las puertas. A la hora designada y delante de una muchedumbre inmensa el sargento mayor de Extremadura preguntó en alta y sonora voz: «¿Jurais, valientes y leales solda«dos de Aragon, defender vuestra santa religion, vuestro rey y vuestra patria, <«<sin consentir jamás el yugo del infame gobierno francés, ni abandonar á vues«tros gefes y esta bandera protegida por la Santísima Virgen del Pilar nuestra «patrona?»-Un inmenso gentío respondió á voz en grilo: «Si juramos.>>

Oportuna fué esta ceremonia y este sagrado empeño para reanimar los espíritus y neutralizar la impresion de los contratiempos y peligros que en aque llos dias corrieron los zaragozanos. Despues de la derrota de Epila se vió el intendente Calvo de Rozas en riesgo de ser víctima de un artificio de mal género empleado por un comandante enemigo: primeramente con apariencias de querer entregarse, y después so pretesto de conferenciar, sacóle al campo, donde tuvo luego la avilantez de decirle que de no entregar la ciudad quedaria muerto ó prisionero. Salvóle de tan indigno lazo su serenidad y valor. Y como después platicase con los generales mismos, que insistian en la entrega, ofreciendo respeto á las personas y propiedades, y mantener á todos y cada uno en sus destinos y empleos, ó degollar en otro caso á todos los moradores, contestó primero Calvo de palabra con entereza y brío, y después el gobernador militar marqués de Lazan por escrito, tan dignamente como ya lo habia hecho ocho dias antes. A poco de esto volóse con estruendo horrible (si por descuido, ó por obra de mano enemiga, no se sabe) el depósito de pólvora de la ciudad, confundiéndose por los aires envueltos en la humareda trozos de edificios, vigas, carros, y lo que era mas horroroso, miembros dispersos de bastantes infelices que fueron víctimas de la esplosion: lamentable tragedia, que produjo sucesivamente asombro y llanto en aquellos moradores (27 de junio). Acabó de hacer crítica su situacion la llegada al campamento enemigo del general Verdier con un refuerzo de tres mil ochocientos hombres, treinta cañones de grueso calibre, cuatro morteros y doce obuses. Verdier, como mas antiguo, tomó el mando en gefe de todos las fuerzas sitiadoras.

Aprovechó el francés el aturdimiento y la consternacion en que puso á la

ciudad el incendio del almacen de la pólvora para dirigir contra ella nuevos ataques, que sin embargo fueron rechazados con vigor. Pero otro contratiempo ocurrió en aquellos dias de prueba á los sitiados. Atacado el Monte Torrero por tres columnas francesas, el comandante Falcó que defendia aquel puesto con varias piezas, algunos soldados de Extremadura y doscientos paisanos, despues de algunas horas de resistencia le abandonó retirándose á la ciudad; codacta que fué calificada de traicion por el vecindario, acaso con mas pasion que fundamento, pero que sometido al fallo de un consejo de guerra acabó por ser arcabuceado. El daño que causó su retirada habia sido en efecto grande. Dueño el enemigo de aquella altura, colocada en la eminencia una batería de gruesos cañones y morteros, comenzó, al propio tiempo que con otras levantadas en otros puntos, á bombardear horriblemente la ciudad el 30 de junio. A tiempo llegaron aquella misma noche trescientos soldados de Extremadura y cien voluntarios de Tarragona. Lejos de amilanarse los vecinos con la destruccion y el estrago de las bombas en casas y templos, diéronse á trabajar todos á competencia, los unos en abrir zanjas en las calles y atronerar puertas, los otros en levantar baterías, ó arrumbar cañones viejos ó apilar sacos de tierra, los otros en traer las aguas del Huerva á las calles para apagar los incendios, y los que más no podian empleándose en trabajos útiles en los sótanos, ó poniéndose de atalayas en las torres para observar los fogonazos y avisar la llegada de las bombas; y otros en fin, ¡prueba grande de magnanimidad y patriotismo! quemando y talando sus propias quintas, huertas y olivares, que perjudicaban á la defensa encubriendo los aproches del enemigo.

La mañana siguiente (1.0 de julio) ordenó Verdier un ataque general en todos los puntos, batiendo al propio tiempo la Aljafería, y las puertas de Sancho, Portillo, Cármen y Santa Engracia, que defendian oficiales intrépidos como Marcó del Pont, Renovales, Larripa, y algunos otros (1). Arreció principalmente el fuego en la del Portillo, siendo en aquel puesto tál el estrago, que los cañones quedaron solos, tendidos en el suelo y sin vida todos los que los habian servido. Dió esto ocasion à una de aquellas proezas insignes que dejan perpétua memoria á la posteridad, y se citan y oyen siempre con maravilla. Viendo una muger del pueblo, jóven de veinte y dos años y agraciada de rostro, que una columna enemiga avanzaba á entrar por aquel boquete, y que no osaba presentarse un solo artillero nuestro, con ánimo varoníl y resolucion asombrosa arranca la mecha aún encendida de uno de los que en el suelo yacian, aplicala á un cañon de veinte y cuatro cargado de metralla, y causa des

Como el ayudante de campo de Pala y durante todo el sitio hizo servicios muy fox, don Fernando M. Ferrer, que aquel dia, importantes.

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