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Una nación que ha pasado tres siglos de inconsciente existencia, cuyo resultado ha sido una serie de cataclismos cada vez más trascendentales, necesita de hombres patriotas y abnegados que se consagren a la dura tarea de escabar tanta y tanta ruina, para descubrir bajo de los escombros siquiera una que ctra reliquia de tiempos gloriosos, desgraciadamente pasados.

Entre esas preciosas reliquias del pasado del Perú se encuentran las obras. de su literatura, y la ignorada personalidad de muchos hombres, tan modestos como laboriosos e ilustrados, que consagraron su vida toda al cultivo de las letras y especialmente a describir los tesoros que una naturaleza pródiga ha derramado en esta tan desdichada patria peruana. Del número de esos inolvidables obreros del progreso intelectual del Perú son, y en primera línea, dígase lo que se quiera, los miembros de nuestras órdenes religiosas, y en particular nuestros antiguos Jesuitas.

El Perú durante los tres siglos de la dominación española ha pasado por una verdadera Edad Media; y así como en Europa durante igual época la ciencia se refugió en los claustros, igual cosa ha sucedido entre nosotros. Por eso, cualesquiera que sean las opiniones religiosas del historiador de nuestra literatura, a fuer de imparcial narrador del pasado, no puede dejar de reconocer este hecho incuestionable, que se impone fatalmente en cada página de nuestra historia. Ahí están si no los nombres inolvidables de los famosos escritores, que se llaman: los Padres Domingo de Santo Tomás, Acosta, Valera, Oré, Meléndez, Calancha, Córdova, Valverde, Pérez Menacho, Avendaño, Alvarez de Paz, Rodrigo Valdez, Aguilar, Rher, Sánchez y tantos y tantos, cuyos meros nombres llenarían muchas líneas si quisiéramos citarlos todos.

De estos escritores muchos han alcanzado fama, mayor o menor, porque han tenido la suerte de que sus obras fuesen publicadas durante sus días, y así se han podido apreciar los tesoros de erudición que encierran, las bellezas de su estilo y los preciosos datos que proporcionan para la historia; pero otros han tenido la desdicha de que la muerte los haya sorprendido antes de dar sus obras a la estampa, y hasta el día yacen en la tumba de los archivos. De este número es un ilustre jesuita, que si no vió en este país la luz primera, casi puede llamarse peruano, por haber vivido entre nosotros desde sus primeros años y haber consagrado sus escritos a describir el Perú y su hermosa capital:

hablamos del P. Bernabé Cobo, cuya biografía nos proponemos trazar en estas páginas. (1).

Lopera, aldea de 500 almas, del antiguo reino de Jaén en España, fué la patria del P. Bernabé Cobo. Según leemos en una información autógrafa (que en dicho pueblo se hizo para comprobar la pureza de su origen, primero en 1601 cuando nuestro autor pretendió entrar a la Compañía de Jesús, y después en 1607), consta por la declaración de los testigos: que su familia era de las principales del lugar; que su abuelo había sido Alcalde y su tío materno era el Presbítero D. Alonso Díaz de Peralta, de la orden de Calatrava, quien organizó el expediente a que nos referimos, respecto al nacimiento de nuestro autor. (2)

Nació éste en 1582, y fueron sus padres D. Juan Cobo y su esposa Doña Catalina de Peralta. Cuando en 1607 declararon varios testigos acerca de la familia de Cobo, ya había muerto aquel, pero aún vivía ésta en Lopera. Probablemente la muerte del padre sería a causa de la salida de Bernabé de su pueblo, en busca de aventuras, a la temprana edad de catorce años: cosa muy común en la España de entonces, como sucedió a Cieza de León, y a tantos y tantos, que venían por centenares, a buscar fortuna en las ricas colonias del Nuevo Mundo.

En 1596, uno de los jefes de flota que trataba de reunir gente para sus expediciones ultramarinas, atrajo gran cantidad de aventureros, anunciándoles que partía para el país encantado y fabuloso por sus riquezas, que por eso llamaron El Dorado, y cuya descripción ya había sido popularizada por otros viajeros de la América tropical. Las relaciones de los fabricantes de aéreos castillos y de países imaginarios, no podían dejar de hallar crédito en la España Caballeresca de D. Quijote, que ha dado origen al adagio francés, aplicado a todos los soñadores de siempre: faire des châteaux en Espagne, lo que significa hacer castillos en el aire.

En esa época de aventuras, los castillos se soñaban en América, y en el caso presente, el castillo a la moda, al expirar el siglo XVI, se llamaba El Dorado; nombre que hasta hoy conserva su significado fantástico, y que si hubiera de creerse a los primeros explotadores de Amazonas y Orinoco, era un imperio deslumbrador, digno de figurar en los cuentos de las "Mil y una Noches", y que se decía existir en esas regiones de exuberante vegetación. Los soñadores y embusteros que de ese país hablaban, lo describían como un remedo de Edén, donde todo era oro, abundancia y dicha completa; por lo que es de imaginarse el candoroso entusiasmo con que se alistarían en semejantes expediciones, que tanto prometían, jóvenes tan tiernos como nuestro Cobo, que apenas tenía catorce años; pues esa es la edad en que todo se crée, todo se espera y nada se teme, porque poco o nada se piensa y solo se vive de sentimiento y de aspiración a lo desconocido.

Nuestro Cobo fué, pués, uno de los muchos que creyeron las fantásticas descripciones del famoso Dorado; y en consecuencia se embarcó con otros muchos incautos, en la flota que partió hacia América en 1596. Pocos meses des

pués arribaban a Santo Domingo, de donde se dirigieron a las costas de Venezuela, sin duda en busca del Orinoco o del Amazonas, donde entonces se suponía que existía en encantado imperio de tantos ensueños.

No nos dice Cobo los lugares que recorrieron y lo que en ellos sufrieron, sin encontrar lo que buscaban; y solo hallamos en sus escritos una que otra lijera alusión, en que, de paso, insinúa lo mucho que sufrió, y cómo fueron todos engañados lastimosamente por el jefe de la expedición. Es de suponer que nuestro autor recorrería buena parte de Venezuela y Colombia en busca del ansiado país del oro, y que, cansado de no encontrarlo, regresaría a Panamá con los que salvaron con vida, y de allí conseguiría embarcarse para el Callao, donde sabemos llegó en Enero o Febrero de 1599. (3)

A la edad de 17 años llegó Bernabé Cobo a la ciudad de los Reyes; pero no debía ser muy desvalido y gozaría de alguna protección poderosa, cuando pocos meses después vemos al aventurero desengañado, en los claustros del aristocrático colegio de San Martín, poco antes fundado por el Virrey D. Martín Enríquez.

Como este colegio era dirigido por los Padres de la Compañía de Jesús, no tardaron éstos en atraerlo a su seno; y en 1601 dejaba los estudios para pasar al noviciado de San José del Cercado, en donde fué recibido el 12 de Octubre por el Provincial Rodrigo de Cabredo. Dos años después hacía los primeros votos y hacia 1608 debió recibir las órdenes sagradas. (4)

Pocos son los datos que el mismo autor nos suministra sobre su vida en diversos pasajes de sus obras; y a partir de este momento de su permanencia en Lima, solo hallamos fechas y datos aislados que aquí trataremos de coordinar, agregando otros apuntes que hemos encontrado, examinando los papeles de los Jesuitas, que esaban en lo que fué nuestro Archivo Nacional.

Según esos datos aparece: que el P. Cobo estuvo en Lima, ocupado en diversos ejercicios de su ministerio, desde 1606 hasta 1615, en que hizo la tercera probación, después de haber concluído su curso de Artes y Teología, y haber sido examinado por cuatro Padres, que le dieron el siguiente calificativo: "satisfecit mediocriter", es decir, que el examen no pasó de mediano y no distaba de ser insuficiente. Se ve que nuestro autor tenía poca inclinación a las materias escolásticas, mientras consagraba lo mejor de su tiempo a los estudios históricos y descriptivos de la Naturaleza en el Nuevo Mundo, los únicos que debían inmortalizarlo, (5)

El P. Cobo fué enviado a fines de 1615 a Juli; (6) para la probación que es tercer noviciado que hacen los jesuitas antes de la segunda profesión; y nos dice él mismo, que esa fué una de las tres veces que pasó la cordillera y que sufrió mucho del soroche o mareo, 'cosa que no le había sucedido en ninguna de sus muchas y largas navegaciones". (7)

De 1616 a 1618 estuvo el P. Cobo en Potosí, Cochabamba, Oruro, La Paz y Juli, por donde pasó este último año, de regreso hacia Arequipa, donde fué Rector; después debió volver a Lima, de donde se dirigió al colegio de Pisco, y allí parece estuvo hasta 1626, probablemente en calidad de superior. En ese

año pasó por Ica, en camino para Huamanga, donde permaneció poco tiempo, y estaba de regreso en Lima en 1628 a 29, ocupado de escribir su Historia de la capital del Virreinato. (8)

En 1630 fué enviado a Méjico el P. Cobo, después de haber pasado treinta y un años en el Perú, y allá permaneció más de nueve, como lo dice en la dedicatoria de la Historia de Lima, que está fechada en Méjico, a 24 de Enero de 1639. Sentimos no tener a la mano la Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, que escribió el distinguido P. Francisco Javier Alegre, y que en 1841 publicó D. Carlos María Bustamante, pues en ella sin duda se deben encontrar datos sobre su permanencia en esa ciudad, adonde sospechamos que iría como Rector del Colegio Máximo, haciendo antes de partir la profesión de cuatro votos, requisito indispensable para esos cargos. (9)

Es indudable que su regreso a Lima, aunque se ignora a punto fijo la fecha debió ser después de 1650, pues no aparece en las listas de las Congregaciones provinciales de Lima, anteriores a esas fechas, que hemos consultado, y si solo en la de 1653. En esta última fecha se sabe que concluía de escribir su obra en Lima; y el P. Diego de Córdova en su Crónica de la provincia de los doce Apóstoles del Perú, que se imprimió en Lima en 1651, pág. 687, dice: que el P. Cobo "vivía en el Callao mientras se imprimía su obra". Quiere decir, que de 1650 a 53, más o menos, residía el P. Cobo en la casa que la Compañía tenía en el vecino puerto, probablemente en calidad de Rector, u otro cargo apropiado a su edad y merecimientos. (10)

El P. Anelo Oliva, que en esa misma época vivía en Lima, y que nos ha dejado la "Historia de los Varones ilustres de la Compañía de Jesús en el Perú", cuyo manuscrito autógrafo conseguimos comprar en Europa, nada nos dice de nuestro P. Cobo, ni era de esperarlo, tratándose de uno de sus compañeros que aún vivía". Lo único que sabemos es: que Cobo falleció en Lima el 9 de Octubre de 1657, a los 75 años de su edad, 60 pasados en América, en esta forma: los 2 primeros en Santo Domingo y Venezuela en busca del Dorado, 48 en el Perú en dos épocas, y 20 en Méjico. (12)

II

He aquí cuanto hemos podido averiguar con gran diligencia acerca de la vida del autor de la Historia de Lima, (13) que hoy publicamos, y será justo que ahora digamos algo de esta y de las demás obras que le debemos, y sin las cuales la posteridad habría sin duda dejado en el olvido el nombre del P. Bernabé Cobo.

El mismo nos dice: "que siempre fué muy dado al estudio de la historia y especialmente a la del Nuevo Mundo; que notó las inexactitudes de muchos cronistas y quiso corregirlas; que conoció a muchos conquistadores y a sus hijos, de los que adquirió grandes informes, y que se dedicó a escribir una Historia Natural y Universal de las Indias. (14)

Respecto al plan de esta obra y otros detalles importantes acerca de su

autor, creemos que los lectores preferirán la descripción interesante hecha por el sabio naturalista Cavanilles, que tuvo a la vista los originales del P. Cobo, los estudió y publicó en parte. He aquí lo que leemos sobre el particular en su Discurso sobre algunos botánicos Españoles del siglo XVI, leído en el Real jardín botánico de Madrid, al principiar el curso de 1804.

Cavanilles, que era de Jaén, supone equivocadamente a Cobo del mismo pueblo, siendo de Lopera, como ya lo hemos dicho, en vista de los documentos autógrafos de nuestros archivos. (15) Asi mismo se equivoca en la fecha del nacimiento de nuestro historiador: pero son precisos los siguientes datos con que continúa la noticia que nos dá de su tan admirado Padre Cobo. Dice pues así: "Cobo se embarcó para América en 1596, en que llegó a Santo Domingo. Recorrió con cuidado aquella isla y las de Barlovento; pasó después a la Nueva España, y últimamente a la América meridional, donde permanecía aún en 1653, después de 57 años de estudiar sin interrupción el suelo que pisaba, su geografía, meteoros, hombres, animales, plantas y minerales. Se había dedicado a esta ocupación para satisfacer de algún modo sus deseos de saber; y porque comprobando a cada paso ser falsas o exageradas las noticias que de aquellas tierras y producciones se publicaban en Europa, formó el proyecto de escribir una historia verídica, dando en ella un lugar distinguido a las producciones naturales, porque nadie hasta entonces las había tratado con dignidad. Empleó en esta obra 40 años, y la tituló Historia del Nuevo Mundo: creyó que pasaría entera a la posteridad; pero por desgracia desapareció casi toda con el trascurso de los tiempos, quedándonos la cuarta parte escasa, que por fortuna descubrió nuestro Muñoz en la biblioteca pública de San Acasio, propia de la ciudad de Sevilla". (1)

Abraza el manuscrito los diez primeros libros, de los 43 contenidos en la obra original, (2) y en tres de aquellos la historia de los vegetales. Como se proponía describirlo con exactitud, los observaba repetidas veces y en temperaturas muy diversas; y por lo mismo notó que sus tamaños, flores, y hasta la forma de sus hojas solían variar, de modo que era muy difícil, cuando no imposible, reconocerlos y determinarlos. Verdad inconcusa, y mucho más en aquellos tiempos, en que se ignoraba la existencia, modificaciones y empleo de los órganos sexuales, como igualmente las diversas, bien que constantes formas, de los pericarpos, y la fábrica interior de las semillas. También notó que una misma planta tenía varios nombres en diversas provincias, resultando de aquí falsas especies en perjuicio de la ciencia; y para evitarlo en lo posible, indagó los que tenían cada vegetal en las lenguas quichua y aimará, los que ponían al describirlo, añadiendo el sitio en que crecía, sus virtudes y usos económicos".

"Imitó en esto Cobo a sus predecesores y coetáneos, más no en las descripciones. Fueron las de aquellos obscuras, y limitadas a la forma de raíces y hojas, comunes muchas veces a plantas de diversas virtudes. Las de Cobo, al contrario, perspícuas y tan completas, como se podían exigir de uno que no conocía los sexos ni su oficio. Dió muchas, a la verdad, diminutas; pero en otras,

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