Imágenes de páginas
PDF
EPUB

desplegó la fuerza de su genio observador y filosófico, y elevando su estilo a una altura antes desconocida, pintó los vegetales con colores tan vivos y con caracteres tan sólidos y constantes, que hoy día los puede reconocer cualquier botánico. Todas las descripciones de esta naturaleza están marcadas con el sello duradero de la verdad y de las más prolija exactitud; y si empleó en ha cerlas 40 años, es porque se propuso escribir para la inmortalidad”.

"Dirán tal vez algunos que mis expresiones son exageradas para ensalzar al héroe que elogio, y que no corresponden a su mérito. Para disipar toda sospecha, y para confirmar mis asertos con hechos incontestables, copiaré aquí algunos descripciones del autor, y sea en primer término la que da de los amancaes, en el capítulo 42 del libro cuarto. Dice el P. Cobo:

Las flores que corresponden a nuestros lirios y azucenas son las que los índios del Perú llaman Amancaes, de las que se hallan muchas diferencias. La primera y la más hermosa de todas es el Amancae blanco, cuya mata es semejante a la del lirio cárdeno, si bien tiene alguna diferencia en sus hojas, las cuales son de dos tercias de largo y de cuatro dedos de ancho, con lomo por en medio y acanaladas, de un verde más obscuro que el de las hojas del lirio. La raíz, asi de este amancae como los demás, es una cebolla blanca, tan gruesa como el puño, parecida a las cebollas de Castilla. La flor es muy semejante a la azucena en el tamaño y figura; pero es más artificiosa y de mejor parecer. Tiene seis hojas blancas, semejantes a las de la azucena, y dentro de ellas una hermosa campanilla blanca, que tiene de largo unos cuatro dedos, y la boca de diámetro de tres dedos, la cual se remata en seis picos o puntas; y por la parte de adentro nacen desde el pezón seis venillas verdes, que hacen lomo, relevado en la misma campanilla, del remate de cada una de las cuales nace un botoncito amarillo de hechura de un grano de trigo. Nacen estas flores de sus matas, de esta forma: de cada tallo, de muchos que produce el pié de dos codos de alto, y tan grueso como el dedo pulgar, nacen diez o doce flores, no todas juntas, sino sucesivamente de tres en tres, y de cuatro en cuatro; y como se van secando unas van brotando otras. Después que ha echado cada tallo sus flores, nacen en el remate del tallo cuatro o cinco bolillas redondas, tan gruesas como medianas aceitunas, en que está encerrada la semilla. Tiene esta flor muy poco olor, y ese no muy grato. El Amancae se llama así en la lengua quichua, y en la aimará se llama Amancayo".

"No se contentó Cobo con medir las partes de esta planta y explicar sus formas y colores: notó además aquel órgano peculiar que llama campanilla, y y en su interior las seis venillas verdes, con igual número de anteras, calificadas allí de botoncillos amarillos, para indicar sin duda el principal carácter de este género, reconocido medio siglo después con el nombre de Narcisus y para distinguirlo de sus afines Amaryllis y Pancratium.

"Continuemos en confirmar mi aserto, al ver como describe la flor de la Trinidad en el capítulo 67 del libro 5.°

"De las flores naturales de Indias, la más vistosa que hay, a juicio de muchos, es la que llamamos de la Trinidad. La mata de que nace es alta dos o tres

palmos: echa sus hojas muy parecidas a las de la palma cuando es muy pequeña, antes que haga tronco, por las cuales a lo largo discurren unos nervios. El vástago en que la flor nace es semejante al del lirio en el tamaño: es muy verde, redondo y liso. La flor tiene un pezoncillo con que está asida al tallo, de cuatro o cinco dedos de largo, delgado y liso: la flor se forma en tres grandes, que cada una tiene de largo cuatro dedos: están puestas en triángulo perfecto, de esta suerte: desde el pezón a la mitad están juntas, y por la parte de dentro cóncavas; de manera que todas tres juntas forman una como media bola, del tamaño de media lima, si bien no con tan perfecta redondez, por la concavidad que cada hoja hace, con que se distinguen como tres cáscaras de nueces pegadas. Desde la mitad hasta la punta se apartan estas hojas, abriéndose hacia fuera, y se van estrechando hasta rematar cada una en punta, y estas tres puntas vienen a quedar en igual distancia unas de otras, de suerte que de una punta a otra hay distancia de medio jeme. La sustancia de estas hojas es tan delgada, sutil y delicada como la de las hojas de la rosa: el color es vario por de fuera entre amarillo y colorado, que declina más a amarillo, y por dentro, desde la mitad por donde se juntan hasta la punta, es finísimo colorado; y la otra mitad que forma la concavidad sobredicha es de unas vistosísimas manchas, de amarillo y colorado como piel de tigre. Dentro de estas tres grandes hojas nacen otras tres menores, iguales en la sustancia a las primeras y en proceder, de forma triangular; pero de tal modo que el nacimiento de cada uno es en la juntura de las grandes, y así proceden entremetidas con ellas. El color de estas segundas hojas es todo jaspeado como el sobredicho. De en medio de esta flor nace un vastaguillo como el de la azucena, largo casi cuatro dedos, poco más delgado que el pezón de la misma flor; es liso y de un encarnado claro, y en la cumbre remata en seis hilitos que nacen de él, con tres como botoncillos al rededor, más larguillos y delgados que granos de cebada, cubierto de un polvito como oro molido. Ella es flor hermosísima, y fuera más estimada si fuera olorosa, que no lo es, y cogida por la mañana, a la tarde está ya marchita. Hásele dado el nombre que tiene, por su composición de ternos de hojas y botoncillos, la cual ha poco tiempo que se trajo a este Reino del Perú. En la Nueva España, de donde debe ser natural, la llaman los indios Oceloxochill que quiere decir, flor del tigre. La raíz es como de puerro, y buena de comer" Hasta aquí Cobo, y continúa así Cavanilles :

"No creo haya alguno mediantemente instruído en la botánica que pueda dudar ser esta la descripción de la Ferraria pavonia del hijo de Linneo, llamada Tígrida y Flos tigridis por otros. Tampoco creo haya habido jamás autor alguno que la haya descrito con más exactitud ni más gracia, ni el que exista descripción hecha en aquella época de planta alguna, comparable con la de nuestro Cobo. Porque a la verdad, sin poder saber este el oficio ni los nombres de los órganos sexuales, notó la reunión de los tres estambres de esta graciosa flor; la existencia de igual número de anteras, y los seis hilitos que resultan de los tres estigmas ahorquillados: pintó en fin la planta entera, con colores tan vivos, que nos dió una copia fiel de su original.

"Suspendamos un poco la admiración hasta ver la descripción siguiente, que se halla en el capítulo 12 del mismo libro:

"La Apincoya es del género de las plantas volubles, que se enredan y enlazan en otras como las parras. Su vástago es el primer año como el sarmiento, poco menos grueso que un dedo, el cual va engrosando con el tiempo, de manera que a los cinco o seis años se hace del grueso de tres o cuatro dedos. Echa muchos vástagos esta mata, como la parra sus sarmientos, los cuales no se podan, pero vanse secando unos y brotando otros; y para que se sustenten y extiendan cuando no suben por algún árbol, se les hace un encañado como de parral. La hoja es grande y de figura de corazón; tiene de largo un palmo, y poco menos de ancho. Su flor es muy para ver, por la hechura tan extraña y maravillosa que tiene, que es de suerte que quien con afecto pío y devoto la contempla, halla en ella figura de muchas de las insignias de la pasión de Cristo nuestro Redentor".

"Brota esta flor de un pequeñuelo capullo triangular, cerrado con tres hojitas verdes, blandas, semejantes en la figura a las pencas de alcachofa, las cuales abiertas, se comienza a formar la flor en esta forma: del pezón con que nace del vástago, que es como el de la rosa, se forma el pié o asiento de la flor, que es también como de la rosa, del cual nacen en torno cinco hojas del tamaño y figura de pencas de alcachofa, más angostas, más blandas y blanquecinas que las tres primeras; son gruesesitas por el lomo y se van adelgazando hacia las orillas: por la parte de dentro son más blandas, llanas y blancas que por de fuera. Entre estas cinco hojas y las de la flor nacen otras hojas de la misma forma que ellas, un poco más angostas, aunque estas postreras son ya del todo blancas, muy delgadas y blandas. De modo que podemos decir que encerró la naturaleza esta misteriosa como tan preciosa flor, debajo de tres velos, que son los tres órdenes de hojas referidas, tanto más delicadas y sutiles cuantos están más inmediatas a la flor (3), las cuales desplegándose brota y abre la flor, que se compone de dos órdenes de hojitas, o por mejor decir hilitos, tan gruesos como alfileres medianos, y tan largos como el ancho de dos dedos: el asiento donde nacen estos vastaguillos tiene de ruedo un real de a dos; salen todos juntos muy por igual y dentro del primer orden sale el ́segundo, y por todos son de ochenta a ciento: vanse adelgazando hasta rematar en punta, enarqueándose tanto cuanto, de suerte que la flor que de ello se forma tiene figura de una pequeña media naranja; son muy tiernos y de color jaspeado, con listas moradas y blancas que los ciñen al rededor; aplícase esta flor a las insignias de la pasión de nuestro Salvador, de esta manera: que a estas hojitas o vastaguillos, así por la hechura que tienen como por su color, se les atribuye el ser símbolo de los azotes del Señor. Entrando en la parte cóncava de la flor, al pie de los vastaguillos o hilitos referidos, hay otros cuatro o cinco órdenes de puntas de otros semejantes a ellos, que están como asomados, y que comienzan a salir, a los cuales por tener figura de corona se les dá el significar la corona de espinas. Del centro de la flor se levanta un pilarico blanco, con su bosa redonda, tan alto como un piñón, el cual se dice ser

figura de la columna. Del remate de esta columna nacen cinco hojitas verdes, tan pequeñas como las hojas del azahar, las cuales tienen ásidas a sí otras cinco hojitas del mismo tamaño, amarillas y por la parte de afuera cubiertas de un polvillo amarillo (4), como oro molido, semejante al de la azucena. Estas cinco hojitas nos representan las cinco llagas. De en medio de ellas nace la fruta (5), que cuando está en flor, como aquí la pintamos, es del tamaño de un hueso de aceituna, tanto cuanto más gruesa; de cuya punta nacen tres clantos blancos (6) tan bien formados, que si de propósito se hicieran no pudieran salir más perfectos: están juntos por las puntas y remátanse en las cabezuelas en igual distancia: será cada una tan larga como dos veces un grano de trigo; los cuales significan los tres clavos con que fué el Señor enclavado en la cruz".

"Esta es la flor de la Granadilla, tan celebrada de muchos, y de las insignias que en ellas se representan, la cual he pintado con la mayor propiedad que me ha sido posible. Tiene un olor muy vivo y suave, que no creo que se le aventaje ninguna flor de las de esta tierra, especialmente la flor de la Granadilla de los Quijos (7), de que tratará el capítulo siguiente. La Apincoya es fruta regalada y de estima; es del tamaño de una pera grande, figura ovalada, amarilla; la cáscara lisa, tierna y vidriosa; dentro está compuesta de unos granitos negros, poco mayores que los de uvas, y de un humor líquido con un gusto apetitoso. No se come esta fruta a bocados como las demás, sino a sorbos, como quien come un huevo blando o manjar líquido. Es de temperamento frío y húmedo. Las hojas de esta planta majadas, aprovechan contra la mala calidad de las llagas viejas; y bebido su cocimiento en ayunas, por cuatro o cinco días, y cada vez en cantidad de media escudilla, detiene las cámaras precedidas de intemperie calidad. Llámase esta planta y fruta, en las dos lenguas generales del Perú, Tintin en la quichua, y en la aimará Apincoya; pero los Españoles le han dado el nombre de Granadilla, porque tiene alguna semejanza a la Granada, aunque es bien poca". Hasta aquí habla Cobo, y concluye Cavanilles así:

"¿Pueden retratarse más al vivo los caracteres del género Passiflora de Linneo, o bien Granadilla de Tourneford? No asombra la exactitud con que Cobo describe el cáliz, la corola, las tres corolas o bien sean orlas, el número y situación de los estambres y estilos, y mucho más el que excluya de las par tes esenciales de la flor al cáliz y corola? Este aserto, que puede ser casual, pero en vano se buscará otro semejante en los autores antiguos, se puede mirar como el pronóstico de lo hecho después en el siglo ilustrado".

"Cuando contemplo a Cobo tan cuidadoso en retratarnos con fidelidad los vegetales que observó en América, llegó a sospechar que estaba penetrado con anticipación de las verdades y fundamentos sólidos que adoptaron después los reformadores de la Botánica, para elevarla a la dignidad actual, a saber: que tenía esta límites que la separaban de las ciencias que auxilia, y por objeto el conocimiento de los vegetales y que era imposible reconocer estos sin descripciones exactas y duraderas. Por haber desconocido los antiguos estas

máximas inconcusas, confundieron nuestra ciencia con la Medicina, y sus tratados de plantas se redujeron a compilar y hacinar virtudes, muchas veces soñadas; sin acordarse de describir los simples con caracteres fijos para perpetuar sus conocimientos. De aquí aquellas fórmulas rutinarias limitadas a hojas y raíces de aquí aquella confusión de nombres multiplicados por capricho: de aquí en fin el no haber podido comunicar los descubrimientos a las generaciones que les siguieron. No así Cobo, que a pesar de no haber tenido más modelo que la naturaleza, como la tuvieron Teofrasto, Dioscórides y Plinio, supo copiarla con exactitud, y fué el primero que dió modelos acabados a sus coetáneos y a muchos sucesores".

"Si al mérito incontestable de Cobo en la historia de los vegetales se añade el peculiar en la de los animales y minerales; y si a éstos, dignos por si solo de eternizar su nombre, acercamos el que se adquirió al describir la América, como geógrafo y físico, notando sus límites, climas, meteoros e influjos en los vivientes; y en fin, el prolijo examen que hizo de los manuscritos coetáneos a la conquista, y las informaciones que tomó de varios vasallos de los Incas, o de la primera generación de aquéllos, para componer la parte política y religiosa de su obra; será preciso mirarle como a uno de los más beneméritos de su siglo, condolerse de la pérdida de sus obras, y sentir que las que nos quedan hayan estado siglo y medio desconocidas, con perjuicio del honor nacional y de las ciencias".

III

La larga relación que precede de Cavanilles, tan apasionado admirador de su paisano Cobo, la hemos reproducido para que se forme cabal idea de las obras inéditas de nuestro autor. El mismo Cavanilles, que de 1799 a 1804 publicó en Madrid los Anales de Historia Natural, reprodujo en el tomo 7.o la "Descripción del Perú" del P. Cobo, que abraza 344 páginas en 4.o con 4 láminas. Según hemos podido saber en nuestros viajes por Europa, el manuscrito de la Historia de Indias de Cobo, se conserva hoy en tres volúmenes, que forman parte de la llamada Biblioteca particular del S. M. el Rey, situada en el real palacio de Madrid.

Ya que permanece aún inédita la gran obra de Cobo, nos es grato publicar, al cabo de más de dos siglos, la Historia de la fundación de Lima, que él dice no es sino un extracto de la segunda parte de su Historia general de las Indias. El manuscrito que tuvimos el placer de descubrir en la Biblioteca Colombina de Sevilla, en 1870, ve al fin la luz pública en la misma Ciudad de los Reyes que describe, y mediante los esfuerzos de uno que vió en esta capital la luz primera.

De los cincuenta años que pasó en el Perú el P. Cobo, casi cuarenta consagró a escribir su obra, que si no es una historia propiamente dicha de la capital del Virreinato, porque tal no fué su mente, nos da respecto a su funda

« AnteriorContinuar »