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repugnantes caracteres, y de los excesos más asquerosamente sensuales. Aquella muerte de Nana, la protagonista de la obra, cuyo cuerpo se convierte en objeto de asco y de horror, después de haber sido tan codiciado como objeto de placer; la muerte de aquella mujer miserable y doblemente desgraciada, como mujer y como madre, produce en el ánimo del lector un senti. miento tan amargo, tan frío, tan repulsivo, que dista mucho en mi concepto, de los que todos conocemos con el nombre de emoción estética.

Podría decirse que la emoción del artista al crear su obra, que el sello de su personalidad que en ella imprime, sin sujeción alguna y dejándose llevar por el ardor de su fantasía; en una palabra, que aquel elemento indispensable que entra en todas las creaciones de la mente humana, puede suplir, á lo menos en parte, la falta de ideal, ó hacer sus veces, puesto que no es posible concebir una idea cualquiera en la que no entre por mucho el elemento psicológico, del cual no se puede prescindir completamente. Podría añadirse que esta escuela no ha hecho otra cosa sino sustituir al bello ideal, vago, convencional, consagrado por los homenajes que todos le tributan, sin conocerle ni poderle definir claramente, la belleza

ideal que resulta de la contemplación apasionada de la realidad.

Hay algo de verdadero en esta observación. En efecto, por más que el hombre quiera fijar sus miradas únicamente en la tierra é impedir que sus ojos se vuelvan al cielo; por más que quiera persuadirse de que aquí y solo aquí, tendrán su plena realización las esperanzas que abriga su alma y los destinos á que ha sido llamado; por más que se empeñe en no ver mas que los objetos que caen bajo el dominio de sus sentidos; siempre encontrará allá en el fondo de su corazón, deseos que no podrá calmar, aspiraciones que no podrá satisfacer, temores y esperanzas que le agitarán siempre y que no tendrá nunca una explicación satisfactoria en el mundo exterioren una palabra, por más que quiera reducirlo todo á sensaciones, se encontrará siempre con fenómenos psicológicos, que serán para él, motivos de constante agitación.

Así es que lo que algunos llaman la emoción artística, el amor del artista á su obra, elemento que la escuela realista se ve en la necesidad de admitir, aun cuando cree inspirarse sólo en la realidad, no es, á mi juicio, otra cosa sino lo que hay de ideal, de vago é indefinido en toda obra del arte, y que constituye el fondo de su suprema be

lleza. En el arte, como en la naturaleza toda, lo hermoso, lo que cautiva nuestra mente y arrebata nuestra admiración no es lo que vemos, lo que hiere inmediatamente nuestros sentidos, sino lo que, escapando á nuestras miradas, se revela á la mente en los celestiales rostros de las vírgenes de Rafael, en las vaporosas nubes de un cuadro de Murillo, en las hercúleas formas del Lacoonte expirante; bajo las grandiosas y sublimes imagénes del lenguaje bíblico, ó en las candentes palabras, grabadas como en trozos de granito por un cincel de acero, en los tercetos del Dante.

La falta, pues, de la escuela realista, no consiste en haber prescindido del elemento psicológico, que esto le fuera de todo punto imposible, sino en haberle relegado allá al último término; así como la falta de la es cuela romántica consistió en haberle concedido un lugar superior al que le correspondía, procediendo, aunque en contrario sentido, con igual exclusivismo, y la misma exageración.

Esto explica por qué dentro de la misma escuela realista, se notan diferentes matices, desde las novelas de Pérez Galdós y Ortega y Munilla, que son realistas, y se leen con grandísimo placer, hasta las nove. las de Zola, cuya lectura, sólo como moti

vo de estudio, que no de pasatiempo y de grato recreo, se puede soportar. Y esto ex plica también por qué, no encontrándose bastante expresiva la denominación de realista que se había dado á esta escuela, se ha inventado la de naturalista para distinguir á los escritores notoriamente exagerados y esclusivos. Entre el realismo y el naturalismo, dice el Sr. Revilla, no hay verdadera diferencia de principios, como su mismo nombre lo indica, pues realidad y naturaleza son términos idénticos El naturalismo, tal como lo formula en pintura la lla mada escuela impresionista y tal como lo mantiene en la novela la escuela de que Zola se reputa jefe, no es otra cosa sino la demagogia del realismo.

II.

Tiempo es ya de poner término á este imperfecto estudio, deduciendo de él las consecuencias que se derivan de las observaciones hechas. Si en lo que brevemente he dicho, hay verdad y exactitud, me parece que de ello podemos sacar algunas enseñanzas provechosas. Primero y ante todo, conviene tener presente, que las doctrinas filosóficas, trascendiendo á las esferas del

arte y de la literatura, tienen una importancia mayor que la que ordinariamente se les atribuye. Por más que se diga, no es posible quitar á la filosofía el carácter de universalidad y de soberanía que la distingue, puesto que en ella se resumen y condensan todas las nociones, todas las ideas, todas las aspiraciones del hombre, para darle la solución definitiva del triple problema de su origen, de su fin y de sus destinos. La filosofía sensualista ha debido producir, y de hecho ha producido, la novela sensual y licenciosa de siglo XVIII; la filosofía espiritualista é idealista dió origen, en gran parte, á la literatura romántica de hace más de cuarenta años; por último, la filosofía positivista, formándose una estética particular, ha dado nacimiento á la escuela literaria de nuestros días, que se denomina realista, y que por haber dado mayor exageración á sus principios ha recibido el nombre de naturalista.

La segunda consecuencia que á mi juicio podemos deducir, es que en literatura, como en filosofía, como en política, toda exageración es censurable, por cuanto, fundándose en un esclusivismo inaceptable, prescinde de una parte de la verdad, echando en olvido alguno de los elementos que entran nesariamente en la solución de los

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