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ALOCUCION

Dirigida á los Alumnos
del

COLEGIO DE ESTUDIOS PREPARATORIOS

DE ORIZABA

en la distribución de premios que se verificó

el 22 de Febrero de 1890.

SEÑORES:

NA prescripción de nuestro reglamento que debemos tener como laudable, ordena que en el acto solemne de distribuir á los alumnos del Colegio Preparatorio los premios que hayan merecido, se les dirija la palabra para felicitarles por los triunfos que han alcanzado é inspirarles nuevo aliento en la carrera de sus estudios. En cumplimiento de esta prescripción y en sustitución de la persona encargada de desempeñar tal encargo, vengo á este lugar, si en todas ocasiones digno de ser ocupado por personas dotadas de superior talento y animadas de la más recta intención, mucho más cuando el auditorio está principalmente formado de jóvenes de uno y otro sexo, á quienes se trata de hacer comprender la grandeza de las ciencias y la be

Cora.-34.

lleza de la virtud. Un orador de Atenas pedía á los dioses, al subir á la tribuna, que no le permitiesen decir nada que no fuese útil, nada que no fuese conveniente. ¿No tendríamos nosotros razón para pedir lo mismo, cuando atraídos por nuestra inclinación ú obligados por nuestros deberes, venimos á este sitio, que tiene algo de la grandeza de la cátedra, por la superioridad que supone en quien le ocupa, y mucho de la responsabilidad del magisterio por las enseñanzas, que desde él se imparten á las multitudes, ansiosas de escuchar la palabra del orador, ya grave y solemne como los consejos de la vejez, ya vehemente y apasionada como las aspiraciones de la juventud, y también á veces tierna y sencilla como las primeras palabras que balbute la niñez?

Mas sea de ello lo que fuere, es lo cierto que los que hemos tenido, no sé si la dicha ó la desgracia de dedicarnos á la enseñanza de la juventud, no podemos prescindir, cuando hablamos en este recinto, ni de la autoridad que imprime el magisterio, ni del cariño que engendra la comunidad de vida. Nos parece tal vez por ilusión de nuestro amor propio-que cada palabra que brota de nuestros labios, va á resonar hondamente en el pecho de nuestros jóvenes oyentes; y

aun se nos figura que en tiempos lejanos cuando nosotros hayamos dejado de existir; cuando los que fueron nuestros discípulos hayan acrecentado el tesoro de la experiencia agena con los amargos frutos de la experiencia propia, nuestras exhortaciones y nuestros consejos resonarán como un eco lejano, perdido allá en las tristes soledades de su conciencia.

Por eso, señores, en las palabras de un maestro, como en las de un padre, hay siempre tanto de grave y de solemne; y por eso también, en las que yo voy á pronunciar, á falta de otra cualidad, encontraréis la solemnidad que imprime á todos nuestros actos la convicción profunda de la santidad de nuestros deberes y la ternura que engendra un amor sincero, y nunca desmentido, en bien de los alumnos cuya dirección tengo á mi cargo. En la influencia de este doble sentimiento he buscado siempre y buscaré en la ocasión presente, toda mi inspiración.

Señores: Breve será mi discurso: teniendo presentes los fines que nuestro reglamento se propone, será encaminado, como antes he dicho, á animar á los jóvenes que me escuchan, á exhortarlos y felicitarlos.

Los campos de la ciencia son vastísimos y la vida de un hombre nunca será suficiente para recorrerlos todos. Hoy, después de

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