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su persona, ya por la satisfactoria y lisonjera misión que le traía. La carta del rey á la Regencia decía:

«Me ha sido sumamente grato el contenido de la carta que me ha es crito la Regencia con fecha 28 de enero, remitida por don José de Palafox: por ella he visto cuánto anhela la nación mi regreso: no menos lo deseo Yo para dedicar todos mis desvelos desde mi llegada al territorio español. á hacer la felicidad de mis amados vasallos, que por tantos títulos se han hecho acreedores á ella. -Tengo la satisfacción de anunciar á la Regencia que dicho regreso se verificará pronto, pues es mi ánimo salir de aquí el domingo, día 13 del corriente, con dirección á entrar por Cataluña; y en consecuencia la Regencia tomará las medidas que juzgue necesarias, des pués de haber oído sobre todo lo que pueda hacer relación á mi viaje al dador de ésta el mariscal de campo don José de Zayas.

«En cuanto al restablecimiento de las cortes, de que me habla la Regencia, como á todo lo que pueda haberse hecho durante mi ausencia que sea útil al reino, siempre merecerá mi aprobación como conforme á mis reales intenciones. En Valencey á 10 de marzo de 1814.-Firmado— FERNANDO.-A la Regencia del reino. >>

Leida esta carta en las cortes, produjo tal entusiasmo, que se acordó por unanimidad se imprimiese inmediatamente, la comunicase la Regencia por extraordinario á las provincias de la Península, y en el más breve término posible á las de Ultramar, se expendiesen gratis ejemplares de ella al pueblo de Madrid, y que en celebridad de su contenido se mandara disponer regocijos públicos, al menos de luminarias por tres días; que se cantara un solemne Te-Deum en todos los pueblos de la monarquía, y se habilitara y concluyera el nuevo salón de cortes para el día feliz en que el rey debía jurar en él la Constitución del Estado (1). La causa de haber entusiasmado tanto al Congreso esta carta era el hablar en ella de cortes el rey, cosa que en las anteriores no había hecho, dejando entrever la promesa de darles su real aprobación. ¡ Tan á deseo se cogía una palabra del monarca en este sentido, que pudiera dar esperanza, ya que no servir de prenda!

Salió en efecto Fernando de Valencey el 13 de marzo, según en la carta decía, acompañado de los infantes don Carlos y don Antonio, su hermano y tío, y del duque de San Carlos, quien comunicaba diariamente los movimientos del viaje al general en jefe del ejército de Cataluña don Francisco de Copóns y Navia, encargado también por la Regencia de recibir al rey, conforme al célebre decreto de las cortes de 2 de febrero (2). La ruta era por Tolosa, Chalóns y Perpiñán, donde llegó el 19, y donde le esperaba el mariscal Suchet, duque de la Albufera, el cual tenía instrucciones de conducir á Fernando á Barcelona, bajo el título de conde de aquella capital, á fin de retenerle allí como en rehenes hasta que se verificara la vuelta á

(1) Sesión del 24 de marzo.

(2) En las Memorias del general Copóns y Navia, conde de Tarifa, publicadas en 1858 por su hijo el coronel de caballería don Francisco de Copóns, se insertan multitud de comunicaciones oficiales, tan interesantes como curiosas, relativas al viaje del rey y á otros sucesos con él enlazados que nos sirven también mucho para nuestra narración.

Francia de las guarniciones francesas bloqueadas en varias plazas españolas. Mas habiéndole expuesto con energía el general Copóns que las órdenes que él tenía de la Regencia no le permitían acceder á su propósito, sino que, conforme á ellas, S. M. debía llegar á los puestos avanzados de su ejército, donde Copóns le había de recibir, retirándose la escolta francesa, pidió Suchet nuevas instrucciones á París, aviniéndose á lo que el general español exigía, y limitándose ya á que entretanto quedara sólo en Perpiñán el infante don Carlos como en prenda y así se verificó.

Prosiguiendo, pues, Fernando su viaje, pisó el 22 el territorio español, deteniéndose el 23 en Figueras, á causa de la crecida del Fluviá, hinchado con las muchas lluvias de aquellos días. El general Copóns, que con objeto de recibir al rey había trasladado su cuartel general de Gerona al pueblo de Báscara, colocó sus tropas á la salida del sol del 24 á la orilla derecha del Fluviá; formaron los jefes franceses las suyas á la izquierda, ofreciendo entre unas y otras un interesante y vistoso espectáculo, que á bandadas acudían á presenciar las gentes del país rebosando de júbilo. Un parlamento primero, el estampido del cañón después, y luego los armoniosos y alegres ecos de las bandas militares, anunciaron la proximidad de la llegada del deseado Fernando, que no tardó en dejarse ver á la izquierda del río, acompañado del infante don Antonio y del mariscal Suchet con una escolta de caballería. Adelantóse el jefe de estado mayor Saint-Cyr Nugués á comunicar al general español que S. M. iba á pasar el río: realizóse este paso entre diez y once de la mañana, y al sentar el rey su planta en la margen derecha del Fluviá, hizo Suchet la entrega de su real persona y de la del infante don Antonio al general Copóns, que hincada la rodilla en tierra ofreció al rey sus respetos, y después de besarle su real mano y de dirigirle un corto discurso, hizo desfilar las tropas por delante de S. M.

Siguió luego la regia comitiva para la plaza de Gerona, donde hubo recepción y besamanos. Allí entregó el general Copóns al rey un pliego cerrado y sellado, que contenía una carta de la Regencia para S. M. informándole del estado de la nación, conforme al decreto de las cortes de 2 de febrero tantas veces citado. Confirió el rey á Copóns en premio de su lealtad y servicios la gran cruz de Carlos III, y desde aquel día le honró también teniéndole á comer en su mesa. A la carta de la Regencia contestó en los términos siguientes:-«Acabo de llegar á esta perfectamente bueno, gra cias á Dios; y el general Copóns me ha entregado al instante la carta de la Regencia y documentos que la acompañan; me enteraré de todo, asegurando á la Regencia que nada ocupa tanto mi corazón como darle pruebas de mi satisfacción y de mi anhelo por hacer cuanto pueda conducir al bien de mis vasallos. Es para mí de mucho consuelo verme ya en mi territorio en medio de una nación y de un ejército que me ha acredi tado una fidelidad tan constante como generosa. Gerona, 24 de marzo de 1814.-YO EL REY.-A la Regencia del Reino. » A los dos días llegó á Gerona el infante don Carlos, detenido en Perpiñán, y mandado poner en libertad por el gobierno provisional de Francia; salió el rey á recibirle, y el 28 (marzo) continuaron todos juntos su viaje hasta Mataró, donde se quedó ligeramente indispuesto el infante don Antonio, prosiguiendo los demás á Reus.

A pesar del insignificante contenido de esta última carta del rey, su lectura en las cortes produjo igual entusiasmo que la anterior: ¡tanto era el amor que se tenía al monarca! Acordóse que se imprimiera en Gaceta extraordinaria, juntamente con el oficio del general Copóns, y que su producto se aplicara al hospital general de la corte; que se remitiera á Ultramar; que se cantara un Te-Deum en todas las iglesias, y se solemnizara con iluminaciones y demostraciones públicas; que esto se repitiera todos los años el 24 de marzo en memoria de haber pisado aquel día Fernando el Deseado el suelo español en Gerona. Propúsose también que en cuantas partes se escribiera ó mentara su augusto nombre se le llamara Fernando el Aclamado. Pocos días después se acordó y decretó que se erigiera un monumento á la derecha del Fluviá frente al pueblo de Báscara para perpetuar la memoria de lo acaecido allí á la llegada de Fernando. Los diputados habían cedido sus dietas correspondientes al día en que se supiese hallarse el rey en camino para la capital, destinando su importe á la dotación de una doncella madrileña que se casase con el granadero soltero y más antiguo del ejército español; y entre otros rasgos de adhe sión y de entusiasmo por parte de los particulares merece citarse el del duque de Frías y de Uceda, que puso á disposición del Congreso mil doblones, para que se diesen de sobrepaga al ejército «que tuviera la envidiable fortuna de recibir al señor don Fernando VII. »

Desde Reus, donde le dejamos, debía el rey continuar su viaje por la costa del Mediterráneo hasta Valencia, conforme al decreto de las cortes de 2 de febrero. Mas en aquella ciudad, y por conducto de don José de Palafox que le acompañaba, recibió una exposición de la ciudad de Zaragoza pidiéndole que la honrara con su presencia. Accedió el rey á aquella demanda, y faltando ya en esto á lo acordado por las cortes, y torciendo de ruta y tomando por Poblet y Lérida, llegaron los dos príncipes á Zaragoza (6 de abril), donde fueron recibidos con loco entusiasmo, así como el general Palafox, ídolo de aquellos habitantes. Pasaron allí la Semana Santa, y el lunes de Pascua salieron para el reino de Valencia. Al despedirse del rey en Zaragoza el general Copóns para volverse al Principado y ejército de Cataluña, besándole la mano le dijo: «Señor, creo que V. M. no tiene enemigos, pero si alguno tuviere, cuente con mi lealtad y con la del ejército de mi mando.» A lo que le contestó el rey: «Así lo creo, contaré contigo. Y le regaló una caja de oro guarnecida de perlas.

Ya en Gerona había tratado el duque de San Carlos de sondear al general Copóns sobre su modo de pensar acerca de la Constitución, y si convendría ó no al rey jurarla. No dejó el general de penetrar las segundas intenciones del duque, y limitóse á decirle que la Constitución había sido jurada por todos los españoles, y la observaban y hacían observar todas las autoridades. No agradó esta respuesta al de San Carlos, el cual dejó entrever que esperaba otra más conforme á sus deseos, y que aun le fuera ofrecido el ejército de Cataluña para ayudar á sus fines (1). Estos,

(1) «Yo me desentendí (añade Copóns en sus Memorias) de que había penetrado sus intenciones, y le instruí de cuanto pasaba desde el momento que se anunció en España el tratado que el emperador de los franceses había celebrado con el rey; y era

aunque todavía ocultos, ó al menos disimulados mientras Copóns anduvo al lado del rey, comenzaron á descubrirse ya luego que aquél regresó á su puesto (1). En Daroca, la noche del 11 (abril), celebró la regia comitiva una junta ó consejo, en que se trató de la conducta política que debería adoptar el rey, y de si convendría ó no que jurase la Constitución. Opinaron por la negativa casi todos los concurrentes, siendo el primero á emitir francamente este dictamen el duque de San Carlos, y apoyándole decididamente en él el conde del Montijo, muy conocido ya en nuestra historia por su genio inquieto y bullicioso, y por sus afecciones y tratos con las clases inferiores del pueblo.

Fué de contrario dictamen don José de Palafox, y creyó que se arrimarían á él los duques de Osuna y de Frías que acompañaban al rey desde Zaragoza; pero el primero se mostró indeciso, y aunque el segundo opinó que el monarca debería jurar la Constitución, manifestó que respetaba el derecho que le compitiese de hacer en ella las modificaciones que pudieran convenir ó ser necesarias. Nada se resolvió en aquella junta, y sólo se acordó celebrar otra para volver á tratar la cuestión. Y entretanto, y para sondear á los liberales de la corte, y para preparar los ánimos del pueblo de Madrid á favor de las intenciones del monarca, dispuso éste, por instigación del de San Carlos, que partiera inmediatamente el del Montijo para la capital, como así lo verificó.

Celebróse la segunda junta en Segorbe (15 de abril), á donde acudieron el infante don Antonio, que había estado ya en Valencia, con objeto semejante al que había traído el conde del Montijo á la corte. Cuando se hallaban discutiendo en la junta á altas horas de la noche, aparecióse en ella el infante don Carlos. Palafox, Frías y Osuna reprodujeron acerca del juramento del rey casi lo mismo que habían manifestado en Daroca. Don Pedro Macanaz, que había ido acompañando al infante don Antonio, expuso que ya sabía el rey su opinión, que se traslució bien, aunque sin expresar cuál fuese. Cuando le tocó su vez al duque del Infantado: «Aquí no hay, dijo, más que tres caminos: jurar, no jurar, ó jurar con restricciones. En cuanto á no jurar, participo mucho de los temores del duque de Frías.» Y significó bastante que se inclinaba al último de los tres caminos. La opinión del de San Carlos era ya harto conocida. Ruda y descompuestamente manifestó la suya don Pedro Gómez Labrador, diciendo que no debía el rey en manera alguna jurar la Constitución, y que «era menester meter en un puño á los liberales. » Aunque tampoco se tomó resolución en esta junta, demasiado se traslucía lo que podía esperarse de tales consejos y de tales consejeros.

que, como habían visto que sin embargo de no haber sido admitido por las cortes le devolvía el emperador al rey su corona, sin el menor convenio, á lo menos que se supiera, se empezó á sospechar de esta generosidad, y cada uno pretendía atinar con la causa que le movía á desprenderse de su prisionero, y de un reino que había cedido á un hermano suyo, en el que aun conservaba ejército y algunas plazas en Valencia y Cataluña. Págs. 70 á 72.

(1) Equivocadamente afirma el conde de Toreno que el capitán general de Cataluña acompañó á Fernando hasta Teruel: despidióse de él en Zaragoza, según en sus Memorias lo cuenta él mismo.

TOMO XVIII

2

Y sin embargo, en tanto que esto pasaba, las cortes, procediendo de buena fe, se anticipaban á declarar que tan pronto como Fernando VII prestara el juramento prescrito por la Constitución, ejercería con toda plenitud las facultades que la misma le señalaba; que cesarían las cortes en el ejercicio de las que eran del poder ejecutivo, y en el tratamiento de Majestad que correspondía exclusivamente al rey.

Llegó éste el 16 de abril á Valencia, donde habían acudido y le esperaban ya varios personajes de la corte, entre ellos el presidente de la Regencia, cardenal arzobispo de Toledo don Luis de Borbón, el ministro interino de Estado don José Luyando, don Juan Pérez Villamil, don Miguel de Lardizábal; estos dos últimos muy prevenidos contra las cortes: estábalo el rey contra el cardenal arzobispo, á quien recibió y saludó con ceño, alargándole la mano para que la besase, más como súbdito que como pariente (1) Pero el personaje que en Valencia comenzó más á señalarse como desafecto á las cortes y á las reformas fué el capitán general don Francisco Javier Elío, que saliendo al encuentro del rey, y después de pronunciar un discurso en que vertió amargas quejas en nombre de los ejércitos, añadió: «Os entrego, señor, el bastón de general; empuñadlo.»> El rey contestó que estaba bien en su mano, pero él insistió diciendo: «Empuñadlo, señor; empúñelo V. M. un solo momento, y en él adquirirá nuevo valor, nueva fortaleza.» El rey tomó y devolvió el bastón.

Al día siguiente pasó á la catedral, donde se cantó un magnífico TeDeum para dar gracias al Todopoderoso por los beneficios que le dispensaba. Por la tarde le presentó el general Elío los oficiales de su ejército, y preguntóles en alta voz: ¿Juran Fils. sostener al rey en la plenitud de sus derechos? Y respondieron todos: Si juramos. Acto continuo besaron la mano al príncipe. Así Fernando iba recibiendo actos y pruebas de servil adulación y vasallaje de parte de sus súbditos, y como estaban tan en consonancia con sus propósitos y los de sus cortesanos, gozaba en ver como se le allanaba el camino de la soberanía absoluta, en cuyo ejercicio iba entrando, sin miramiento ni consideración á lo resuelto por las cortes. Alentábanle á marchar por aquel camino los individuos de la primera nobleza ofreciéndole cuantiosos donativos, y empujábale con descaro y audacia por aquella senda un papel que en Valencia publicaba don Justo Pastor Pérez, empleado en rentas decimales, con el título de Lucindo ó Fernandino.

Mientras tales escenas pasaban en Valencia, no estaban ociosos en Madrid los enemigos de la Constitución, siendo ahora los principales á atizar el fuego de la conspiración realista aquellos mismos diputados que

(1) Cuéntase esta escena entre el rey y el cardenal cerca de Puzol del modo siguiente: Habíanse apeado los dos, cada uno de su coche: al acercarse el presidente de la Regencia al rey, volvióle éste el rostro en señal de enojo, y alargóle la mano para que la besara: el cardenal hizo esfuerzos para bajarla y no besarla, hasta que el rey, pálido de có'era con aquella resistencia, extendió el brazo, y presentando la diestra dijo al presidente en tono imperioso: Besa. Inclinóse entonces el débil don Luis, aplicó á la mano sus labios, y este signo de homenaje se tomó como una infracción de las instrucciones y decretos de las cortes, y como un triunfo del monarca, y una señal de inaugurarse una época de reinado absoluto.

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