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pléndida comitiva, por en medio de arcos de triunfo, recargados de emblemas y de inscripciones laudatorias en verso, con prodigalidad estampadas (1), fué de lo más esplendente y lucido que se había visto en España en esta clase de fiestas, y el pueblo de Madrid excedió en demostraciones amorosas á todos los del tránsito. En aquel mismo día se celebraron las dobles bodas, siendo padrino en ambas el infante don Antonio.

A pesar de la penuria pública, de los ahogos del Tesoro y de la ruina completa del crédito, prodigáronse con motivo de las reales nupcias mercedes y gracias sin cuento; tanto á las clases eclesiástica y civil como á las del ejército y armada, títulos de Castilla, ascensos, empleos, honores, grandes y pequeñas cruces, bandas y grandezas de España. Dos Gacetas extraordinarias se publicaron en un solo día (13 de octubre, 1816), cuyas columnas llenaban exclusivamente los nombres de los agraciados por la real munificencia. Baste decir que se dieron nueve collares del Toisón de oro, trece grandes cruces de Carlos III, y se nombraron cuatro capitanes generales de ejército, diez y siete tenientes generales, cuarenta y dos mariscales de campo, setenta brigadieres; en igual proporción se otorgaron ascensos á las demás clases del ejército de mar y tierra: bandas de María Luisa, encomiendas, cruces pensionadas y supernumerarias, llaves de gentileshombres, etc., etc. (2).

Entre las distinciones honoríficas que en aquel tiempo se otorgaron, ninguna tan señalada como la que el monarca dispensó á su primer ministro don Pedro Ceballos (15 de octubre, 1816); no tanto por el privilegio que le concedió de añadir á los blasones del escudo de armas de su familia el honroso lema ó mote; Pontifice ac Rege æque defensis, cuanto por los relevantes elogios con que en el real decreto ensalzaba y encarecía sus servicios y merecimientos. Pocas veces un soberano había adulado á un súbdito en un documento oficial, público y solemne, con alabanzas tan lisonjeras y exquisitas (3). Y sin embargo, á los quince días justos (30 de

(1) Todas ellas eran obra del poeta don Juan Bautista Arriaza, entonces oficial de la secretaría de Estado.

(2) A Fr. Cirilo Alameda se le dieron los honores del tribunal de la Suprema Inquisición, y una pensión eclesiástica de 15,000 reales.

(3) «Atendiendo (decía) á los importantes y distinguidos servicios que por espacio de muchos años me habéis hecho á mí y á mi augusto padre, tanto en el desempeño de los graves negocios puestos á vuestro cuidado, cuanto en la conducta sabia, leal y circunspecta que habéis observado en las delicadas circunstancias de quererse atropellar calumniosamente mi inocencia, en las de mi exaltación al trono por renuncia de mi amado padre, en las de mi viaje á Bayona, y en las que en esta ciudad ofreció al mundo con escándalo el mayor de los tiranos Bonaparte, á quien hicisteis frente, y contra quien sostuvisteis con energía y firmeza de carácter mis derechos y los de la nación española: en atención también á la gloria universal de que os hicieron digno los dos manifiestos que en diferentes épocas publicasteis con tanta oportunidad, que corristeis á la faz de la Europa el velo que cubría las perniciosas y desmoralizadas máximas del mismo tirano, escritos que sin duda influyeron á que fuese conocido, y á que se tratase seriamente de su ruina; y en consideración, por último, á los servicios que en la actualidad me estáis haciendo como mi primer secretario de Estado y mi despacho, y á vuestra constante lealtad y amor á mi persona, siendo mi real ánimo que méritos de esta naturaleza no se oscurezcan ni expongan al olvido, antes sí que se perpetúe su memoria

octubre, 1816) á este mismo ministro le admitió la dimisión que hizo de las secretarías que desempeñaba, en propiedad la de Estado, la de Gracia y Justicia interinamente, confiriéndolas en los propios términos á don José García de León y Pizarro. Y aquel mismo ministro partía luego á Santander, y de allí á la embajada de Viena, dorando con este cargo su honroso destierro.

La situación desdichada en que habían puesto á la hacienda los desaciertos del reinado anterior, la pasada guerra, la ignorancia económica. y las prodigalidades de éste, obligaron á Fernando á prescindir por un momento de las opiniones absolutistas que exigía como primera condición en todos sus servidores, y á encomendar la gestión de la hacienda pública, en reemplazo de don Manuel López Araujo, al célebre don Martín de Garay (23 de diciembre, 1816), como al único que podía remediar el deplorable estado de la administración y levantar de la postración el crédito, por su fama de buen rentista, no obstante ser conocido por afecto al sistema constitucional y á la monarquía representativa con dos estamentos, como perteneciente á la escuela de Jovellanos.

Con este nombramiento, y con las esperanzas que se habían fundado en la influencia y suave ascendiente que se suponía había de ejercer en el ánimo del rey la bella alma y el natural atractivo de su agraciada esposa, sustituyendo al maléfico influjo de vulgares y corrompidos palaciegos, alentáronse los hombres ilustrados y de ideas templadas, creyendo y como presagiando un cambio feliz en la marcha del rey y del gobierno en dirección opuesta á la que hasta entonces habían llevado. Pronto veremos como en el año entrante salieron fallidos los cálculos de los que así pensaban y tales mudanzas manifestaban prever.

honoríficamente en vuestra ilustre casa, he venido en concederos privilegio, etc.>>-No conocía el buen Fernando que aplaudir y encomiar á Cevallos por su conducta en los sucesos de Bayona y en la defensa de sus derechos contra Napoleón, era deprimirse y condenarse á sí mismo, que había seguido una conducta diametralmente opuesta.

CAPÍTULO III

FUNESTO SISTEMA DE GOBIERNO.-NUEVAS CONSPIRACIONES. · De 1817 á 1820

Laudable conducta de la reina.-Mala correspondencia del rey.-Escenas deplorables.-— Lozano de Torres ministro de Gracia y Justicia.-Elevación escandalosa.—Sigue el sistema de opresión.-Conspiración de Lacy en Cataluña.—Trágico fin que tuvo.— Censurables manejos en el proceso y en la ejecución de la sentencia.-Muere Lacy arcabuceado en Mallorca.-Fallecimiento del infante don Antonio. Eguía segunda vez ministro de la Guerra.-Infructuosos esfuerzos de Garay para la mejora del crédito y el arreglo de la hacienda, y sus causas. -Lastimoso estado del reino.-Miseria pública.-Plaga de malhechores y bandidos.—Medidas para su persecución.-Estancamiento de los elementos de riqueza por efecto de las absurdas leyes prohibitivas. -Lamentos de los pueblos.-Política exterior.- Remédiase en algo, aunque tarde, el derecho de España lastimado en el Congreso de Viena. - Malhadada compra y adquisición de una escuadrilla rusa -Interior: clasificación de la deuda del Estado. -Bula pontificia para aplicar á su extinción ciertas rentas eclesiásticas.-- Disgusto y enemiga del clero y del partido absolutista contra Garay.-Su caída y destierro.. -Salida y reemplazo de otros ministros.-- Dolorosa y sentida muerte de la reina Isabel de Braganza.-Triste situación en que otra vez se encuentran los liberales. Tiranías y atropellos de Elío en Valencia.-Conspiración de Vidal.—Suplicio de Vidal y de otros compañeros de conjuración.-Heroísmo del joven Bertrán de Lis. -Luto grande en Valencia.-Muerte de María Luisa y de Carlos IV, padres del rey.-Su hermano el infante don Francisco casa con la princesa Luisa Carlota de Nápoles.-Tercer matrimonio de Fernando VII con la princesa María Amalia de Sajonia.---Carácter de la nueva reina.-Empréstito de 60 millones. --Malestar del reino.-Mudanza de ministros.-Salida de Lozano de Torres.-Ministerio de Mataflorida.-Antecedentes y conducta de este personaje.- Auméntase el disgusto público.--Conspiración en el ejército.-Síntomas y esperanzas de una sublevación

general.

La reina Isabel de Braganza hacía en efecto laudables esfuerzos, no sólo por captarse el cariño de su regio esposo, sino también por apartar de su lado y alejar del alcázar las maléficas influencias que conducían á Fernando por los malos caminos. Para ello empleaba los recursos lícitos de la mujer y de la esposa, haciendo valer las gracias de que estaba dotada, y estudiando los medios de agradar á su marido, y de satisfacer hasta sus caprichos. Pareció no mostrarse indiferente Fernando á sus atractivos y á sus caricias, y advertíase haber acertado Isabel á inspirarle cariño.

Mas por una parte, queriendo Fernando huir de las privanzas que habían perdido á su padre, habíase propuesto no dejarse dominar ni por un favorito ni por su propia esposa, no advirtiendo que para apartarse de este peligro había caído en otro no menos funesto, cual era el de dejarse encadenar por una baja camarilla de su servidumbre. Por otra, apoderados ya estos serviles aduladores del corazón de Fernando, y acostumbrados á explotar sus flaquezas de hombre, especialmente Alagón y Chamorro, que eran al propio tiempo los negociadores y los confidentes de ciertas aventuras nocturnas que llegaron ya á ser objeto y pasto de las lenguas del vulgo, continuando en su propósito no sólo lograron entibiar el amor

conyugal sino que llevaron sus malos oficios hasta producir escenas lamentables de familia, dolorosas para la reina, deshonrosas para el rey y sus satélites: escenas en que intervinieron personas de alta y baja esfera, cuyos nombres estampan algunos escritores, y cuyos pormenores refieren, pero que nosotros no hacemos sino apuntar, por parecernos más de carác ter privado y doméstico que asunto propio de historia.

Si por este lado veían defraudadas sus esperanzas los que habían creído en un cambio favorable de influencias debido á la bondadosa Isabel, no vieron más cumplidas las que fundaron respecto á mudanza política en el ministerio de don Martín Garay. Pues si bien en 29 de enero (1817) le confirió el rey la propiedad de la Secretaría de Hacienda, <«< como una prueba, decía, de lo satisfecho que se hallaba de su buen desempeño, en aquel mismo día neutralizó la significación de este acto, dando á Garay por compañero en el ministerio de Gracia y Justicia al famoso don Juan Lozano de Torres, hombre ignorante y de malévolos instintos, que ni era togado, ni siquiera sabía latín, y que por la adulación y la bajeza, fingiendo un entusiasmo exagerado y ridículo por la persona del rey, se había encumbrado desde la esfera más humilde hasta el puesto de consejero de Estado. Para venir á este funesto nombramiento había hecho la camarilla que el rey destituyese de una manera nada digna al ilustrado don Manuel Abad y Queipo, obispo de Mechoacán, nombrado pocos días hacía (1). Con esto y con haber conferido otra vez la capitanía general de Castilla la Nueva al terrible Eguía, puede deducirse cuán poco durarían las ilusiones concebidas por los liberales con la elevación de Garay al ministerio.

Iguales causas producían idénticos efectos. El sistema de opresión traía las conspiraciones, cuyo hilo no se había cortado, y cuya madeja estaba en las sociedades secretas. Introducidas estas asociaciones en España por los franceses, y adhiriéndose á ellas los parciales del gobierno intruso, anatematizadas al principio y miradas con horror por la generalidad de los españoles, así por los misteriosos símbolos y pavorosas escenas que se contaban de las logias masónicas como por saberse que estaban severamente condenadas por los pontífices, fueron, sin embargo, atrayendo á hombres de ciertas ideas, bien por amor á la novedad, bien por las máxi

(1) Este ilustre prelado había venido de América á Madrid enviado por la Inquisición bajo partida de registro. El rey, con noticia que tenía de su talento é instrucción, quiso informarse de él acerca del verdadero estado de las provincias de Ultramar. De tal modo agradó el obispo al monarca, y de tal manera pareció convencerle con razones verbales y escritas de que para terminar las guerras que allí ardían no había otro remedio que el sistema de dulzura y de transacción, que después de haber mandado al Consejo de la Suprema sobreseer en su causa, puesto que de ella no resultaban cargos, le confió el ministerio de Gracia y Justicia. Mas al presentarse al día siguiente á tomar posesión de su cargo, hallóse con un decreto de destitución, como pendiente de proceso y fallo inquisitorial. Una noche había bastado á la camarilla para representar al prelado como sospechoso, y como peligrosa su elevación al poder, y para obligar al rey á revocar su nombramiento. Abochornado el señor Abad y Queipo retiróse á su casa, y no volvió á palacio, lamentando en silencio la situación de un monarca á quien así envolvían sus cortesanos en las redes de la intriga.

mas de beneficencia, de tolerancia y de libertad que constituían su emblema. Ya en Cádiz, durante el sitio de las tropas francesas, se habían formado y establecido algunas de estas sociedades, si no con consentimiento, por lo menos sin persecución y con cierta aquiescencia de parte del gobierno constitucional. Derribado éste, y sustituído por el despotismo político y por la ruda intolerancia religiosa, propendieron los constitucionales á reunirse y agruparse en secreto, ya que de público les era imposible, para defenderse y ayudarse mutuamente, y trabajar por el restablecimiento de la libertad, bien que con toda la cautela que hacía necesaria la vigilancia de la policía y de la recién restaurada Inquisición. Las circunstancias hicieron que se fijase al pronto en Granada el centro de la masonería, con el título de Grande Oriente, aunque con algunas reformas hechas en la organización de las de otras partes. Estableciéronse después en Madrid y en otros diferentes puntos. Si no todos los asociados llevaban el mismo objeto, no hay duda que muchos se afiliaban en las logias con el fin de aspirar á sacudir el yugo del absolutismo y de la intolerancia teocrática, y de restablecer ó la Constitución de 1812 ú otro gobierno igual ó parecido.

Por otra parte la postergación en que se tenía á aquellos generales que más se habían distinguido y más servicios habían prestado en la guerra de la independencia, pero que eran tildados de adictos al gobierno constitucional, los predisponía á trabajar en contra de un gobierno tiránico é injusto, al cual parecía no servir de lección ni de aviso los ejemplos de Mina en Navarra, de Richard en Madrid, de Porlier en Galicia. Ahora reventó el fuego de aquel volcán en Cataluña, donde la conjuración, además de los elementos y ramificaciones con que contaba en el ejército y en las clases influyentes del país iba á ser dirigida por generales tan insignes y de tanta fama, crédito y prestigio como Lacy y Miláns. Pero sucedió lo que es tan común en esta clase de empresas, para las cuales se necesita contar con el valor, el secreto y la fidelidad de muchos; que traslucido el plan y denunciado además por dos de los oficiales conjurados, fuese por cobardía ó por soborno, al capitán general del Principado, que lo era don Francisco Javier Castaños, éste tuvo tiempo de prevenirse y de dictar sus medidas de represión para cuando el caso llegase.

Así fué que el 5 de abril (1817), día señalado para el estallido, sólo dos compañías del batallón ligero de Tarragona concurrieron á Caldetas, en cuyos baños minerales Lacy se hallaba, y con ellas solas se trasladó el bravo guerrero al punto designado para la reunión de todos, que era la casa de campo de don Francisco Miláns. Mas en vez de acudir los demás cuerpos, solamente llegaban de varios puntos oficiales sueltos de los comprometidos, anunciando, despavoridos y asustados, que todo estaba descubierto. Inútiles fueron los esfuerzos de Lacy y de Miláns por alentar y dar cuerpo á la revolución; sucedióles lo que antes había sucedido á Porlier, sus mismos soldados les abandonaron, presentándose á las autorida des. Perseguidos por varios destacamentos de tropas y pelotones de paisanos, Miláns logró escaparse con un grupo que le seguía: Lacy, delatado por el dueño de una quinta en que entró á descansar, fué hecho prisionero; el oficial á quien se rindió (justo es que se sepa su nombre; era un al

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