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manifestóse en Zaragoza el primer síntoma público de descontento y estalló la primera intentona reaccionaria (14 de mayo), reuniéndose en grupos los vecinos de varias parroquias, que intentaron arrancar la lápida de la Constitución, y lograron turbar la tranquilidad pública. Pero el celo y energía de las autoridades, y el decidido auxilio que les prestaron así la tropa como la milicia nacional, deshicieron el tumulto, restablecieron el orden, sin más desgracia que un solo herido, y se prendió á unos treinta de aquellos alborotadores (1). Con esto crecía y se avivaba el entusiasmo de los liberales, despertábase su recelo y se aumentaba su vigilancia sobre los absolutistas, procuraban tenerlos reprimidos, y así, en vez de amortiguarse, se inflamaban los resentimientos y los odios, de que el motín de Zaragoza no había de ser sino una leve muestra.

Este entusiasmo de los liberales se desplegó de una manera ostentosa en la capital del reino, con motivo de la llegada del nuevo general Quiroga (23 de junio), que elegido diputado por la provincia de su naturaleza, había salido el 12 de San Fernando, y recibido en las poblaciones del tránsito agasajos y obsequios. A su entrada en Madrid un inmenso gentío le aclamó con vivas y plácemes: las casas estaban adornadas con vistosas colgaduras; llevósele á descansar á las salas del ayuntamiento; pasó á Palacio á presentarse á SS. MM.; volvió á las casas consistoriales, y de allí fué conducido en medio de una inmensa multitud al local en que se le tenía preparado un suntuoso banquete, durante el cual tocaron las músicas y se cantaron himnos patrióticos. Por la noche su presencia en el teatro volvió á excitar el entusiasmo público. De todo esto daba cuenta muy formal el diario oficial del gobierno.

Aproximábase el día señalado para la apertura de las sesiones de cortes, con cuyo motivo se celebraron varias juntas preparatorias, ya para nombrar la comisión que había de suplir á la permanente, á la cual correspondía presidir la primera junta, ya para elegir la de examen y revisión de poderes, ya para la aprobación de éstos y la de la elección de diputados suplentes por América, ya en fin para constituirse, lo cual verificaron el 6 de julio, nombrando presidente al señor Espiga, arzobispo electo de Sevilla, diputado por Cataluña, y vicepresidente á don Antonio Quiroga, que lo era por Galicia (2). La víspera de este acto pasó el rey, acompañado de un solo ayuda de cámara, á ver detenidamente el edificio y salón de las cortes, mostrándose al parecer sumamente complacido, é informándose de todo con el mayor interés. En aquellos mismos días se expidieron dos decretos restableciendo casi todos los de las cortes extraordinarias y ordinarias de la primera época constitucional, que no lo habían sido ya por decretos particulares; de modo que la situación política que ahora se creaba venía á ser en todo lo posible el enlace y como la continuación de la de 1814 al tiempo de proclamarse el absolutismo del rey (3).

(1) Parte del jefe político don Luis Veyán al ministro de la Gobernación, 15 mayo. (2) Los secretarios fueron don Diego Clemencín, don Manuel López Cepero, don Juan Manuel Subrie, y don Marcial Antonio López.

(3) Desde este mes de julio comenzó á publicarse la Gaceta del Gobierno diariamente y en pliego de á folio, en vez de los días alternados y en tamaño de 4.o, en que hasta entonces se había publicado.

Pero en medio de todos estos lisonjeros preparativos tramábanse ocultas conspiraciones contra el régimen constitucional, teniendo algunos el intento de causar una perturbación que impidiera la celebración de las cortes. Una de ellas, aunque descabellada en su fin y en sus medios, costó á sus autores, Bazo y Erroz, secretario del rey el uno y capellán el otro, ser más adelante inhumanamente sacrificados en la Coruña. Proponíanse éstos, y á su cabeza parece se hallaba el antiguo jefe de guerrillas Echavarri, sacar al rey de Madrid y llevarle á Burgos, donde podría proclamar su autoridad ilimitada. La voz pública supuso al mismo monarca cómplice, ó por lo menos sabedor y conocedor de este plan, lo cual produjo que la opinión se fijara en las malas disposiciones del rey, é hizo que los ministros conocieran sobre cuán inseguro cimiento descansaban las leyes.

Otra, que abortó en la noche del 8 al 9 de julio, víspera de abrirse las sesiones, y acaso con el fin de que este solemne acto no se realizara, pudo, si se hubiera llevado á cabo, tener consecuencias fatales. Intentaron los guardias de corps salir tumultuariamente de su cuartel á caballo; el distintivo de los sediciosos era un pañuelo blanco atado al brazo; pero las rondas y patrullas de nacionales, y tal vez más que todo la circunstancia de haber dado muerte en la confusión del tumulto al centinela de estandartes, hizo que se malograse el proyecto. Cuál fuese éste verdaderamente, quedó, si no ignorado, al menos envuelto en cierta misteriosa oscuridad; pues aunque el gobierno mandó instruir causa criminal sobre el suceso, y aun se suponía que algún general, y el mismo gobernador de Madrid tenía noticias del hecho y de su significación, conócese que hubo interés en que no se disiparan las tinieblas que lo encubrían (1).

Pero nada había aún turbado la alegre ansiedad con que se aguardaba el día destinado á la solemne ceremonia de prestar el rey juramento á la Constitución ante las nuevas cortes, y de inaugurar éstas sus tareas legislativas.

(1) Ya antes de este día el gobierno había tenido que dirigir una exhortación á algunos obispos, á causa de los sermones que en varios puntos se habían predicado contra el sistema constitucional; tales como el del famoso padre Maruaga en Cáceres, y el de fray Miguel González en Burgos. También en Sevilla habían aparecido pasquines subversivos, y el gobierno había hecho trasladar de aquella ciudad á las cárceles de Murcia al célebre canónigo Ostolaza, y tomado una parecida providencia con un monje jerónimo y con alguna otra persona.

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Apertura de las cortes.-Sesión regia.—Jura el rey solemnemente la Constitución.-Su discurso.-Contestación del presidente.-Comisión de mensaje.-Manifiesto de la Junta provisional.-Regocijo público.--Actitud y predisposición de los diversos elementos sociales respecto al nuevo orden de cosas.-El rey.-La nobleza.—El clero.-El pueblo.-Abuso del derecho de asociación.-Exaltación de las sociedades patrióticas. Rígido constitucionalismo de los ministros.-Oculta desconfianza entre ellos y el rey.-Fisonomía de las cortes.-Resultado de la falta de dirección en las elecciones. Diputados antiguos del año 12.-Diputados nuevos del 20.—Dibújanse los dos partidos moderado y exaltado. — Conducta de los americanos. — Primeras sesiones.-Desorden nacido de la iniciativa individual.-Multitud de proposiciones, en sentido monárquico y en sentido revolucionario.-Presión que ejercían las sociedades secretas y públicas.-La de la Fontana de Oro.-Medidas violentas, y humillaciones que se imponían al clero.-Resistencia de éste á recomendar la Constitución en el púlpito y enseñarla en las escuelas.—La Junta Apostólica.-Restablecen las cortes el plan de estudios de 1807.-Amnistía á los afrancesados.-Memorias presentadas por cada ministro sobre el estado de la nación.—Cuadro desconsolador de la Hacienda.-Triste situación interior del país.-Plaga de ladrones y malhechores.-Melancólico bosquejo del ejército.—Acuérdase la disolución del ejército de la Isla.- Llamamiento de Riego á la corte.-Recibele el pueblo y le festeja con entusiasmo.-Imprudencias y ligerezas de aquel caudillo.-Banquete patriótico.-Su presencia en el teatro.-Escena tumultuosa.-Es destinado de cuartel á Oviedo.Intenta hablar en la barra del Congreso.-Léese su discurso.-Acaloradas sesiones que produce.-Pónense de frente los dos partidos.- Tumulto en Madrid.-Memorable sesión del 7 de setiembre.-Fogosos debates.-Discursos de Argüelles y Martínez de la Rosa.-Rompen los dos partidos liberales.--Triunfan el gobierno y los constitucionales templados.-Temen luego los ministros al partido exaltado, y le lisonjean. Decretos sobre vinculaciones y sobre órdenes monásticas.-Otras reformas políticas y administrativas.-Retroceden de este sistema.-Reformas en sentido contrario.-Reglamento de imprenta.-Prohiben las sociedades patrióticas.-Fíjase la fuerza del ejército permanente. - Presupuesto de gastos é ingresos.- Déficit.— Enorme deuda nacional.-Recursos para amortizarla.-Planes de reacciones.-Niégase el rey á sancionar el decreto sobre monacales.-Esfuerzos del gobierno.-Cede el rey, con protesta.-Va al Escorial.-Proyectos reaccionarios que allí se fraguan. ---Cierran las cortes su primera legislatura.

Hay ocasiones, y suelen ser harto frecuentes, en que las demostraciones de satisfacción y de júbilo de los partidos políticos triunfantes predominan de tal modo sobre el oculto sentimiento y el silencioso disgusto de los vencidos, que exteriormente aparece ser universal la alegría; y diríase que todos los corazones rebosan de regocijo, y que á todos por igual alienta un mismo espíritu, y que en todos se abriga una misma esperanza de prosperidad y de ventura. Todo lo que puede contrariarla parece haberse olvidado; todas las sombras que podrían anublar aquella risueña atmósfera, parecen haber desaparecido.

Tal era el aspecto exterior de la población de Madrid en la mañana

del 9 de julio de 1820, día destinado á la solemnidad de la sesión regia: espectáculo grandioso y nuevo en España, el de ir el rey en persona con toda la ceremonia y todo el aparato y brillo de la majestad á abrir las cortes y prestar ante ellas el juramento á la Constitución. Dentro del santuario de los leyes esperaban con ansia este momento los representantes del país y las comisiones nombradas para recibir y acompañar la real familia, y las tribunas se hallaban ocupadas por el cuerpo diplomático, por los altos funcionarios del Estado, y por personas de ambos sexos de lo más distinguido de la corte. Henchía las calles una inmensa muchedumbre, que sin señal alguna de inquietud, y mostrando la más viva jovialidad, aguardaba, seguía y aclamaba al rey, que acompañado de la reina y de los infantes don Carlos y don Francisco con sus esposas, y de una brillante comitiva, se dirigió desde el real alcázar al palacio de las cortes, en elegantes y lujosas carrozas, tiradas por soberbios caballos ricamente enjaezados, á un lado y á otro multitud de volantes, cazadores y lacayos con vistosas libreas, y en la carrera tendidas las tropas de toda gala. Esta suntuosa ceremonia, que después en nuestros días hemos visto muchas veces repetida, era entonces y en aquellas circunstancias una novedad sorprendente, y que causó una admirable sensación.

Llegado que hubo al salon de cortes la regia comitiva, recibida por las comisiones, colocadas la reina y las infantas en sus respectivas tribunas, sentado el rey en el solio, y más abajo y á su izquierda los dos infantes sus hermanos, puesto luego en pie el monarca, con el libro de los Evangelios delante, pronunció con voz firme y con semblante halagüeño, ante el presidente y los secretarios, el juramento siguiente:

«Don Fernando VII, por la gracia de Dios y la Constitución de la monarquía española, rey de las Españas; juro por Dios y por los Santos Evangelios, que defenderé y conservaré la religión católica, apostólica, romana, sin permitir otra alguna en el reino: que guardaré y haré guardar la Constitución política de la monarquía española, no mirando en cuanto hiciere sino al bien y provecho de ella: que no enajenaré, cederé ni desmembraré parte alguna del reino: que no exigiré jamás cantidad alguna de frutos, dinero, ni otra cosa, sino las que hubiesen decretado las cortes: que no tomaré jamás á nadie su propiedad, y que respetaré sobre todo la libertad política de la nación, y la personal de cada individuo: y si en lo que he jurado, ó parte de ello, lo contrario hiciere, no deseo ser obedecido, antes aquello en que contraviniere sea nulo y de ningún valor. Así Dios me ayude y sea en mi defensa, y si no me lo demande.>>

Una salva de aplausos siguió á las últimas palabras del rey. Terminado el juramento, el presidente Espiga dirigió á S. M. un discurso lleno de circunspección y sensatez, y de ideas liberales templadas y sanas. Manifestó el rey su agradecimiento á las cortes por los sentimientos expresados por el órgano de su digno presidente, y en seguida pronunció él con voz clara é inteligible un discurso, cuyos primeros períodos bastarán á dar idea de su espíritu, y eran los siguientes:

«Señores diputados: Ha llegado por fin el día, objeto de mis más ardientes deseos, de verme rodeado de los representantes de la heroica y generosa nación española, y en que un juramento solemne acabe de iden

tificar mis intereses y los de mi familia con los de mis pueblos.-Cuando el exceso de los males promovió la manifestación clara del voto general de la nación, oscurecido anteriormente por circunstancias lamentables que deben borrarse de nuestra memoria, me decidí desde luego á abrazar el sistema apetecido, y á jurar la Constitución política de la monarquía, sancionada por las cortes generales y extraordinarias de 1812. Entonces recobraron, así lo corona como la nación, sus derechos legítimos, siendo mi resolución tanto más espontánea y libre, cuanto más conforme á mis intereses y á los del pueblo español, cuya felicidad nunca había dejado de ser el blanco de mis intenciones las más sinceras. De esta suerte, unido indispensablemente mi corazón con el de mis súbditos, que son al mismo tiempo mis hijos, sólo me presenta el porvenir imágenes agradables de confianza, amor y prosperidad.-¡ Con cuánta satisfacción he contemplado el grandioso espectáculo, nunca visto hasta ahora en la historia de una nación magnánima, que ha sabido pasar de un estado político á otro sin trastornos ni violencias, subordinando su entusiasmo á la razón, en circunstancias que han cubierto de luto é inundado de lágrimas á otros países menos afortunados! La atención general de Europa se halla dirigida ahora sobre las operaciones del Congreso que representa á esta nación privilegiada, etc. (1).»

El presidente manifestó á S. M. la alegría con que las cortes habían oído de sus augustos labios tan nobles y generosos sentimientos; y concluída la ceremonia, salió la real familia con el mismo cortejo, resonando, primeramente en el salón, después en la carrera hasta palacio, repetidos aplausos y vivas á la Constitución y al rey constitucional. Las cortes permanecieron reunidas hasta nombrar, á propuesta del conde de Toreno, una comisión para redactar el proyecto de contestación al discurso de la corona, el cual se presentó y aprobó en la sesión del siguiente día. La Junta provisional consultiva, cuyas tareas terminaban con la apertura é instalación de las cortes, despidióse el mismo día 9 con un extensísimo Manifiesto, en que daba cuenta minuciosa á las cortes y á la nación de todos sus actos políticos y administrativos en el período de su gobierno, al propio tiempo que sembraba su escrito de reflexiones y máximas juiciosas y saludables (2). Las juntas de provincia cesaron también en sus respectivas funciones.

Como un faustísimo día fué mirado aquél por los amantes de la libertad; el mayor día de España se le llamó en el diario oficial del gobierno. Pero ¿bastaban estas demostraciones exteriores para poder confiar en que las halagueñas esperanzas de los liberales se viesen cumplidas? Así hubiera podido ser, si hubiera habido sinceridad y buena fe en unos, juicio y templanza en otros, en otros menos fanatismo y apasionamiento, y en otros, en fin, más ilustración ó más desinterés. Pero examinemos cuál era la actitud respectiva de los diversos elementos que jugaban en la organi(1) Estos discursos se publicaron íntegros en la Gaceta extraordinaria del 10. El que pronunció el rey se atribuyó á Argüelles.

(2) Inserta el marqués de Miraflores este largo documento en el tomo I de Apéndices á su opúsculo: «Apuntes históricos para escribir la historia de España del 20 al 23.)

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