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derse de sus ministros por el medio legítimo que la Constitución ponía en manos del monarca, tomó el camino torcido y peligroso de presentarse en el Consejo de Estado, y quejarse allí y acusarlos de tolerantes ó consentidores de los insultos que recibía, y de la coacción que estaban ejerciendo en su voluntad. Expúsose con este indiscreto paso á lo que le sucedió, á saber; que los ministros, y especialmente Argüelles y García Herreros, respondieran á la queja del rey diciendo, que si usaban de energía para sostener el Código que habían jurado, y no tenían la fortuna de complacer en esto al monarca, era porque así se lo prescribían sus obligaciones.

Salió Fernando del Consejo amostazado, y revelando en su mirada y en su rostro la cólera que le oprimía. Su primer impulso de venganza fué decretar la prisión de los dos ministros que de aquella manera habían herido y rebajado su dignidad. La reflexión ó los consejos de familia le hicieron retroceder de aquel pensamiento, pero no abandonó el de vengarse de ellos en la primera ocasión y de un modo que fuese ruidoso. Aquélla se presentó pronto, y de cualquier manera no podía ser duradera una situación de recíproca antipatía y de agrio y constante desacuerdo entre el rey y sus consejeros responsables.

Acercábase el día para el cual estaba señalada la segunda legislatura de las cortes. En la última semana de febrero (1821), comenzaron ya las juntas preparatorias, y el 25 se instalaron, nombrando presidente á don Antonio Cano Manuel, ministro que había sido de Gracia y Justicia en la

que sigue:- El Rey (Q. D. G.) ha oído la exposición que los cuerpos de la Guardia de infantería real de su casa, con los de artillería nacional, guarnición á pie y á caballo, y Milicia Nacional de ambas armas de esta Muy Heroica villa le han hecho, manifestando su sincera respetuosa oferta de sacrificarse por su Real Persona, identificada con la Constitución de las Españas promulgada en Cádiz el año 1812. S. M., á quien estos sentimientos le son tan gratos como deseados, me manda decir á V. S. y á cada uno de los jefes, para que lo hagan notorio á sus respectivos cuerpos, que admite la oferta, que exige su cumplimiento, y que manda con toda la fuerza de su poder y facultades, que en ningún caso ni bajo ningún pretexto consientan que nadie atente lo más mínimo contra una Constitución que es su deseo ver seguir religiosa y escrupulosamente en fuerza del juramento recíproco que todos tienen hecho; previniéndole al mismo tiempo diga á todos los jefes y autoridades civiles y militares de esta Heroica villa, cuán satisfecho y gozoso se halla de ver su constante amor á su Real Persona y á la Constitución de la Monarquía, recomendando la más íntima y estrecha unión, con la cual S. M. está bien seguro y tranquilo que ningún género de tentativa solapada ni descubierta podrá alterar la majestuosa marcha de una nación que tiene por divisa la lealtad y amor á sus reyes, y la firmeza de sus resoluciones, con las que nadie ni nada podrá variar la Constitución que tiene tan sinceramente adoptada. Todo lo que, con el mayor placer mío, digo á V. S. y demás jefes de la plaza de orden de S. M.-De la misma Real orden lo traslado á V E. para que se sirva comunicarlo por su parte á las autoridades civiles. -Lo que comunico á V. E. de orden de S. M. para su inteligencia y demás efectos convenientes.

Dios guarde á V. E. muchos años.

Señor jefe político de esta provincia.
Madrid, 11 de febrero de 1821.

AGUSTÍN ARGÜELLES

época de la regencia, y cuya conducta en la cuestión de los canónigos de Cádiz sobre la lectura del decreto de Inquisición en los templos podrán recordar nuestros lectores. Una comisión presidida por el obispo de Mallorca pasó inmediatamente á palacio á poner en conocimiento del rey la instalación. Fernando, impresionado por los sucesos de los días anteriores, cometió la inconveniencia de manifestar á la comisión la necesidad de que las cortes dictaran providencias para evitar en lo sucesivo los insultos y desacatos de que había sido objeto, y para impedir nuevos ataques al orden público. El prelado presidente de la comisión, al dar á su regreso cuenta á las cortes del desempeño de su cometido, enteróles también del encargo que el rey le había hecho, á lo cual contestó el presidente de la asamblea, que la conservación del orden público no era de la incumbencia y atribuciones del poder legislativo. La extemporánea y extraña advertencia del rey, y la seca contestación del presidente del congreso, unido todo á los antecedentes de aquellos días, eran indicios claros y anuncios de alguna tempestad, cuyo estallido no podía hacerse esperar mucho tiempo, y de un desconcierto en los altos poderes del Estado, cuya pugna era ya demasiado manifiesta.

CAPÍTULO VII

CORTES. SEGUNDA LEGISLATURA

(De marzo á julio, 1821)

Discurso de la Corona.-Parte añadida por el rey, sin conocimiento de los ministros. -Asombro y despecho de éstos.- Resuelven dimitir.-Se anticipa el rey á exonerarlos.—Singular mensaje del rey á las cortes. Les encarga que le indiquen y propongan los nuevos ministros.-Discusión importante sobre esta irregularidad constitucional y sobre las intenciones del rey.—Digna contestación de las cortes.— Respuesta de las mismas al discurso del trono. - Llaman á su seno á los ministros caídos, y les piden explicaciones. - Decorosa negativa é inquebrantable reserva de éstos.-Nuevo ministerio.-Situación embarazosa en que se encuentra.-Tareas de las cortes.—Precauciones y medidas de seguridad y orden público. —La célebre ley de 17 de abril-Su espíritu y principales disposiciones. -Prohíbense las prestaciones en dinero á Roma.-Castigos á los eclesiásticos que conspiraban contra el sistema constitucional.-Extinción definitiva del cuerpo de Guardias de Corps.— Alteración del tipo de la moneda.-Reglamento adicional para la Milicia nacional.-Horrible asesinato del canónigo Vinuesa, llamado el Cura de Tamajón.-Susto y temor del rey.-Vivos debates que provoca el suceso en las cortes. - Discursos de Toreno, Martínez de la Rosa y Garelly.-Aumento del ejército y de la armada.—Prorróganse por un mes las sesiones.-Ley constitutiva del ejército.—Gravísimos inconvenientes de algunas de sus prescripciones.--Pingües rentas anuales que se señalan á los jefes del ejército revolucionario.-Reducción del diezmo á la mitad. - Aplicación del diezmo.-Juntas diocesanas.—Indemnización á los partícipes legos.-La ley de señoríos.-Las clases beneficiadas con las reformas no las agradecen.-Medidas económico-administrativas.--Empréstito.-Sistema de contribuciones.-Presupuesto general de gastos.-Plan general de instrucción pública.-División de la enseñanza.-Escuelas especiales. - Nombramiento de una dirección general.--Garantías de los profesores.-Creación de una Academia nacional.-Reglamento interior de las cortes.-Ciérrase la segunda legislatura.

Aunque era cosa de todos esperada, y por los hombres de buena fe temida, una ruptura entre el monarca y sus ministros, como consecuencia indeclinable de sus antipatías, puestas de relieve con las últimas de

claraciones, nadie pudo calcular que la ruptura estallase en la ocasión y la forma en que se verificó,

El rey asistió á la solemne apertura de las cortes (1.° de marzo, 1821), acompañado de la real familia y con el mismo aparato, cortejo y ceremonia que en la anterior legislatura. Leyó con voz firme el discurso, que, como redactado por los secretarios del Despacho, según costumbre, estaba lleno de ideas y de frases que respiraban adhesión y amor al sistema constitucional. Mas ¡cuál sería la sorpresa y el asombro de los ministros, al ver que después de las palabras con que ellos habían terminado la minuta del discurso, el rey continuaba leyendo párrafos enteros que ellos no conocían, como que habían sido añadidos por el monarca mismo, y párrafos en que se arrojaba á la faz del congreso una censura ministerial! Lo añadido por el rey decía:

«De intento he omitido hablar hasta lo último de mi persona, porque no se crea que la prefiero al bienestar de los pueblos que la Divina Providencia puso á mi cuidado-Me es preciso, sin embargo, hacer presente á este sabio congreso, que no se me ocultan las ideas de algunos mal intencionados que procuran seducir á los incautos, persuadiéndoles que mi corazón abriga miras opuestas al sistema que nos rige, y su fin no es otro que el de inspirar una desconfianza de mis puras intenciones y recto proceder. He jurado la Constitución, y he procurado siempre observarla en cuanto ha estado de mi parte, y ¡ojalá que todos hicieran lo mismo! Han sido públicos los ultrajes y desacatos de todas las clases cometidos á mi dignidad y decoro, contra lo que exigen el orden y el respeto que se me debe tener como rey constitucional. No temo por mi existencia y seguridad; Dios, que ve mi corazón, velará y cuidará de una y otra, y lo mismo la mayor y la más sana parte de la nación; pero no debo callar hoy al congreso, como principal encargado por la misma en la conservación de la inviolabilidad que quiere se guarde á un rey constitucional, que aquellos insultos no se hubieran repetido segunda vez, si el poder ejecutivo tuviese toda la energía y vigor que la Constitución previene y las cortes desean. La poca entereza y actividad de muchas de las autoridades ha dado lugar á que se renueven tamaños excesos; y si siguen, no será extraño que la nación española se vea envuelta en un sinnúmero de males y desgracias. Confío que no será así, si las cortes, como debo prometérmelo, unidas íntimamente á su rey constitucional, se ocupan incesantemente en remediar los abusos, reunir la opinión y contener las maquinaciones de los malévolos, que no pretenden sino la desunión y la anarquía. Cooperemos, pues, unidos el poder legislativo y yo, como á la faz de la nación lo protesto, en consolidar el sistema que se ha propuesto y adquirido para su bien y completa felicidad.-FERNANDO.>>

Por mucho que al rey y á los suyos se quisiera disculpar con la novedad y la ignorancia de las prácticas constitucionales, el solo buen sentido debió haberles bastado para comprender lo grave y lo irregular de un paso tan monstruoso y tan inaudito como el de acusar tan rudamente en ple no parlamento á los ministros de la corona. Sólo un deseo ciego de venganza pudo inspirar á Fernando idea tan anómala y peregrina. Grande fué el escándalo. La contestación del presidente se concretó al cuerpo del

discurso del monarca, tal como constaba de la minuta que había tenido á la vista, y en nada, por lo mismo, se refirió á la adición hecha de su cuenta, á la cual se dió en llamar la coletilla del rey. Los ministros, que lo habían escuchado con tanto asombro como indignación y despecho, salieron, no obstante, acompañándole resueltos á hacer dimisión de sus cargos sin pérdida de tiempo; pero el rey se les anticipó decretando la exoneración de todos tan pronto como regresó á palacio.

No menos sorpresa que con el original apéndice del discurso recibieron las cortes con otra comunicación del rey, leída en la sesión del 3. Cuando se esperaba saber el nombramiento de los ministros que habían de reemplazar á los exonerados, encontráronse las cortes con el siguiente extraño mensaje de Su Majestad:-«Queriendo dar á la nación un testimonio irrefragable de la sinceridad y rectitud de mis intenciones, y ansioso de que cooperen conmigo á guardar la Constitución en toda la monarquía las personas de ilustración, experiencia y probidad, que con diestra y atinada mano quiten los estorbos, y eviten en cuanto sea posible todo motivo de disturbios y descontento, he resuelto dirigirme á las cortes en esta ocasión, y valerme de sus luces y de su celo para acertar en la elección de nuevos secretarios del Despacho. Bien sé que esta es prerrogativa mía; pero también conozco que el ejercicio de ella no se opone á que las cortes me indiquen, y aun me propongan las personas que merezcan más la confianza pública, y que á su juicio sean más á propósito para desempeñar con aceptación general tan importantes destinos. Compuestas de representantes de todas las provincias, nadie puede iluminarme en este delicado asunto con más conocimiento que ellas, ni con menos riesgo de que el acierto sea cual yo deseo. El esclarecimiento que cada dipu tado en particular, si lo pidiese, no me rehusaría, no me le negarán tampoco todos ellos reunidos, pues cuento con que antepondrán la consideración del bien público á otra de pura delicadeza y miramiento.>>

Esta nueva irregularidad de pedir á las cortes la designación de los ministros no podía ya atribuirse á ignorancia de las prescripciones constitucionales. ¿Movíale á desprenderse de ella un deseo sincero del acierto, y una respetuosa deferencia á la representación nacional? No lo interpretaron así las cortes: discretas y previsoras en este punto, comprendieron al instante la red en que los consejeros de Fernando, con más malicia que talento y habilidad, intentaban envolverlas. Unánimes estuvieron los diputados en el modo de ver este negocio, aun los de más encontradas opiniones, como Toreno y Romero Alpuente, Martínez de la Rosa y Moreno Guerra. Los que han aconsejado al rey, decía Toreno, ¿á qué le han expuesto? A que digamos nosotros que las personas que merecen la confianza de la nación, sean las mismas que S. M. ha separado de su lado: y en este caso se vería, ó expuesto á recibir un desaire, ó precisado á separarse de la propuesta de las cortes. ¿Y no han podido prever que las cortes, en caso de tomar una resolución, podrían tomar más bien ésta que otra? Parece, pues, que le han puesto en esta alternativa para causar una desunión, que debemos absolutamente evitar como el más funesto de los males. Yo veo que los mismos que de doce años á esta parte han conducido tantas veces el trono al precipicio, siguen guiándole hacia él. Quisiera que los que acon

sejan á S. M. tuviesen el mismo espíritu y deseo de su conservación que los ministros que acaban de ser separados. Y pues que ahora se puede hacer el elogio de las personas que han caído, séame lícito tributarles esta especie de homenaje, y valiéndome de las expresiones de una boca sagrada para nosotros, exclamar: ¡Ojalá que todos esos individuos venerasen tanto la Constitución, y fuesen tan adictos á ella, y tan dignos como los que acaban de ser separados! Porque á lo menos nunca han vendido á su patria ni á su rey.»>

Muchos hablaron en el propio sentido de oponerse á la propuesta de candidatos, como no correspondiente al Congreso, aunque cada cual en el espíritu de su matiz político. Dijéronse cosas, y este era uno de los peligros de aquel inconveniente paso, que no favorecían al rey ni al prestigio de su autoridad; y por último, á propuesta del señor Calatrava, se acordó contestar al regio mensaje, que el Congreso no podía mezclarse en el nombramiento de ministros, para cuyo acierto podría consultar S. M. al Consejo de Estado; y que lo único que las cortes podían aconsejarle era que las personas que ocuparan tan altos destinos hubiesen dado pruebas de adhesión al sistema constitucional, por estar así mandado con respecto á otros menos importantes.

La comisión nombrada para contestar al discurso de la corona rehusaba responder al párrafo final, por no ser obra de los ministros. Pareció, sin embargo, á las cortes que tal omisión se tomaría por desaire, ó al menos por descortesía, y después de varios debates acordaron contestar con otro párrafo, que comenzaba: «Han escuchado las cortes con dolor y sorpresa la indicación que V. M. se ha servido hacer por sí al dar fin á su discurso.» Mostrábanle el sentimiento que les causaba todo acto de desacato á su sagrada é inviolable persona, de lo cual sólo podía ser capaz algún español indigno de este nombre: pero que ceñidas ellas por la Constitución á las funciones legislativas, descansaban en el celo y sabiduría del rey, cuya autoridad se extendía á todo cuanto conduce á la conservación del orden público. Que era como atribuir indirectamente á su falta de energía los desmanes de que se quejaba.

Sin embargo, lo más grave de este triste episodio estuvo en haber llamado las cortes á su seno á los ministros caídos, no siendo diputados, ni siendo ministros, para que informasen de las causas que habían motivado su exoneración, y como si se propusiesen investigar hasta dónde podía ó no resultar Fernando cómplice en las conspiraciones de sus parciales, con achaque de enterarse del estado en que se hallaba la nación, pero en realidad convirtiéndose de este modo el Congreso en una especie de tribunal de justicia. Presentáronse los ex ministros, é interrogados por varios diputados, contestaron sucesivamente Valdés, Argüelles y García Herreros, encerrándose todos en una digna y prudente reserva, sin que nadie pudiera arrancarles ni una queja ni una palabra que ofendiese al rey. «Como individuo particular, decía Valdés, nada puedo contestar; como ministro, nada puedo decir, pues no lo soy: los actos del ministerio constan en los expedientes de las secretarías, y en todo tiempo está pronto á responder de los cargos que puedan hacerle.»--«Ni mis compañeros, ni yo, contestaba Argüelles, podemos suministrar las luces que las cortes desean: ex

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