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época, y por cuyo remedio clamaban con sobra de razón y justicia todos los hombres sensatos; mas no les alcanzó el tiempo para ello; cumplióse el plazo señalado á la legislatura extraordinaria: habían comenzado ya y se estaban celebrando las juntas preparatorias para las cortes ordinarias, y se verificó la sesión regia de clausura el 14 de febrero (1822) con la solemnidad y ceremonias de costumbre. Al final de su discurso dijo el rey: «Al retirarse á sus provincias los señores diputados los acompaña el testimonio de la gratitud nacional y la mía, y yo confío de sus virtudes patrióticas y sanos consejos, que contribuirán á mantener en ellas el orden público y el respeto á las autoridades legítimas, como el mejor medio de consolidar el sistema constitucional, de cuya puntual observancia depende el bienestar y prosperidad de esta nación magnánima.» Corto fué el discurso del monarca: algo más extensa la contestación del presidente Giraldo: «Gloríase V. M., concluía, de la gran parte que tiene en la felicidad de la nación, y de hallarse en ese trono apoyado y sostenido por la Constitución y las cortes, desde el que hará la dicha de su augusta familia y de todos los españoles, mientras nosotros, desnudos ya de la investidura con que nos había condecorado la ley, dirigimos constantemente nuestros votos por la prosperidad de nuestra patria, y damos lecciones con nuestra persuasión y nuestro ejemplo de obediencia á las leyes y de respeto á la sagrada persona de V. M.»

Al terminar nosotros este largo capítulo, y sin perjuicio de juzgar á su tiempo estas cortes y este importante período, parécenos oportuno transcribir el juicio que de ellas dejó consignado uno de nuestros más distinguidos amigos, y uno de los más ilustres patricios de aquella y de la presente época: «Si las cortes no llevaban al terminar sus sesiones la gratitud del rey, tenían á la de la nación un derecho incontestable. Que se habían mostrado dignas de su elevado puesto por sus virtudes, ilustración y demás prendas de verdaderos representantes de los pueblos, aparece en sus actos, en las leyes con que dotaron á un país tan atrasado, tan afligido por los abusos. Sin representar un papel tan brillante como las cortes de Cádiz por la diversidad de circunstancias, y sobre todo por no haber venido al mundo las primeras, hicieron ver que hay segundos puestos donde se puede coger gran mies de reputación y gloria. Se penetraron bien de lo que de ellas exigía la opinión pública, el gran nombre que llevaban, y la reputación personal de algunos de los que habían pertenecido á las de Cádiz, de tan alta nombradía (1).»

(1) San Miguel: Vida de Argüelles, t. II, pág. 299.

CORTES ORDINARIAS.

CAPÍTULO X

MINISTERIO DE MARTÍNEZ DE LA ROSA

(De marzo á julio, 1822)

Nueva faz que toma la política.-Conducta del monarca.-Lucha y destemplanza de los partidos.-Fisonomía de las cortes.-Sus tendencias.-Riego presidente.-Cambio de ministerio.- Condiciones de los nuevos ministros.-Comienza la oposición en las cortes.-Proposición de censura.-Complicación producida por la ley de señoríos.-Otra proposición de censura. - Inexperiencia de la oposición.-Argüelles ministerial. Sus discursos.--Impugna á Alcalá Galiano.-Ovación de las cortes al segundo batallón de Asturias.-Escena singular del sable de Riego.-Creación del regimiento de la Constitución.-Honores tributados por las cortes á los Comuneros de Castilla y á los mártires de la libertad en Aragón.—Arde la llama de la guerra civil. Cataluña.-Misas, Mosén Anton, el Trapense.-Navarra: don Santos Ladrón. -Valencia: Jaime el Barbudo.-Choques y conflictos entre la tropa y la milicia, en Madrid, en Pamplona, en Barcelona, en Valencia.- Sesiones borrascosas sobre los sucesos de esta última ciudad.-Exaltación de Bertrán de Lis.-Dictamen de una comisión especial.-Medidas generales que proponía para remediar aquellos y otros semejantes desórdenes.-Actitud de las cortes extranjeras para con el gobierno español.-El Santo Padre.-Planes que se fraguaban en el palacio de Aranjuez.— Agentes de Fernando en el extranjero.—Conducta de la corte de Francia.-Sesiones del Congreso. - Cuestión de Hacienda.-Guerra entre los ministros y las cortes. -Plan de economías.-Largueza en punto á recompensas patrióticas.—Se declara marcha nacional el himno de Riego.-Erección de dos monumentos en las Cabezas de San Juan.-Ordenanza para la Milicia nacional.—Excitación oficial del entusiasmo público.-Enérgico y riguroso decreto contra los obispos desafectos á la Constitución.-Mensaje de las cortes al rey.-Su espíritu antiministerial.-Discursos de Alcalá Galiano y Argüelles.-Triste y oscuro cuadro que presentaba la nación.— Suceso del día de San Fernando en Aranjuez.-Graves disturbios en Valencia en el mismo día.-Ardientes sesiones sobre ellos.- Bertrán de Lis y el ministro de Estado: frases descompuestas.-Votación.-Crecen en todas partes las turbulencias. -Aumento de facciones.-Toma de la Seo de Urgel por el Trapense.-Importancia de este hecho.-Tareas y decretos de las cortes.-En la parte militar -En materias económicas.-Presupuestos: contribuciones.-Ciérranse las cortes.-Frialdad con que es recibido el rey dentro y fuera del Congreso.-Síntomas de graves disturbios.

«Nueva época constitucional,» llama un ilustrado escritor de las cosas de aquel tiempo, á esta que comenzó con la apertura de las cortes ordinarias de 1822 y con el nombramiento de un nuevo ministerio. Y bien puede llamarse así, en razón á la nueva faz que tomó la política, á la nueva fisonomía que le imprimieron los dos primeros y fundamentales elementos del régimen constitucional, la Asamblea nacional y el gobierno, el poder legislativo y el ejecutivo.

Al choque, que veremos, entre estos dos poderes, que bien necesitaban marchar unidos, y que encontrados habían de ocasionar colisiones lamentables en daño evidente para la nación, agregábase la conducta del monarca, de quien se tenía la convicción de que trabajaba incesantemente en secreto por destruir aquel sistema y derribar aquellas instituciones con

que de público se mostraba tan identificado. Y uníase á todo esto la actitud y exacerbación con que luchaban y se combatían, sin consideración y sin tregua, los tres partidos que se disputaban el triunfo, y parecía disputarse también el apasionamiento y la destemplanza indiscreta y provo cadora, á saber: el absolutista, que trabajaba descubiertamente en los campos, á la zapa en lo recóndito de los santuarios y del regio alcázar; el de los liberales exaltados, que bullía en las plazas, en los clubs y en la representación nacional; y el de los liberales moderados y reformistas de la Constitución, que pugnaban por prevalecer en la Asamblea, en el gobierno y en los consejos del soberano. Faltos de tacto, de discreción y de prudencia todos como partidos en esta época, aunque hombres de buena fe muchos de sus individuos, todos fueron culpables de los tristes sucesos que van á desplegarse á nuestros ojos. Iremos viendo la parte que en ellos cupo á cada uno.

Producto las cortes que ahora se abrían de unas elecciones hechas en el estado turbulento del país que hemos bosquejado en el anterior capítulo, y bajo la influencia y actividad de las sociedades secretas, vinieron á tomar asiento en los escaños de los legisladores muchos de los hombres más acalorados y fogosos, conocidos por la exaltación de sus ideas, con más dosis algunos de buena fe que de experiencia y aplomo. Había pocos doceañistas, por la circunstancia de haber abundado en las anteriores, y la prohibición de ser reelegidos. Escaseaban los grandes y títulos; no había un solo prelado de la Iglesia; eran en corto número los propietarios y aun los empleados; en mayor proporción estaban los abogados y literatos (1). Descollaban entre los más ardientes el duque del Parque, Riego, Alcalá Galiano, Istúriz (don Javier, hermano del don Tomás, diputado en las de Cádiz, ya difunto), Infante, Saavedra (don Ángel), Bertrán de Lis (don Manuel), Ruiz de la Vega, Salvato, Rico, Escobedo y otros. Figuraban como moderados, relativamente á éstos, Argüelles (don Agustín), Canga, Valdés, Álava, Gil de la Cuadra, y algunos otros doceañistas, aunque dispuestos á no ir detrás de sus adversarios en todo lo que afectase ó tendiese á mantener la integridad de la Constitución y el sostenimiento de las reformas hechas. Generalmente habían salido de las urnas los nombres de los que eran más conocidos por su animadversión á los que ocupaban las sillas ministeriales.

Desde las primeras juntas preparatorias, que fueron varias con arreglo al sistema de entonces, revelaban estas cortes sus tendencias y lo subido de su matiz político. En el examen de poderes púsose reparo á los del duque del Parque, en razón á prohibir la Constitución que fuesen diputados los empleados en la real casa, y ser el duque gentilhombre de cámara con ejercicio. Pero tenía fama de liberal exaltado, y como predominaban los de estas ideas, se decretó su admisión. De mayor y más grave tacha adolecían los poderes de Alcalá Galiano, puesto que estaba procesado como

(1) Componíase este Congreso, dice un escritor de aquel tiempo, de un solo grande de España, el duque del Parque, presidente de la Fontana de Oro, de dos títulos, ningún obispo, veintiséis curas y canónigos, treinta militares, veintisiete empleados inferiores, diez y seis propietarios de la clase media, siete comerciantes, seis médicos, veintisiete abogados y otros.

infractor de la Constitución, á causa de unas elecciones municipales que ilegalmente había anulado siendo intendente y jefe político de Córdoba. Pero Galiano era considerado como el tipo de las opiniones y doctrinas más extremadas; era un tribuno popular de empuje; había ayudado á la rebelión de Cádiz y de Sevilla, y sobre todo era objeto de odio especial para los moderados. Pasó, pues, por encima de todo el mayor número, y diósele entrada en el Congreso. También se hallaba procesado el jefe político revolucionario de Sevilla, pero este caso se aplazó para cuando estuviesen reunidas las cortes. Finalmente, en la última junta preparatoria (25 de febrero, 1822) fué elegido presidente de mes don Rafael del Riego, que más por su significación que por su influencia era como un guante que se apresuraban á arrojar al monarca y á los moderados.

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Señalado por el rey el 1." de marzo para la sesión regia, el discurso de la Corona sólo ofreció de notable el párrafo siguiente: «Nuestras relaciones con las demás potencias presentan el aspecto de una paz duradera, sin recelo de que pueda ser perturbada; y tengo la satisfacción de asegurar á las cortes que cuantos rumores se han esparcido en contrario carecen absolutamente de fundamento, y son propagados por la malignidad, que aspira á sorprender á los incautos, á intimidar á los pusilánimes y á abrir de este modo la puerta á la desconfianza y á la discordia » A todos constaba que no era así, y lo veremos luego; pero este era el carácter y este el manejo de Fernando. En la brevísima respuesta del presidente sólo llamaban la atención las últimas palabras: «Las cortes harán ver al mundo entero, que el verdadero poder y grandeza de un monarca, consisten únicamente en el exacto cumplimiento de las leyes.» Palabras que desde luego se comprendió que más que una simple aseveración envolvían una advertencia conminatoria para el trono.

El rey por su parte, después de haber admitido en 8 de enero la dimisión de los ministros de Estado, Gobernación, Guerra y Hacienda, hecha á consecuencia del mensaje y de la actitud de la anterior cámara, y nombrado interinamente otros en su lugar, aunque declarando estar muy satisfecho de los servicios de los primeros (1); después de haber hecho pasar los ministerios por otras manos interinas, la víspera de abrirse estas cortes y conocido ya su espíritu, nombró el gabinete definitivo (28 de febrero de 1822), compuesto de las personas siguientes: Estado, don Francisco Martínez de la Rosa; Gobernación, don José María Moscoso de Altamira; Ultramar, don Manuel de la Bodega (que á los pocos días fué reemplazado por don Diego Clemencín); Gracia y Justicia, don Nicolás Garelly; Hacienda, don Felipe Sierra Pambley; Guerra, don Luis Balanzat, y Marina, don Jacinto Romarate. Toreno, que había sido invitado por el rey para la formación del nuevo ministerio, no tuvo por conveniente aceptar, y se contentó con indicar á Martínez de la Rosa para jefe de aquél.

Hombres pacíficos y honrados los nuevos ministros, conocidos en la anterior legislatura por sus opiniones moderadas, y algunos por su bri

(1) Los dimisionarios eran Bardají, Feliu, Salvador y Vallejo: los interinamente nombrados fueron don Ramón López Pelegrín (Estado), don Vicente Cano Manuel (Gobernación), don Francisco de Paula Escudero (Guerra), y don José Imaz (Hacienda).

llante elocuencia, cualquiera que fuese el cálculo y el propósito del monarca al encomendarles las riendas del gobierno, frente á unas cortes compuestas en gran parte de hombres exaltados y fogosos, Martínez de la Rosa jefe del ministerio, y Riego presidente de la Asamblea, era, sobre una verdadera anomalía, un peligro evidente de choque entre los dos poderes. Pues aunque se colocaran en los bancos ministeriales Argüelles y otros diputados de talento y de prestigio, la falange con que tenían que combatir era formidable y turbulenta, y lo que le faltaba de experiencia y de tacto parlamentario, lo suplía la fogosidad, una palabra fácil en algunos, y en todos la resolución y la constancia en no perdonar medio para deshacerse de los nuevos ministros y arrebatarles el poder. La comunicación de su nombramiento en la primera sesión (1.o de marzo) fué recibida ya con visible desagrado.

Muy poco, pues, tardó en romperse el fuego entre la oposición y el gobierno, antes que hubiese actos de éste que poder juzgar. Túvose por de mal agüero la salida del rey con su familia el 6 al real sitio de Aranjuez, porque se observaba que la ausencia de la corte era simpre presagio de alguna mala nueva Así fué que en la sesión de aquel mismo día trabóse disputa sobre el orden en que los ministros habían de leer la Memoria que cada uno llevaba redactada sobre el estado de su ramo. opinando unos que fuesen por el orden de las secretarías, otros que indistintamente. El de la Gobernación manifestó que no habiendo ley alguna que lo determinase, no tenían obligación de atenerse á la práctica, y procedió á leer la suya el ministro de Marina, en razón á tener que acompañar al rey aque . lla tarde. Bastó este fútil pretexto para que acto continuo se presentara una proposición, que apoyó el señor Istúriz, concebida en estos términos: «Pedimos á las cortes que manifiesten el alto desagrado con que han visto la conducta del ministro de la Gobernación de la Península en la discusión sobre el orden de leer las Memorias del ministerio.» Por solos dos votos no fué tomada en consideración, y en seguida se aprobó otra del señor Álava, reducida á que las Memorias de los secretarios del Despacho se leyesen por el orden con que éstos estaban designados en la Constitución, y que si por un acaecimiento imprevisto no pudiese observarse precisamente este orden, se autorizase al presidente para que señalase la que debía leerse.

La admisión del señor Escobedo produjo también largo altercado en la sesión del 7. Era Escobedo aquel jefe político de Sevilla desobediente á las órdenes del gobierno, y como tal sometido á una causa por su conducta con arreglo al acuerdo de las cortes extraordinarias de 24 de diciem bre último. Discutióse mucho sobre su aptitud legal, y por último, se aprobó una proposición del señor Oliver, para que declarasen las cortes que, aprobados los poderes de Escobedo, entrase á jurar, sin perjuicio de lo que determinase el tribunal de cortes.

Suscitó mayor debate en la misma sesión un oficio que leyó el ministro de Gracia y Justicia, participando que S. M. no había tenido á bien sancionar la ley de 7 de junio de 1821 sobre señoríos, y la devolvía con la fórmula de Vuelva á las cortes. Y al propio tiempo presentaba un nuevo proyecto de ley sobre la misma materia. Desagradable sensación hizo lo

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