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al mismo tiempo que se supo la pérdida y desastre de Zahara, llegó la nueva de la toma de Alhama, ganada por aquel caudillo en el corto plazo de una noche (14).

Rebosó en Castilla el contento, al correr de boca en boca la inesperada nueva: celebróse en ciudades y villas con regocijos y alegrías; pero los prudentes Monarcas, anteviendo las resultas de aquel suceso, y sin dejarse desvanecer por los humos del triunfo, apellidaron los caballeros principales, demandaron auxilio á los pueblos, y ordenaron acudir con presteza en socorro de Alhama.

Estaba cabalmente circundada por todas partes de pueblos enemigos, en el riñon del reino de Granada, y á pocas leguas de la capital; y si bien blasonaba de fuerte (no tanto por sus muros, cuanto por lo quebrado y áspero del terreno, enriscada sobre una cumbre, cerros por torres, y por foso un rio), no bastaban los guerreros que la habian conquistado, á defenderla largo tiempo contra un torrente de enemigos.

Túvose luego aviso de que el Rey de Granada en persona se habia puesto otra vez sobre la ciudad con numerosa hueste, resuelto á no alzar mano de la empresa hasta recobrar á todo trance aquella joya de su corona. Y en tamaño apremio y conflicto, quiso la buena suerte que recordasen los Reyes de Castilla el esfuerzo de aquel mancebo, que ya habia grangeado prez y renombre en la guerra contra Portugal. Recibir el mandato del Rey, y volar Hernando del Pulgar en socorro de Alhama, todo fue un solo punto no llevaba, es cierto, la numerosa hueste con que habia acudido al mismo intento el famoso duque de Medina Sidonia (al fin Guzman el Bueno), mas digno de admiracion y loa por ahogar en aquel trance antiguos re

sentimientos y quejas, acudiendo en defensa de su rival, que por haber vencido tantas veces á los enemigos; ni podia competir en séquito y boato con tantos caballeros de cuenta. Pulgar venia solo, sin mas compaña que un fiel escudero, la armadura lisa, pero de buen temple, el caballo con sencillos arreos, la misma espada de su padre. «A esta guerra van á acudir (decia hablando consigo mismo) los caballeros mas ilustres, lo mas granado del reino, los que traen bajo sus banderas un ejército de vasallos..... Tú no tienes, Pulgar, mas que tu brazo; mas por la gloria de mis padres (y le hervia la sangre en las venas), que he de morir en la demanda, ó he de ganar mas fama que todos los caballeros de Castilla.»>

Y con este anhelo y próposito se entró resuelto en la ciudad de Alhama, á tiempo que mas arreciaba el peligro (15), acosados los cristianos de la sed y del hambre, sitiados por la hueste enemiga, y sin mas esperanza que la de Dios para librarse del cautiverio ó de la muerte.

sos,

Por horas, por instantes, iba apremiando el riesgo: desfallecian el ánimo y las fuerzas de los guerreros mas famocon tantos trabajos, vigilias, rebatos, necesidades y peligros de toda especie; á punta de espada y no sin riesgo de la vida, tenian que buscar el agua en la misma corriente del rio (16), bebiéndola no pocas veces mezclada con la propia sangre; escaseaban los mantenimientos; acudian de tropel las enfermedades, mas destructoras y temibles que el hierro de los enemigos; y en tamaño apuro ofrecióse Pulgar á salir solo, amparado de la noche, para ir en demanda de auxilios, y volver con ellos á la ciudad. “Ánimo, compañeros (les dijo con voz esforzada): dentro de breves dias vuelvo á salvaros ó á morir con vosotros.»>

La fortuna, que desde los primeros pasos se le mostró propicia, le allanó el camino para salir de Alhama y pasar por en medio de los enemigos: y trepando por uno y otro monte, sin mas escolta que su espada, ni mas favor y guia que el auxilio del cielo, llegó á la ciudad de Antequera, donde se aprestaban auxilios y mantenimentos para acorrer á Alhama, si bien no con tanta presteza como lo premioso del caso requeria.

No escaseó Pulgar súplicas, ruegos, instancias , y por mayor acicate y estímulo su propio ejemplo; en tal manera que desde á pocos dias salió con abundantes provisiones, capitaneando unos cuantos guerreros que se habian ofrecido á seguirle en tan dificil y aventurada empresa.

Con lágrimas de compasion y de ternura los acompañó muchedumbre de gente hasta fuera de las puertas de la ciudad, como despidiéndose de ellos por la vez postrera: caminaron luego en buena orden; algunos de á caballo delante, á fuer de esploradores, las acémilas resguardadas en medio, y detras buen golpe de gente, caballos y peones.

No aconteció cosa notable durante algunas leguas, aunque ya les causaba no pequeño embarazo y molestia lo agrio y estrecho de las sendas, las cargas y el fardage, lo riguroso de la estacion, ventisca y aguaceros; mas al desembocar de pronto á los llanos de Cantaril, y como apareciesen cubiertos de una nube de moros y resonase por los vecinos montes su grita y vocería, arredráronse los cristianos al contarse tan pocos; comenzaron á remolinarse, á desordenarse, á ciar..... Acudió Hernando al punto, animándolos con su voz y su ejemplo; pero apenas echó de ver, con no menos indignacion que sorpresa, que miraban mas por la conservacion de la vida que por la quiebra de la honra,

"¿qué haceis, cobardes, qué haceis? ¿De cuándo acá los moros han visto á un castellano las espaldas?..... Mas si venis huyendo de la muerte, mas cerca la teneis.» Y en diciendo esto, arremetió por medio de los suyos, hiriéndolos con su propia lanza, y empujándolos contra el enemigo. El arrojo del caudillo, su ejemplo, sus palabras acerosas mas penetrantes que sus mismas armas, restauraron como por encanto el ánimo de aquellos guerreros; y revolviendo como un torbellino en contra de los moros, barrieron la llanura y los arrojaron á los montes (17).

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Desembarazados de enemigos, que apenas se mostraban despues guarecidos entre las peñas, continuaron los castellanos su peligrosa via, yendo Pulgar delante, con rostro tan sereno, cual si ya hubiese olvidado su reciente procza; y como advirtiese el caudillo que los suyos no osaban mirarle, avergonzados y pesarosos, los alentaba con afable ademan, apellidando á cada cual por su propio nombre, y celebrando su valor y esfuerzo.

Por barruntes y lenguas habia cuidado Pulgar de dar aviso á los de Alhama de su pronta llegada, para que no decayesen de ánimo; y como conocia á palmos la ciudad y su tierra, se fue acercando con recato antes que despuntase el dia; y sobrecogiendo á los moros entorpecidos con el frio y el sueño, rompió por medio de ellos y llegó al pie del muro.

Apenas tuvo tiempo el conde de Tendilla, alcaide á la sazon de aquella fortaleza, para salir al encuentro de Pulgar, abrazándole en las mismas puertas; y fue tanto el jú– bilo y el gozo de cuantos en Alhama se hallaban, rendidos de cansancio, escasos de sustento, y lo que es mas, ya faltos de esperanza, que apenas daban crédito á sus propios

ojos, Horaban de ternura, bendecian á sus libertadores; mas como si estos sintiesen cierto rubor y empacho al recibir tantas alabanzas, y no bastantemente merecidas, volvíanse en silencio hácia Pulgar y le señalaban con la mano.

Iba el esforzado caudillo sin desvanecimiento ni ufanía, al lado izquierdo del buen conde, que le apellidaba á boca llena salvador de aquella ciudad, y le ofrecia á nombre de los Reyes colmados dones y mercedes: "Vamos á dar gracias á Dios, que á él se le debe todo,» contestó en voz baja Pulgar, y encaminó sosegadamente sus pasos hácia la mezquita mayor, recien convertida en iglesia.

Los dias que se siguieron al de su llegada, bien puede decirse que fueron para aquella ciudad como de regocijo y de fiesta; que no parecia sino que se habia borrado la memoria de tantos males, y que habian desaparecido los riesgos; mirábase la ciudad como salva, y tanta era la confianza que en el esfuerzo de Pulgar tenian, que siempre y cuando apremiaba la urgencia, bien fuese necesario demandar socorros, bien procurar mantenimientos, ó hacer entradas y correrías en tierra de enemigos, encomendábanlo á Pulgar, cual si fuése fiador del buen éxito (18).

Esento de rivalidad y de envidia, que no caben en pecho. hidalgo, admiraba el generoso conde la bizarría de aquel mancebo; y no queriendo retardar (que hasta la sombra de ingratitud es deshonra y mancilla) la recompensa de tan señalados servicios, concedió en nombre de los Reyes á Hernando del Pulgar ciento y cincuenta yugadas de tierra, calles, casas, heredamientos, en aquella misma ciudad que habia salvado con su esfuerzo; confirmando luego los Reyes aquella merced, y en términos tan lisonjeros, que valian mas que los mismos dones, hasta el

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