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do tesoros de doctrina en las ruinas de Grecia y

de Roma. Aun mas claramente se echa de ver la noble aficion de Pulgar á estudiar los sublimes modelos que aquellas naciones le ofrecian, cuando se advierte con cuanta satisfaccion alude á ellos en el breve resúmen histórico que dió á la estampa, y del cual se hará despues mencion; siendo, en mi juicio, harto mas que probable, que habiendo nacido dotado de imaginacion fogosa y de corazon altivo y magnánimo, el ejemplo de los héroes de la antigüedad, cuya virtud y grandeza admiraba, despertaría desde muy temprano en su pecho el ardiente deseo de imitarlos.

Pero el mejor doctrinal y espejo para el mozo Pulgar debieron ser los hechos y costumbres de sus pasados, leales á sus Monarcas, celosos del procomunal, apercibidos siempre y dispuestos á derramar su sangre en defensa de la religion y de la patria. Ya desde muy antiguo, como nacidos en la cuna de la libertad castellana, habian merecido por ello mucha estima y renombre (7); siendo tal el aliento y constancia que distinguian á los de aquella estirpe (cual si se transmitiesen de padres á hijos con la propia sangre), que tenian por escudo y blason un guerrero armado de punta en blanco, empujando con su espada el muro de una torre, y en derredor este orgulloso lema, de quien seguro de su esfuerzo desafía á la fortuna: "el pulgar quebrar y no doblar."

De la misma boca de su padre oia embebecido el mancebo los claros hechos de sus mayores; y quien viera á aquel anciano, mal recobrado de sus heridas, y previendo con ánimo tranquilo que le iban á arrastrar al sepulcro, referir á su hijo las hazañas de sus abuelos; quien contemplára al jóven Hernando, pendiente de los labios del padre, enter

necerse, retemblar, demudarse, sin poder contener dentro del pecho sus generosos ímpetus, bien pudiera prever desde entonces que aquel gallardo mozo estaba destinado á realzar el lustre y esplendor de su casa.

Oia sobre todo con especial ahínco, si ya con visos de emulacion honrosa, las hazañas de su bisabuelo Hernando del Pulgar, que llevó cabalmente su nombre, doncel del Señor Rey Don Juan el I, y que si bien compartió la escasa fortuna de aquel Príncipe en lides y batallas, ganó para sí fama y renombre en la guerra contra Portugal (8).

Con no menor esfuerzo, y al principio con mas próspera suerte, peleó largos años Pedro del Pulgar, hijo de aquel guerrero, señalándose en reencuentros y asaltos, en la toma de ciudades y villas; hallando al fin gloriosa muerte en el mismo campo de batalla (9).

"Dichoso mil veces mi padre (decia con lágrimas en los ojos el buen Rodrigo Perez del Pulgar á su hijo): murió á manos de infieles, peleando contra los enemigos de su religion y de su patria..... Dios le llevó á su gloria. Aquel, Hernando mio, aquel sí que era un noble; pundonoroso y liberal, tan valiente como cortés; su palabra valia por mil juramentos, y su espada estaba siempre pronta en favor del menesteroso y desvalido..... Mil veces me lo repitió en sus postreros años; que no parecia sino que el corazon le pronosticaba nuestras desventuras: aciagos tiempos te han cabido en suerte, hijo mio, y no verás en Castilla sino alteraciones y escándalos..... Pero cuenta, Rodrigo, con empañar tu fama; sé siempre fiel al Rey y celoso del bien de tu patria; que si el cielo te depara desdichas, quien estuvo lejos de merecerlas bendice la mano de Dios, y las sobrelleva con buen ánimo!»

“Así me decia mi buen padre (proseguia el anciano), que me parece ahora mismo que estoy oyendo sus palabras; y bien hube menester, hijo mio, no borrarlas de la memoria, cuando vi cundir en Castilla la llama de la guerra civil y abrasarlo todo y consumirlo..... Yo he visto con mis propios ojos (grima me da el pensarlo) pelear deudos contra deudos, hermanos contra hermanos, padres contra hijos y habiendo guerreado contra los enemigos de la fé hasta en la misma Vega de Granada, fue tal mi mala suerte, que escapé salvo de tantos peligros, para verter mi sangre á manos de españoles..... Dios los perdone, hijo mio, y te libre á tí de tamaña desdicha (10)!»

Ni una sola vez pudo proseguir el anciano, al recordar cómo habia sido herido en la defensa de Ciudad Real, cuando la acometida del Maestre de Calatrava (11); mas como advirtiese el buen viejo que su hijo Hernando se afligia, procuraba serenar el rostro, y estrechando su diestra con la suya (como del padre del Cid nos lo refieren): “esta, hijo mio, no blandirá la lanza sino contra los enemigos de Dios y de tu patria; mas cuenta no lo olvides (y le apretaba la mano con mas fuerza), ya sabes el blason de los tuyos: "el pulgar quebrar y no doblar.”

No respondia el mancebo, ni menos daba muestras de dolor ó flaqueza; antes bien besaba humilde la mano de su padre, y le pedia su bendicion, seguro de llevar con ella la del cielo. Y acostumbrando el cuerpo á la intemperie y los trabajos, acreciendo las fuerzas con el rudo ejercicio de la caza, y llevando sobre sí las pesadas armas (que apenas con afan y sobrealiento pudiéramos nosotros levantar de la tierra), fue adquiriendo aquel temple y vigor que habia de ostentar algun dia.

Aun era mozo Hernando cuando lloró la muerte de su padre: buen caballero, á la antigua usanza de Castilla, y de tantas y aventajadas partes, que fuera aun mayor su renombre, si tan en breve no le eclipsára el hijo. Pues decir la pena y amargura con que lamentó este aquella dolorosa pérdida, sin que nada bastase á consolarle, seria cosa no menos árdua que enojosa ; habiendo tenido la buena dicha, para que no acabase el dolor de quebrantar su ánimo, de que muy luego le sacase de su postracion y desaliento el sordo rumor de las armas.

Habia nacido Hernando del Pulgar en tan buena sazon y coyuntura, que le duraba, al llegar á la edad viril, el horror que despertáran en su ánimo las revueltas y discordias civiles, cuando exhaustos los pueblos, desmandados los nobles, el trono mal seguro, se desgarraba el reino con sus propias manos; y al mismo tiempo en que se miró huérfano, dueño de mediana fortuna y cabecera de su ilustre casa, vió Pulgar que se iba despejando el cielo de Castilla, y que las prendas y virtudes de la Reina Doña Isabel presagiaban largos dias de prosperidad y de gloria.

Anublóse no obstante la comun alegría, cuando apenas asentada en el solio aquella esclarecida Princesa; se amontonaron en derredor tantas y tan recias tormentas, hasta el punto de renacer en la propia tierra antiguas parcialidades y bandos, de traspasar huestes extrañas los opuestos confines del reino, y de disputarse la corona á punta de lanza en el mismo corazon de Castilla.

Entonces fue cuando por primera vez salió Hernando del Pulgar á probar en el campo sus armas; y con tan buen éxito hubo de hacerlo, que sin mas recomendacion que su espada, y cuando apenas entre tanta muchedumbre

de guerreros se distinguian los capitanes mas esforzados, logró un simple escudero llamar la atencion de los Reyes, que fáciles y prontos á galardonar el merecimiento, le nombraron contínuo de su casa (12).

Pasó la avenida de males que amenazaba sumergir el reino volvió el francés vencido á encerrarse en sus límites; reconoció Portugal, tras uno y otro escarmiento, á la Reina proclamada en Castilla; allanáronse poco á poco los ánimos soliviantados; y comenzó la potestad real á recobrar su robustez y fuerzas, cifrando su salud en las leyes. Con lo cual alejado uno y otro peligro, tornó Pulgar á sus hogares, honrado y satisfecho, atento siempre el oido y la mano en la espada, para acorrer al punto que oyese la voz de sus Reyes.

Poco tiempo habia trascurrido, cuando causó en toda España no menos sentimiento que escándalo el que hubiesen quebrantado los moros las asentadas treguas, tomando de rebato á Zahara, y poniendo á hierro y fuego casas y moradores (13). Increible parecia que los que no habia muchos años vieron talar sus campos, casi á las mismas puertas de Granada, y hubieron de comprar con vil precio la paz que demandaban, ostentasen ahora tanta avilantez y descuello, que provocasen de propósito las armas de Castilla. Mas así que se tuvo certeza del lamentable acontecimiento, y que la voz y fama abultó sus horrores, sonó por todo el ámbito del reino un grito de sorpresa y de indignacion, como el que arroja el hombre honrado al verse acometido por un asesino alevoso.

Sin tregua ni respiro (¿á qué aguardar el mandato del Rey para lavar tamaña afrenta?) voló el marques de Cadiz á tomar en los infieles pronta y cabal venganza; y casi

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