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su Majestad, que pidió todos los Sacramentos, y contra el parecer de los médicos, que decian se habia puesto á parir ántes de tiempo, los recibió é hizo su testamento, mejorando, como le pareció, el que habia hecho en Casarrubios; y, porque temia no poder firmar, dió licencia y poder al Presidente de Castilla, que estaba presente, para que firmase por él. Esta noche se despidió de sus hijos, dándoles muy buenos documentos, y al Príncipe un papel cerrado, en que le avisaba de algunas cosas particulares, á que se remitia, dando por señas éste papel, cuando le enviaba á encargar alguna cosa de nuevo; y nunca más vió á su hijo. Luégo por la mañana, mártes, fué un coche por Florencia, que le llamaba el Rey muy apriesa, enviando el del Infantado tres recados unos tras otros. En entrando, le salió á recibir al antecámara el Confesor del Rey, y á apercebir de que tratase á su Majestad sólo de cosas de confianza, porque estaba algo descaecido, y dejase lo demás. Respondió Florencia: «Señor, yo soy muy poco entremetido, y desto Vuestra Ilustrísima es buen testigo, pues ha visto que en dos años no he entrado por sus puertas, y ahora vengo á ver la primera vez á su Majestad, que Dios guar

de, llamado con tres archeros.»—«¡Jesús! Padre, éntre vuestra paternidad, que puede entrar aquí, cómo y cuándo quisiere; sólo decia ésto porque conozco á su Majestad y sé lo que ahora es menester.» Con ésto entraron en el retrete, donde uno á grandes voces leía la Pasion, y otro le estaba diciendo conceptos desapropositados de la ocasion y tiempo. Tomó Florencia la mano, é hizo un razonamiento que á todos cuantos estaban allí les hizo llorar á hilo, y salió el Confesor á la antecámara enjugándose los ojos y diciendo: <<En mi vida he oido cosa más discreta y espiritual que éste razonamiento.»>> El Rey se dió por muy servido, y dijo: «¡Ah! buen Florencia, no os aparteis de aquí hasta que me cerreis los ojos, y será presto, que ya le he dicho á Espejo que me vaya á hacer el ataud. Florencia, si yo me hubiera aprovechado de vuestra doctrina, con qué otro consuelo muriera ahora.» Y ésto lo repitió en varias ocasiones muchas veces, tomándole las manos al Padre, y apretándoselas con muestras de grande amor. Hízole hacer muchos actos de contricion, repitiendo el santo Rey, como si fuera un niño, cuanto le decia; hízole pedir perdon á todos los que hubiese dado algun pesar. Pidiósele á Dios de las omisiones

que habia tenido en el reinar, y de no haber gobernado por su persona; de haber entregado su voluntad á otro que á Dios del cielo; no haber sido cuidadoso en sus obligaciones; no haber sido muy agrade. cido á sus criados, y de no haberles hablado con mucho agrado. Y después de haberse arrepentido en público, con grandísima humildad, de todas éstas faltas y otras que allí dijo, le suplicó se quedase solo con su confesor, y desto y lo demás que se acordase se reconciliase para recibir nueva gracia. Hízolo, y entró después el conde de Benavente, y dijo el Rey: «¡Ha, buen Conde, y lo qué os debo!» Dijo Florencia: «Guarde Dios á Vuestra Majestad los años que la Cristiandad há menester, que así sabe honrar criados tan leales y cristianos como el Conde.» Dijo el Rey: «Sí lo es el Conde, por cierto.» Trajéronle las reliquias de San Isidro, y, llegándoselas á la cama, le suplicó fuese diciendo con él, y agradeció al Santo la salud que le habia dado en Casarrubios, y pidióle perdon de no haberla empleado como en aquella hora quisiera, y hízole un voto de labrarle una suntuosísima capilla si ahora se la alcanzaba de Dios. Tenia sobre la cama una imágen de Nuestra Señora; hizo la misma oracion y súplica de no haber pro

curado con muchas véras se definiese su Inmaculada Concepcion, y hizo voto de procurallo con alma y vida, si le daba salud. Delante de los dos confesores del Rey y Príncipe (que sin duda les pareció buena devocion para aquel paso) repitió muchas veces su Majestad. «¡Ah, si Dios me diera vida, cuán diferentemente gobernára!» Y éstas palabras han traido á la memoria lo que ha andado aquí entre las manos estos años, sin saber á quién amezaba, un pronóstico que sacó un francés en latin tres años há, en que por modo de diálogo habla con un pintor, y en que, entre otras cosas, decia que éste año de seiscientos y veintiuno, en el mes de Marzo, un Príncipe cristiano de los mayores Monarcas del mundo llegaria á gran peligro de su vida; y que si quedáre con élla, que será dificultoso, (píntamele de allí adelante con un cuchillo en la boca, que viene bien con el sentimiento que mostraba de la omision que habia tenido en el gobierno el santo Rey, nacida de la caridad, con que no queria hacer mal á nadie, y de la humildad, con que no gustaba de ruidos,) muy de creer es que mudára estilo y fuéra más ejecutivo de justicia. Y volviendóse á Florencia, le dijo: «¿Quién os puso á vos en la boca, el miér

coles de Ceniza, alguno de los que me oyen no saldrá de la Cuaresma?; en mí se cumplió la sentencia, Florencia.»> <Señor (dijo el Padre), cierto es que yo no lo dije por Vuestra Majestad, que antes quisiera se cumpliera en mí; mas quiere Dios coronar á Vuestra Majestad en el cielo.>> <<¡Ah! en otro tiempo así lo entendia yo (dijo el Rey) cuando no veía tan de cerca mis pecados; ahora no hallo cosa buena que me aliente, ni vos cuando prediqueis en mis honras la hallaréis qué decir, pero encárgoos que miréis por la honra de los muertos. Yo confieso que no merezco me entierren en sagrado, y que soy el mayor pecador del mundo.» A éstas palabras, dichas con la mayor devocion que puede imaginarse, salieron por los ojos de los presentes los corazones convertidos en agua. Entonces el diestro piloto, que le regía el cielo, viendo lo que le combatia ésta pasion de desconfianza, dijo: «¿Es poco, Señor, haber regido un Reino veintidos años con tanta entereza, que pueda Vuestra Majestad decir, para el paso en que está, como nos lo ha dicho aquí, que siempre ha hecho lo que entendia ser lo mejor y más justicia, y con tal ejemplo personal, como todo el mundo sabe, y á mí me ha dicho Vuestra Majestad muchas veces,

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