Imágenes de páginas
PDF
EPUB

los tuvo en su poder, los mandó crucificar y desollar á fuerza de azotes, y hecho esto, volvió á darse á la vela. Así se despidieron los taimados cartagineses de la incauta España: así pagaron los sacrificios que por su prosperidad había hecho franqueándoles

sus tesoros y su sangre.

Quedaba en poder de los romanos la España cartaginesa, esto es, las ciudades del litoral desde Cádiz hasta Tarragona. En las demás provincias, especialmente en la España interior y en la lusitana, se los trataba solamente como aliados ó como enemigos. Para sojuzgarlos tenía que hacer Roma inauditos esfuerzos y sacrificios, y esta grande empresa, que iba á durar cerca de dos siglos, empezaba ahora para no terminar sino bajo el cetro de Augusto. Pero los hechos memorables de los celtíberos y lusitanos no entran en nuestro cuadro.

En el horizonte de la Bética romana vemos figurar desde el momento de la expulsión de los cartagineses, poblaciones que ya existían en tiempo de éstos, y de las cuales sin embargo no nos daba noticias ninguna historia escrita. Vemos que el vencedor de España, Cornelio Escipión, antes de separarse de sus veteranos para ir á Roma á recibir los honores del triunfo que le concedió la república, los reune en Sancios, población risueña de delicioso clima cerca de Hispal (Sevilla), para que recobren en ella su salud los heridos y mutilados; y para perpetuar la memoria de los solaces que presume ha de proporcionar á los valientes guerreros de Italia, le muda su nombre por el de Itálica, aumenta su población, é inaugura para ella una nueva vida de prosperidad y de honores. Los historiadores y geógrafos griegos y latinos son los que nos dan á conocer la Bética antigua, porlos pueblos que que antes la dominaron, como meros traficantes, no se curaron de escribir los anales de su existencia social.

Pero admira menos el silencio de los antiguos pobladores de esta hermosa región respecto de sus fundaciones, que el ver de golpe aparecer en ella á la luz que difunde la cultura de los nuevos dueños, cerca de doscientas ciudades, de origen más o menos

antiguo, y florecientes la mayor parte de ellas á pesar de la ruinosa administración de los pretores.

La Bética, como toda la Península sometida, no tuvo hasta el tiempo de Julio César otro gobierno que el militar, el cual revistió en breve todo el carácter de arbitrario y despótico que esta clase de regimiento lleva consigo: por mejor decir, su único gobierno empezó á ser la voluntad y el capricho de los hombres prepuestos á la gestión de los públicos negocios por el vencedor. Así las ciudades españolas, á pesar de algunos decretos del Senado, siempre desobedecidos, no lograron tener parte en la pública administración: los mismos magistrados de las poblaciones de primer orden se veían coartados en sus justas quejas por la presencia de los déspotas armados, prontos á sostener la injusticia con la fuerza. Consideraban los romanos la España como una fuente inagotable de riquezas: era para ellos, dice con acierto un moderno historiador, lo que después vino á ser la América para los españoles. Hase escrito, aunque nos parece exagerado, que los tributos que pagaba la Península ibérica, por lo común en productos territoriales, fueron á veces suficientes para alimentar á la Italia entera. Agréguese á esto que los generales romanos, usando del derecho de guerra á su antojo, y los pretores con sus escandalosas depredaciones, esquilmaban el país sacando de él en beneficio propio riquezas infinitamente superiores á las que mandaban al Erario público de Roma. El fruto de la rapiña y de las injustas exacciones impuestas á los vencidos, engrosaba á las familias patricias que componían el Senado; ¿qué procónsul, qué pretor, qué general de la república no tenía en este elevado cuerpo parientes ó valedores? Lucio Léntulo sacó de España 2.450 libras de plata, con cuya suma compró una ovación, y por poco no logra que le decreten el triunfo! Cneyo Léntulo recogió 1.515 libras de oro, 20.000 de plata, y 34.500 monedas de plata acuñadas. L. Stertinio sacó 50.000 libras del mismo metal, y á su vuelta á Roma obtuvo tres arcos de triunfo! No son menos célebres las depredaciones de los Galbas, Crasos

y Lúculos, con las cuales no sólo pagaron sus triunfos, sus consulados, el poder y privilegios de todo género que adquirieron, sino que además les sirvieron para figurar entre los más poderosos ciudadanos de Italia. No se comprende en verdad cómo pudo florecer un país sujeto á extranjeros animados de semejante espíritu de rapiña, consagrados á desustanciarle y á considerarle como presa predestinada de su insaciable codicia. Verdad es que la España de aquellos tiempos abrigaba riquezas inauditas, y de esto tenemos numerosos testimonios. Amílcar Barca, el padre de Aníbal, halló á los turdetanos sirviéndose de pesebres y cántaros de plata, y Appiano consigna este hecho como notable en una época en que era muy común revestir de metales preciosos las vigas de los techos y las paredes de las casas: por donde podemos colegir que en la Turdetania el oro y la plata se empleaban con más profusión que en Persia y en Egipto. Plinio hace mención de las manillas y brazaletes celtibéricos que usaban á competencia con las damas romanas los tribunos, y es muy frecuente en la historia de Roma que entre las riquezas sacadas de España por los que han ejercido en ella algún cargo, figure un prodigioso número de coronas y aros de oro, de los que se usaban en Iberia como adorno común de las imágenes y de las personas en todas las ocasiones medianamente solemnes. Estos aros de oro se gastaban con tánta profusión como hoy los broches y alfileres: poníanse en la cabeza, en las manos, en el cuello, en el vestido. Eran además de plata y oro en algunos países de España los muebles y utensilios destinados á los usos más vulgares. Y si esto mismo sucedía en Roma, donde eran comunes entre la gente acomodada los vasos de plata de todas clases, las palancanas de ciento y de quinientas libras, y las camas del propio metal, dándose como se daba á la España en la antigüedad la prerogativa entre las naciones ricas en metales preciosos (1),

(1) Esto quisieron significar los griegos y latinos cuando dijeron que en España habitaba Plutón, dios de las riquezas.

no iremos descaminados en suponer que la parte mayor del oro y plata que en sus lujosas superfluidades consumía la orgullosa Roma, salía de las entrañas de nuestro suelo (1). Con la abolición temporal de la pretura el año 171 antes de J. C. debieron mitigarse un tanto las expoliaciones que sufrían los españoles. ¿Cuáles no serían estas cuando el mismo Senado, que por lo general patrocinaba á aquellos autorizados depredadores, no pudo oir sin indignación el relato de los robos y concusiones de Furio Philón, ladronazo cuya repugnante figura sólo encuentra en toda la historia romana una digna pareja en la colosal desvergüenza de Verres?

En este mismo año 171 antes de J. C. (582 de Roma) vió la Bética establecerse en Carteya una colonia romana, á petición de los hijos habidos por los soldados de los Escipiones en las mujeres españolas esclavas. Eligieron aquella ciudad semigriega en las cercanías del Estrecho porque era desde ella más fácil la comunicación con Roma por la vía marítima, y allí comenzó la infusión, digámoslo así oficial, de una sangre más en la raza de los tartesios (2), ya antes mezclada con la de los varios inmi

(1) Á este mismo concepto alude aquel pasaje del lib. 1, cap. 8 de los Macabeos: Et audivit Judas nomen romanorum... quia sunt potentes viribus... et quanta fecerunt in regione Hispaniæ, et quod in potestatem redigerunt metalla argenti et auri quæ illic sunt.

Claudiano canta con entusiasmo la riqueza natural de España diciendo (Carm. 29, v. 50.):

¿Quid dignum memorare tuis Hispania terris?
Dives equis, frugum facilis, pretiosa metallis,

(2) Conviene recordar que los tartesios eran los turdetanos pobladores de la costa desde el Betis hasta el Estrecho, y que este nombre de Tarteso no particulariza tribu ó nación diversa de las otras gentes que poblaban á España, sino que expresa un concepto puramente geográfico, significativo de la posición occidental respecto del mundo antiguo.

Téngase también presente que el nombre de Tartesio era al mismo tiempo apelativo de todos los pobladores de la extensa comarca referida, y propio de los habitantes de Carteya, á quien los griegos mudaron el nombre en Tarteso después de destruída la primitiva ciudad así llamada entre las dos bocas ó brazos del Betis. Finalmente bueno es advertir que, siguiendo á Estrabón, aclarado é interpretado por Bamba, no reconocemos en la Bética, comprensiva únicamente de las dos provincias de Sevilla y Cádiz, más nación que la de los turdetanos desde el Guadalquivir al Estrecho.

grantes á quienes había acogido. La sangre romana estaba destinada á prevalecer en la Bética: á la instalación de Carteya sigue la de otras colonias; todo lo invade la influencia de Roma en aquella hermosa provincia, la cual, en la tremenda guerra que mueven contra la prepotente dominadora los indomables lusitanos y celtiberos, permanece extraña á la formidable liga de las razas españolas del interior. Ni Punico, ni Caro, ni Viriato, lograron con su ejemplo suscitar en ella caudillos que sacudiesen el yugo de los procónsules y pretores; ni siquiera la heróica resistencia de la inmortal Numancia, prolongada por espacio de veinte años, la pudo mover á tomar parte en aquellas luchas épicas de España amante de su independencia, cuyo relato llena los libros de Tito Livio, Polibio, Appiano, Floro, Paulo Orosio y tantos otros.

Cuántas veces resonó allende los montes Marianos el santo grito de independencia! Pero ella siempre lo escuchó con apatía: aquellos turdetanos tan amantes de su libertad en otros tiempos, parecen ya avezados al yugo, y en vez de secundar los nobles esfuerzos de los otros españoles, auxilian y dan cuarteles de invierno á sus enemigos. Ya vendrán de vez en cuando los ejércitos de Viriato á castigar su criminal apego á los extraños: ya caerán como bramador torrente sobre sus ciudades, cuando dén asilo á los legionarios romanos vencidos en veinte funciones por los bandoleros lusitanos (1). Refúgiese en buen hora en Carteya el ejército disperso de Vetilio: acudan á reforzar al aturdido cuestor los mal aconsejados tartesios; pronto aquel intrépido caudillo los exterminará sin dejar uno solo que lleve á la ciudad la noticia del desastre. Pues cuando envíe Roma al cónsul Fabio Emiliano á España y éste acampe en Urso (2) reuniendo á sus tropas y á las de Lelio las que le mandan las ciudades circunvecinas

(1) Al principio de la guerra de los lusitanos, los romanos la daban el nombre despreciativo de guerra de bandoleros; pero cuando los triunfos de Viriato alarmaron y pasmaron al Senado, ya se la empezó á considerar de otra manera. (2) Hoy Osuna.

« AnteriorContinuar »