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aliadas de la república, todos los holocaustos ofrecidos á Hércules en el templo gaditano no evitarán que su lugarteniente sea derrotado y puesto en vergonzosa fuga por ese mismo Viriato cuyo nombre hace ya fruncir el ceño al Senado romano. La infame alevosía de Cepión podrá privar á la Lusitania de su general invicto: el júbilo de la venganza prorumpirá tal vez en Ituca, Gemela, Escadia, Obulcula y Buccia (1), poblaciones de la Bética que han pagado con sangre el placer de vivir á la romana; pero antes de dispersarse sus valientes soldados por las gargantas su montuoso suelo nativo, huérfanos del que era á un mismo tiempo su padre y su caudillo, harán en aquel aborrecido teatro de tantas nacientes colonias de Roma, una incursión desesperada llevándolo todo á sangre y fuego en su triste y furibundo despecho. En el territorio de la Bética, como provincia declaradamente romana, han de descargar también por necesidad las implacables iras de todos los partidos beligerantes durante las civiles contiendas de Mario y Sila, de César y Pompeyo.

Sombra colosal que no llegó á tomar cuerpo, apareció dos veces en la Iberia como esperanza de salvación para sus pobladores, primero alzándose sobre las morigeradas y belicosas tribus de los celtiberos, luégo tomando tierra en la desembocadura del Betis, al cabo de una obstinada lucha con las ondas del Mediterráneo, la grande y noble figura de Sertorio (2): genio fugaz que presumió con justicia poder hacer de España una nueva Roma más virtuosa que la que producía Crasos y Silas, y que, al desaparecer á impulso de aquella misma perfidia contra la cual se había armado, la dejó sumida en el abismo de la

(1) Es desconocida en rigor la situación que estas cuatro últimas poblaciones ocupaban, si bien Masdeu y Flórez las reducen á los lugares que hoy ocupan Martos, Escua, Porcuna y Baeza. En cuanto á la primera, Ituca, hay razones para suponer que estuvo entre Martos y Espejo, que fué la colonia denominada por Plinio Virtus Julia, y que otros autores antiguos là llamaron indistintamente Ituca, Ituci, Ityci, Itucci y Utica.

(2) Fué muchos días juguete de la mar en una deshecha tormenta entre Ibiza y el Estrecho cuando vino por última vez á España. (RoмEY, t. 1, cap. V.)

esclavitud. Vedle en la España citerior, pretor proscrito por el dictador Sila, acogido y aclamado con entusiasmo por los pue blos que gimen bajo el yugo de los gobernadores, y por los romanos mismos: en su hermoso semblante melancólico, espejo de aquella alma grande y apasionada por el bien de la especie humana, pero al propio tiempo ocasionada al desaliento y poco segura del porvenir, ¿quién no descubre, permítasenos esta atrevida frase, una creación prematura de Dios, una especie de enigma de la Providencia que suscita fuera de tiempo un hombre capaz de hacer de la península ibérica la primera nación del universo? Su primer cuidado es disminuir la carga de los tributos que agobia á aquellas generosas tribus, á quienes sólo trata como aliados voluntarios; los celtíberos reconocidos corren á alistarse bajo sus enseñas: nunca se vió entusiasmo tal por un caudillo extranjero, jamás se levantó en armas con tanta uniformidad y acuerdo la indócil gente española. Han comprendido que Sertorio anhela su bien y su engrandecimiento, y desde el Pirineo al Tajo todas las tribus de Celtiberia y Lusitania se aprestan á recibir su ley. Frústrase esta primera tentativa por la mano aleve y cobarde de Calpurnio Lanario (1); el proscrito vencido piensa en su desaliento abandonar para siempre el país amado donde le son propicios los hombres y contrarios el cielo: tal vez, como consuelo en sus tristezas, acaricia la idea de ir á respirar en las Islas Fortunadas auras balsámicas que cicatricen su corazón ulcerado. Pero su genio belicoso y organizador le impele á probar nueva fortuna: las grandes reformas políticas y administrativas, las instituciones sociales que su mente ha concebido para la prosperidad de su patria adoptiva, ¿habrán de disiparse en proyecto sin intentar siquiera su ejecución?... Los lusitanos, cansados del imperio de Roma y resueltos á sacrificarlo todo por su independencia, le llaman con instancias. Acu

(1) Desbarató Cayo Annio, dice Mariana, la guarnición que Sertorio había puesto en los Pirineos, dando la muerte á su capitán Salinator por mano de Calpurnio Lanario, su grande amigo, que le asesinó alevosamente.

de Sertorio: las fuerzas de Cayo Annio habían sido grandemente reforzadas con gente de mar y tierra:--no importa: el sueño del proscrito iba á adquirir esta vez líneas de realidad. Preséntale Cota una batalla naval, y vence el enemigo de Sila: salta éste en tierra y desbarata orillas del Betis las huestes del propretor Lucio Fufidio matándole dos mil hombres (1). Ya los romanos empiezan á oir su nombre con espanto. Tan dichoso es ahora en sus expediciones militares, que en muy pocos días le contemplan Annio, Metelo y Q. Pompeyo dueño absoluto de la Lusitania y de la Bética: ¡Qué completa y maravillosa transformación! Turdetanos, celtíberos y lusitanos, son ya todos unos: por primera vez, desde que pisan el suelo español los hijos del Tíber, se declaran unidos en intereses con los habitantes del Ebro y del Duero los viciados naturales de las tierras que riegan el Síngilis, el Chryso y el Betis. Hirtuleyo, cuestor del ejército de Sertorio, derrota á Domicio y á Manlio. Los pesados legionarios del orgulloso Metelo, cargados de víveres y pertrechos (2), son vencidos por los ágiles y sueltos soldados españoles, que apetecen más la guerra que el reposo (3), que hacen sus campañas sin provisiones, sin fuego y sin tiendas, que caen sobre las ordenadas cohortes de Italia como nubes de langostas sobre las lentas caravanas, que en los trances peligrosos se dispersan y desaparecen por las gargantas de las montañas, y que sin embargo saben mantener el campo á pié firme cuando el caso lo requiere (4).

(1) Seguimos en esto á MoMMSEN. Véase su relato, Hist. cit. lib. V. c. 1. (2) Cada legionario romano llevaba sobre sí, además de sus armas ofensivas y defensivas, grano para quince días y todas las herramientas necesarias para los asedios de las plazas.

(3) Expresión de Justino: «Apetecen más la guerra que el reposo: si no tienen enemigos por fuera, los buscan dentro.» (Lib. 44, cap. II.)

(4) «Los soldados españoles, dice Mariana hablando de los de Sertorio, no mostraban menos valor que los romanos, por estar enseñados á guardar sus ordenanzas, obedecer al que regía, seguir los estandartes los que antes tenían costumbre de pelear cada cual ó pocos aparte, con grande tropel al principio; mas si los apretaban, no tenían por cosa fea el retirarse y volver las espaldas.>>

Una observación análoga viene á consignar Julio César hablando de los solda

Á pesar de la inquietud continua en que por el estado de guerra viven, los iberos gobernados por Sertorio entrevén ya la iniciación de una halagüeña cultura. El caudillo que los hace triunfar en los combates, que los ha armado á la romana y repartido en legiones y centurias y confiado al mando de prefectos y tribunos militares; que, para hermanar los usos de su patria nativa con las tradicionales costumbres de los españoles, les permite armarse espléndidamente, sustituyendo á la severa sencillez del traje romano la lujosa túnica de color de púrpura con arreos sembrados de plata y oro; ese mismo guerrero, que rivaliza con los cartagineses en su lujoso atavío personal, se anuncia digno émulo de los Numas, Camilos, Decios, Escipiones y Gracos, como político y administrador. Evora y Osca (Huesca) se erigen á su voz en centros de civilización y gobierno, de donde parte el impulso para todas las artes de la paz, para la industria, la instrucción pública, el comercio. Evora ostenta su Senado, igual en atribuciones al de Roma; Osca es la grande escuela, la primera universidad española donde sabios preceptores, traídos de Italia, enseñan á la juventud indígena las letras griegas y latinas: admirable institución inspirada en el gran pensamiento de Cayo Graco y de los hombres del partido democrático romano, encarnizado enemigo de los silanos, de ir suave, pacífica y lentamente romanizando las provincias, es decir, convirtiendo á los provinciales en latinos. Sila acaba de morir en Puzol, y Sertorio se ve libre de su encarnizado enemigo: Perpena, que presumió alzarse con el supremo mando en España, se ve precisado á poner á sus órdenes el ejército de quien esperaba ser aclamado caudillo: Pompeyo, esperanza de la aristocracia senatorial romana, ha huído á vista de Lauro:

dos iberos de Afranio. Tienen, dice, una táctica particular: lánzanse con ímpetu sobre el enemigo, apodéranse audazmente de cualquier posición, y sin guardar formación combaten por pelotones diseminados. Si se ven obligados á ceder á fuerzas superiores, retroceden sin bochorno y sin creer su honor interesado en resistir con tenacidad. Los lusitanos y demás gente bárbara los tienen avezados á este modo de pelear.» (CÆSAR, de Bell, Civil, 1. I.)

¿qué importa que Metelo venza á Hirtuleyo bajo los muros de Itálica, y que recobre las principales poblaciones de la Bética, ya amansada y sin nervio á fuerza de incursiones y desengaños? Triunfe en ella en buen hora el vanaglorioso anciano, vieja ridícula según la enérgica expresión del despechado Sertorio (1)

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porque le impidió que azotase al niño Pompeyo: hágase tributar inusitados honores en la más romana de todas las ciudades de España, y celebre en todas las poblaciones que riega el Betis banquetes y fiestas públicas con vestiduras triunfales, coronado de laurel, incensándole y cantándole himnos de alabanza coros de niños y poetas lisonjeros. El resorte del amor patrio está gastado en la Bética, pero su auxilio no es necesario para triun

(1) Dicho histórico.

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