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dalia, que en su tiempo se llevó de Écija á Málaga el caballero D. Luís de Torres, perteneciendo al propio simulacro la famosa basa de la puerta del Puente en que se leen las letras D. S. D. (DEO SOLI DICATA, Ó DONUM SOLI DATUM), y, entre otras palabras borradas, el nombre de AUGUSTO. Al erigir este ídolo Écija romana, pudo muy bien haberse propuesto lisonjear á Augusto, como lo hicieron muchas ciudades de España agradecidas á sus beneficios, celebrándole como hijo del Sol, porque era fama— ¡tanto puede la adulación!-que al tiempo de su nacimiento, había visto en sueños su padre Octavio que del vientre de Accia, su mujer, salía el niño coronado de rayos de luz en carroza de cuatro caballos. Sabido es que el pueblo declaró haberle visto coronado del sol en forma de arco iris cuando hizo su entrada en Roma á la muerte de Julio César, y que de aquí provino la costumbre de coronarse de rayos los reyes y llamarse Soles, como los persas. Por otra parte el culto del Sol en toda España se pierde en la noche de los primitivos tiempos, y bien pudiera no haber tenido parte la adulación, y sí sólo la mezcla de cultos, indígena y latino, en la erección del monumento que nos ocupa. Y nótese que la adoración del Sol no fué privativa de España, sino que se extendió entre todas las naciones de la gentilidad. Pero en España estuvo tan generalizada la veneración de este planeta, que en toda la costa tenía aras desde el Promontorio Nerio hasta la Isla de Gades. En el templo de Cádiz, según Macrobio, se adoraba al Sol bajo la imagen de Hércules: Carmona tiene también por armas al Sol; en Sanlúcar de Barrameda se le edificó templo consagrado al Lucero de la mañana.

También se erigieron aras en Écija á Marte, á la Piedad y al dios Pantheo. El ara de Marte, descubierta en unos edificios muy antiguos de la parroquia de S. Juan, donde se supone que hubo baños, tiene esta letra: DEO. MARTI. SEP. TIMENVS, R. P. A. Ex. VOTO. POSVIT. Su objeto era ofrecer al numen de la guerra sacrificios humanos: costumbre bárbara introducida por los fenicios, griegos y cartagineses, que aún perseveraba en tiempo

de Nerón, como se colige de los cánones del Concilio Iliberitano. -El ara consagrada á la Piedad existe en el muro del ex-convento de S. Francisco, con una inscripción ya medio borrada, de cuya restauración por el P. Roa se deduce que tenía encima una estatua de la divinidad, hecha de plata, de peso de 100 libras. -La dedicación al dios Pantheo, existente en el mismo convento de S. Francisco, está concebida en términos muy explícitos en otra inscripción, referente á otra estatua del mismo metal y del mismo peso, que fué sin duda alguna erigida en honor de Augusto, á quien consta se tributó culto bajo el nombre de Pantheo. El P. Roa cita otra ara dedicada al mismo con esta letra: D. PANTHEO. EX. v. (Divo Pantheo ex voto). En Sevilla se halló otra, donde está la fuente del Arzobispo, que L. Lucinio Adamante consagró á Pantheo Augusto. Á tal punto rayó el entusiasmo por este emperador, que la adoración se hizo extensiva á los individuos de su familia. Su mujer Livia, con el dictado de generatrix orbis, obtuvo aras en la misma ciudad de Sevilla. Se sabe también que Drusila, mujer de M. Lépido, fué decretada por diosa con título de Panthea y templo consagrado á su

nombre.

ILIPA (Cantillana). Aunque Morales y otros historiadores reducen la Ilipa romana á Peñaflor y nosotros seguimos su parecer en otro trabajo anterior sobre la provincia de Córdoba, hoy, con mejor acuerdo, adoptamos la opinión de Flórez y de Rui Bamba, que interpretan más satisfactoriamente al único geógrafo antiguo que nos designa la distancia de dicha población al mar. Cuenta en efecto Estrabón, citando á Posidonio, que en cierta ocasión, con la creciente del mar, hizo el Betis un retroceso y llegó hasta Ilipa inundando la guarnición á pesar de hallarse 700 estadios (cerca de 22 leguas) lejos de la costa; y esta distancia sólo conviene á Cantillana, que dista como unas 22 leguas de Sanlúcar de Barrameda. Hasta Ilipa, según el propio Estrabón, llegaban las naves de mediano porte que hacían la navegación del Guadalquivir. El comercio marítimo hasta Cór

doba se verificaba con esquifes. En Tolomeo lleva esta ciudad el nombre de Ilipa magna: las dos Ilípulas de que hace mención, nada tienen que ver con ella. Junto á Ilipa fué aquella memorable victoria de Gneio Scipión sobre los lusitanos de que habla Tito Livio, en la cual 12,000 de estos últimos, pasados á cuchillo (1), contribuyeron á lavar la mancilla de Roma, envilecida en el Tesino y en el lago Trasimeno.

Las medallas antiguas de Ilipa, dice Standish (2), ofrecen por un lado un pez, probablemente el sábalo, con una media luna encima, y debajo la palabra Ilipenses; por el reverso una espiga.

ITÁLICA (Santiponce). Marcan su antiguo asiento las escasas pero grandiosas ruinas que se encuentran en unos campos que llama el vulgo Campos de Talca y Sevilla la vieja, sembrados á trechos de olivos, cerca del pueblecillo de Santiponce, á cosa de una legua al noroeste de Sevilla, de la otra parte del Guadalquivir. Fué pueblo sin importancia antes de la dominación romana, con el nombre de Sancios: Escipión el Mayor, en el año 548 de Roma, lo eligió para lugar de descanso y refrigerio de los fieles veteranos que le habían servido en su memorable campaña contra los cartagineses (3), y entonces empezó á sonar en la historia. Debió ser la primera ciudad de lengua latina fundada por Roma allende los mares. No erigió allí Escipión un verdadero municipio, sino una plaza de mercado, forum et conciliabulum civium Romanorum. Más adelante, cuando comenzó, con Cartago y Narbona, la era de las colonias de ciuda

(1) Tandem gradum intulere Romani, cessitque Lusitanos; deinde prorsus terga dedit, et cum institissent fugientibus victores, ad duodecim millia hostium sunt cæsi, capti quingenti quadraginta, omnes fere equites, et signa militaria capta centum triginta quator: de exercitu Romanorum septuaginta et tres amissi. Pugnatum inde haud procul Ilipá urbe est:» dice Tito Livio.

(2) Vicinity of Seville, art. Ilipa.

(3) «Relicto utpote pacata regione valido præsidio, Scipio milites omnes vulneribus debiles in unam urbem compulit, quam ab Italia ITALICAM nominavit, claram natalibus Trajani et Adriani, qui posteris temporibus Romanum Imperium tenuere», dice Appiano.

danos transmarítimos, entonces fué una de éstas Itálica, después de haber sido municipio en tiempo de Augusto. Pero su principal título á figurar en la «Roma del humano entendimiento, (1): consiste en haber dado á la Roma del Tíber emperadores, capitanes, poetas, mártires, y el haber recibido de los primeros los monumentos que, aun después de la furiosa devastación de los hombres y de los tiempos, nos están atestiguando su pasada grandeza. Con razón puede concretarse á Itálica aquella conocida alabanza de Claudiano á España: Á ti deben los siglos al óptimo Trajano; de ti nació la fuente de los Elios que produjo á Adriano; tuyo es el anciano Theodosio, y de ti procede la púrpura de sus dos hijos; de suerte que cuando Roma recoge de todo el orbe abastos, caudales y soldados, tú la das quien lo gobierne todo (2).» Recibió esta ciudad su grandeza de la munificencia de los dos emperadores primero citados: á éstos deben atribuirse los edificios espléndidos que la embellecieron, el palacio allí descubierto y completamente arruinado con el terremoto del año 1755, su foro, sus templos, su acueducto, merced al cual bebían sus moradores las cristalinas aguas de Ptucci; sus espaciosas termas, sus cloacas, sus teatros, y por fin, aquel vasto anfiteatro, ó por mejor decir, aquel despedazado anfiteatro que no pudo la elevada poesía de Rodrigo Caro hacer sagrado á los ojos del ciego utilitarismo, y que con las vandálicas profanaciones de que ha venido siendo objeto en el presente siglo, está para mengua nuestra atestiguando la permanente barbarie

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(1) Feliz expresión de M. Latour en su interesante obra: Séville et l'Andalousie. Études sur l'Espagne: «ltálica, dice, à aucune époque n'a joué un grand rôle; mais sa destinée fut liée pendant des siècles à celle de Rome; mais elle a donné le jour á plusieurs personnages illustres, et c'est assez pour lui mériter aussi le droit de bourgeoisie dans cette autre Rome de l'esprit humain qu'on appelle l'histoire».

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de la moderna España. ¡Itálica! ¡Itálica! ¡Cuánto respeto infunde en el alma del historiador y del artista pasajero el mudo silencio de sus ruinas!

<< Por tierra derribado

yace el temido honor de la espantosa

muralla, y lastimosa

reliquia es solamente

de su invencible gente.

Sólo quedan memorias funerales

donde erraron ya sombras de alto ejemplo;
este llano fué plaza, allí fué templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
á su gran pesadumbre se rindieron. >>

Hay de Itálica numerosas medallas, que batió en tiempo de los emperadores (1), las cuales sirven también para probar cuánto se preciaban los italicenses de su segundo origen como descendientes de los veteranos de Escipión (2). Gozó, con el derecho de ciudadanía, de todos los privilegios propios de los municipios tenía sus magistrados privativos, y era una especie de república calcada sobre la de Roma. Esto no obstante, fué una de las aliadas más fieles y generosas de aquella en España: presenció impasible desde sus almenas la rota de Hirtuleyo, lugarteniente de Viriato, cuando perdió éste veinte mil hombres al pié de sus muros, mientras el mismo caudillo lusitano se veía

(1) Véanse las que publica FLÓREZ, Esp. Sagr. tomo XII.

(2) Hay entre estas medallas una que representa á un sacerdote de Itálica en actitud de sacrificar al genio del pueblo romano, declarado no sólo por el epígrafe GEN. POP. ROM. (Genio populi romani), sino por el símbolo del globo que tiene al pié y que significa la estabilidad y universalidad del Imperio romano. Esta medalla lleva en el anverso la cabeza de Augusto con esta inscripción: PERM. AUG. MUNIC. ITALIC. (permissu Augusti, Municipium italicense). En otra medalla se recuerda el origen romano de Itálica por un soldado en pié con lanza en la diestra, á cuyo lado está el nombre ROMA; en otra finalmente se presenta á Rómulo y Remo con la loba.

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