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Los aficionados á las antiguas consejas pueden hacer acopio de disparatadas tradiciones relativas á la fundación de la gran ciudad del Betis en un curioso manuscrito que se conserva en la más afamada Biblioteca de España (1).

La fundación de Sevilla se pierde en la noche de los tiempos. La interpretación más autorizada de la voz Hispal ó Hispalis parece ser la que dan Arias Montano y Samuel Bochart (2); según estos insignes filólogos, es aquella voz fenicia, derivada de Sephela ó Spela, que significa llanura, lo que cuadra bien á Sevilla por la planicie de la campiña en que asienta (3). Hispal debió ser en su principio una factoría fenicia unida con Gadira y con Córdoba. Los griegos cambiaron su nombre en Ispola (lonoka), del cual formaron los romanos Ispalis, según escriben Mela y Tolomeo. —S. Isidoro, el gran etimologista, explica la voz Hispalis suponiendo fundada la ciudad en sitio pantanoso, donde se fijaron estacas ó pilotes para afirmar sus cimientos (4). Satisfaría esta etimología si la voz fuese conocidamente latina; pero debe ser más antigua que los romanos, dado que Silio Itálico la celebró con su primitivo nombre, y no con el de Romula que los dominadores del orbe le dieron :

« Et celebre Oceano atque alternis æstibus Hispal.:

mos poniendo sobre sus gallardos capiteles corintios las estatuas de Hércules y de Julio César, fundador el primero y restaurador el segundo de Sevilla, aludiendo con ellas al emperador Carlos V y á Felipe II su hijo, según se colige de las inscripciones latinas que ornan sus pedestales. No las reproducimos por estar ya consignadas en los Anales eclesiásticos y seculares de Zúñiga.

Á la elevación de 15 varas en que se hallan las mencionadas estatuas, harto degradadas además por la injuria del tiempo, no es fácil juzgar de su escultura. El movimiento general de ambas figuras revela no obstante que son obra del siglo XVI.

(1) M. S. de la Bibliot. del Escorial, ij h 21.-Fábulas que cuentan de la fundación de Sevilla: desde la página 387 en adelante.

(2) Véase su Chanaan, lib. I, cap. 34.

(3) Persuade también el origen fenicio de esta palabra la terminación en al (Hispal) que le da Silio Itálico.

(4) Hispalis à situ cognominata est, eo quod in solo palustri, suffixis in profundo palis, locata sit. Etimol. lib. XV, c. I.

¿Quién presumirá saber su historia anteriormente al tiempo de los romanos? Es probable que el lustre de Itálica la tuviese en vida de los Escipiones oscurecida; Gades, por otra parte, era entonces la primera ciudad de Andalucía como puerto, y Córdoba la preeminente por su nobleza. Por haber abrazado esta última la causa de Pompeyo, fué por lo que César se esmeró en engrandecer á Sevilla (1). Conquistóla en el mes de agosto del año 43 antes de J. C., y aunque la hizo su capital y la cercó de muros dándole el título de Romula ó pequeña Roma, siguió siendo Sevilla más fenicia y púnica que romana en cuanto á sus construcciones (2); no por lo tocante á las costumbres, lengua, traje y policía de sus pobladores, que, como los de los otros pueblos del Betis, eran ya casi romanos (3). Sólo hay duda sobre si era Sevilla colonia y convento jurídico desde antes de engrandecerla César, ó si debió á éste aquel título y categoría (4).

Por las inscripciones que han recogido doctos anticuarios, sabemos que estaba gobernada la colonia Romulea hispalense por magistrados semejantes á los de Roma. Es de creer que residiese en ella un supremo sacerdote, porque desde los primeros tiempos del cristianismo vemos en Sevilla iglesia metropolitana, y es sabido que los primitivos cristianos, siguiendo ó conservando las circunscripciones jurisdiccionales de los gentiles, allí colocaban siempre una silla metropolitana donde había residido un flamen ó sacerdote, superior. Como había en Roma un senado con sus cónsules y senadores, lo había también en Hispalis, lo mismo

(1) Esto fué sin duda lo que San Isidoro quiso significar con el verbo condidit. porque decir con Fr. Alonso Venero, en su Enchiridion de tiempos, que la fundó el mismo J. César, es cosa de todo punto imposible. Á la altura en que hoy estamos respecto de estas averiguaciones, parece ya enteramente excusado citar las muchas autoridades que prueban la existencia de Sevilla como población importante desde los más remotos tiempos.

(2) Así lo da á entender Estrabón en su libro III.

(3) Id., ibid.

(4) El P. Flórez se inclina á creer que los tenía ya anteriormente, y se funda en que César, siendo cuestor, visitó los conventos de la Bética y Lusitania, y entre ellos á Sevilla, como escribe en su vida Suetonio; y además en que no consta que recibiese el honor de colonia después de ser convento.

que en todas las colonias; pero por respeto á la metrópoli, éstas llamaban á su senado Ordo, á sus cónsules duunviros, á sus senadorés decuriones. Por regla general los duunviros eran elegidos cada año, pero en ciertas y determinadas circunstancias permanecían en su oficio cinco años, y entonces tomaban el nombre de duunviros quinquenales (1). Había además ediles, censores, curadores de los caminos y otras dignidades. Los ediles cuidaban de todo lo que era orden y policía interior, de la limpieza, de los edificios, de los incendios, de las fiestas y diversiones públicas, de los entierros, provisiones, abastos, pesos y medidas. Los censores tenían á su cargo la tasa y padrón de las haciendas y el cobro de las contribuciones: era dignidad muy honrada; iban en carro de marfil precedidos de dos lictores. Acerca del cuidado y policía de los caminos, eran los hispalenses menos descuidados que sus descendientes los modernos sevillanos: personajes que habían sido nada menos que cónsules y procónsules, solían aceptar el cargo de mantener en buen estado todas las vías públicas (2). Los demás oficios civiles estaban al parecer calcados sobre los de Roma: había curatores que cuidaban de las rentas públicas y en el ejército tenían el cargo de comisarios; procuratores que inspeccionaban los trabajos de las minas y venían á ser en ellas como unos superintendentes; éstos eran elegidos entre los decuriones. Había también procuradores que recaudaban los tributos y como contadores asistían á los gobernadores. Á uno de estos procuradores se refiere cierta inscripción notable que se conserva al pié de la torre de la catedral, llamada la Giralda, y tanto porque da idea cabal de otras calidades que solían concurrir en las personas investidas con este empleo, cuanto por hacerse mención en ella de la famosa legión duodécima

(1) Pueden verse en Rodrigo Caro varias inscripciones relativas à estas diversas magistraturas.

(2) Standish copia una inscripción de un pedestal de mármol blanco con orla de flores hallado en el jardín del duque de Medina, de la cual se colige que los censores de los caminos eran varios y que un cierto Curcio Balbino era uno de los cuatro que entonces había.

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fulminatrix, 6 sea de los lanzarayos, y de cargos administrativos ό hoy poco conocidos, debe esmeradamente conservarse (1). Trasladada al castellano, viene á decir: «Los barqueros de Híspalis hacen esta dedicación á la pureza y singular justicia de Sexto Julio Posesor, hijo de Sexto de la tribu Quirina, que fué prefecto de la 3.a cohorte de Galos; prepósito del número de los Sirios flecheros; prepósito tambien de la 1.a banda de los caballos españoles; procurador de la ciudad Romulense y del municipio de los Arvenses; tribuno de la legion XII ó de los lanzarayos; procurador de la colonia de los Arcenses; agregado á las decurias de los jueces por merced de los excelentes y soberanos emperadores Antonino y Vero, Augustos; ayudante de Ulpio Saturnino, prefecto de los víveres y encargado del reconocimiento del aceite de África y de España, de la remesa de los socorros, y de hacer pagar sus fletes y portes á los maestros de las naves como procónsul de los emperadores en las riberas del Betis (2).

Ni los griegos ni los romanos acostumbraban á dar el nombre de ciudades á las poblaciones donde no hubiese pretorio (3), gimnasio ó escuela pública, teatro, foro, baños y un río de cierto caudal. Todo esto había en Híspalis; pero algunos anticuarios sostienen que además tenía su capitolio.

(1) Fué descubierta en tiempo de Ambrosio de Morales al componer las gradas que hay junto á la torre, medio sepultada en los cimientos de ésta.

(2) Este monumento debió perderse de nuevo después que lo publicaron Ambrosio de Morales y Rodrigo Caro, puesto que el archivero del cabildo catedral don Antonio de San Martín y Castillo, al hablar de la torre mayor ó Giralda en los apuntes que reunía no há muchos años para escribir la Historia de la Iglesia antigua, y que hemos hojeado en aquel curioso archivo, trae la siguiente noticia: «Esta inscripción romana se halló en el año 1792 en la esquina de la torre de la santa iglesia de Sevilla, inmediata á la casa arzobispal, mirando lo escrito al Oriente, y aunque de ella tratan Rodrigo Caro (siguiendo á Ambrosio de Morales) en el folio 31, y Masdeu en el tomo 5, folio 470, no están con arreglo al original que copié puntualmente lavando muy bien la piedra un peón de esta santa Iglesia por estar debajo y casi á la superficie del piso de gradas, y después cotejé la copia con el original á presencia de don Rafael Tabares, bibliotecario de dicha santa Iglesia, de modo que no quedó duda de la exactitud de la copia ni aun por lo tocante al mecanismo del escrito.» Nosotros también hemos hecho la confrontación de esta copia con el original, y, corrigiendo unas y otras lecciones, creemos poder restaurar su verdadero contexto del modo que lo dejamos consignado.

(3) Palacio y tribunal del comandante militar.

Del estado del arte en la colonia Romulea nos dan las medallas algún testimonio. Uno de sus fueros en tiempo de los emperadores fué batir moneda con su nombre, por licencia obtenida de Augusto, según en las mismas medallas se expresa (1). El P. Flórez publicó en su España Sagrada una medalla de gran bronce en que se ve la cabeza de dicho emperador con corona de rayos, el rayo de Júpiter al lado donde mira el rostro, y encima de la cabeza, la estrella, símbolo de los Augustos (2). Al rededor está la leyenda PERM. DIVI. AUG. COL. ROM. (Permissu divi Augusti colonia romulensis). Tiene en el reverso una cabeza de mujer, puesta sobre un globo y debajo de una media luna, con esta letra en el contorno: JULIA. AUGUSTA. GENITRIX ORBIS (Julia Augusta madre del orbe), adulación de los sevillanos á Livia, madre de Tiberio, que supera con mucho á la de los romanos, los cuales la llamaron madre de la patria (3). No es modelo de exactitud el dibujo que dió á luz el referido anticuario, pero la medalla descubre un arte muy maduro, así en la disposición general de los atributos que caracterizan á los personajes, como en el buen gusto con que están puestos la corona del emperador y el cabello de Julia ó Livia (4).—La misma observación hacemos respecto de otra medalla sevillana de Tiberio, de mediano bronce, que publicó también Flórez. La corona de laurel y el gran lazo que de ella pende adornan con gracia la cabeza del emperador, y los dos pequeños bustos de Druso

(1) En ellas leemos PERM. DIVI AUG. (Permissu Divi Augusti), por donde se ve que aunque la Bética pertenecía al gobierno del Senado, con todo los sevillanos acudían al emperador para obtener la facultad de acuñar moneda. Conviene advertir que las medallas en que se da á Augusto el dictado de divino son posteriores á su muerte.

(2) Esta explicación da á la estrella el P. Harduino, añadiendo que de las Augustas lo es la media luna. Véase Hist. Aug., p. 706.

(3) Inventi haud pauci qui matrem eam patriæ, ac GENITRICEM appellandam censerent, dice Dión (libro LVII) hablando de los aduladores de Livia.

(4) Sobre si es Julia la hija de Augusto, ó Livia su esposa, hay cuestión entre los anticuarios. Creemos que aquí se trata de la segunda, que, según testimonio de Dión y de Suetonio, en virtud del testamento de Augusto recibió el nombre de su marido.

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