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cuna. No sorprenderá, pues, que desde los primitivos tiempos, cuando los pueblos de los tres continentes unidos veían en los abismos del Atlántico el límite del mundo habitado, fuese la Península Ibérica la meta, por decirlo así, á la cual se encaminasen en sus terribles correrías por la Escitia y la Germania, por el Asia menor, el Mediterráneo y la Libia, las impetuosas tribus nómadas del Oriente. Así en efecto se verificó.

Mucho antes de los tiempos en que para nosotros comien. zan las revelaciones históricas, ya había en España pueblos de razas y derivaciones distintas: unos la habían invadido por el norte, otros por levante y mediodía, aquellos por las gargantas y vertientes de los Pirineos, éstos por el África y el Mediterráneo, y todos, al cabo de sus largas peregrinaciones, venían á encontrarse en la última tierra occidental del mundo conocido tan cercanos unos de otros como lo estaban sus diversos puntos de partida. Porque esta era como la tierra de promisión y el objeto final de todos los viajes terrestres y marítimos para las razas aventureras, mientras duraba la creencia de que no había más allá tierra donde seguir fatigando: verdadero descanso para la actividad invasora de los hombres hasta que llegase el tiempo en que, regularizadas las antiguas conquistas y sazonado el fruto de la civilización cristiana, se pusiese de manifiesto á Colón otro continente allende el Atlántico, y desde esta misma España, antes país de descanso, impulsase Dios las carabelas de la gran reina católica á trasponer aquellos mares, trémulas y tímidas á veces como aves que vuelan en bandada sobre un ignorado abismo.

¿Y cómo no habían de codiciar todos los pueblos antiguos la posesión de España, donde sólo la Bética, prescindiendo de sus otras fertilísimas provincias, abundante en toda clase de frutos, facilísima al acceso de sus naves, les brindaba con goces tales que la ardorosa imaginación de un Homero los juzgó digno premio para las almas de los justos (1)?

(1) Ibi piorum sedes et Campum Elysium finxit, dice Estrabón refiriéndose á Homero. Lib. III.

Cábenles principalmente á las provincias de Sevilla y Cádiz tan especiales preeminencias. Era tal la riqueza de su suelo, que antes que aportaran á las costas andaluzas los cartagineses, ya usaban los turdetanos pesebres y tinajas de plata, según afirma Estrabón, confirmando el supuesto de no haber país en el mundo donde se halle tanta copia de metales preciosos como en España. Á esto se junta, añade el célebre geógrafo, que aunque la tierra enriquecida de minerales suele en otras partes carecer de abundancia de otros frutos, y aunque es raro que una región pequeña goce de toda suerte de metales, con todo esto la Turdetania, y lo que está junto á ella, abunda en tal grado de unos y otros bienes, que no hay alabanza digna de su excelencia. Y si esto se afirmaba de la Turdetania, en la que se halla comprendida nuestra actual provincia de Sevilla, no menores grandezas cuentan los antiguos cosmógrafos de la de Cádiz, primitivamente denominada Tartéside, pues sobre haber quien sostenga con ingeniosos argumentos ser esta región aquel Eldorado de los tiempos bíblicos que en las Sagradas Escrituras se nombra Tharsis, en ella fué donde particularmente situó la fábula, inspirada por las pristinas creencias, la eterna primavera de los Campos Elíseos, la opulencia de Gerión y la feliz longevidad de Argantonio.

Lo mismo que las provincias de Jaén y Córdoba, cuya formación geológica ofrece á primera vista un inmenso depósito terciario dejado por la mar, que en un principio las cubría, entre las dos largas cordilleras de los montes Marianos y del Orospeda, presenta la de Sevilla una dilatada llanura limitada por varios ramales de aquellas mismas barreras, defendida de las inclemencias del cierzo por una de ellas, contornada de norte á mediodía por varias corrientes de agua, y fertilizada en lo interior por un río caudaloso y sus diversos tributarios. Es la cuenca ó planicie de la campiña sevillana como un anchuroso golfo de arena, cal y arcilla, que tiene por costas los contrafuertes y estribos de las sierras Morena y de Ronda, con lomas que

forman en ella suaves ondulaciones; de manera que á no ser por las poblaciones diseminadas en toda su extensión y por sus arboledas, podría parecer un inmenso seno marítimo, una verdadera prolongación de los dominios de líquida esmeralda de Neptuno cuando las lluvias autumnales cubren aquellas arcillas de espesa y sustanciosa yerba. Lo parecería sin duda alguna recién salvada de la catástrofe del Diluvio, cuando el dedo de Dios omnipotente acababa de trazar en la superficie de la tierra, con la despedazada costra de granito de la formación primitiva y las rocas calizas de otro involucro posterior, las dos cordilleras entre las cuales se extiende. Las llanuras de Sevilla conservan casi el nivel del mar desde el punto en que el Guadalquivir se separa en tres brazos para formar las dos Islas mayor y menor, tomando por su tono gran semejanza con las Pampas de Buenos-Aires, hasta terminar en las marismas frente á Lebrija, Trebejuna y los confines de la famosa bahía de Cádiz. Las dos cordilleras que abrigan estas llanuras son, como dejamos indicado, de naturaleza diferente: las sierras de Constantina y de Leita, que vienen á ocupar el centro septentrional de la provincia, no presentan el aspecto risueño de la amenísima sierra de Córdoba con aquellas cañadas cubiertas de jardines, de bosques, de naranjos, limoneros y toda especie de frutales. Están mucho menos cubiertas de tierra vegetal, son más escarpadas, desnudas y sombrías, y sólo en algunos puntos aparecen pobladas de extensos bosques de robles. Una línea cuya dirección puede señalarse por Constantina, Cazalla y las alturas que van del Ronquillo á la venta de Valde-Febrero, marca la región culminante de la Sierra-Morena sevillana: esta región se eleva más de mil metros sobre el suelo llano de la campiña, lleva entre sus enriscados cerros cónicos deliciosos valles y mesas que ponen de manifiesto los senos donde estacionó la mar cuando cubría todo nuestro continente, y por una disposición particular de estos valles y de sus contrafuertes, se diferencia singularmente de todas las cadenas de montañas en general en que

carece de línea divisoria de aguas, de tal manera, que las corrientes como el Guadiato, el Galapagar, el Güezna, el Biar, la Cala y otras, naciendo en la vertiente norte de las últimas cadenas de la sierra, atraviesan esta y su región montañosa, contornan los macizos que la forman, y vierten por el mediodía constituyendo los confluyentes de la derecha del Guadalquivir. Las sierras de Osuna, Montellano y Algodonales, que son la parte de la cordillera de Ronda comprendida en la provincia de Sevilla, presentan fisonomía diversa: el gran desarrollo de las rocas calizas les da riscos y picachos de formas agudas y sumamente pintorescas. En una y otra cordillera se detienen como encariñadas las nubes cuando el temido solano las impele, y es frecuente hallarse las cumbres de todo el sistema montuoso de la provincia coronadas de vapores, como sombras de gigantes asomadas á la espaciosa arena de un anfiteatro, mientras por la despejada atmósfera de la llanura la inunda el sol de luz y de

calor.

La falta de lluvias, consecuencia entre otras causas de la despoblación de los bosques y grandes arbolados, mantiene la atmósfera en un estado de enrarecimiento y sequedad perjudicial para los frutos de la tierra. Las montañas pierden su vejetación, la llanura se va lentamente despojando de su mejor gala, la temperatura va siendo cada vez más cálida y molesta, y es de creer que el clima y el suelo de la privilegiada Bética en general haya degenerado mucho de su antigua excelen

cia.

En los días de Estrabón no serían por cierto las orillas de sus ríos lo que son ahora: porque á lo vistoso de las innumerables poblaciones que se espejaban en sus márgenes, se añadía la amenidad de los Lucos, bosques espesos y frondosos que hermoseaban los campos, compitiendo con ellos la multitud de plantas que ceñían los cauces de las aguas, de manera que á cualquier parte donde se dirigiese la vista, hallaba recreo, ya en la variedad de las poblaciones y sus fábricas, ya en las sel

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