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y manifestándose al pueblo con su cabellera cana, sus miembros extenuados y cubiertos con el saco de la penitencia, después de

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las sangrientas ejecuciones de Tesalónica y de Antioquía. Un simple presbítero de las Galias (1), que ha merecido de la posteridad el nombre de segundo Jeremías por la elocuencia con que pinta y llora los males y la corrupción de su siglo, escribió

(1) SALVIANO. V. su obra De gubernatione Dei.

con el título de Gobierno de Dios, bajo el disfraz de un mero tratado de religión y moral, un nervudo y contundente folleto político contra los obispos y los patricios, reliquia viviente de la antigua y degradada Roma. Traza de ellos el más repugnante cuadro: arrastra por el fango sus más gloriosos recuerdos, y renueva contra la aristocracia de su época la oposición que el cristianismo naciente había hecho á la oligarquía senatorial. Siguiendo el ejemplo de Tertuliano y de Justino, escarnece el espíritu transfundido del senado pagano en el senado episcopal. No es Salviano como el galo antiguo, que venera la sombra del Capitolio proyectada sobre el anfiteatro de Nimes y sobre los templos de Tréveris; es una especie de druida cristiano, que recuerda ó que adivina que corre por sus venas la sangre germana, y así, rebosando en hiel contra el universo romano, cuyo odioso esplendor descubre oculto detrás de la Cruz, vuelve á blandir la tea mal extinguida de Breno, y en nombre de Dios, de la Providencia y de Jesucristo, trepa lleno de ímpetu sobre la techumbre de las basílicas, y desde allí con voz de trueno llama á los Bárbaros y los excita á la conquista y al exterminio de Roma. Sólo en los Bárbaros, exclama, podemos hoy tener espe>> ranza: Dios los ha marcado con su sello; ellos crecen y Roma > sucumbe! Saúl maldecido y destronado, esa eres tú, Roma! › David bendecido y triunfante, esos son los Bárbaros! Qué dife>rencia entre sus costumbres y las vuestras! Qué monstruosa > impudicicia por una parte; qué respeto á la fe conyugal, qué >aversión á los desórdenes y á los vicios por la otra! Decís que › ellos son herejes: es cierto; pero lo ignoran, y viven tan con>vencidos de su ortodoxia, que nos dan á nosotros en cara con ese mismo apodo infamante. Y añade en otro pasaje: « El › número de los fieles aumenta, pero la fe se entibia: los hijos crecen, pero la madre está enferma. Tu misma fecundidad, oh › madre Iglesia, te ha enflaquecido y extenuado: te vemos decaer >en tus mismas conquistas y perder en ellas tu primitiva robus> tez y energía. Has diseminado por el universo los miembros

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gozas

de tu cuerpo sagrado, pero son miembros sin vigor, y si >de opulencia por la muchedumbre de los creyentes, eres pobre > en la fe. Eres rica de gentes y necesitada de verdadera devoción: inmensa de cuerpo, menguada de espíritu: grande por de ›fuera, dentro pequeña: creces por un prodigio inconcebible, y > al propio tiempo degeneras. Para completar su pensamiento, bosqueja Salviano por último el cuadro espantoso de la miseria del pueblo, y nos descubre á los esclavos, á los simples ciudadanos y hasta á los mismos hijos de familia, prefiriendo á tan las timoso estado de cosas la deserción á las tribus bárbaras, y encontrando entre los germanos y los godos la seguridad que la patria les niega. No era Salviano el único que emitía estas ideas: los simples presbíteros, los solitarios eran todos en general favorables á los Bárbaros. Odoacro, al invadir la Italia, fué antes á visitar al famoso cenobita San Severino, retirado en las orillas del Danubio, y allí le dijo el santo: «Vé á Italia: te vistes hoy de pieles de animales, pero no las llevarás mucho tiempo» (1).

Á tal punto había decaído la santa y sencilla moral cristiana de los tres primeros siglos (2). El mal era universal: por eso Dios extendió á todo el Occidente la inmensa plaga de que había de nacer el remedio. En España, finalizaba apenas el siglo cuarto y tánto había languidecido la pureza de las costumbres, que el Concilio I de Toledo tuvo que tratar el concubinato con una lenidad que contrasta singularmente con las severas prescripciones del Concilio de Elvira. ¡Gran mengua para los cristianos de aquella época, que al cabo de cuatro siglos de promulgado el Evangelio, hubiese que amoldar los cánones al patrón de las leyes gentílicas! Tánto habían enervado la virtud de los cristí

(1) Vita S. Sever. Noric. apud. Boll. 8. jan.

(2) Las costumbres de muchos cristianos eran ya peores que las de los paganos mismos. El Pontificado, dice con verdad suma el Sr. D. Vicente Lafuente en su Historia eclesiástica de España, no era ya la senda del martirio. Las costumbres del clero de Roma daban ocasión á S. Jerónimo para escribir una epístola con todos los rasgos de una punzante sátira.

colas de España la herejía de los priscilianistas, el orgullo y ambición de algunos prelados, y sobre todo los casamientos de los clérigos, las ordenaciones viciosas y la incontinencia de los ordenados.

CAPÍTULO XIII

Los Bárbaros en la Bética.- Situación de las iglesias bajo su dominación

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os vengadores de la Providencia vagaban ya, muchos años había, entre las brumas del norte, cual anduvo el pueblo de Dios por el Desierto esperando por espacio de cuarenta años que se colmasen las iniquidades de Canaán para exterminar su raza y apoderarse de la tierra mancillada con sus vicios (1). Los godos, que tanto por sus victorias como por sus reveses se habían ido iniciando en los secretos del mundo antiguo, que habían recibido la nueva fe, aunque desfigurada, por la predicación de Ulfilas, y que en gran parte se habían ya despojado de sus feroces costumbres primitivas, iban á precipitarse con todas sus fuerzas, y con un ímpetu nunca hasta ahora desplegado, sobre el cuerpo palpitante de la gran Roma moribunda. Los vemos, no obstante, y este es un

(1) Historia ecles. arriba citada, t. I. p. 1 14.

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