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vas, ya en las huertas y jardines (1). No arrastrarían entonces
los aluviones á los álveos tanta copia de arenas desde las des-
nudas montañas; navegábanse la mayor parte de los ríos con
grandes ó pequeños vasos: llegaban hasta Sevilla los mayores,
desde allí á Cantillana los de menos calado, y desde Cantillana
á Córdoba proseguían las barcas. Atraídas las nubes por un
gran número de canales de riego, serían las lluvias más con-
tinuas y oportunas, y raro el fenómeno, hoy por desgracia
frecuente, de ver defraudadas el cultivador todas sus esperan-
zas cuando, después de haber prematuramente sazonado el fruto
de la vid y del olivo bajo la impresión de un calor extremado,
viene de repente tras un verano de sequía una importuna lluvia
de agosto que abre la uva y pica la aceituna. Tampoco causa-
ría tántos estragos como hoy el viento solano, cálido y seco,
que hace acelerar en la primavera la granazón de los cereales
y secarse los granos antes de tiempo, semejantes á los jóvenes
reducidos por los vicios á vejez prematura, y que sacude con
violencia las ramas en flor arrancándoles sus botones y disper-
sando el polen fecundante de las que permanecen unidas á los
árboles. Finalmente, cubiertos los montes y la llanura de arbo-
ledas, ni soplaría tan inclemente como ahora el viento nordeste
que quema con las escarchas los hermosos naranjales, ni esta-
ría el cultivo casi exclusivamente reducido á granos y pastos,
ni serían tan comunes en la extensa campiña que atraviesan el
Betis, el Genil, el Guadiato, el Guadaira y el Salado, esos eria-
les
que de trecho en trecho la afean: triste compensación de
los innumerables dones vertidos por la mano del Criador sobre
la provincia toda. Sólo como para mostrar al viajero embelesa-
do que no puede haber paraíso completo en la tierra, se en-
cuentran llanuras estériles en los confines de las dos provincias
de Córdoba y Sevilla, en el camino que conduce de Cantillana

(1) Accedit spectandi amanitas, locis istis lucorum et alia stiirpium plantatione excultis. ESTRABÓN, pág. 142.

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á la capital y en el término de Utrera. Estas llanuras, de dos y de cinco leguas, aparecen, ya cubiertas de lentiscos y encinas verdes de especie ruín, ya de palmitos y de espárragos silvestres, verdes y blancos; ya son mustios arenales salpicados de algunos olivos secos y lacios, con los cuales la feraz naturaleza parece querer probar que ni en los mismos desiertos del mediodía de España sabe permanecer completamente inactiva.

La provincia de Cádiz viene á ser el último tramo del gran lecho terciario tendido entre las cordilleras hacia el lado de la mar. La vertiente meridional de las sierras de Montellano, Algodonales y Jerez, largo ramal del Orospeda que arranca en el nudo de Ronda, forma aproximadamente su límite boreal, y otro ramal que parte del mismo nudo y va acompañando la corriente del Guadiaro traspasando la región de las nubes con las agudas crestas de las sierras de Ubrique y de Gazules, contorna todo su límite oriental desde Olvera hasta Algeciras. Así, pues, esta provincia viene á formar dentro de la tenaza ú horquilla de los dos mencionados ramales del Orospeda, y con la costa marítima que constituye su tercer lado, una especie de Gran Delta semejante á la del Egipto, con la diferencia de ser allí dos brazos de un mismo río los que dibujan con la marina el triángulo famoso, al paso que aquí son dos cadenas de montañas. Pero para los que gusten extremar las comparaciones, todavía ofrece el suelo gaditano una semejanza más completa con la Gran Delta del Egipto, si se considera la posición de los dos ríos Guadalete y Guadiaro, los cuales abarcando entre sus desembocaderos casi toda la costa de la provincia, se aproximan de tal manera en sus nacimientos, que parecen como los dos brazos Canópico y Agathodemon del fecundante Nilo. El Guadalete va lamiendo el pié de la cordillera del norte hasta fenecer con ella en el Puerto de Santa María, y el Guadiaro serpentea faldeando ramales desprendidos del gigantesco San Cristóbal.

No coinciden exactamente los límites jurisdiccionales de la

provincia de Cádiz con sus límites naturales: la sierra de Jerez, la ribera izquierda del Guadalquivir desde antes de juntarse en uno solo sus brazos, la sierra de Gibalbín y el llano de Caulina, quedan dentro de ella, y su línea divisoria con Sevilla por el norte va por el arroyo Romanina, los montes de Lebrija y el Salado de Morón á incorporarse con la cordillera de Montellano. Su costa marítima, por consiguiente, tampoco comienza en el Puerto de Santa María, sino en Sanlúcar de Barrameda, ó mejor dicho en Chipiona, si se considera la distancia de Sanlúcar á esta punta como desembocadero del Guadalquivir.

No es la tierra de Cádiz tan llana como la de Sevilla: toda ella está cruzada por ramales de las dilatadas sierras que la limitan, que considerados en el mapa geográfico, parecen los flecos descompuestos de dos largas franjas enlazadas. Danse la mano estos ramales unos con otros, y comparten la tierra tendida entre los dos grandes troncos de donde parten, en multitud de llanos, aislados unos de otros por las cortinas y los cruceros de otras tantas sierras, de trecho en trecho ligadas como los nudos de una red. De aquí el gran número de montañas interiores que toman el nombre de sierras y puertos. Pero de todas las sierras de la provincia, ninguna iguala en altivez á la llamada de San Cristóbal, que tiene por base otras sierras de por sí gigantescas, las cuales parece que la están aclamando por su rey, á la manera de los antiguos guerreros que levantaban sobre el pavés al que querían proclamar su caudillo y soberano. Este rey de las montañas es la primera que divisan los navegantes que regresan de las Américas, y desde su cúspide se pueden distinguir con el anteojo el cabo de San Vicente y las ciudades de Cádiz, Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga y Gibraltar.

Si á la provincia de Sevilla señaló la naturaleza la mayor y mejor parte del gran río que en expresión de Marcial cine corona de oliva (1), para que ostentase ganados de vellón dorado y

(1) Lib. 12, Epigr. 100.

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compartiese con Córdoba la fama de los ricos aceites; á la de Cádiz dió viñedos que destilan fragante ámbar y líquido topacio, montes enriscados cubiertos de vejetación robusta, dehesas siempre verdes, huertas fertilizadas con las finísimas aguas de las sierras, y por último una espaciosa marina que con sus numerosas bahías, ensenadas, calas, estuarios y varaderos se ofrece á los mareantes del Mediterráneo y del Atlántico. El Guadalete es á la tierra de Cádiz lo que á la de Sevilla el Guadalquivir: uno y otro atraviesan la provincia que fecundan en la misma dirección de nordeste á sudoeste desembocando en el Océano, y los otros ríos principales de cada provincia son sus respectivos tributarios. El divino Betis (1) recibe desde que cruza el límite de la tierra de Córdoba, por la derecha numerosas corrientes, calificadas unas de arroyos y otras de riberas, y como ríos de alguna importancia, el Biar, el Huelva, y sobre todo el Sanlúcar ó Guadiamar (antiguo Menuba) que vertía su caudal en el grande y famoso lago Ligústico (hoy Islas Mayor y Menor), no lejos de un extenso bosque y del pueblo de SoLIA (2), en aquellos tiempos de la España romana en que la madre del sacro río contenía menos arenas, y en que todavía duraban las dos anchurosas bocas por donde el Betis desaguaba en la mar. Por la izquierda recibe el Genil, Singilis de los romanos, que en Plinio se nombra Singulis y en el cronicón de Idacio Singilio, río antiguamente navegable desde que llegaba á Écija, y famoso, entre otros acontecimientos, por la batalla que tuvo allí el rey Rechila contra Andevoto; el Silicense (hoy Corbones), de que se acordó Hircio (3), y cuya dirección equivocó distraído el laborioso Rodrigo Caro suponiendo que desagua en el Genil; y el Guadaira que desaparece todos los años durante los calores caniculares. El Guadalete, mencionado por

(1) «Y tú, Betis divino », etc. Fray L. de León en su famosa profecia del Tajo. (2) Este bosque, uno de los famosos lucos de que habla Estrabón sin designar sus nombres, ha desaparecido por completo, y lo mismo el pueblo de SOLIA. (3) De bello alex., cap. 57.

Avieno bajo el nombre de Chryso (1), corre desde la sierra de Ronda á la bahía de Cádiz en dirección casi paralela á la del Guadalquivir. Engruesan su caudal, después de formado en las pintorescas asperezas de Grazalema, Olvera y Algodonales, varios arroyos y ramales, entre los que figura como principal tributario el Majaceite, individuo de su propia familia, que, debiendo su nacimiento á la misma sierra, no pudiendo incorporarse con él de niño por causa de la barrera de Grazalema, le sale al camino ya mozo y robusto, atravesando sierras, dehesas y campiñas. Dividía este río, según nos refiere el citado poeta geógrafo, á cuatro clases de gentes ó tribus, conocidas con los nombres de Libyfenices, Masienos, Selbysinos y Tartesios; todos al parecer de la raza de los turdetanos, lo mismo que otra multitud de tribus en que estaba subdividida y fraccionada la gran familia Ibérica por la conformación material del territorio. Y es de advertir que no sólo variaban los nombres de las gentes o tribus de una misma raza por las comarcas ó regiones en que se hallaban establecidas, sino á veces por la mera forma, ya púnica, ya griega, ya latina, de la nomenclatura adoptada por los antiguos cosmógrafos é historiadores. Así, por ejemplo, su posición geográfica occidental hizo extensivo el nombre de Tartesios á todos los pueblos de la costa desde el Betis hasta el Estrecho: la forma de la nomenclatura hizo de los turdetanos dos tribus diferentes, turdetanos propiamente dichos en lengua púnica, y túrdulos en lengua latina; y sin embargo tartesios, túrdulos y turdetanos eran todos una gente misma, sin más diferencia que llamar túrdulos ó turdetanos á los pobladores de toda la tierra comprendida en las que son hoy provincias de Córdoba, Sevilla y Cádiz, y tartesios á aquella parte de los mismos que poblaban la marina, por caer al occidente del mundo antiguo, según aquella expresión de Ovidio:

(1) Ora marit., vers. 419 y siguientes.

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