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de no tener una sola persona á quien encomendar una embajada á Constantinopla. La Iglesia toda no hubiera podido mostrar á la vez tantos prelados y abades eminentes como presentaba la España sola.

y

Hasta hace pocos años, nos formábamos generalmente una idea muy pobre de la cultura visigoda. Preocupados con el desprecio que de los cristianos refugiados en Asturias hacían los sectarios de Mahoma, nos imaginábamos que los súbditos de Recaredo y Wamba habían sido como salvajes para las artes del lujo y de la ostentación. Pero se han hecho luego exploraciones más detenidas y concienzudas en el campo de la historia de las antigüedades. Hemos visto á Ataúlfo vestido de púrpura y oro después de desposado con Gala Placidia (1), y á la corte de Eurico, trasladada de Burdeos á Tolosa, brillar con todos los resplandores de la magnificencia imperial: y hemos pensado que sin la ostentación de que se rodeaba este Bárbaro, cuyas epístolas de estilo levantado y correcto celebró la misma Italia, en vano hubiera pretendido el poderoso Garona dispensar su protección al Tíber empobrecido (2). Los viejos libros y los antiguos monumentos nos conducen hoy á las siguientes conclusiones :

Los tesoros de Toledo en tiempo de Amalarico eran sin duda grandes: los escritores franceses encomian la riqueza que de esta ciudad se llevó Childeberto, cuando vino á España á vengar los sangrientos ultrajes hechos á su hermana Clotilde. Entre las alhajas en que cebó su rapacidad el rey franco, había

(1) Refiere Olympiodoro que las bodas de Ataúlfo con Placidia se celebraron en Narbona, á la usanza de Roma, en la casa de Ingenuo, uno de los principales de aquella ciudad. En la parte más elevada de un pórtico, decorado al efecto, estaba sentada la hermana de Honorio, con todo el aparato de una reina, y á su lado Ataúlfo enteramente vestido á la romana. Entre los presentes que ofreció á Placidia se hicieron notar cincuenta adolescentes, vestidos de seda, cada uno de los cuales llevaba dos discos ó bandejas, una llena de piezas de oro, y otra de piedras preciosas de inestimable valor, procedentes del saco de Roma por los godos. Entonó el epitalamio Attalo, y lo cantaron Rustacio y Phabadio. Después de la boda hubo juegos que deleitaron grandemente á bárbaros y romanos.

(2) SID. APOLIN. I. VIII, epíst. 9.

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sesenta cálices y veinte patenas de oro puro: prueba de la mag. nificencia con que se sostenía el culto aun antes de la conversión de Recaredo.

En sus personas y en los objetos de su uso cotidiano, empleaban los magnates godos el mismo lujo. Las mujeres se cubrían de ricas sederías y lanas finísimas, que ya en tiempo de los romanos gozaban de grande estimación por sus bellos colores naturales: tenían espejos y palanganas de plata, bebían en copas de oro incrustadas de diamantes y otras piedras preciosas, y se llenaban las manos de anillos de diversas formas (1). Puede asegurarse que el lujo que tanto se había arraigado en la Bética durante la dominación romana, no llegó á desaparecer en esta provincia ni aun en los años calamitosos de las irrupciones de los Bárbaros, porque éstos se mostraron desde luego tan apasionados de la riqueza y de la molicie como los mismos vencidos.

Es curioso leer en Procopio el género de vida que los vándalos sacaron de la Bética, y que siguieron haciendo en el África entre los infelices pobladores de la Mauritania sojuzgada (2). Sus mesas, espléndidamente servidas, abundaban en los más exquisitos productos de la Libia. Vestíanse de seda y llevaban ropas de fabuloso precio. Pasaban el día en cacerías, corridas de caballos, teatros y toda especie de diversiones. Su afición á la música, al canto, al baile y á todo entretenimiento deleitable, no tenía límites. Gustaban de pasar las calurosas horas del estío en amenos jardines, matando el tiempo en magníficos banquetes á la sombra de los árboles cabe murmuradores arroyos. Diez y ocho años escasos de permanencia en el mediodía de nuestra España habían bastado para inspirar á aquellos Bárbaros tan feroces, tal pasión hacia las artes del lujo y del deleite.

Los contratos matrimoniales se celebraban con tal esplendidez, aun entre los simples particulares, que las leyes tuvieron

(1) S. ISIDORO: Etimolog. 1. XIX, cap. 23, 24, 25, 28, 31 y 32.

(2) De bell. vandalico, 1. IV.

que moderar los gastos que en ellos se hacían. Nadie había de poder dar en dote más de la décima parte de sus bienes, y los seniores no podían regalar á la desposada más de diez esclavos, otras tantas mujeres, y veinte caballos; y el valor de los objetos de uso personal no había de exceder de dos mil escudos de oro.

Tenían nuestros visigodos telares de seda, fábricas de hilos y cordones de oro, de vidrios de color, y otras manufacturas que indican también un notable desarrollo industrial y artístico (1). De Bizancio vino á la España goda su primorosa orfebrería, tan admirada de los francos merovingios. Nuestros antiguos escritores y cronistas no nos han conservado en verdad los nombres de aquellos excelentes orífices, plateros y joyeros que hicieron, por ejemplo, la soberbia espada, de puño de oro y pedrería, y el magnífico talabarte, ofrecidos por los hijos de Gaddón al rey Childerico como digno rescate de su crimen; la lujosa cruz que sacó Childeberto de Toledo y que colocó en el lugar principal de la famosa iglesia de S. Germán de los Prados de París, erigida expresamente para ella; y por último las hermosas coronas de Suinthila, Receswintho y otros personajes, descubiertas no hace muchos años en un desierto prado de la provincia de Toledo, junto á la fuente de Guarrazar, y que lucen hoy con admiración de los aficionados queólogos en la Armería Real de Madrid y en el museo de Cluny de París. Los franceses han sido más cuidadosos que nosotros con las memorias que ilustran y engrandecen su historia; pero, aunque ellos conserven con religioso cuidado los títulos que recomiendan al respeto de la moderna Europa á sus Mabuinos y Eligios, y nosotros, pródigos temerarios de nuestros antiguos timbres, demos al olvido tan preciosos datos, siempre será fundado creer que nuestros orfebres sobrepujaron á los suyos y emularon con los del Bajo Imperio (2).

y ar

(1) Lo atestigua S. Isidoro en sus Etimologias.

(2) Entendemos por orfebrería el arte de labrar objetos de plata y oro. no va

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