Imágenes de páginas
PDF
EPUB

temporáneos no comprueban. Lo más común es atribuir la repentina desaparición de un Estado que á tanta altura había subido, á una supuesta corrupción de costumbres en que cayeron los españoles todos, amollecidos por el lujo y enervados por la sensualidad hasta el punto de carecer de brío para defenderse de sus terribles invasores (1).

Todas estas son fábulas: lo que hay de cierto es que siempre que por la muerte de un rey se armaba el país en bandos para disputarse el trono los pretendientes, renacía el peligro de que un extraño poderoso, al amparo de aquella funesta lucha intestina, viniese á saltear nuestra península. Las ambiciones estaban siempre alerta: las conspiraciones, las sediciones, la guerra civil, eran preciosos elementos para el extranjero astuto que, sabedor de la frecuencia de aquellas crisis, espiase los ríodos de su renovación y aprovechase el más oportuno para caer sobre el país desprevenido.

pe

Iban á ser los árabes y bereberes para los hispano-godos lo que habían sido los bárbaros del septentrión para el mundo romano. Una religión nueva cuyo objeto principal parecía ser la milicia y la conquista, que proclamaba la guerra al nombre cristiano como plena justificación de las almas, y prometía á los que cayesen en ella goces futuros capaces de exaltar hasta el delirio la imaginación de sus adeptos, había hecho surgir de las arenosas llanuras del Yemen enjambres de escuadrones, que al grito de guerra santa llevaron en pocos años el exterminio y la desolación á todas las naciones y pueblos del Asia menor, de la Siria del litoral africano, desde los embalsamados verjeles del Éufrates á las peladas cumbres del Atlas. La ocasión para que la tremenda correría de los secuaces del Profeta salvase la profunda sima del Estrecho que separa la Libia de la Europa, la suministró el destronamiento de Witiza, suceso tristemente fecundo

y

(1) Véase la brillante vindicación que del estado de las costumbres en las postrimerías de la monarquía visigoda hace el sabio P. Tailhan S. J. en su opúsculo Espagnols et Wisigoths avant l'invasion arabe.- París, 1881.

porque él dió origen, primero al advenimiento del usurpador Rodrigo, luégo á los odios y deseo de venganza de los hermanos é hijos del destronado, y por último á la división del reino

[merged small][graphic][merged small][merged small]

en partidos, preponderando el del vencedor y fomentándose en el del vencido el ansia del desquite. Para lograr éste, bastaba cualquier circunstancia propicia, y fué esta circunstancia, según testimonio concorde de la tradición y de las historias, un hecho

preparado por la tiranía y la lascivia y consumado por ganza y la apostasía.

la ven

Enviado Muza Ben Nosseyr por el gobernador de Egipto y África, hermano del Califa Abdulmalek, á sojuzgar á los bereberes, gente aguerrida é indómita de las antiguas provincias de Numidia y Tingitania, y viendo cuán próspera le era la fortuna en su difícil empresa; después de haber agrupado bajo las banderas del Islam los pocos cristianos de aquella tierra, las numerosas tribus que aún vivían en la idolatría y la multitud de gentes que allí profesaban el Judaísmo, se dirigió á expugnar á Ceuta, plaza importante que con otros pueblos de la costa dominaban los godos y defendían con fuertes presidios. Mandaba la guarnición cristiana de Ceuta el conde D. Illán (1), vulgarmente llamado D. Julián, en quien reconocían los árabes relevantes dotes de guerrero. Puso el gobernador sarraceno sitio á la plaza y la estrechó con el ímpetu propio de un ejército numeroso y siempre vencedor; pero el conde hizo una vigorosa salida, y matándole mucha gente lo repelió, obligándole á retirarse hacia Tánger, que sojuzgó fácilmente (2). Mientras el gobernador godo atendía con los refuerzos que se le enviaron de la Península á librar para lo venidero aquella importante plaza de nuevas acometidas de los alárabes y africanos, cuyo poderío

(1) Illán y no Julián le llama la Crónica general atribuída á D. Alonso el sabio, que se cree ser obra de árabes y judíos convertidos. S. Pedro Pascual, que escribió estando prisionero en Granada y á quien por consiguiente no le faltaron ocasiones de oir la pronunciación árabe de este nombre, le llama también D. Illán. Por último Illán y no Julián escriben todos los historiadores árabes que cita el erudito D. Pascual de Gayangos en su nota 4 al cap. I. Lib. IV de la Historia de Almakkari. (2) Es de creer que la ciudad de Tánger fuese también de los dominios de los visigodos en África. Que lo había sido juntamente con Ceuta y todo el distrito montuoso de Gomera, no hay duda alguna, y claramente lo dan á entender el Pacense y el monje de Silos. Esas ciudades fueron siempre consideradas por nuestros monarcas godos como la llave del Estrecho. Pero al propio tiempo conviene no olvidar que ya en los días de Witiza y Rodrigo debió cstar muy debilitada su autoridad en África, pues según el testimonio de algunos escritores árabes, los muslimes avanzaron bajo el gobierno de Muza contra las ciudades de la marina que habían sacudido el yugo de los reyes de Andalus y cuyos gobernadores se habían enseñoreado de ellas. Esto explica porqué en muchas historias árabes de las que cita el Sr. Gayangos sc llama á D. Illán Señor de Ceuta y Rey de los Bereberes.

acababa de recrecerse con el sometimiento de las últimas colonias que en África habían mantenido los bizantinos, preludiaba en la corte de España el desdichado drama cuyo desenlace iba á ser la explosión de la cólera del cielo, manifiesta en el derrumbamiento de aquel trono católico tan laboriosamente afianzado y enaltecido por los Leovigildos y Sisenandos, y en el vilipendio de la Cruz por el Corán tras la paciente y gloriosa obra de los Concilios.

Era costumbre entre los godos, dice el historiador árabe Alkhozeyní, que los príncipes de sangre real, los nobles del reino y los gobernadores de las provincias, enviasen á la corte de Toledo sus hijos, para que, educándose en los ejercicios propios de la milicia y del mando, pudieran adelantar en el favor de su soberano y hacerse acreedores al regimiento de los ejér citos y provincias. Del mismo modo que los hijos varones, enviaban á la corte sus hijas, que criándose en el Palacio en compañía de las hijas de sus reyes, se enlazaban en la edad núbil con los jóvenes aventajados de la corte y llevaban al establecerse pingües dotaciones proporcionadas á la categoría de sus respectivas familias. Illán el gobernador de Ceuta, tenía una hija de sin igual hermosura é inocencia, y siguiendo la referida costumbre, la llevó á Toledo, corte y capital del reino de Rodrigo. Así que la vió el monarca, se enamoró de ella locamente, y en cuanto se ausentó Illán, empezó á poner por obra el torpe proyecto de seducirla, empleando la violencia después que vió salirle frustrada la persuasión. La infeliz doncella se quejó secretamente á su padre de la barbarie de que había sido objeto, y éste, sintiendo en lo profundo del alma aquella afrenta, juró lavarla con sangre y tomar de ella una ruidosa venganza. Embarcóse inmediatamente para Andalus (1) á pesar de hallarse ya muy adelantado

(1) Andalus (Andalosh) aspirando ligeramente la A inicial, llamaban los árabes á España, con lo cual aplicaban por sinécdoque á toda la Península el nombre de aquella parte donde habían residido los Vándalos. Es, pues, la palabra Andalus una mera corrupción de Vandalucia ó Vandalicia, lo cual se explica satisfactoriamente

el invierno, pues corría el mes de Enero, época de grandes temporales, y se presentó de improviso en Toledo. El rey, que no le esperaba tan fuera de sazón, le reconvino por haber abandonado su gobierno en aquellas circunstancias, y le preguntó: ¿Qué te trae aquí? ¿qué vienes á buscar á la corte en esta estación tan inoportuna? Illán se disculpó diciendo que su esposa se hallaba peligrosamente enferma y deseaba tener el consuelo de ver á su hija antes de morir, por lo cual le había suplicado que fuése por ella. Rogó al rey que diese las órdenes oportunas con objeto de que la joven pudiera sin demora emprender el viaje: otorgólo Rodrigo, no sin intimar á la hija de Illán en secreto que ocultase á su padre lo que entre ellos había mediado, y cuando llegó el momento de la despedida, dijo el rey al gobernador de Ceuta: Espero, Illán, que pronto tendré noticias tuyas, y que procurarás traerme algunos buenos halcones: sabes cuánto me entretienen y deleitan haciendo presa en las aves y trayéndolas á mi mano.- Á lo que Illán respondió: No dudes, oh rey, que pronto estaré de vuelta, y te prometo á fe de cristiano, que no me daré por satisfecho hasta que pueda traerte halcones cuales nunca en tu vida los has visto:- haciendo alusión con esto á los alárabes, á quienes tenía ya pensado abrir las puertas de su patria. Pero Rodrigo no comprendió el significado de sus palabras (1).

por la supresión de la V inicial, convertida en la aspiración hamza, y la omisión de las dos letras finales para conformar el vocablo al genio de la lengua arábiga, opuesto á palabras de muchas sílabas. De los mismos vocablos Vandalucia y Andalus hemos sacado los castellanos Andalucia y Andaluz.

(1) Esta que tienen por fábula los modernos críticos, y que en realidad de verdad no suena en nuestras historias hasta la época del monje de Silos, cronista del siglo XI, debió sin embargo hallarse consignada en escritos de los cristianos contemporáneos, perdidos luego. Porque si el Silense, como parece incuestionable, la tomó de los escritores árabes, éstos sin disputa la recibieron antes de nuestros escritores, ó al menos de nuestras tradiciones orales, pues en la narrativa de aquellos se advierten rasgos que visiblemente acusan su origen español. Así v. gr. el citado Al-khozeyní, al fijar la época en que D. Illán vino de Ceuta en busca de su hija, no usa, como los escritores de su nación en general, de la denominación de los meses arábigos, sino que emplea la latina, diciendo que fué en el mes de Yanir (Januarius).

« AnteriorContinuar »