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No bien se vió D. Illán en tierra africana, comenzó á ejecutar su abominable propósito: fuése á Cairwán, donde el Gobernador de África tenía su residencia; otros dicen que fué á verse con Muza Ben Nosseyr. Muza que espiaba la ocasión de una discordia intestina, y que estaba ya preparado para utilizarla, conoció que era llegado el momento de que la excisión estallase, y se decidió á hacer una tentativa, dirigida por el mismo conde traidor y por un capitán sarraceno, arrojado y codicioso, llamado Tarif el Bereber. Con una pequeña hueste formada de berberiscos y unos cuantos árabes, transportados en naves mercantes para mejor disimular el objeto de sus aprestos, desembarcaron junto á la codiciada costa de Andalus en una isla que tomó de este hecho el nombre del caudillo africano y se llamó Jezírah-Tarif (Tarifa) (1). En esta primera incursión hallaron poca resistencia: robaron y asolaron la tierra circunvecina; hicieron numerosos cautivos, y cargados de botín, regresaron al África, sirviendo sus despojos y la belleza de las esclavas de incentivo para una segunda expedición. Verificóse esta por los mismos capitanes, pero poniéndolos Muza bajo las órdenes de su liberto Tarik, guerrero ya distinguido en otras arduas empresas, á quien algunos historiadores árabes hacen natural de Hamdan en la Persia. Cuéntase que mientras iba Tarik cruzando el Estrecho, tuvo un sueño en el cual se le apareció el Profeta rodeado de ángeles revestidos de fulgentes armaduras con las espadas desenvainadas y los arcos tendidos, y oyó que le decía: ¡Ánimo, Tarik, acaba la empresa que te ha > sido confiada!» Miró él al rededor y vió al mensajero de Dios que entraba en Andalus acompañado de árabes del Muhajirin y del Anssar.-Despertó de su sueño, y comunicando á los guerreros que le seguían la visión milagrosa con que acababa Dios de favorecerle, todos se llenaron de júbilo y confian

(1) Ad insulam citra mare quæ ab ejus nomine dicitur Gelzirat Tarif. Roderic. toletan. (lib. III, cap. XX).

za. Desde aquel momento no dudó ya Tarik de la victoria.

Aportó la pequeña escuadra que los conducía al pié del monte de Calpe, que tomó el nombre de este esforzado general (Febel-Tarik, ó Gibraltar); así que los dejó en tierra, volvió á cruzar el Estrecho en busca de otro cuerpo, y repitiendo los transportes hasta desembarcarlos á todos, puso en el suelo de Andalucía un ejército de doce mil combatientes, berberiscos la mayor parte y árabes de varias tribus los demás, con que comenzó en seguida la invasión llevándolo todo á sangre y fuego. La época de esta terrible incursión varía en los escritores árabes: los más autorizados la fijan en el año 92 de la Egira (711 de J. C.); los historiadores españoles difieren más que los mahometanos, pues al paso que unos, siguiendo el cómputo de Morales, la asignan el año 714, otros, aceptando la opinión de Masdeu, la refieren al año mismo de 711 que señalan Ben-ElKhattib, Ben-Hayyán, Adh-dhobí y otros.

Rodrigo, noticioso del peligro por cartas que le envió Teodomiro, el cual había intentado en vano resistir al torrente con que el África asolaba la hermosa región de la Bética, abandonó la guerra que á la sazón le tenía ocupado en el norte de España, y reconociendo al punto la mano de donde le venía el golpe, se dispuso á resistirlo como hombre de corazón. Allegó lo más prontamente que pudo numerosas tropas de todas sus provincias, conducidas por sus magnates, condes y prelados; escribió á los hijos de Witiza, retirados de la corte desde la traición de que su padre había sido víctima; conjuró á sus partidarios y valedores á que depusiesen sus deseos de venganza ante la magnitud del común amago, y con un inmenso ejército, en el cual desgraciadamente no mandaba ya las voluntades, acampó en las llanuras de Sidonia (Shidhúnah) llevando en pos de sí todos sus tesoros y los carros de sus pertrechos y provisiones. Aquel grande ejército, por su desventura, era casi extraño á los trances de la guerra; la paz que España había disfrutado bajo los últimos reyes, tenía á la monarquía goda desprevenida y sin

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buenos capitanes; los muros y fortalezas por otra parte estaban quebrantados ó derruídos ( 1 ).

El rey Rodrigo fué al campo conducido en una basterna ó litera de marfil, llevada por dos blancas mulas, bajo un toldo ricamente bordado y cuajado de perlas, rubíes y esmeraldas (2),

(1) El conocido romance de Gabriel Lobo Laso de la Vega á la rota de Rodrigo en la batalla de Guadalete, recuerda en estos versos la postración en que los modernos historiadores han supuesto que vivía la gente goda.

Roban, destruyen y talan

la fértil Andalucía,

sin hallar defensa alguna,
que ya olvidado tenían
el militar ejercicio,
porque derribado habían
las murallas y castillos
por orden del rey Bectisa,
indigno de que se tenga
de que fué godo noticia.

Y explica así la causa de la funesta medida tomada por Witiza :

Hizo también de las armas
de los godos, tan temidas,
hacer azadones, rejas,
y herramientas infinitas
para cultivar los campos,
temiendo que su malicia
y abominables pecados
los reinos levantarían.

(2) Asi Almakkari. Pero la antigua litera ó basterna era cerrada (AMMIAN, XIV, 6, 16), de manera que no se concibe la necesidad de que llevaran además á Rodrigo bajo un quitasol ó toldo (dhollo en árabe). Nos inclinamos, pues, á creer que la litera en que iba el rey era una especie de trono cubierto con una rica y suntuosa cúpula recamada de oro y pedrería, y esta opinión se robustece con lo que añade más adelante el mismo historiador de quien seguimos la narración: «< el rey >>Rodrigo, dice, iba en un trono y le preservaba de los rayos del sol una cúpula »(kubbah) de seda vareteada.» (ALMAKKARI, lib. IV, cap. IV.) Es creible que los árabes, lo mismo que tomaron de los persas y de los romanos del Bajo Imperio la cúpula, tomasen de éstos el vocablo con que se denota la cúpula portátil ó toldo, y de la voz latina tholus formasen la suya dhollo. Con la explicación antecedente, ya se concibe que pudiera el rey ser conducido al campo de batalla, como dice el autor de las CARTAS PARA ILUSTRAR LA HISTORIA DE ESPAÑA, muellemente recostado en una especie de lecho, ó en un lecho de marfil, como refiere la CRÓN. GENERAL, ca así era la costumbre de andar los reyes de los godos. En efecto, podía el lecho ó trono ser de marfil y su forma la de un templete abierto por los costados, con su cúpula en la parte superior, de modo que el monarca, sin abandonar su cómoda postura, registrase con la vista el campo en todas direcciones.

como hubiera podido ir á una fiesta una dama romana. Iba escoltado de guerreros cubiertos de lucientes armas, con pendoncillos ondeantes y multitud de estandartes y banderas. Los soldados de Tarik llevaban muy diferentes arreos: sus pechos revestidos de malla, las cabezas ceñidas con turbantes, el arco árabe á la espalda, las espadas pendientes de la cintura y empuñando descomunales lanzas. Es fama que en cuanto los divisó Rodrigo se sobrecogió de espanto, reconociendo en ellos las terribles figuras que había visto pintadas en la misteriosa cueva ó palacio encantado de Toledo, que desdichadamente había osado abrir (1). Antes de venir á las manos los dos ejércitos, el general agareno procuró infundir aliento en los suyos con palabras capaces de encender en sus corazones la llama del entusiasmo dió gracias al Todopoderoso por las victorias hasta entonces conseguidas, impetró su auxilio para la grande empresa que iban á acometer, y les pintó al rey cristiano como viniendo en persona á entregarles vergonzosamente sus castillos, sus ciudades y su corona con indescriptibles tesoros: avivó por último en ellos la codicia de los placeres con que les brindaban las hermosas españolas, seductoras y amorosas como las mis

(1) La leyenda de la famosa cueva ó torre de Hércules es harto conocida para que sea necesario trasladarla aquí: el ser fábula además nos autoriza á suprimirla por completo. El arzobispo D. Rodrigo y la Crónica general la refieren, pero más como conseja que como verdadera historia. Los autores árabes concuerdan en lo sustancial con lo que de ella cuentan nuestros cronistas y romanceros. En el romance de Lorenzo de Sepúlveda que empieza con aquel mal verso,

De los nobilisimos godos,

puede ver el lector la descripción de los alárabes pintados en el lienzo de la torre encantada, en todo semejante á la que hacen los historiadores árabes de los soldados de Tarik.

Los rostos muy denegridos,
los brazos arremangados.
muchas colores vestidas,
en las cabezas tocados:
alzadas traerán sus señas
en caballos cabalgando,
en sus manos largas lanzas
con espadas en su lado.

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