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mas hurís, con sus cuellos circuídos de perlas y joyeles y sus gráciles cuerpos envueltos en preciosas estofas de seda y oro, reclinadas blandamente en mullidos lechos en los suntuosos palacios de sus coronados príncipes y magnates.-Rodrigo por su parte ordenó sus haces, pero en sus capitanes no se advertía el ardimiento y el brío que hacía prorumpir en gritos de júbilo á los de Tarik: había entre ellos numerosos descontentos, y no pocos que traían ya en sus almas la traición urdida. Comenzó la gran batalla al amanecer el día 28 de Ramadhán del año 92 (Domingo 19 de Julio del año 711 de J. C.): el teatro de este tremendo choque fué muy vasto, porque habiendo durado la pelea siete días, ó de domingo á domingo, comenzó junto á la costa del mar, orillas del Wada Bekkeh 6 Wada Leke (río Barbate (1) entre la Laguna de la Janda y Medina-Sidonia, y concluyó en los campos que se extienden entre Medina-Sidonia y Jerez. Toda aquella tierra se hallaba comprendida en la diócesis de Asido; mas con ser tan grande la escena donde pasó aquel sangriento drama, aún no era proporcionada á la épica catástrofe con que plugo á Dios desenlazarlo.

Supónese en algunas de nuestras más acreditadas historias, que los hijos de Witiza mandaban las alas derecha é izquierda del ejército godo, y que en lo más crítico de la batalla abandonaron traidoramente al rey pasándose con otros muchos nobles al campo de Tarik; pero es evidente que esta fábula se desvanece con sólo observar que los hijos de Witiza eran niños cuando D. Rodrigo usurpó el trono en 709, y que á los dos años de aquel acontecimiento no serían reputados todavía muy aptos para mandar un ejército tan numeroso y en momentos tan supremos. Defecciones durante la batalla no hay duda que debió haberlas, como que los partidos del rey y de Witiza ali

(1) El Sr. Gayangos en sus notas al Almakkari ha esclarecido con grande erudición todas las cuestiones relativas al paraje donde comenzó y terminó la batalla que vulgarmente denominamos de Guadalete ó de los campos de Jerez. V. principalmente las notas 63 y 67 al cap. II, lib. IV.

mentaban la discordia intestina en el país; y á esto se debió que las haces de Rodrigo fuesen lastimosamente vencidas, cediendo el campo que regía el rey en persona al séptimo día de una obstinada resistencia, digna en verdad de los buenos tiempos de la milicia goda. Pronunciada la derrota en el cuerpo principal del ejército, las demás haces emprendieron una desordenada fuga : en la refriega se vió flotar en alto entre una muchedumbre de apiñados cascos y turbantes, como una vistosa góndola asaltada de hirvientes y empinadas olas, la lujosa basterna de Rodrigo, y hundirse después como bajel que se sumerge, sin que al concluir la pelea y al bajar sobre aquel campo de carnicería la solemne y misteriosa pareja del duelo y del silencio, fuese posible averiguar qué se había hecho de aquella majestad real y de la soberbia pompa de su cortejo. No pareció allí entre los muertos el cadáver del rey.-Tomó su caballo mientras los árabes de Tarik, engañados por el señuelo de la litera, le buscaban en ella: pero sin duda sucumbió en las ondas del Guadalete, ó bien al peso de su desventura quitándose desesperado la vida, ó á las heridas que tal vez recibiría lidiando con fuerzas desiguales para ponerse en salvo, porque cuentan los árabes que su corcel favorito (1) fué hallado medio hundido en el cieno del río con su silla de oro y rubíes, y á su lado una sandalia del rey adornada de rubíes y esmeraldas, sin que fuese posible encontrar la compañera (2).

(1) La crónica de D. Rodrigo da ciertos pormenores que no se encuentran en los escritores árabes, y que parecen inventados sin que sea ya hoy dable rastrear su origen. Del caballo del rey dice que se llamaba Orelia: equus qui Orelia dicebatur (De Reb. Hisp., lib. III, cap. 23.)

(2) Acerca del paradero del rey Rodrigo corren en nuestras historias especies evidentemente falsas aunque muy novelescas. El llamado Isidoro de Beja y el continuador del Biclarense, únicos contemporáneos de aquel hecho, dicen sencillamente que murió en la batalla, y esto en cierto modo no está en contradicción con la narración que hemos tomado de los varios autores árabes que compiló Almakkari. Pero en el siglo XI empezó á introducirse la fábula, piadosa sin duda pero destituída de fundamento, de que D. Rodrigo se salvó de la derrota y huyó á Portugal, donde pasó el resto de su vida en la oración y la penitencia. Á los autores de esta especie sirvió de fundamento la noticia de otro cronista del siglo x, de que en

Fué tan grande el número de los godos que perecieron en la batalla, que por muchos años estuvieron sus huesos blanqueando aquellos campos. Así acabó el 26 de Julio del año 711 aquella gran monarquía visigoda, que dilatándose primero desde el Ródano, y luego desde el Pirineo hasta el Estrecho de Hércules, dió á Europa por espacio de dos siglos el espectáculo deslumbrador de una civilización cual no la había conocido el mundo desde la caída del Imperio romano. Entre los personajes de esta escena última, figura cierto arzobispo de Toledo intruso, como uno de los más execrandos de la historia de España. El tristemente célebre D. Oppas es quizás el personaje más odioso de nuestra patria: mucho ganaríamos si se llegara á probar que es un personaje quimérico, como se ha supuesto y en el día se pretende.

El botín que recogieron los infieles en el campo cristiano fué inmenso: sólo los anillos de oro y plata que llevaban en las manos los magnates y nobles godos y la demás gente de condición libre, sumaban gran caudal. Dividió Tarik el despojo en cinco porciones: tomó una de ellas, y repartió las demás entre los nueve mil muslimes que le quedaron además de los eslavos y otros secuaces. En cuanto se esparció la fama de la gran rota y la de las riquezas recogidas por los vencedores, todas las tribus africanas se pusieron en movimiento, y armando buques de toda especie y tamaño, juntaron nuevas y poderosas huestes, que pasando el Estrecho, engrosaron considerablemente el ejército de Tarik. Mientras los cristianos desamparaban despavoridos las llanuras y se refugiaban en sus fortalezas y montañas,

cierta Iglesia de Viseo se había descubierto en su tiempo, y había él mismo visto, una lápida sepulcral que contenía esta inscripción:

HIC. REQUIESCIT. RUDERICUS.
ULTIMUS. REX. GOTHORUM.

Desde entonces comenzó la poesía popular á apoderarse de esta leyenda, y de aquí nacieron los conocidos romances sobre la penitencia de Rodrigo, y entre ellos aquel que copió Cervantes: Ya me comen, ya me comen, etc.

los sarracenos avanzaban sobre Jerez, Morón y Carmona, que sucesivamente expugnaban sacando de ellas nuevos despojos y tributos, y atravesando el Corbones se pusieron sobre la antigua y poderosa Astigi (Astijah, hoy Écija), y estrechamente la cercaron. Estaba la ciudad bien defendida por sus fuertes pobladores y por las reliquias del ejército de Rodrigo, y prolongábase la resistencia con gran daño de los sitiadores, cuando su gobernador, hombre esforzado y sagaz, pero demasiado confiado, por salir á bañarse á la huelga del Jenil cayó en manos de Tarik, que astutamente se metió á esperarle en el agua, con lo cual, desanimados los cristianos, se rindieron haciéndose tributarios. Viendo los godos tan internado en lo más floreciente de la Bética al ejército mahometano, aumentó su desaliento, y desparramándose en todas direcciones, buscaron unos en la aspereza de los montes, otros en la fortaleza de las ciudades principales de aquella y de las demás provincias, la seguridad que no habían sabido hallar uniéndose en un supremo esfuerzo. -Cuéntase que para aumentar el terror de los vencidos, el sagaz Tarik empleó la estratagema de hacer asar y repartir entre sus tropas, en presencia de los godos cautivos, los cuerpos de sus compañeros muertos en la batalla, dando entre tanto suelta á los prisioneros, los cuales huyeron asombrados divul gando por todas partes la terrible noticia de que los sarracenos se alimentaban de carne humana (1).

(1) Trae esta anécdota el historiador Ben Kutiyáh, y la reproduce S. Pedro Pascual que escribió á principios del siglo XIV, y que, como es notorio, estuvo cautivo en Granada y consultó allí las narraciones arábigas. El arzobispo D. Rodrigo, un siglo antes, había también hablado del pánico que aquel hecho produjo en las poblaciones: audientes quod gens advenerat quæ Gothorum gloriam sua multitudine superarat, et licet falso humanis vescebantur carnibus.

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