Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Alwalid, que cedió en esto á pérfidas sugestiones de cortesanos envidiosos. Uno de los más graves cargos que le hacían era su casamiento con la princesa cristiana Egilona, viuda del rey don Rodrigo, mujer de singular hermosura, la cual, habiendo obtenido de los sarracenos permiso para vivir bajo su dominio en el libre uso de su religión y en el pleno goce de sus bienes, sin más que pagarles cierto tributo, permanecía tranquilamente retirada. en Sevilla, donde el gobernador muslim se enamoró de ella ciegamente y obtuvo su mano. Suponían que por instigación de esta señora, tan bella como altiva, había intentado Abdalasis revestirse de cierto prestigio de soberanía obligando á sus súbditos á inclinarse en su presencia como acostumbraban hacerlo los godos ante sus reyes. Fué guerrero valiente y experimentado, y administrador generoso y prudente. Después de asesinado en una sedición militar, su cabeza fué enviada á Damasco para que, satisfecha con su vista la venganza brutal del Califa, sirviese de torcedor al acongojado Muza, llamado á la presencia de Suleyman al recibirse el infando presente.- Sucedióle por de pronto en el gobierno de España un hijo de una hermana de Muza, por nombre Ayub Ben Habib Al-lakmí, hasta que llegó á Sevilla el designado por el soberano para desempeñar aquel cargo, que fué Al-horr. Uno de estos dos, no se sabe quién con certeza, trasladó la residencia del gobierno á Córdoba, con lo cual perdió Sevilla mucha importancia todo el tiempo que estuvo Andalucía regida por los doce gobernadores ó Amires que siguieron á Al-horr y por los Califas independientes, hasta la extinción de la dinastía de Merwán ó de los Beni Umeyas.

Cuando cundió por el oriente la noticia de que la rica provincia de la Bética quedaba definitivamente sometida á la ley del Corán, de todas las tierras habitadas por muslimes, y en particular de la Siria, acudieron á España muchos hombres ilustres de las diversas tribus árabes, dejando las tiendas y aduares de sus padres y estableciéndose luego con sus familias en las floridas orillas del Guadalquivir, del Genil y del Guada

lete, donde fueron, andando el tiempo, origen de muy esclarecidos linajes. Las nobles familias árabes que se fijaron en la tierra cuya historia y grandezas venimos bosquejando, ya en la

[merged small][graphic][subsumed][merged small]

época de la conquista, ya en el período subsiguiente, fueron principalmente de las dos famosas progenies de ADNÁN Y KAHTTÁN. De la primera de ellas descendieron los Ben Umeyas y los Ben Hamud: los Umeyas, que adoptando el patronímico de

Koreishis, fundaron el Califato Andaluz; y los Hamud, que á la caída de esta dinastía reinaron también por algún tiempo. De la misma sangre de Adnán fueron los Beni Zoráh, que residieron en Sevilla y alcanzaron los más encumbrados puestos; los Beni Makzum, que produjeron elegantes poetas y escritores, como Al-Makzumí el ciego, el famoso wazir Abu Bekr Ben Zeydún y su hijo Abul Walid, y hombres de estado eminentes. De la estirpe Koraishita era la familia de los Fehr, fecunda en doctores y teólogos afamados, y fué uno de sus vástagos más ilustres el gobernador de Andalucía Yusuf el Fehrí, en cuyo tiempo se fundó por el talento y el esfuerzo de Abderrahmán Ad Dákel el dilatado y prepotente Califato occidental. Este Yusuf, tan conocido en España, era descendiente del célebre conquistador de África Okba Ben Nafí Al-Fehrí; y según testimonio de BenHazm, verídico registrador de las genealogías de las tribus árabes establecidas en España, los individuos de la raza de los Fehr abundaron en los varios distritos de Andalus y casi todos alcanzaron riquezas y elevados cargos. La familia de los Kays Aylán, que reconocía asimismo por tronco á los Beni Adnán, estaba no menos difundida: en Sevilla y los distritos comarcanos llevaban el patronímico de Hawazeni, y otros de la propia familia que usaban el de Bekr se hallaban también diseminados en Sevilla y otras ciudades principales. Sábese que otros individuos de esta sangre usaron los patronímicos de Sadí, Kelabi, Kusheyri, Fezari, Ashjaí, etc., y que residieron en diversos puntos de España; pero no podemos asegurar que floreciesen en las poblaciones que la órbita de nuestro viaje comprende. Fueron muchas las familias que se formaron de la tribu de Ayad: una de ellas fué la de los Bení Zohr, distinguidos ciudadanos de Sevilla, la cual produjo tres excelentes médicos, confundidos en uno durante la Edad media bajo el nombre genérico de Abinzohar ó Avicena. Todas estas familias derivadas del tronco común de Adnán, se gloriaban de descender por línea recta, sin mezcla de extraños linajes, del mismo Ismael.

En cuanto al otro gran tronco de los hijos de Kahttán, acerca de cuyo origen hay discordancia entre los genealogistas árabes, suponiendo algunos que no son de la progenie de Ismael, sino de la de Hud, también produjo numerosas familias, entre las cuales y las de la sangre de Adnán se perpetuó en España toda la animosidad y el ciego encono que las dividía en Oriente. Y aun fueron más numerosas en Andalucía que las de sus adversarios, debiéndose principalmente atribuir á la pugna constante de sus intereses y aspiraciones las guerras intestinas que estallaron en el Estado cordobés, y que después de ponerle repetidas veces al borde del precipicio, finalmente dieron con él en tierra.

Aunque en general las gentes venidas de Oriente antes y después de la fundación del Califato de Córdoba, se establecieron en las poblaciones del Oeste dividiéndolas en distritos, y ocupando éstos por tribus ó familias, las ciudades grandes sin embargo ofrecían en su vecindario una completa promiscuidad de todas las familias y tribus; y así en Sevilla, juntamente con los ilustres vástagos de la estirpe de Adnán que hemos nombrado, descollaron las familias descendientes de Kahttán que se distinguían con los patronímicos de Khaulanis, Lakhmis, Hawazenís y otros. Á los Khaulanís perteneció un famoso castillo edificado en el camino de Sevilla á Algeciras, que andando el tiempo se supuso equivocadamente haber sido propiedad del conde D. Julián. Del nombre Khaulaní procede quizá la denominación de llano de Caulina que lleva todavía una dilatada extensión de tierra inculta entre Jerez de la Frontera y Arcos. De los Lakhmis salieron Muza Ben Nosseyr el conquistador de tantas provincias españolas, y los Beni Abbad que fueron Sultanes de Sevilla, y los Beni Albají y los Beni Wafid, poderosos también en la misma ciudad. No menos brillaron en ella los Hawazenis, morando con preferencia en los pueblos que caían á la banda de levante, y los Belayún y Hadrahmís, esparcidos principalmente en tierras de Murcia, Granada, Córdoba y Badajoz.

La mayor parte de los nobles yemenitas y sirios que acabamos de mencionar, vinieron á España bajo el gobierno de Al-horr entre los años 717 y 719, si bien fué después, imperando Abderrahmán I, cuando principalmente acudieron á establecerse en Andalucía los parientes, deudos y allegados de la ilustre familia de los Umeyas. Las gentes de Siria que habían invadido la Andalucía en la época de la conquista, se distinguían de las que vinieron posteriormente con el esforzado Balaj cuando estallaron la disensiones entre los árabes y bereberes. Preponderaban los sirios cuando fué nombrado gobernador de España Abulkattar, quien, para hacer menos ominoso su ascendiente en la corte de Córdoba, los repartió del siguiente modo dándoles tierras en que establecerse: adjudicó la ciudad de Elvira y su comarca al pueblo Damasceno, que hallando en esta nueva tierra cierta semejanza con su país natal, le puso el nombre de Sham (Damasco); al pueblo de Emesa, ó Hems, dió por asiento Sevilla, que desde entonces empezó también á llamarse Emesa; los de Kenesrín fueron enviados á Jaén (Jayyén), población que tomó asimismo el nombre de sus nuevos pobladores; al pueblo de Al-urdán cupo en suerte Málaga; Medina Sidonia tocó á la gente de Palestina, denominándose de allí en adelante por el vulgo Filistín. Los egipcios fueron establecidos en Tudmir, que desde entonces llamaron Misr, y finalmente el pueblo de Wasit recibió á Cabra y su tierra circunvecina.-Advertíase desde luego en este repartimiento la consideración jerárquica que cada pueblo disfrutaba, porque así como el Damasceno, que había sido el preponderante mientras imperaron sin enemigos los Umeyas en Oriente, estaba ahora como oscurecido y relegado á la comarca de Elvira, el de Emesa, cuyo pendón seguía siendo siempre el segundo en las procesiones públicas de Medina, quedaba instalado en Sevilla, que, una vez trasladada la sede del gobierno muzlemita á Córdoba, era la segunda ciudad de la España árabe. Esta división de las comarcas andaluzas por razas ó tribus fué no pocas veces funesta á los gobernadores durante las guerras civiles entre

« AnteriorContinuar »