Imágenes de páginas
PDF
EPUB

su padre, quien, al verle huir, lleno de enojo y de estóica severidad, le hizo prender mandándole degollar en seguida.

Dado este horrible ejemplo de disciplina, arengó á sus capitanes, y poniéndose á la cabeza de su hueste, cargó al enemigo con ímpetu tan tremendo, que completamente lo derrotó, dejando en el campo treinta mil cadáveres ambos ejércitos. El mismo Abdulmalek salió gravemente herido, y aseguran que al llegar al campamento Abderrahmán después de la batalla, viéndole cubierto de sangre y empuñando aún su diestra la espada rota en la refriega, le colmó de elogios en presencia de todos y le concedió para él y sus hijos una remuneración espléndida. Pidióle una de sus hijas para su heredero Hixem, y le promovió en el acto á la alta dignidad de Wazir ó Visir, título que por primera y única vez concedió aquel Amir.

Abdulmalek Ben Omar era un poeta excelente á inspiración suya, durante su residencia en Sevilla, atribuye Almakkari aquellos conocidos versos á una palmera solitaria, que aplica Conde á distinto personaje y distinta localidad, si bien á una situación análoga, y que comienzan :

Tú también, insigne palma,
eres aquí forastera, (1)
etc., etc.

(1) Los versos que pone Almakkari en boca del gobernador de Sevilla Abdulmalek difieren en gran parte de los atribuídos por Conde á Abderramán I, por lo cual no creo incurrir en imperdonable osadía ensayando su traducción de la manera siguiente:

Como yo, palmera hermosa,

vives aquí solitaria:

á ti también de los tuyos
te aleja la suerte infausta.
Lloras, ay, y de tus flores
el blanco cáliz desmaya:
lacios penden sus racimos,
que aura extranjera no halaga.
Pesares hondos anuncias:
¿lamentas acaso, oh palma,
que tu simiente arrebaten

No le fueron á Abderrahmán tan fieles los gobernadores que á éste sucedieron en aquel importante distrito. Hayyat Ben Mulabis Al-hadhramí que desempeñaba el mismo cargo durante la rebelión de otro jefe yemenita llamado Abussabáh, se levantó contra la autoridad del Sultán secundándole los gobernadores de Niebla, Beja, y un bereber fatimita que se le declaró enemigo en el Puerto de Santa María. Siguió el movimiento de éstos en Algeciras Hasán Ben Abdilaziz. El escritor Annuwayrí, diligente historiador de todas las sediciones ocurridas bajo el reinado de Abderrahmán, refiere otros levantamientos de caudillos de cuenta, la mayor parte yemenitas: así, por ejemplo, el de Zoreyk Alghosaní, que, rebelándose también en Algeciras, comunicó tal empuje á su obra, que tomó á Medinasidonia y á Sevilla, dando mucho que hacer al Sultán para recuperarlas; el de Hisham Ben Adhráh, cuyo pronunciamiento se verificó en Toledo, y por lo tanto no entra en el cuadro de nuestro actual estudio; el de Said Alyahssobí, que desde Niebla llevó denodadamente la rebelión á Sevilla, donde, después de tomar la ciudad, estrechado por la fuerzas del Amir, tuvo que recogerse á un castillo llamado Raghuk, sin valerle la asistencia de su afiliado Alkama-Alakmi, el cual, reuniendo en vano en Medinasidonia tribus y caudillos, marchaba en su socorro, y antes de llegar á la fortaleza sitiada, cayó en manos de Bedr, liberto favorito del príncipe Umeya.-No nos detendremos más en estas conspiraciones, todas felizmente abortadas; diremos para concluir, que siendo inextinguibles los odios entre yemenitas y modharitas, y convencido el príncipe, que por su sangre pertenecía á

los vientos de la montaña?

-¡Lloro, sí, porque aunque prenda
en suelo que riegan aguas

cual las que el Eufrates lleva

de Siria á las vegas caras,

menguados serán mis hijos,
no verán aquí su patria:

que crüeles Abassidas

quieren que extranjeros nazcan!

estos últimos, de la imposibilidad de tener á raya á las tribus árabes rebeldes con sólo el prestigio de la justicia y de la buena administración, echó mano del único medio de gobierno eficaz

[merged small][graphic][merged small]

en los pueblos semibárbaros, como lo eran á la sazón los musulmanes, que fué confiar la guarda del Estado á gente mercenaria y probada. Cortó todo trato y comunicación con los altivos é indómitos jefes de las tribus, y se rodeó de eslavos y secuaces

fieles de todas las provincias de España y de la misma África. Envió emisarios para alistar bereberes en su servicio, y á éstos, voluntariamente enganchados, dió tan excelente trato, que luégo les siguieron otros muchos. De este modo, cuenta Ben Hayán, llegó á juntar Abderrahmán un ejército de más de cuarenta mil hombres, todos eslavos y mauritanos, que le dió la victoria en lo sucesivo en las civiles contiendas.

Después de la muerte de Abderrahmán, y cuando ya se habían producido en la España musulmana nuevos intereses de resultas de la fusión de los hispano-godos con los vencedores, se formaron otros dos partidos poderosos que pusieron el reino fundado por aquel ilustre Umeya en inminente peligro de ruina. Fueron estos dos partidos los árabes de raza pura y los Muwallads ó gente de sangre mezclada; sus enemistades ensangrentaron la Península bajo el reinado de Abdallah, especialmente en las provincias menos sujetas á la acción del gobierno central, como el Algarbe, Toledo y Zaragoza. En las ciudades de Andalucía era mayor la vigilancia de los agentes cordobeses, y menos de consiguiente el espíritu de sedición. Sin embargo, el tantas veces citado Ben Hayán, que escribió unos anales muy completos de las rebeliones ocurridas contra la exaltación de Abdallah al trono, nos describe á un magnate de Sevilla, nombrado Ibrahim Ben Hejaj, muy prepotente en esta ciudad y en Carmona, viviendo en una independencia casi absoluta, escoltado siempre por un cuerpo de quinientos jinetes, rodeado de poetas y parásitos, nombrando y destituyendo á su antojo á los cadís y oficiales públicos de aquel territorio, y usando finalmente, con afrenta de la suprema autoridad residente en Córdoba, la vestidura llamada tiraz que ostentaba en la orla estampado su nombre, y que era insignia exclusiva de los Amires.

« AnteriorContinuar »