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Presserat occiduus Tartesia litora Phœbus (1).

Allí suponían los poetas que el sol desenganchaba los caballos de su carro. Por la propia razón que los árabes llamaron á la tierra del Guadiana Al-gharb, expresando el mismo concepto geográfico, denominaron los antiguos pueblos de oriente Tarteso, Tartesis ó Tartéside, á la región de la costa bética, objeto codiciado de sus expediciones marítimas; y no por otra causa dieron también igual nombre á su principal río, sin curarse del que hubieran podido aplicarle los habitantes aborígenes.-Son ociosas, pues, muchas reñidas controversias en que fatigaron tántas ingeniosas y eruditas plumas acerca de la diversidad de ciertas antiguas razas de la Bética y de algunas contradicciones que parecen notarse entre los cosmográfos griegos y latinos, los cuales, séame lícito sospecharlo, no tenían todos obligación de saber el significado de las voces de origen celta, fenicio, púnico, etc.

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Tarteso, dice un viajero moderno (2) citando al sabio orientalista Betham, y siguiendo la opinión de otros eruditos de gran nota, es el Tharsis de la Biblia, palabra equivalente á la ultima terra de los escritores clásicos; región adonde quería dirigirse Jonás huyendo del servicio del Señor (3). Tharsis, añadeó bien Tarteso, en la geografía incierta de los antiguos, á quienes de propósito engañaron los suspicaces y recelosos fenicios, propagandistas del libre tráfico,-fué por largo tiempo una voz vaga y genérica, semejante á la de nuestras Indias. Fué nombre que aplicaron indistintamente, ya á una región entera, ya á

(1) Metamorph., 15.

(2) FORD, Hand book for travellers in Spain. SECCIÓN II, ANDALUCÍA. (3) Profecía de Jonás, cap, I, ver. 3.

Bochart explica así la corrupción de Tharsis en Tarteso: de la voz Tarsis sacaron los fenicios las de Tarseio y Tarseitas, de que fácilmente pudo provenir Tarteso, duplicando por pleonasmo la primera letra ó mudando la s en т, como cuando se lee Aturia por Asyria.

una ciudad, ya á un río, los autores que escribieron para Roma, que sin embargo de andar tan á ciegas como los demás, quisieron servirles de lazarillos. Mas cuando los romanos, después de subyugada Cartago, lograron la posesión exclusiva é incontrastada de la Península, estas dificultades desaparecieron, porque la región meridional de España recibió el nombre de Bética, del río Betis que fertiliza sus más preciosas comarcas.»

Dejemos, empero, subsistir el nombre de Tarteso ó Tharsis, que tánta dicha y prosperidad revela en los documentos de la antigüedad sagrada y profana, y veamos de fijar claramente la posición de la tierra afortunada que juzgó digno paraíso para los justos el padre de la poesía. Ya hemos indicado que esta denominación se hizo extensiva á toda la región del sudoeste de Andalucía desde el Guadalquivir al Estrecho; pero es indudable que una de sus comarcas principalmente fué la que mereció de la clásica antigüedad los poéticos encomios que hoy se complace en recordar nuestra pluma. Hubo en efecto una isla, una ciudad, un río, que llevaron propia y particularmente el nombre de Tarteso; y esa isla fué la que antiguamente formaban las dos bocas del Betis saliendo del gran lago Ligústico (1) para desaguar en la mar (2); y esa ciudad existió en aquella misma isla (3); y ese río no fué otro que el mismo Be

(1)

Insulam

Tartessus amnis ex LIGUSTICO lacu

per aperta fusus undique ablapsu ligat.

AVIENO, Ora marit, v. 283.

(2) Cum autem Bætis duobus ostiis in mare exeat; ajunt olim in medio horum urbem fuisse habitatam Tartessum, fluvio cognominem, REGIONEMQUE APPELLATAM FUISSE TARTESSIDEM, quam nunc Turduli incolunt. ESTRAB., pág. 148.

(3) ESTRAB., loc. cit.: Tartessus urbs Iberiæ, à fluvio, dice Estephano, significando claramente hallarse dicha ciudad inmediata al río; sin cuya circunstancia cesaba la razón de tomar de él el nombre. Esto no obsta para que por extensión se haya aplicado después el mismo nombre de Tarteso á otras ciudades; así lo llevó Cádiz según testifica Avieno, dando al propio tiempo la significación púnica del nombre de Cádiz :

Nam punicorum lingua CONSEPTUM LOCUM
GADIR vocabat: ipsa TARTESSUS prius
cognominata est.

V. 268.

Asi también lo llevó Carteya, á la cual, aunque sita en el Estrecho mismo, lejos de

tis (1). La extensión de la costa marítima de esta isla se sabe asimismo por Estrabón, sin cuyo auxilio era imposible determinarla, no existiendo hoy más que un solo desembocadero del Guadalquivir. Fíjala el geógrafo griego en unos cien estadios (2), y puesto que desde su tiempo la configuración de la costa no puede haberse alterado, atendida la identidad que entre su situación antigua y la actual conservan Sanlúcar de Barrameda y la punta de Chipiona (3), se puede con todo fundamento asegurar que la segunda boca ó brazo del Betis que formaba el límite oriental de la isla de Tarteso, es el barranco llamado hoy la madre vieja, que baja por entre Asta y Trebujena y sale á la costa por encima de la villa de Rota.

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Aquella era la afortunada isla Erytrea, llamada también Aphrodisia, é isla de Juno, que formaba el reino de Gerión, donde pastaban sus numerosos rebaños, nacidos en los antros de las rocas cabe las aguas inagotables del Tarteso, cuya madre es pura plata (4): aquella la deleitosa región de la Iberia meridional tan celebrada por Homero, Estesicoro y Anacreonte; aquel el país maravilloso donde se consumó el reinado de 150 años de Argantonio, cuya felicidad ponderan Cicerón, Apiano y Plinio; aquel el foco ensalzado de la civilización y de las virtudes turdetanas, en cuyos mágicos relatos invierte tántas páginas el erudito Florián de Ocampo guiado por los visionarios Herodoto y Anio de Viterbo; aquella la tierra de bienandanza y de longevidad sobrehumanas que excedían á las mismas aspiraciones del gran lírico de Jonia cuando cantaba:

la ciudad primitiva, se le dieron después de destruída ésta, por ser el puerto donde más perseveró su trato y comercio.

(1) Videntur autem veteres Bætim appellasse Tartessum, dice Estrab. (pág. 148) citando á Estesicoro.

(2) Unas tres leguas y cuarto de las antiguas de España.

(3) Fanum Luciferi y Turris Cepionis en la geografia de la España romana.

(4) Estesicoro, cit. por Estrab. (lib. I, cap. 1–lib. III, cap. 2).

Non cornu Amaltheæ mi,
non posco quinquaginta

centunique regnare annos,
Tartessiis beatis.

Ahora bien, si los orientalistas que nos lisonjean se engañan en sus interpretaciones; si lo que algunos entusiastas anticuarios refieren de la célebre isla Erytrea ó Tartéside es exagerado y medio fabuloso; si Homero no se acordó de semejante comarca al describir sus Campos Elíseos; si la región de Tarsis que nombran el rey Salmista (1) y el libro tercero de los Reyes, en que se dice que la flota de Salomón iba allí con la flota de Hiram una vez cada tres años para traer oro, plata, colmillos de elefante, monas y pavos reales, es la misma región de Ophir de donde había sacado ya otras veces oro para el rey de Israel el rey de Fenicia (2), ó algún otro país del mar de la India; si finalmente el Tharsis hijo de Javán y nieto de Japhet, que según los escritores cristianos de los primitivos siglos fué el primer poblador de España, no representa un nombre figurado alusivo al confín occidental del mundo conocido de los antiguos, y sí un

(1)

Reges Tarsis et insulæ munera offerent;
reges Arabum et Sabæ dona adducent.

(2) « Classis regis per mare cum classe Hiram, dice el sagrado texto, semel per tres annos ibat-in THARSIS, deferens inde aurum, et argentum, et dentes elephantorum, et simias, et pavos.» Reg., lib. III, cap. X, v. 22.) Pero ya en el v. 11 del mismo cap. y al fin del cap. anterior había expresado que los mareantes y prácticos de Hiram navegaron antes á Ophir, habiéndose equipado la flota en Asiongaber, sobre la costa del mar Rojo, en la Idumea. Esto, sin embargo, no excluye la posibilidad de que navegasen luego á occidente, cuyos mares conocían los fenicios mejor que ninguna otra nación.

Además es muy digna de tenerse en cuenta una observación que el sagaz autor del Espíritu de las leyes dejó consignada (lib. XXI, cap. VI) relativamente al comercio de los antiguos : « las naciones cercanas al mar Rojo, dice, sólo hacían su comercio en este mar y en el de África, y es prueba de ello el asombro que produjo en el universo el descubrimiento del mar de la India en tiempo de Alejandro. Hemos advertido ya que, lejos de sacarse de las Indias metales preciosos, todos los pueblos que han traficado en ellos se los han llevado en cambio de sus mercancías; así que tenemos por seguro que las flotas de los judíos, en caso de traer por el mar Rojo oro y plata, lo sacaban del África, no de la India.»>

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