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CAPÍTULO XIX

Los mozárabes.-Los normandos.-Antagonismo entre cristianos y muslimes. -Monumentos del Califato en las provincias de Sevilla y Cádiz.

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L poder de los Umeyas en Andalucía no fué contrastado solamente por las tradicionales enemistades de raza y por las sediciones de los ambiciosos; tuvo también que resistir invasiones de gentes extrañas, y pujantes acometidas de los nuevos Estados cristianos que se formaban en España, ani

mada del noble deseo de su restauración. Desde este punto de vista, ofrece el Califato Andaluz un cuadro complejo del mayor interés durante los siglos IX y X. Resalta por un lado la gran prosperidad material de los árabes conquistadores, que á pesar de sus disensiones intestinas alcanzan bajo la autoridad enérgica y tutelar de los Abderrahmanes y Alhakemes, de los Mohammad y de los Abdallahs, un grado de cultura cual no lo habían soñado los pueblos septentrionales y occidentales reunidos bajo el cetro de Carlomagno: un esplendor científico, comercial, industrial, militar y artístico, sólo comparable con el

que habían dado á Damasco y Bagdad los Califas de Oriente, herederos y émulos de la sabiduría del Bajo Imperio. Presenta en esta época la cultura islamita en nuestra España un carácter singular de tolerancia filosófica, por cuya virtud las Iglesias de la Bética conservan sus prelados, la grey cristiana de sus poblaciones mantiene sus templos, su culto y sus monasterios, y estos mozárabes viven en el goce de su religión y de sus leyes privativas, bajo la jurisdicción de sus obispos en lo eclesiástico y de sus condes en lo civil, en una paz sólo interrumpida á veces por las exigencias de la inexorable razón de estado, que produce mártires insignes como Adulfo, Juan y Aurea, apóstatas execrables como el metropolitano Recafredo, y pontífices preclaros como Juan Hispalense (1).

Adviértense en el mismo cuadro por otra parte infatigables esfuerzos debidos al espíritu que el Evangelio ha infundido en la España cristiana, la cual lejos de ceder al prestigio de la cultura islamita, la combate como contagiosa lepra, haciendo prodigios de incontrastable fe y de santa destructora saña contra la prepotente y bien organizada milicia de los amires. Dibújanse aquí las grandes y aún no bien caracterizadas figuras de los Alfonsos, Ramiros y Ordoños, y de aquellos ínclitos condes de Castilla que en gloriosas campañas aniquilan con el rayo de la cruz á los sectarios del Corán, y cayendo sobre ellos desde sus enriscados campamentos, los llevan arrollados como maleza que arrebata el torrente hasta las fértiles y viciosas campiñas del Tajo, del Guadiana y del Guadalquivir.

Últimamente en la agitada escena de esas dos centurias, aparecen amenazantes sobre las risueñas costas de Andalucía, si bien á largos intervalos, pero con el periodismo de ciertos

(1) Quien desee pormenores acerca de estos personajes históricos, puede consultar la España sagrada, trat. 29, tomo IX.

Habiendo escrito latamente en nuestro tomo de CÓRDOBA sobre la cultura árabe-hispana y sobre la condición de los cristianos muzárabes de Andalucía en los siglos 1x y x, creemos conveniente omitir en el presente trabajo noticias circuns tanciadas en ambas materias.

metéoros, los terribles hombres del Norte, ó escandinavos, enemigos tan implacables de la cristiandad como los mismos sarracenos. Estos formidables invasores, á quienes los árabes daban el nombre de majús (1), para significar que eran idolatras, adoradores del fuego, pasaban por intrépidos navegantes, y el Occidente, aterrado á la vista de sus dragones (2), los apellidaba reyes del mar. Sus bajeles se abrían paso al interior de las naciones por toda clase de ríos: navegando contra las corrientes más impetuosas, sobrecogían á las poblaciones de sus orillas; embestían de golpe las populosas y ricas ciudades de la marina y de los estuarios, y después de saquearlas lo llevaban todo á sangre y fuego. Estas temidas invasiones habían dado mucho que hacer á Carlomagno, el cual para contenerlas había mandado fortificar los desembocaderos de los ríos de Francia; pero la muerte del grande emperador fué como la señal de una invasión general para todos aquellos piratas, y desde la primera mitad del noveno siglo hasta muy entrado el décimo estuvieron incesantemente estragando las más florecientes naciones. No se limitaron estos estragos á las costas del Báltico y del Atlántico: participaron de la triste suerte de Alemania, Inglaterra y Francia, España y otras tierras mediterráneas, sin exceptuar la misma África, donde dejaron un formidable presidio. El autor del libro árabe titulado Kitábu l-giarafiyya que describe la famosa torre de Cádiz y su ídolo, habla de estas invasiones de los normandos, y es curiosa la siguiente narración: «Es fama entre los muslimes andaluces y africanos que aquel ídolo ejercía sobre el mar una especie de sortilegio, que no desapareció hasta que fué derribado por el almirante Alí Ben Isa Ben Maymún en el

(1) De majús, derivación del griego magos, vienen los vocablos almajuces, almozudes y almonides con que designan á los piratas escandinavos nuestras antiguas crónicas. En las historias extranjeras se los señala generalmente con la voz de Northmanos ó Normandos, y esta es la que ha prevalecido entre los escritores modernos.-Acerca de sus invasiones periódicas, consúltese la excelente obra de Depping, Historia de las expediciones de los Normandos, tom. I, p. 96.

(2) Nombre que daban á sus bajeles. Los árabes llamaban á estos karákir, de donde se deriva tal vez la palabra carraca.

año 540 (A. D. 1145) al principio de la segunda guerra civil. Desde muy antiguo aparecían en el Océano unos anchos bajeles que los andaluces llamaban karakires y llevaban una vela cuadrada en la proa y otra igual en la popa; gobernábanlos los llamados majús, hombres fuertes, determinados y buenos mareantes, los cuales en las costas donde arrimaban sus proas lo llevaban todo á sangre y fuego cometiendo destrozos y crueldades inauditas. Los pobladores huían á su presencia llevándose á las montañas lo que podían salvar de sus haciendas y dejando desamparada la marina. Las depredaciones de estos bárbaros se repetían periódicamente cada seis ó cada siete años: sus naves nunca bajaban de cuarenta, y algunas veces llegaron á ciento: durante su derrotero apresaban y destruían todo lo que encontraban al paso. La torre de Cádiz les era familiar, y tomando la dirección que les marcaba el ídolo, penetraban en el Estrecho siempre que les convenía, pasaban al Mediterráneo, asolaban las costas de España y de las islas cercanas, y muy á menudo llevaban sus depredaciones hasta los mismos confines de la Siria. Pero cuando el ídolo fué derribado, no se volvió más á oir hablar de aquellos temibles piratas, ni volvieron á aparecer sus karakires en la estensión de aquellos mares (1).:

En el año 230 de la egira (A. D. 844), siendo amir en Córdoba Abderrahmán II, los majús ó normandos bajaron desde sus altas regiones sobre las tierras de los muslimes de España. Aparecieron en las aguas de Lisboa primeramente: permanecieron en esta ciudad algunos días, en cuyo intermedio pelearon varias veces con los musulmanes. Avanzaron de allí á Kayis (Cádiz?) y luego á Sidonia (Shidúnah), donde sostuvieron con las tropas del Sultán una gran batalla. De Sidonia se corrieron á Sevilla, adonde llegaron el día octavo de Moharram (24 de Setiembre de 844), y acamparon á doce leguas de la ciudad. Cuatro días después los musulmanes les salieron al encuentro,

(1) ALMAKKARI. Lib. I, cap. VI.

pero fueron batidos con gran matanza. Acercáronse entonces más los invasores y establecieron su campamento á unas dos millas de la población. Los habitantes de Sevilla salieron por

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segunda vez á oponérseles, y volvieron á ser vencidos con gran pérdida. Quedó el campo cubierto de cadáveres y heridos, y el insaciable hierro de los majus se cebó en los hombres y en los animales del campo hasta penetrar en la misma Sevilla. Dobló la rica Emesa su cerviz al yugo de aquellos feroces depredado

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