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verdadero nombre propio independiente de toda significación de localidad, y además las islas de las naciones que los hijos y nietos de Japhet se repartieron, no son, según entienden muchos sabios expositores, las regiones del occidente, como Grecia, Italia, España y Francia (1); siempre al menos subsistirá la tradición de haber sido la tierra fecundada por el Betis y bañada por el mar una nación feliz, próspera, floreciente, más civilizada que otra alguna en los tiempos prehistóricos, siquiera sean meras ficciones apoyadas en la confusa idea de aquella felicidad perdida todos los pormenores relativos á las excelencias de la cultura turdetana y á la gobernación de los antiguos reyes de Iberia.

(1) Anotando el erudito Amat el v. 5, cap. X del Génesis que habla de la descendencia de Noé y propagación del linaje humano: ab his divisæ sunt INSULE GENTIUM, etc., manifiesta que teniendo los hebreos poco conocimiento de las tierras occidentales, de las cuales los separaba el Mediterráneo, designaban con el nombre de ISLAS las regiones de Europa, y con el de ORIENTE las tierras orientales, de las cuales tenían más noticia que de las ultramarinas.

CAPÍTULO II

Sevilla y Cádiz en los tiempos prehistóricos.-Narraciones y monumentos más o menos fabulosos y apócrifos.

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XISTIÓ la civilización turdetana que algunos de nuestros historiadores suponen anterior á las inmigraciones egipcia y fenicia? En otros términos: aquella gran cultura que tánto ensalzaron Polibio, Estrabón y Estephano de Bizancio, ¿fué enseñada á los llamados aborígenes de la Bética por sus pri

meros invasores y supuestos maestros de la costa del Mediterráneo, ó era realmente hija de la primitiva ciencia caldea á que parecen referirse las tradiciones que hacen á Tubal, á Tarsis, y á Beto, padres de la civilización de España? Ciertamente que el cuadro que Fenelón tomó de Adoamo, escritor griego, el cual, inspirándose de un pasaje de la Odisea de Homero, pintó las virtudes y felicidad de los antiguos moradores de la tierra de Tarsis, no parece sugerido por una cultura vaciada en los usos y costumbres de los ostentosos egipcios, ni de los astutos, codiciosos y traidores fenicios. Respira en él

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todo el encanto de una constitución social basada en la sencilla y feliz observancia de la ley natural y de los instintos del corazón en su original pureza. Nada es comparable á la serenidad y bienandanza de una vida como la que el referido autor describe.

El río Betis corre por un país fértil y bajo, de apacible clima, cuyo cielo está siempre sereno. Ha tomado el país nombre del río, que desemboca en el Océano, harto cercano de las columnas de Hércules y de aquella parte donde el mar furioso, rompiendo sus orillas, separó en lo pasado la tierra de Tarsis de la grande África. Parece que conserva aquel país las delicias del siglo de oro: los inviernos allí son templados y nunca soplan los desaforados aquilones; el ardor del estío se modera con los frescos céfiros, etc.

Pero aun suponiendo que el griego Adoamo sólo haya existido en la mente del famoso Salignac de la Mothe, y que este cuadro de la vida patriarcal de los primitivos españoles del mediodía sea puramente novelesco en sus pormenores, como lo hacen sospechar ciertas reflexiones sólo propias del genio francés de la época de Luís XIV bajo la impresión de inocentes utopias filosóficas; fuerza será convenir en que las alegorías de los poetas de la antigüedad abren ancho campo á estas y otras semejantes narraciones, y que lo mismo que los geográfos confirman esas alegorías por lo tocante á la naturaleza del clima, á la calidad de las producciones terrestres y marítimas y á la índole de los habitantes, acaso las confirmarían los historiadores en cuanto á lo que de la vida pública y privada puede colegirse, si hubiera habido en aquellos remotos tiempos quien consignase sus hechos. Entonces veríamos quizá patente el fundamento que tuvo Homero para colocar en la antigua Bética el trono del justo Rhadamanto y el reino de Plutón, y justificadas las palabras de Hesiodo: Júpiter distinguió á estos moradores del resto del mundo: habitan los Campos Elíseos, tienen una vida feliz, y en su país reina una primavera continua que da dulces manzanas tres veces al año. >>

Habría que remontarse á una época anterior á la arribada de los fenicios á las costas ibéricas, para encontrar el modelo de la cultura que nos ocupa; porque no es la cultura de las maneras basada en la prosperidad del tráfico, de la riqueza metálica de las artes, la y que la fábula nos ofrece; sino la civilidad de los instintos combinada con la falta de necesidades y la feliz ignorancia de lo que se llama industria y comercio. Y aquí la fábula misma, cuya caprichosa forma suele encerrar siempre algo de verdad, nos prestaría un auxiliar poderoso para nuestras averiguaciones. La fábula y la tradición, tan despreciadas hace algunos años, son la única brújula, después de la etnografía y la filología, para navegar en el oscuro mar de los tiempos prehistóricos. Oigamos lo que dijeron, guiados por ellas, los antiguos historiadores, y hagamos inducciones.

Un descendiente de Noé, Tharsis ó Tubal, ú otro cualquiera, aportó en la tierra meridional de España cuando la dispersión de las gentes después del Diluvio, y allí señaló estancias en que moraron y quedaron muchos de los que consigo traía. Dió á esta región el nombre de Bética, voz caldea derivada de Behin, que significa tierra fértil 6 deleitosa: enseñó en ella, dice Florián de Ocampo, costumbres fundadas en toda bondad y virtud, y cosas de gran sustancia, declarando principalmente á sus moradores los secretos de la naturaleza, los movimientos del cielo, las concordancias de la música, las excelencias y grandes provechos de la geometría con la mayor parte de la filosofía moral, haciéndoles reglas y leyes razonables en que viviesen, las cuales dejó señaladas en metros bien compuestos para que más fácilmente las pudiesen retener (1).» ¿Qué inconve

(1) Crón. gen., cap. IV. Estrabón dice, hablando de los turdetanos: Hi omnium Hispanorum doctissimi judicantur, ulunturque grammatica, et antiquitatis monumenta habent conscripta, ac poemata, el metris inclusas leges, à sex millibus (ut ajunt) annorum. Trad. de Casaubón, lib. III. De manera que el verídico geógrafo griego reconoció al comenzar próximamente nuestra Era, que la civilización turdetana databa de los más remotos tiempos. Muchos de nuestros escritores tienen por absurda la época de seis mil años que Estrabón asigna; pero «si conside

niente hay en creer que la memoria de esta civilización patriarcal y primitiva durase entre algunas tribus hasta los tiempos en que se supone viajó Homero por la Bética? El célebre poeta de Esmirna florecía al espirar el décimo siglo antes de J. C. (1), y las fábulas relativas á la historia de España hasta la primera invasión cartaginesa, ocurrida en el séptimo siglo antes de nuestra Era, nos ofrecen una serie no interrumpida de conflictos en que siempre la raza aborígena descuella como fielmente apegada á sus antiguas leyes y costumbres, haciendo triunfar su nacionalidad al cabo de sangrientas resistencias.

Y prosiguen los historiadores fabulistas. Al tranquilo reinado de Beto, que murió sin hijos, sucede la tiranía de Gerión (2), tan nombrado de los escritores griegos y latinos. En la venida

raran, dice un erudito anotador suyo español (Notas á Strabón, m. s. 47 de la Real Academia de la Historia), el juicio del geógrafo en sus dichos, y que éste no habla de años solares como ellos pretenden, no tendrían por tan disparatado su aserto.» Ocampo en el cap. 9 del lib. I hace el año de cuatro meses, y según este cómputo la civilización turdetana data para él de dos mil años antes de J. C., época que coincide con la tradicional gobernación de Tubal. Romey en su Historia de España da al año de los turdetanos sólo tres meses, y por consiguiente sólo saca á la cultura de que Estrabón habla mil quinientos años de antigüedad; época que corresponde, según él, con la primera venida de los fenicios á España. El uno, pucs, atribuye á los primeros pobladores de la Bética de que hay noticia, una civilización puramente caldea: el otro reconoce en ellos una cultura propiamente fenicia. ¿Cuál de los dos tiene razón? En nuestro concepto el primero, y no porque demos la preferencia á su modo de computar los seis mil años de Estrabón, sino por otra circunstancia que hasta hoy no se ha tomado en cuenta. Es tan indudable, como parece creer Mr. Romey, que el primer arribo de los fenicios á España acaeciese quince siglos antes de nuestra Era? Consultemos las autoridades. No contento Estrabón con mencionar las ciudades que los fenicios fundaron, añade la época en que vinieron á poblar á España, diciendo que fué «poco después de la guerra de Troya.» La ruina de esta ciudad fué el año 1184 antes de J. C.; con que la venida de los fenicios pudo ser como en el siglo XI antes de nuestra Era. Mela (lib. III, cap. 6) sólo dice que la fundación de Cádiz fué de los fenicios, y su origen desde la destrucción de Troya; pero Veleyo Patérculo (lib. I, cap. 2) circunscribe más la época, comenzando así el capítulo de la fundación de Cádiz: Casi ochenta años después de tomada Troya... etc.; de modo que la venida de los fenicios á España en que fundaron ciudades, fué á fines del siglo XII ó principios del xi antes de la Era cristiana. Hay de consiguiente sólidas razones para afirmar que la cultura turdetana, aun computando los seis mil años de Estrabón según el sistema de Mr. Romey, es tres ó cuatro siglos anterior á la primera colonización fenicia en las costas de la Bética.

(1) Por los años de 907 según los famosos mármoles de Paros.

(2) Gerión, dice Mariana, significa en lengua caldea peregrino y extranjero.

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