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que Hixem había muerto y le había designado como su sucesor. Así vino á extinguirse, exclama el autor árabe del libro de la suficiencia acerca de la historia de los Califas (1), el glorioso Califato de Andalus. La instable rueda de la fortuna marcaba >mudanzas de dolor y perdición; la corrupción y los vicios do>minaban los corazones de ricos y pobres, de nobles y plebeyos, » de señores y vasallos. La abyección y la bajeza erguían la frente en todos los puntos del imperio; el fuego de la discor› dia se cebaba en las provincias mahometanas, y los cristianos, > aprovechando la oportunidad, acometían á los musulmanes en >todas partes, y éstos, debilitados y divididos, no pudiendo >oponer una eficaz resistencia, cedían el campo á los implaca›bles enemigos del Corán, que avanzaban apresuradamente por > las tierras de Aragón y Castilla. ›

Era en verdad la época en que los monarcas cristianos de España, conociendo por fin cuánto les interesaba acabar con el común enemigo, habían resuelto unir sus fuerzas, recobrando todas las plazas usurpadas y entregando al pillaje parte de los reinos de Toledo y Córdoba. D. Alfonso V de León, rompiendo por la Lusitania, había obligado á los mahometanos á repasar el Duero, y á no haber perecido en el sitio que puso á Viseo, los hubiera arrojado de la otra parte del Tajo. El conde de Castilla, don Sancho, había dejado al morir casada una de sus hijas, doña Muña Elvira, con el de Navarra don Sancho II; doña Jimena, hermana de doña Muña, casó con el rey de León don Bermudo III, hijo de don Alfonso; el nuevo conde de Castilla, don García, se enlazó con la hermana de don Bermudo, doña Sancha. Así las dos coronas reales de Navarra y León, y la condal de Castilla, feudo de la última, pero ya de hecho independiente, se prestaban mutuo apoyo, y á pesar de la infame

(1) Abú Jafar ben Abdi-l-hakk Alkhazrají Al-kortobí. El Sr. Gayangos publica bajo el Apéndice C del tomo 2.° de la Historia de las dinast. muzlimicas en España, un largo extracto de este autor, que comprende desde la muerte de Alhakem Almustanser-billah hasta la llegada de los Almohades.

traición de los Velas y de la desapoderada ambición de don Sancho de Navarra, vinieron á formar para la frente de don Fernando el Magno la nueva y prepotente corona que había de figurar en lo sucesivo la primera entre todas las de los reyes de España. Por aquella traición, en efecto, recayó en el rey de Navarra, como esposo de doña Muña Elvira, el condado de Castilla; por la ambición de dicho rey, se movieron entre el navarro y el leonés aquellas diferencias que luégo, mediando virtuosos y pacíficos prelados, se transigieron casando el hijo de don Sancho II de Navarra, don Fernando, con la hermana viuda del rey de León, en la cual recaía esta corona falleciendo don Bermudo sin sucesión: de modo que juntándose en la persona de don Fernando los derechos de la madre y de la esposa, vino Castilla sin la menor violencia á erigirse en reino, quedando el Estado de León subordinado á ella como las circunstancias de la época y las necesidades actuales de la reconquista lo exigían. Iba de esta suerte avanzando de grado en grado sus baluartes la regenerada gente hispano-goda, y triunfando en la ofensiva contra las ya desunidas fuerzas de los sarracenos, hostilizados en las mismas ciudades que por espacio de tres siglos habían poseído.

Era el rey de Sevilla Ben Abbad el más grande de toda la Andalucía, y en España sólo el de Toledo emulaba su poder. El de Zaragoza, Ben Hud, acosado incesantemente por las armas de otro hijo de don Sancho de Navarra, el belicoso don Ramiro, á quien cupo el reino de Aragón en la división de la herencia paterna, pidió auxilio al sevillano, que inmediatamente se lo envió bajo el comando de un experimentado general. Con este socorro pudo el rey de Zaragoza derrotar á los cristianos; mas esto no estorbó para que los pendones de la cruz, conducidos por el mismo Ramiro y por su hermano don Fernando, avanzasen poco tiempo después por una parte hasta las vegas granadinas, y por otra hasta los confines de Badajoz, quitando á los bereberes y al Ben Al-aftas numerosas fortalezas, y anun

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ciando así á los consternados agarenos la próxima venida del sexto Alfonso, de Alvar Fáñez y del Cid.

Debe suponerse que entre el sultán Abbadita y el rey don Fernando el Magno no existía grande enemistad; de otra suerte, no hubieran mediado entre ellos tratos como el que vamos á referir.-Deseaba el rey de León y Castilla llevarse á León algunos cuerpos de santos que yacían sepultados en Sevilla, y con este propósito envió á la corte de Almutámed Ben Abbad á los obispos don Alvito y don Ordoño, y al conde don Nuño, con una buena escolta de gente armada dirigida por los dos esforzados capitanes don Gonzalo y don Fernando, á pedirle aquellas preciosas reliquias. El amir dijo á estos encargados que no sabía dónde yacían tales cuerpos y que los buscasen. Estando en su investigación, aparecióse á Alvito san Isidoro, que era uno de los santos cuyo cuerpo reclamaba el rey don Fernando, y le dijo donde estaba sepultado, y que le llevase á León, pero que dejasen en Sevilla el cuerpo de santa Justa (reclamado también por el monarca cristiano). Comunicada y divulgada la noticia, el rey islamita se afligió grandemente: acompañó á los enviados á Itálica, yendo todo el camino taciturno y turbado; hallaron el sepulcro, lo abrieron; y pusieron al descubierto el santo cuerpo, que estaba dentro de una caja de enebro, obrándose en el acto en los circunstantes insignes milagros. Al tiempo de colocarlo los cristianos en unas andas para llevárselo, el rey árabe le echó encima un riquísimo paño de seda, exclamando con entrañable afecto: ¡Oh venerable hermano, vaste de aquí! Tú sabes lo que hay entre ti y mí, y cuánto amor te tengo. ¡ Yo te ruego que no me olvides nunca! Dícese que el santo, después de trasladado su cuerpo á León, se le apareció varias veces; sin embargo no hay noticia cierta de que Almutámed Ben Abbad se convirtiera á la fe cristiana (1).

(1) Tomamos esta narración de Morgado, que condensó lo más sustancial de las crónicas mantiscritas que hablan de este suceso: su versión está por otra par

En este tiempo, dice el escritor árabe arriba citado, eran >> muy contados entre los muslimes los hombres de virtud y só> lidos principios; la generalidad empezaba á beber vino y á en>tregarse á todo género de disolución. Los conquistadores de › Andalus no pensaban más que en proporcionarse esclavos y ›cantatrices, pasando el tiempo en la embriaguez y los placeres, » gastando en fruslerías los tesoros del Estado y oprimiendo á > los pueblos con tributos y exacciones para mandar costosos >presentes al tirano Alfonso y granjearse de este modo su amis> tad. Así continuaron las cosas entre los indóciles caudillos mu>sulmanes, hasta que postrados conquistadores y conquistados, ›y degenerando los reyes y capitanes de su prístino valor, los › guerreros se hicieron cobardes y viles, el pueblo vegetó en la > miseria y la abyección, la sociedad entera llegó á corromperse, y el coloso del Islám, sin alma y sin vida, fué solamente un es› pantoso cadáver. Los musulmanes que no se sometían á Al> fonso, consentían en pagarle tributos anuales, constituyéndose › de este modo en colectores de las rentas del monarca cristiano › en sus propias haciendas. Al propio tiempo los negocios de los ›muslimes estaban administrados por judíos, que se cebaban en > ellos como el león en un animal indefenso, y que obtenían los › cargos de Wisir, Hagib y Katib, reservados en otros tiempos. ›á los más ilustres personajes del Estado. Los cristianos ron> daban codiciosos la hermosa tierra de Andalucía, y hacían en >ella botín y cautivos, incendiando los pueblos y asolando la > comarca. » — -Era ya notable en verdad el contraste que hacían las costumbres islamitas en el undécimo siglo con las de los Estados de la España cristiana, donde se iban gradualmente proscribiendo los hábitos de molicie oriental heredados de los bizantinos; y sin embargo, los adeptos de la Cruz tenían aún que purgarse de muchos resabios de paganismo antes de merecer

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te conforme con las actas de la traslación del santo cuerpo que se leen en el ms. gótico de la Biblioteca Nacional de Madrid, que publicó el P. Flórez en los apéndices al tomo IX de su España Sagrada.

del cielo la gracia de un rey santo que dilatase los confines de la España restaurada hasta las columnas de Hércules.

ΕΙ rey Don Alfonso VI, el invicto conquistador de Toledo, aquel insigne monarca tan singular en sus hechos, en cuyos días abundó la justicia y tuvo fin la dura servidumbre, y cesaron las lágrimas y sucedió el consuelo, y la fe recibió aumento y la patria dilatación, y el pueblo cobró osadía y el enemigo quedó confuso y afrentado, y la espada de los cristianos prevaleció, y cesó el árabe y temió el africano; aquel rey que fué favor de la patria, defensa sin temor, fortaleza sin perturbación, amparo de los pobres y esfuerzo de los mayores; que tuvo por arco y armas principales la confianza en el Señor, que fué por Dios engrandecido y fortalecido, y multiplicó las Iglesias, y restauró las cosas sagradas, reparó y restituyó lo perdido á honra y gloria del Omnipotente (1): aquel rey, pues, cediendo á la codicia y á otra pasión no menos indigna, había admitido en su tálamo real, en vida de su legítima esposa Doña Constanza, y á título de cuasiesposa (2), á la bella Zayda, hija del rey moro de Sevilla Ben Abbad Almutamed. Llevóle en dote todas las ciudades que el rey su padre había conquistado en tierra de Toledo, á saber, Cuenca, Huete, Ocaña, Vélez, Mora, Valera, Consuegra, Alarcos y Caracuel, lo cual facilitó grandemente la expugnación de la antigua y fuerte capital visigoda. Esta alianza sin embargo no impidió que, andando el tiempo, estallase un ruidoso rompimiento entre Almutamed y su yerno el rey castellano; pero antes de referir al lector el motivo de esta contienda, justo será que le iniciemos sumariamente en el conocimiento de los reyes de la esclarecida dinastía de los Beni Abbad, que gobernaron á Sevilla desde la caída del califato de Córdoba hasta la conquista de Andalucía por los Almoravides.

Esta dinastía, tan celebrada de los poetas é historiadores

(1) V. á SANDOVAL, Alabanzas del rey Don Alonso.-Escrituras de su tiempo. (2) Quasi pro uxore, ut præmissum est, dice el Tudense.

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