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dades de Segovia, Ávila y Salamanca renacían de sus ruinas; fortalecían el brazo del castellano nuevas y dichosas alianzas con la preclara sangre de Borgoña; los religiosos de Cluni reformaban la disciplina de nuestros monasterios un tanto relajada de resultas de las pasadas turbulencias; el Cid se hacía dueño de la hermosa ciudad del Turia, y amanecían por último para la cristiandad los días gloriosos de las Cruzadas por obra del santo y virtuoso Urbano II. En todas partes se anunciaba para el mahometismo un supremo conflicto.

Corría el año 1095: don Alfonso tenía puesto sitio á Zaragoza, asistido de cuatro obispos y otros tantos abades y los principales magnates del reino: algunos de nuestros historiadores suponen que para esta guerra había el rey traído de África los moros Almoravides (1); pero los escritores árabes refieren que Yusuf había ya vuelto á España en dos ocasiones anteriores á esta, una en 1088 para socorrer al rey de Murcia estrechado en Aledo, y otra en 1090 para expugnar á Toledo, tentativa que se le frustró por haberse negado á cooperar á sus designios los mahometanos andaluces. Añaden que el amir africano, ofendido de la punible indiferencia de los reyes de Andalucía, mandó á su general Seyr Ibnu Abí que fuese declarándoles la guerra á todos y reduciendo unas tras otras sus ciudades y fortalezas, pero comenzando por los estados más inmediatos á los dominios del castellano: lo cual fué ejecutado puntualmente. Avanzando Seyr contra Ben Hud, rey de Zaragoza, tomó á Roda por estratagema; luégo destronó á los reyes de Murcia y Almería; puso en cadenas á Abdullah, rey de Granada, el fundador de la dinastía de los Zeiritas, y al Gobernador de Málaga; dió muerte al rey de Badajoz, Ben Al-aftas, ahogando en su sangre su descendencia; y por último sitió á Almutámed en Sevilla. Acudió éste á la defensa de su reino enviando sus hijos mayores á atajar el paso al invasor: uno de ellos pereció bizarramente en

(1) V. á SANDOVAL: Reinado de don Alonso el VI. Era 1 135.

Carmona, y otro cerca de la capital en un reñido encuentro: el padre hizo en aquel trance crítico prodigios de valor en el cerco que sufrió la capital; pero todo fué inútil; el general bereber arrolló toda resistencia, y Sevilla cayó en poder de los Almoravides, los cuales mandaron á Almutámed y su familia á África cargados de cadenas. Murió este rey en Aghmat aquel mismo año 1095, después de haber ocupado por espacio de veintisiete el trono de Sevilla.

Hallábase á este tiempo don Alfonso pobre de gente y de dinero con las pasadas guerras, y falto de salud en la ciudad de Toledo. Los Almoravides, criados en las armas y soberbios, muerto Ben Abbad, se levantaron contra su yerno el rey cristiano, y aun se asegura que Seyr Ibnu Abí se declaró en Andalucía independiente del Miramamolín de Marruecos. Los moros españoles, cediendo á su preponderancia, se alzaron también contra el Castellano, y los mahometanos de ambas razas, llevándolo todo á sangre y fuego, preparaban para la cristiandad en España nuevos días de luto y desolación. Los mozárabes, que hasta entonces habían disfrutado de largas épocas de paz entre los agarenos, fueron casi todos pasados á cuchillo. Asaltáronse los templos, y esta vez no hubo iglesia ni monasterio que quedara incólume en Andalucía, ni en la tierra de Extremadura, Murcia y Valencia. Don Alfonso, impedido por su enfermedad, no pudo salir á campaña: envió en su lugar al infante don Sancho, su hijo único, niño de unos once años, acompañado de los condes y de toda la nobleza de Castilla, y encontrándose en Uclés ambos ejércitos, trabóse sangrienta batalla, en que los castellanos se desconcertaron. Metióse el infante á pesar de su tierna edad más de lo que debía en la refriega: matáronle el caballo, cayó en tierra, y á pesar de la heróica fidelidad del conde de Cabra que trató de salvarle la vida escudándole con su cuerpo, fué allí miserablemente hecho pedazos con siete de sus condes. Traspasado de dolor el rey de Castilla al saber la muerte de su hijo, trató de vengarla: viendo que en sus caballeros no

había las fuerzas y ánimo que eran menester, consultó con médicos sabios la causa: dijeronle que sus nobles usaban mucho de los baños y se daban demasiado á los placeres, regalos y vicios, en vez de ejercitar con asiduidad las armas; y entonces el rey mandó derribar todos los baños y reformar los trajes y regalos excesivos. Por lo visto duraban todavía reliquias de la molicie oriental funesta á los visigodos. Para satisfacerse de la afrenta recibida en Uclés y recobrar los lugares que en aquella mala jornada había perdido, hizo el mayor aparato y leva de gente que pudo. Sacó de las fronteras los más lucidos y honrados caballeros: enviáronle los concejos á porfía la mejor y más brava parte de sus mesnadas: los ricos-hombres y señores acudieron con sus huestes, y juntó entre todos don Alfonso hasta siete mil lanzas y cuarenta mil infantes. Con este poderoso ejército se puso sobre Córdoba, y la sitió; la ciudad, temerosa, se dió á partido, entregándole los cristianos cautivos, y puso á su disposición los bienes de los Almoravides, que eran muchas joyas y caballos.

Yusuf Ben Texfín había muerto, y reinaba en Marruecos su hijo Abulhasán Alí. Había mandado á éste su padre, al fallecer, que no hiciese la guerra á las tribus del Atlas, que celebrase alianza con el rey de Zaragoza para poder hostilizar provechosamente á los cristianos, y finalmente que estableciese su corte en Sevilla. Noticioso el nuevo Miramamolín del insulto hecho al Islam por el castellano en Córdoba, pasó á España: don Alfonso recibió aviso oportuno y fué en su busca. Habían pasado para los Almoravides aquellos afortunados días de Zalaca y de Uclés en que la espantable presencia de sus soldados medio desnudos y el sordo trueno de sus tambores bastaban á producir la consternación en los corazones cristianos: fortalecidos éstos en la dura escuela del incansable don Alfonso, desafiaban ya con halagüeño semblante la furia de la morisma. Así el campo cristiano avanzó tánto ahora, que estragando toda la tierra entre Córdoy Sevilla, se metió como desbordado torrente en la capital de

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Alí Abulhasán, el cual salió de ella huyendo y volvió á embarcarse para África.

Los últimos años del rey don Alfonso fueron una serie de victorias: los árabes y moros de Andalucía por una parte, viéndose sin caudillo, se le rindieron haciéndose sus tributarios; Cuenca y Ocaña fueron entradas después de una obstinada resistencia, si bien comprando los cristianos la victoria con la muerte de muchos nobles caballeros; puso don Alfonso en el trono de Sevilla á un nieto de Ben Abbad su suegro, y coligados ambos, armaron galeras y naves que hicieron grandes estragos en las costas africanas, corriéndolas todas hasta Túnez y apresando en esta campaña de mar muchos bajeles al enemigo. Por otra parte en África permitió el Todopoderoso, dicen las historias árabes, que Mohammed Ben Tuimarta, por otro nombre Al-mahdí, fundador de la dinastía de los Al-muwahedán ó Almohades, se levantase contra la dinastía de los Lamtunitas ó Almoravides, arrebatándoles extensas provincias; con lo cual quedó el poder de Abulhasán tan debilitado, que tuvo que pedir paces al cristiano.

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Murió en esto don Alfonso de Castilla (A. D. 1109); pero contra los sectarios de Mahoma se había alzado ya formidable en el reino de Aragón otro Alfonso, hijo del rey don Ramiro, cuyas brillantes campañas en los dominios muzlemitas no referiremos por ser ajenas al cuadro de nuestro actual estudio. Alí Abulhasán, ocupado principalmente en la guerra de África contra los Almohades, no volvió á España: dejó de gobernador en Sevilla á su hermano Abú Táhir Temín, y á la muerte de éste, ocurrida en 1126, recayó la corona de Marruecos y de Sevilla en su hijo Taxefín. Alí no murió hasta el año 1143; reinó treinta y seis años y siete meses. El mismo año que falleció en Sevilla Abú Táhir, dió fin á sus días en Castilla doña Urraca, la hija de don Alfonso VI, y acabaron con ella sangrientas calamidades que habían mancillado los lauros de la monarquía castellana. Con el advenimiento al trono de Taxefín coincidió, pues, en

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