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mezquitas ocupaba el santuario ó adoratorio, y por último el no tener explicación ninguna en la planta del templo cristiano este pequeño miembro arquitectónico pegado ó adherido á la torre de las campanas, nos parecen razones bastantes para justificar una conjetura que, por lo mismo que fuímos los primeros en formularla hace treinta y un años, no debimos aventurar con plena seguridad. En idéntico caso se encuentra

SAN LORENZO, donde también hicimos observar en el costado de mediodía la mencionada torrecilla coronada de almenas endentadas y cúpula, sin aplicación alguna á las necesidades del templo cristiano. Los que califican de mudejar esta edícula, no sabrían dar razón de su uso. Pero en esta iglesia hay además otros vestigios del arte islamita. La torre principal, que es una masa cuadrangular pesada, toda de ladrillo, está dividida en dos cuerpos en el inferior, y sobre una puerta que se conoce hubo allí en lo antiguo, se advierte una pequeña ventana de herradura, á medio tapar; en el superior hay varias ventanas grandes de la misma forma, en la fachada principal completamente tabicadas, y convertida una de ellas en angosto tragaluz ojival, prueba evidente de una restauración hecha después de la reconquista en el antiguo edificio mahometano (1). Se equivocó evidentemente el erudito Zúñiga al afirmar que este templo de san Lorenzo nada tiene que suponga mayor antigüedad que la de nuestra conquista (2). El propio error cometió respecto de

SAN MARCOS, que es por varios conceptos uno de los templos más interesantes de Sevilla. Entre las cosas que en él ofrecen más materia de estudio, debemos notar la concurrencia de dos estilos, semejantes hasta el punto de confundirse uno con otro, sin embargo, de épocas distintas, como son el mauritano que

y

(1) En este templo se halla la famosa imagen de Nuestra Señora de Rocamamador á que tradiciones piadosas, pero infundadas, dan antigüedad del tiempo de los godos. Es bellísima y devota pintura, pero en nuestra humilde opinión no anterior al siglo XIII en que se extendió por España la devoción á las imágenes de esta advocación, como en su lugar oportuno diremos.

(2) Anal. lib. II, año 1 261, n.o 9.

practicaban los almohades, y el de los moros mudejares, posterior á la reconquista. La portada de la iglesia de san Marcos pertenece á este segundo estilo, mezcla bizarra y graciosa de dos artes de opuestas procedencias y fundidos como las costumbres de las dos civilizaciones de Oriente y Occidente, que ellos caracterizan en los siglos XIII y XIV. Basta observar el arco de entrada, el tejado sostenido en canes que le cobija, las tres estatuillas que ocupan su vértice y sus enjutas, en que se ve representado bajo toscas marquesinas el sagrado misterio de la Anunciación; basta ver la exornación semi-románica de aquella archivolta; los siete baquetones del intrados y los capiteles de las columnillas que forman como su continuación bajo la imposta en que descansa la grande ojiva, para reconocer desde luego que la ancha faja de arcos angrelados ornamentales que sirve de friso á esta graciosa portada, es, por decirlo así, la firma autógrafa de artífices moros empleados en tiempo de don Fernando el Santo ó de sus inmediatos sucesores en la restauración de este templo. Anterior en fecha su torre, presenta el estilo mauritano puro, sin mezcla alguna de rasgos tomados á la arquitectura cristiana de Occidente. Asegúrase que fué construida como un ensayo para levantar la Giralda; pero sobre no tener semejanza exterior con aquella más que en el estilo, puesto que en la distribución del ornato es de todo punto diferente, su disposición interior nada ofrece de análogo á la de la famosa torre de Yakub. La torre de san Marcos se asemeja en su planta á las de santa Catalina y otras que hemos nombrado, del tiempo de los Almohades, que, aunque probablemente contemporáneas de la Giralda, tienen muy poco de común con ella por lo tocante á la estructura.

Fueron también mezquitas antes de la conquista de Sevilla por san Fernando, las iglesias actuales de san Bartolomé y santa María de las Nieves 6 la Blanca, y la antigua de Santa Cruz demolida por los franceses á principios de este siglo. Habían morado entre árabes y moros los judíos desde que cayó

España bajo el cautiverio del Islam. Tenían su barrio aparte dentro de la ciudad, y con más razón habían de vivir separados después de restituida ésta al imperio del cristianismo. Entonces asignó el rey don Alonso el Sabio para Aljamía de los hebreos, ó Judería, las tres mezquitas citadas, y por esta cláusula del repartimiento nos consta hoy su origen. Un escritor extranjero que vivió largo tiempo en Sevilla (1) y que por lo tanto debía estar regularmente informado de las cosas de esta ciudad, aseguraba que la iglesia parroquial de san Bartolomé conservaba su antigua forma, faltando sólo en ella las leyendas hebráicas. Pero nos parece esto mera ilusión del citado escritor, porque todo en este templo es moderno (2). Otro tanto puede decirse de Santa Maria la Blanca, en la cual nada hay absolutamente que recuerde ni su primitiva dedicación ni su aplicación al culto israelita. De la de Santa Cruz antigua ¿qué podremos decir no habiendo dejado de ella los franceses invasores piedra sobre piedra? Hallábase contigua al muro que corre desde la que fué puerta de la Carne hacia el Alcázar, y lleva como triste recuerdo el nombre de plazuela de Santa Cruz aquel lugar de bárbara devastación (3).

(1) El citado Standish en su Seville and its vicinity.

(2) En una de sus notas á los anales de Zúñiga dice en efecto don Antonio Espinosa y Carzel que la Iglesia de san Bartolomé se derribó por amenazar ruina.

(3) Al demolerse la antigua iglesia de Santa Cruz fué la parroquia trasladada á la iglesia de los Venerables, y posteriormente á la que había sido de clérigos menores, en cuyo convento vivieron en la feliz época denominada siglo de oro algunos varones de grande ingenio y sabiduría: entre ellos cita el señor Ríos en su Sevilla pintoresca al delicado poeta Pedro de Quirós, autor de los madrigales más bellos que se han escrito en lengua castellana.

CAPÍTULO XXII

De otras construcciones del mismo tiempo.-Término de la dominación

islamita

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las construcciones religiosas se agregaban las civiles y militares para hacer de la córte de los Almohades una de las capitales más interesantes y bellas de España. Créese que los sultanes abbaditas, almoravides y almohades tuvieron todos suntuosos alcázares ó palacios: consta que donde está hoy el convento de religiosas de san Clemente existieron los alcázares de Bib

Ragel, y reconocen los modernos arqueólogos sevillanos que hubo otros donde descuella hoy el soberbio alcázar del rey don Pedro, de que trataremos más adelante.

Tenían algunos por obras de arquitectura sarracena la casa llamada de Olea, en la calle de la botica de las aguas, y otra parte de casa particular que aún se conserva en la calle de los Abades. Tal opinión era errónea: el precioso salón de la casa de Olea y sus piezas adyacentes son de seguro obra de artífices

mudejares, de aquellos que en el espacio del siglo XIII al xv labraban en Andalucía según el refinado estilo morisco, tan delicado y prolijo en la ornamentación de estuco pintado y dorado, la mayor parte de las viviendas de los ricos-hombres. El arte de los moros almohades, si bien se observa comparándole con el de estos artífices mudejares, es menos primoroso, menos selecto en el ornato, ofrece menos regularidad racional y es, digámoslo así, más amanerado, como lo demostraría desde luego el paralelo que podríamos hacer entre la decoración de la Giralda de Sevilla, obra conocidamente mauritana, y cualquiera de las partes ornamentales de la Alhambra, creación primorosa de artistas de sangre árabe-andaluza. Pero nos contentaremos con manifestar que estas dos arquitecturas, la mauritana almohade, y la morisca que durante los siglos XIII, XIV y XV practicaron en los dominios de Castilla los mudejares, se diferencian principalmente, desde el punto de vista estético, en que la primera descubre un gusto bastardo, que imita más que siente, y hace suyas, violentándolas, formas que no le son propias; al paso que la segunda, cultivada por inteligencias en quienes es instintivo el sentimiento del bello ornato, no pierde nunca de vista el garbo, la gracia y la gallardía, y por lo mismo no cae jamás en la aberración. Aquella, en suma, revela al instante el esfuerzo del hombre bárbaro civilizado por el triunfo; esta ofrece el carácter constante de las obras del hombre de gusto y sabio en todas las épocas de su próspera ó adversa fortuna; ambas son la fiel expresión de la cultura en pueblos de orígenes y aptitudes diferentes. Nadie sin embargo ha analizado bien hasta ahora el arte de los Almohades, que, desapasionadamente considerado, podría tal vez servir de fundamento á una nueva teoría sobre el desarrollo de la arquitectura musulmana en España (1).

(1) Es seguro que las innovaciones que caracterizan en los siglos x1 y xi la arquitectura musulmana en España no pueden explicarse como demudación natural del arte árabe del Califato y como una preparación ó transición al arte granadino, porque entre el estilo llamado secundario, que nosotros denominamos mau

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