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de Gerión á España vemos representada la invasión céltica ó pelásgica. Para esto tenemos más de un indicio: no sólo hace á Gerión extranjero la fábula por el significado de su propio nombre, sino que ella misma determina su procedencia al consignar el hecho de la derrota de los gigantes ó Titanes por los dioses. Este hecho se explica perfectamente en la victoria que Osiris ó Baco alcanzó contra Gerión; de manera que ya tenemos en las meras alegorías relativas á los tiempos fabulosos consignadas las primeras conquistas que se consumaron en la Bética. Los celtas y los pelasgos son, como sus mismos monumentos lo indican, pueblos de idéntico origen: unos y otros se consideran como ramas de aquella gran familia aria ó indoeuropea que desde los tiempos anteriores á toda apreciación. histórica se derramó por el occidente, el norte y el mediodía de Europa. Los antiguos nos representan á los pelasgos (celtas del mar y de sus islas) como hombres de gigantesca estatura; llevaban además el nombre de Titanes, porque se decían descendientes del dios Tis ó Teut, y por último, los restos de sus edificios, que aún se mantienen en pié, asombran por la descomunal dimensión de las piedras que los forman, y revelan claramente fuerzas físicas superiores á las ordinarias. Según esto, no nos parece violenta la interpretación que proponemos.— Una colonia caldea viene, con la dispersión de las gentes de las llanuras de Sennar, á España. Esta inmigración pudo ser de raza puramente semítica: el origen semítico ó siro-arábigo de los caldeos parece cosa ya demostrada; el nombre de Tubal, lo mismo que los de los dioses asirios Baal ó Bel y otros, es semítico. Perpetúa esa colonia en la Bética la vida patriarcal y nómade del Oriente, tan acomodada á sus peculiares instintos: el hebreo, el árabe, el sirio que hoy vagan errantes por los desier. tos de la Turquía de Asia (1), viven como vivía probablemente

(1) V. á LAYARD, Nineveh and its remains, cap. II. parte II, donde bosqueja de mano maestra los caracteres de las tres razas, semítica, indo-europea y mongólica.

el turdetano: no se curan del porvenir, vegetan en la feliz imprevisión de todo mal futuro, su brillante imaginación sugiere á las obras de sus manos y á sus palabras, formas siempre bellas; la elocuencia, la música, la poesía son en ellos dotes naturales. Con este dichoso estado patriarcal y libre en que el turdetano no reconocía vínculos legales que encadenasen ni su persona ni su entendimiento, se combinó en la Bética la ruda civilización de la raza aria ó indo-europea: los pelasgos ó celtas del mediodía (1), acaudillados por el alegórico Gerión, introdujeron artes é instituciones hasta entonces desconocidas, y con ellas las ambiciones, la opresión y la guerra.

Gerión, pues, extranjero como su mismo nombre lo indica, halló á los iberos de la Bética viviendo diseminados por los campos en aldeas, sin tener quien los gobernase (pintura que corresponde con la idea que de su estado social nos da el Adoamo de Fenelón), y fué el primero que les enseñó á defenderse de la violencia de los más poderosos. Edificó castillos, fortalezas y ciudades, vivió espléndidamente aprovechando las grandes riquezas de aquel suelo, hasta entonces menospreciadas por los naturales, y es de creer que entre los indígenas y las gentes que siguieron á Gerión, ó que alegóricamente se representan en este tirano extranjero, se estableciesen estrechos vínculos. Pero no fueron estos suficientes á impedir que con los escasos gérmenes de civilización traídos por la invasión aria, simbolizada en este tirano, se introdujese en la Bética la malhadada semilla de las discordias civiles. Eran aquellos invasores de raza de gigantes, colosales en sus cuerpos y atléticos en sus fuerzas: construían con pedazos de rocas de enormes di

(1) Los celtas, de raza aria como todos los pueblos indo-germánicos ó indoeuropeos, llevaron en Grecia el nombre de pelasgos, que, como declara el doctor Herzberg en su Historia de Grecia y Roma, sólo significa los antiguos. Así diferencian hoy los más acreditados historiadores á los que poblaron la Grecia durante el oscuro y legendario estado primitivo, de los helenos del período aqueo y de los tiempos posteriores.

mensiones (1): fué tal su preponderancia, que todos admitieron su yugo, y el nombre de Titanes que ellos mismos se daban, vino á la larga á hacerse extensivo á los turdos ó túrdulos aborígenes, denominados en lo sucesivo turtitanos, y por co

(1) Los arqueólogos reconocen varias especies de construcciones megalíticas, esto es, labradas con piedras colosales é irregularmente cortadas: la ciclópea ó pelásgica, la druídica ó céltica, y la vulgarmente atribuída á los fenicios, de la cual se conservan notables vestigios en varias islas del Mediterráneo, especialmente en la de Gozzo, donde se admira la famosa GIGANTEYA Ó Torre de los gigantes. Hay poderosos motivos para creer que los edificios de estas diversas especies son todos célticos. Que los pelasgos ó griegos primitivos fuesen de origen céltico, bastante lo da á entender la sola semejanza de su alfabeto, con el de los celtas: el modo de construir de ambos pueblos, por otra parte, ofrece tantas analogías, que su derivación de un principio común parece una cosa demostrada. Las puertas de Micenas, que Píndaro supone hechura de Cíclopеs (Kʊxλòñα прółupa εùρúστεws). los muros de Platea y Keronea, los de Tirinto, Mantinea y Argos, á los cuales dan los antiguos escritores el mismo origen, indican claramente un sistema de construcción intermedio: la transición del sistema céltico primitivo á la edificación regular de los pueblos civilizados. Basta echar una ojeada sobre los monumentos clasificados con los nombres de men-hires, dólmenes, trilitos, piedras oscilantes, cromlechs, túmulos, etc., que tanto abundan en Europa y en muchas regiones del Asia Menor, y que tanto se distinguen por su rústica simplicidad, para reconocer desde luego el punto de partida del arte de la construcción. Este sistema primitivo se distingue por la colocación vertical de las enormes moles que emplea, de lo cual son célebre muestra las piedras alineadas de CARNAC, que el vulgo del país dice ser un ejército de soldados que trasformó en peñascos San Cornil, y las calles cubiertas de BAGNEUX y de EssÉ cerca de Renas, poetizadas también por el pueblo sencillo con los nombres de cofres de piedra, rocas y grutas de las hadas, mesas del diablo y palacios de los gigantes. El paso de este sistema vertical al pelásgico ó griego de los tiempos heróicos, se ve marcado en la ya mencionada Torre de los gigantes (GIGANTEYA), que ofrece la combinación de las estelas ó piedras perpendicularmente hincadas en el suelo (en griego t) con la construcción ciclópea irregular de grandes trozos poligonales. Y para que se vea más patente el celticismo en Giganteya, hay en este monumento, que es un templo descubierto ó hypetro, como todos los consagrados á divinidades que tenían alguna relación con el sabeismo, trilitos, restos de dólmenes, y hasta un cromlech como los de Dinamarca, Bretaña, Wiltshire, y el famoso Stone-henge que los habitantes de Salisbury llaman coro de gigantes. Á pesar de la afirmación del docto A. Lenoir (GAILHABAUD, monuments anciens et modernes, t. I) que ve en esta torre de los Gigantes un templo fenicio semejante al de Pafos, en Chipre, por la mera circunstancia de haberse adorado en ambos la piedra cónica, simulacro de Astarté, diosa de la naturaleza, por ser uno y otro templos hipetros ó sin techo, y porque en uno y otro se mantenían palomas, como ave grata á Venus Urania, nosotros creemos con el autor del art. Phénicie: Beaux Arts del gran Diccionario de P. Larousse, que no es posible hoy formarse una idea cabal de la arquitectura fenicia de visu porque las construcciones de aquel pueblo, en que casi exclusivamente se empleaban la madera y los metales, han desaparecido. Las ruinas del templo de Pafos, en efecto, apenas permiten reconocer cuál fué su planta, y las monedas fenicias en que aparece representado no nos permiten conjeturar su verdadera for

rrupción turdetanos (1). Otras tribus de la gran familia indoeuropea conservaron el nombre de celtas; estas al parecer bajaron á nuestra Península desde el Pirineo, y eran menos civilizadas que las gentes de la rama pelásgica venida de Oriente. Repartiéronse la Bética con los turdetanos, y si bien menos florecientes que éstos, debieron ser más afortunados en la posesión de sus provincias, porque su nombre y su independencia perseveraron hasta los tiempos felices de Grecia y Roma, al paso que los otros sufrieron todas las alternativas consiguientes á las invasiones de los demás pueblos aventureros, ya comerciantes, ya meramente batalladores. La misma ventajosa posición que ocupaban en la costa del Mediterráneo y del Estrecho los condenaba á mudar continuamente de dueños.

Tenemos, pues, á los túrdulos de origen caldeo dominados por un pueblo de origen ario y céltico, que les hace adoptar su lengua, su escritura, sus rudas artes, su constitución social, acaso también su religión. El pueblo dominador admite en cambio los conocimientos de los descendientes de Sem, y de estos dos elementos combinados se forma cierta cultura que contrasta singularmente con la rusticidad de las demás gentes que poblaban la Iberia.

La fábula, sin embargo, da á entender que la civilización egipcia se había adelantado ya mucho, en aquella remota edad, á la de los otros pueblos de la tierra. Osiris ó Dionisio, personificación del sabio Egipto, noticioso del atraso en que viven las regiones de las Indias, Tracia, Grecia, Italia y España, emprende sin excitación agena la gloriosa obra de extirpar en ellas los errores, confundiendo á los malhechores y tiranos que las oprimen.-En esta alegoría se significa la índole expansiva de la ciencia y de la virtud.—El gigante Gerión, el celta domi

ma. Más adelante trataremos esta materia con mayor oportunidad al hablar del templo erigido á Hércules en Cádiz por los fenicios.

(1) Artemidoro da á los turdetanos el nombre de turtos y turtutanos, y al país en que moraban llama Tyrtytania (Toprotavía).

nador del Túrdulo, que sólo atendía á su propio provecho acopiando preciosos metales y acrecentando sus famosos rebaños (1), es provocado á mortal contienda por el generoso Osiris. « Osiris y Gerión (dejemos hablar á uno de los más entretenidos comentadores de la fábula) (2), ordenadas las haces en el concierto que pudo saber y tener un tiempo tan inocente, rompieron la batalla valientemente: la cual fué cruelísima, reñida con demasiadas bravezas; y así pasada mucha terribilidad y fiereza por ambas partes, Gerión y todo lo principal de sus valedores quedaron allí sin algún remedio vencidos, muertos y destrozados. Esta se certifica ser la primera batalla campal ó recuentro poderoso de guerra que sepamos en las Españas. Engrandécenla muy mucho los autores peregrinos por haber acontecido dentro de tiempos antiquísimos, tanto que nuestros poetas la llamaban batalla de los Dioses contra los Gigantes, á causa que (según confiesan las historias) este Gerión fué gigante.» El tirano muerto fué enterrado según la costumbre céltica: sobre su sepultura se le hizo un túmulo (3). Osiris, que sin duda alguna era un rey ó príncipe egipcio de la familia de los Faraones durante la 19.a dinastía, fué adorado como Dios, según la costumbre antigua de reputar y tener por inmortales á los hombres virtuosos y benéficos y á los inventores de artes y prácticas útiles á sus semejantes. Osiris había sido el libertador de los turdetanos.

Hay quien señala la época de este grande acontecimiento (4);

(1) Los historiadores griegos dan á Gerión el sobrenombre de Chryseo, que quiere decir hombre rico ó hecho de oro. Dícese que fué el primero que descubrió y aprovechó en la Bética los mineros de metales preciosos, y que á esto juntó multitud increible de ganados.

(2) OCAMPO. Cr. gen., cap. XI, lib. I.

(3) Palabras textuales de Mariana. Hist., cap. VIII.

OCAMPO, loc. cit., se aventura á determinar el paraje donde se erigió el túmulo á Gerión: sospechamos, dice, ser en aquel sitio que los mareantes de nuestro tiempo llaman el cabo de Trafalgar, entre los lugares de Conil y Barbate, igualmente apartado de cada cual dellos, siete leguas adelante de la boca del Estrecho sobre las aguas del mar Océano.

(4) Según Ocampo, Osiris entregó á los hijos de Gerión el señorío arrebatado á su padre, el año 1758 antes de J. C.; pero son muy sospechosas las fuentes en que bebió aquel crédulo aunque erudito cronista.

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