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caballeros de su orden: caudillo valeroso, el principal entre los que habían estimulado al monarca á acometer la difícil empresa, y uno de los que con hazañas dignas de la trompa épica contribuyeron á llevarla á cabo en el Ajarafe contra los castillos de la Albayda, Aznalfarache y Triana, Gelves y tierras de Niebla y Sierra-Morena, dilatado palenque de sus proezas. Allí estaban los infantes don Alonso de Molina, su hermano, don Enrique y don Alonso, sus hijos; don Alonso, infante de Aragón, el infante de Portugal don Pedro, el conde de Urgel, el maestre de Calatrava don Fernando Ordóñez, los maestres de las otras órdenes militares, multitud de ricos-hombres, infanzones y caballeros; los concejos de Córdoba, Andújar y otros de la frontera; mucha y buena gente del concejo de Madrid; toda la nobleza de Castilla y de León capaz de tomar las armas, mucha de Aragón, Cataluña, Portugal y Vizcaya, muchos calificados extranjeros atraídos por la fama de la grande empresa y por el deseo de ganar las indulgencias de las bulas apostólicas concedidas para esta conquista; el rey de Granada Al-Ahmar con quinientos jinetes muy aventajados, el cual se había obligado á auxiliar personalmente á don Fernando en todas sus expediciones; allí por último muchos piadosos y esforzados varones de todas las jerarquías eclesiásticas, el arzobispo de Santiago don Juan Arias con su lucida compañía de caballeros gallegos, los obispos de Córdoba y Coria, don Gutierre y don Sancho, otros prelados, y multitud de presbíteros y religiosos, que voluntariamente acudieron no solo para ejercer su ministerio en la administración de los Sacramentos, sino porque la sagrada demanda ponía la espada en la mano á los eclesiásticos con justo motivo. Descollaban como paladines de más prez entre todos los ricos-hombres, adalides, almogavares, almocadenes y demás cabos, el almirante don Ramón Bonifaz, francés de patria y de origen, establecido en Burgos en clase de rico-hombre; el famoso ganador de Córdoba y alcaide de Andújar, ahora adalid mayor, Domingo Muñoz; Pedro Blázquez, llamado el blanco, del tronco de los Dávi

las; Lope García, de la ilustre casa de los Saavedras; el comendador de Alcáñiz, el Prior de San Juan, don Rodrigo González Girón, primer alcaide de Carmona, don Gutier Suárez de Meneses, don Diego Sánchez de Fines, don Ordoño Ordóñez de Asturias, que al principio de la campaña había quedado por guardador en Jaén; don Rodrigo Alvárez, que aunque del linaje de Lara, se apellidaba de Alcalá desde que había recibido en guarda á Alcalá de Guadaira; don Rodrigo Frolaz, don Pedro Ponce, don Rodrigo González de Galicia; don Diego López de Haro, señor de Vizcaya y alférez mayor del rey santo, Arias González Quixada y don Fernán Yáñez; y al par de los héroes más renombrados de los tiempos antiguos, los dos invictos campeones Garci Pérez de Vargas y don Lorenzo Suárez Gallinato, conformes en amistad, competidores en bizarría (1).

Desde la primavera del año 1247, en que, moviendo el ejército desde Córdoba dividido en dos, uno al mando del Infante de Molina y del maestre de Santiago con destino al Ajarafe, y otro bajo la dirección del rey de Granada y del maestre de Calatrava con orden de fatigar los campos de Jerez, había tenido principio la opugnación de Sevilla y su territorio, una serie no interrumpida de victorias venía anunciando el dichoso desenlace con que iba á coronar el cielo los constantes y generosos esfuerzos de tales guerreros. Rindió primero parias la fuerte Carmona; entregáronse luego Constantina, Reyna, Lora, Alcolea y sus comarcas; costó abundante y generosa sangre Cantillana; Guillena después se entregó á menos costa; Lerena resistió obstinada,

(1) Entre las muchas proezas con que estos dos caballeros se distinguieron, se suelen citar principalmente el suceso de la cofia, cantado en antiguos romances, el de la competencia que refirió don Juan Manuel en su conde Lucanor, el del paso del puente de Guadaira y otras bizarrías. De las correrías, espolonadas y escaramuzas que con admiración de todos acometieron, dé al curioso lector razón individual la Crónica del rey don Alonso.

El suceso de la cofia se refiere mejor y con más sabor antiguo que en la Crónica general publicada por Ocampo, en la famosa crónica anónima de los once reyes, que, anotada por Ambr. de Morales, conserva la Biblioteca del Escorial: ms. del siglo xv, j. Y. 12.

pero se dió á partido cuando sintió amagos de ser destruida; Alcalá del Río, defendida por el mismo Axataf á causa de su grande importancia, como llave de los abastecimientos de Sevilla por el lado de las serranías, cedió también á la fuerza y

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á la destreza de las armas cristianas: Alcalá de Guadaira se había desde el comienzo de la campaña entregado al rey AlAhmar, y ahora saliendo de ella don Rodrigo Alvárez escarmentó á los moros procedentes de las marismas de Lebrija. Unidas estas conquistas á las que por la banda del Ajarafe hacía el maestre de Santiago, según dejamos indicado, y á las victorias que por la parte de la marina llevaba á cabo don Ramón Bonifaz derrotando una numerosa escuadra de bajeles africanos y sevillanos y franqueándose la entrada del río, se concibe que

el real de San Fernando en la altura de Buena Vista hubiese podido ir tomando el extraordinario incremento que le atribuye la Crónica general, impusiese tanto respeto á la morisma, y presentase el aspecto de una gran población improvisada, perfectamente defendida y bien gobernada, que sólo esperaba el momento oportuno de trasladarse dentro de los viejos muros de la otra, á la cual desde aquella elevación acechaba (1).

La entrega de Sevilla era para los moros, después de la pérdida de Córdoba, la catástrofe más tremenda que podía sobrevenirles, y así hicieron, aunque en vano, todos los esfuerzos posibles para conjurarla. ¡Inmensa debió ser su desesperación cuando se convencieron de que no había medio de salvar la ciudad ni ninguna de las hermosas joyas en ella encerradas! Los

(1) « La hueste que el noble rey don Ferrando tenia sobre Sevilla, dice la crónica ms. del Escorial antes citada, avia semejanza de grand cibdad y noble y rica, e cumplida era de todas las cosas e de todos los bienes e de todas las noblezas e abondamiento de cumplida cibdad, y calles e plazas avia departidas y de todos menesteres e cada una sobre si; e una calle avia de los traperos y de los cambiadores, y otra de los especieros y de las alquimias y de los melecinamientos que avian menester los dolientes, y de los ferreros otra, y ansi de cada menester de quantos en el mundo podian ser avia; y de cada uno sus calles departidas, cada una por orden, compasadas e apuestas e bien ordenadas, ansi que quien aquella vista vió podrá deçir que nunca otra tan rica nin tan apuesta viera que de mejor gente ni de mayor poder que esta fuesse, ni tan cumplida de todas noblezas nin maravillosa de todas viandas y de toda mercadería: hera tan abundada que ninguna otra cibdad non lo podia ser mas. E ansi avia y raigadas las gentes con cuerpos y con averes, con mujeres y con fijos, como si siempre oviera y a durar, ca el rey avia y puesto e prometido que nunca se dende levantasse en todos los dias de la su vida fasta que a Sevilla oviesse, e quiso Dios que cumpliesse su voluntad : y esta certidumbre del rey los fazia vevir á todos arraigadamente como vos dezi

mos.»

El infante don Alonso no se alojaba en el cuartel real: asentó su hueste al principio en un olivar, á la parte de levante de Sevilla, y allí acampó la gente que de Aragón y Portugal traía. Pero luego se trasladó á la otra parte del río, contra

Triana.

Al Señor de Vizcaya, don Diego López de Haro, se le señaló cuartel cerca de la puerta de la Macarena, y allí hizo hincar sus pabellones á las lucidas tropas de sus estados. No lejos de aquel punto acampó don Rodrigo González de Galicia.

Finalmente, el arzobispo de Santiago, don Juan Arias, se alojó con su lucida compañía de caballeros gallegos cerca del arroyo Tagarete, hasta que enfermando de resultas de los miasmas nocivos que se elevan del prado de Santa Justa, bañado por aquellas aguas, le obligó el rey á regresar a su tierra.

dos formidables golpes que decidieron esta entrega fueron la rotura del puente y la expugnación del castillo de Triana.

No seguiremos ni á don Ramón Bonifaz ni al ejército del santo rey en las vicisitudes de ambos propósitos; nos contentaremos con asistir á su feliz desenlace. Celebrábase la festividad de la Invención de la Santa Cruz, una muchedumbre inmensa llenaba las dos orillas, la vocería subía al cielo, los moros desde el castillo de Triana, desde el Arenal y desde el mismo puente del Guadalquivir, fulminaban toda clase de armas arrojadizas contra dos gruesas y fuertes naves con las proas chapadas de hierro, montadas por el almirante y su gente, las cuales, impelidas de un impetuoso viento, acababan de chocar contra el puente rompiendo la robusta trabazón de sus cadenas, y pasaban al otro lado volviendo las proas hacia la Torre del Oro, balanceándose majestuosas como dos delfines vencedores en una regata. El rey don Fernando en persona y el infante don Alonso, seguidos de lo más granado de sus tropas, hacían por tierra escolta á los dos bajeles triunfadores, que, como dice Zúñiga, acababan de cortar la garganta al cuello de la esperanza de los infieles, y los recibían con sus alegres vítores, mientras los moros los veían atracar lanzando gritos de desesperación.—Al día siguiente, 4 de Mayo, pasa el rey con la mayor parte de su ejército á combatir á Triana: y ahora le ayuda desde el río el almirante que había recibido la víspera su auxilio para la importante obra de dejar á Sevilla incomunicada con su Ajarafe. Pero en Triana está reconcentrado casi todo el poder de la morisma, y tienen allí provisiones para defenderse más de me dio año: grande y obstinada es la defensa, obstinado é implacable también el cerco: ni cesa la mina, ni la construcción de ingenios de toda especie, ni el batir de los muros, ni el encarnizado pelear al pié de ellos, ni las espolonadas y cortas y talas para privar á aquella fortaleza de refuerzos, aguas y bastimentos. Por otra parte la hueste de san Fernando padece toda clase de males ca las calenturas eran tan fuertes e tan grande el

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