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del electo emperador Felipe, y traído á España por la reina doña Beatriz su hija.

Hallábase el cadáver de esta princesa, primera esposa de san Fernando, sepultado en el monasterio de las Huelgas. Resolvió su hijo el rey sabio en 1279 trasladarlo de Burgos á la Capilla Real de Sevilla, y entonces fué sin duda alguna cuando mandó labrar para su padre el sepulcro rico y costoso, con su bulto, de que habla una de sus Cantigas. Refiérese en ella que habiendo hallado enteros é incorruptos los cadáveres de san Fernando y de doña Beatriz, los hizo á ambos sepultar en ricos monumentos primorosamente labrados. Puso la imagen de su padre, como convenía á tan cumplido monarca, sentado en una silla ó trono con su corona en la cabeza, teniendo en la mano derecha aquella ancha espada tan ominosa á la morisma, con la punta hacia arriba (1), y en el dedo índice de la mano izquierda una sortija preciosa, objeto del siguiente prodigio.-Aparecióse una noche en sueños al maestro Jorge, platero de Toledo que la había hecho, el rey san Fernando, y con la humildad propia de su devoto ánimo, de que tántas muestras había dado en vida, le dijo que no quería tuviese su imagen aquel anillo, sino que le fuese dado en ofrenda á la Virgen de los Reyes; que esta imagen fuese colocada en el lugar preferente, donde se había puesto la suya, y que á él se le pusiese de rodillas delante de la soberana Señora, en actitud de entregarle el anillo como en reconocimiento de haber obtenido el reino por su intercesión y la de su divino Hijo. El maestro Jorge corrió presuroso á la iglesia: tánto instó, que el tesorero le abrió las puertas de oro de los tabernáculos, y observó lleno de asombro que la sortija estaba ya fuera del dedo del rey, mientras la Virgen alargaba la

(1) En esta misma disposición está retratado san Fernando en el pendón que se conserva en el Archivo de las Casas Consistoriales de Sevilla. Es fama que este curiosísimo pendón, monumento inapreciable de la iconografía, del arte y de la indumentaria del siglo x, fué regalado á la ciudad por el rey don Alonso el Sabio. Poseemos una fidelísima copia de esta efigie, encargada por nosotros mismos, en la Galeria Iconográfica del museo del Prado de Madrid.

mano derecha para que la pusiesen en su dedo. Contaron el platero y el tesorero este prodigio al rey don Alonso y al arzobispo, fuéles muy grato á ambos, y alabaron mucho al rey don Fernando porque por su mediación obraba Dios tan grandes milagros (1).

De las miniaturas que acompañan á esta curiosa cantiga no se saca en verdad la colocación que en la antigua Capilla Real tenían las imágenes de don Fernando y doña Beatriz, ni razón cabal de la forma de los tabernáculos mandados hacer por el rey Sabio; pero hay un documento del siglo XIV que nos da noticia muy individualizada de la disposición en que estaban después de agregada á aquellas imágenes la del rey don Alonso, y es la memoria que reproduce Zúñiga sacada de un libro de Hernán Pérez de Guzmán escrito en el año 1345 (2). Dedúcese

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El título de esta cantiga es: Cómo el rey don Fernando veno en vision á o tesoreiro é maestre Jorge, que tirase o anel de seu dedo, é o metesse no dedo da omagen de Santa Maria.

(2) Hallábase este papel en uno de los tomos de varios de la librería del conde de Villahumbrosa, marqués de Monte Alegre, en Madrid. Zúñiga, año 1356, n. 4.

de esta memoria que los tres personajes estaban figurados del tamaño de un estado, ante la imagen de Nuestra Señora de los Reyes, teniendo á sus piés sus sepulturas, cubiertas todas de plata con dibujos de castillos y leones, águilas y cruces. La Virgen María, con su divino Hijo en brazos, ocupaba un tabernáculo más elevado que los de los reyes, muy grande, chapado de plata; vestía paños carmesíes, con manto pellote y sayas, y tenía una corona de oro cuajada de piedras preciosas, zafiros, rubíes, esmeraldas y topacios. El niño Dios tenía otra corona, que costó al rey don Alonso juntamente con la de la Madre, más de un cuento. Ambas esculturas estaban hechas á torno y de movimiento, de modo que cuando querían vestirlas las levantaban, y las volvían á colocar después en su acostumbrada posición. La Virgen tenía en un dedo un anillo de oro con un rubí grande como una avellana, y entre las dos imágenes y el tabernáculo había repartidas hasta dos mil piedras finas entre zafiros, rubíes, esmeraldas y topacios. Estaba la Virgen cobijada bajo un doselete en forma de marquesina, en la cual había cuatro esmeraldas tamañas como castañas, y en la cúspide un rubí como una nuez, de modo que cuando se abría aquel tabernáculo de noche, las piedras relumbraban como candelas. Delante de la imagen de Nuestra Señora, y más abajo, estaban los tres tabernáculos de don Fernando, doña Beatriz y don Alonso, cubiertos de plata figurando castillos y leones, águilas y cruces. Á la mano izquierda de la Virgen estaba don Alonso, sentado en su silla, y á la opuesta la reina su madre, sentada también, ambas sillas chapadas de plata: en el centro san Fernando, igualmente sentado en su silla ó trono. Vestían los tres mantos pellotes y sayas de valdoque, y aseguraban que tenían su ropa interior correspondiente. La reina estaba vestida de paños de turques y parecía la más hermosa mujer del mundo. La corona que tenía en la cabeza san Fernando era de oro y piedras preciosas: la espada, que empuñaba con la diestra (y que se cree ser la misma que había usado el famoso conde Fernán González), os

tentaba por arras (1) un rubí como un huevo, y su cruz una esmeralda muy pura: con la mano izquierda sustentaba la vaina cuajada de pedrería. La corona de doña Beatriz era asimismo de oro y piedras preciosas, y también la de don Alonso, tenien

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do además éste en la mano derecha una pértiga de plata con un águila (2), y en la izquierda una manzana de oro con una cruz. Ardían día y noche ante las tres sepulturas cirios de una arroba de cera cada uno, y cuatro lámparas de plata. Decían allí sus misas diariamente siete capellanes, y este culto se mantenía con

(1) Suponemos que querrá decir por arriaz.

(2) El documento que citamos dice equivocadamente que la pértiga de don Alonso remataba en una paloma, lo cual prueba la escasa crítica de su autor. Zúñiga lo reproduce sin hacer observación alguna sobre lo inadecuado del emblema supuesto.

la renta llamada de la tienda, que producía cada año cuarenta mil maravedís.

Lástima grande que el documento de donde tomamos estas curiosas noticias no nos describa la forma artística de los tabernáculos de Nuestra Señora y de los tres reyes, y ninguna luz nos dé acerca de la arquitectura de una parte tan principal del antiguo templo como la Capilla Real. Lo único que evidentemente se colige de la enumeración de sus joyas, es, que era de carácter ojival, y no románica ni sarracena, la obra de platería que servía de receptáculo ó capillas á las mencionadas imágenes, supuesto que se habla de un chapitel sobre la corona de santa María, en somo del cual están quatro piedras esmeraldas en los quadros, y de un rubí tamaño como una nuez que estaba somo del chapitel. Estas partes sólo convienen á una marquesina gótica, y parece regular que el resto de la obra guardase uniformidad con este detalle.

Concedió el rey sabio á la catedral de Sevilla todos los privilegios que gozaba la de Toledo, y aun los amplió, y otorgó que hubiese en ella estudios de lengua arábiga y latina. Dió los primeros estatutos para su gobierno el infante don Felipe, su arzobispo electo: los mejoró el arzobispo don Raimundo, y estableció diez dignidades, cuarenta canónigos, veinte racioneros mayores, veinte menores, veinteneros y demás ministros eclesiásticos, mozos de coro, seises ó niños cantores, cetreros, músicos, y ministros seculares, á saber, pertigueros, contadores, oficiales y escribientes. Á éstos seguía inferior plebe de trabajadores para el servicio ordinario y aseo del templo, llamados compañeros.

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