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nosotros, desconfiando de tan aventurada cronología, nos limitaremos á decir que esta primera invasión egipcia, caso de haber ocurrido, pudo ser contemporánea de la 19.a dinastía, cuyo principio se fija en el año 1643 antes de J. C. El gran Sesostris que la inauguró fué el primer rey que dilató sus conquistas hasta el Asia Menor y la India; y según la fábula, Osiris vino á España precedido del rumor de las victorias que en el continente asiático había alcanzado. Con la 19.a dinastía comenzaron realmente las grandes prosperidades del Egipto, y los sucesores de Sesostris hasta la dinastía 24.a fueron los que le dotaron de aquellos templos, pirámides y obeliscos que hoy admiramos (1).

Siguiendo el hilo que nos suministra la fábula, hay una circunstancia que podría en cierto modo corroborar la idea de la venida de los egipcios á la Bética. Osiris y Baco, en sentir de los más acreditados mitólogos, son un mismo é idéntico personaje, ó por mejor decir, Osiris es el modelo, y Baco la copia que del héroe egipcio hizo el genio griego. Los poetas helenos calcaron sobre el antiguo tipo la figura de su Baco, acomodando las antiguas tradiciones relativas á sus proezas al dios que fingieron. Escultores y poetas le representaron como conquistador de la India y civilizador de los pueblos ignorantes, como vencedor de los ominosos opresores del linaje humano y vengador de las leyes de la divinidad contra los monstruosos hijos de la tierra. Difícil es en verdad reconocer en el Baco griego, hijo de Júpiter y Semele, al gran aventurero egipcio; sin embargo, al que tenga presentes los hechos atribuídos á éste en España, y la propensión de los griegos á hacer suyos todos los acontecimientos memorables de los extraños, no le repugnará ver confirmada la tradición primitiva en la fábula de Baco, transformado

(1) Según Herodoto, Osiris fue uno de los primeros reyes y dioses del Egipto (Historiar., lib. II). Diódoro Sículo conviene en lo mismo (Biblioth., tomo I, lib. I); y no se opone esto á nuestra conjetura sobre la dinastía á que pudo pertenecer Osiris, porque sabido es que los Hycsos ó reyes pastores que precedieron á la 18.a dinastía, no eran propiamente egipcios, sino procedentes de Arabia y Fenicia.

en león, combatiendo en defensa de los derechos de Júpiter escarnecidos por los gigantes; á cuyo hecho alude la calificación de præliis audax que en una de sus odas le da Horacio.

Pretenden que las inmigraciones de los egipcios en la España meridional fueron varias; y vuelven aquí á mezclarse la fábula y las tradiciones históricas. Después que Osiris restableció en ella el imperio de la justicia é inició á sus moradores en muchas artes útiles, devolvió el reino á los hijos de Gerión, amonestándoles á que no siguiesen los malos caminos de su padre. Viéndose poderosos los tres hermanos, despreciaron el pasado escarmiento, y comenzaron de nuevo á tiranizar á sus gobernados. Tramaron vengativos la muerte de Osiris, é impulsando el brazo fratricida de Tifón, se jactaron de poder señorear á su capricho toda la Iberia. Pero la causa de la justicia y de la civilización no podía quedar indefensa: Oro, hijo de Osiris, llamado también por unos Apolo, por otros Hércules Egipcio (modelo que los griegos imitaron también para fingir su Hércules Tebano, hijo de Alcmena), acudió con ejército formidable á castigar el crimen de Tifón. Dióle muerte por su propia mano, enterró pomposamente en Egipto los miembros que pudo cobrar del mutilado cadáver de su padre, voló en seguida á España, entró en la Bética por el Guadalquivir arriba, buscó á los Geriones, presentóles batalla, y en lid particular y sangrienta los venció á todos tres cortándoles las cabezas, dando después á sus cadáveres decorosa sepultura.

Supónese que un curioso monumento de grande antigüedad ha venido en nuestros días á confirmar en lo esencial esta tradición. Es un sarcófago que un conocido anticuario dijo haber descubierto, hará ya unos veinticinco años, á gran profundidad, en una de las colinas de Tarragona, y sobre cuyo origen se creyó al pronto no caber más duda que la de ser ó egipcio, ó fenicio, ó celtibérico. En sus tablas de mármol blanco grabó y pintó con betún de colores una mano diestra, que acaso se fingió ruda, los principales hechos de la teogonía egipcia en su relación con las

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primeras conquistas llevadas á cabo en España. Los fragmentos que formaban la tapa representaban por lo general objetos pertenecientes á la religión primitiva del Egipto; en los costados estaban figurados varios actos de culto y adoración, y pasajes relativos á la historia de Hércules, y el fondo contenía escenas alegóricas alusivas al mismo personaje y á los descubrimientos de los nautas egipcios, que sin duda alguna fueron con los pelasgos de los primeros en explotar el litoral del Mediterráneo. Venía inesperadamente este precioso monumento á demostrar de una manera auténtica la antigüedad de las tradiciones referentes á la venida de los egipcios á España, y desde este punto de vista eran las mencionadas reliquias de inestimable valor. En una de ellas se veía con toda claridad expresada una numerosa colonia que emigraba de las orillas del Nilo. Representado este gran río en forma de un cocodrilo, abría su boca y arrojaba por ella gente embarcada á pié, figurando la doble expedición que por mar y tierra había salido del Egipto. Una y otra se dirigían hacia el Estrecho. Al lado opuesto veíase el continente europeo, cuyos habitantes resistían la invasión lanzando piedras, y en su socorro acudía un jinete acaudillando porción de gente; siendo de notar que así como las tribus invasoras procedían de abejas, las indígenas nacían de las piedras, pues la primera figura de las que salían á repeler á los egipcios tenía la forma de un canto. Las naves ó piraguas que procedían también de la boca del cocodrilo, costeaban el África y llegaban al Estrecho. En la costa de España se observaba la pesca del atún, desde el Estrecho hasta la desembocadura del Ebro, marcado éste por la estrella polar, para indicar que nace hacia la parte más septentrional de la Península. En otro fragmento se figuraban el sol, la luna y la estrella Syrio protegiendo una emigración del Egipto, representada por un cocodrilo de cuya boca salían una porción de abejas que volaban sobre el signo del agua á introducirse en una colmena. En otros restos finalmente se distinguía con toda claridad á Hércules robando los bueyes de Gerión, á sus gentes construyendo murallas,

al mismo héroe llevado en triunfo después de libertar al país de los tiranos que le oprimían (1).

Pero si bien el fingido descubridor logró en parte su propósito, encaminado á restablecer las antiguas tradiciones que Florían de Ocampo y Mariana siguieron, contra las aseveraciores de la crítica moderna que niega la venida de los egipcios á España y pretende que nuestra civilización sea hija de la Fenicia, poco duró su triunfo. El mismo docto académico que en un principio abrazó con calor la defensa del sarcófago tarraconense, sosteniendo que pertenecía al tiempo de la segunda guerra púnica, y asegurando, con certeza casi matemática, que fué construído antes de existir los terrenos y pavimentos que encima tenía al reaparecer á la luz del sol, ese mismo patrocinador insciente del pecadillo de arqueológica superchería cometido por el anticuario catalán, enmudeció en lo más ardoroso de la refriega, es decir, cuando las doctas corporaciones extranjeras, apoderadas del ruidoso descubrimiento, negaron en redondo su autenticidad.

Salgamos ya de la región de la fábula para acercarnos al terreno seguro de los hechos positivos.

(1) Florián de Ocampo, que estuvo muy lejos de imaginarse que los celtas hubiesen precedido á los egipcios en la posesión de una gran parte de la Bética, da una prueba muy notable de esta inducción nuestra en el siguiente pasaje relativo á la sepultura de Hércules Lybio. «Los españoles, sus aficionados y conocidos, levantaron en el contorno del monumento cierto número de pizarras ó pedrones enhiestos, conformes al número de los enemigos que le vieron matar en debates y pendencias virtuosas, por él acabadas: la cual invención de poner tales piedras en derredor de muchos enterramientos usaron después otros españoles principales: y según dice Juliano Diácono, las llamaban Calepas en su lengua provincial.» De manera que tenemos aquí gráficamente descrito el Cromlech circular erigido á la memoria de Hércules, igual en un todo á los otros monumentos de esta especie que en una nota anterior hemos nombrado, y además el dato precioso de su denominación entre los iberos y del destino fúnebre que los arqueólogos modernos habían sospechado deberse atribuir á estas construcciones.

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