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CAPÍTULO III

Inmigraciones de los fenicios.

Conjeturas acerca del famoso templo

de Hércules.

P

oco después de la destrucción de Troya, hacia el undécimo ó duodécimo siglo antes de nuestra Era, no se sabe con fijeza por qué extraño evento, vinieron naves de la más remota orilla del Mediterráneo á surgir en las apacibles ensenadas y estuarios de la Bética. Los que las conducían eran intrépidos mareantes, llamábanse fenicios, procedían de una pequeña región de la Siria limitada por el Anti-Líbano y la mar, hablaban un idioma de derivación semítica, muy parecido al hebreo, profesaban una religión semejante á la del Egipto, estaban repartidos en diversos Estados, cada uno de los cuales tributaba culto especial á una divinidad protectora;-Melkart era el dios de Tiro; Biblos adoraba á Thammuz ó Adonis; —sobresalían en varias industrias, especialmente en el arte de teñir la púrpura. Los montes del Anti-Líbano les suministraban soberbias maderas para construir sus naves, y lanzándose con estas al agua sin más dirección que

la de las constelaciones, vendían en las costas é islas del Mediterráneo y de otros mares sus artefactos, estableciendo de paso colonias y factorías en todos los puntos de escala. No falta quien asegure que su primera aparición en los puertos de España fué quince siglos antes de J. C.: Procopio atestigua (1) haber hallado en Tánger dos columnas con una inscripción que decía en caracteres fenicios: Nosotros llegamos aqui huyendo de las armas del usurpador Josué, hijo de Navé. Pero el tiempo en que el famoso conquistador de la Tierra Santa desalojó de Tiro á los fenicios no parece muy oportuno para que éstos, arrojados de su patria y prófugos, viniesen á España una, dos y tres veces, como refiere Estrabón, y más presumible es que una vez ahuyentados por Josué, no pudiesen volver á su patria. Ni los fenicios estaban en aquellos tiempos en tan alto grado de prosperidad que pudiesen enviar colonias y flotas para aumentar y extender su comercio y extraer de España riquezas. Estas empresas requieren días pacíficos y un estado floreciente, y ni una ni otra circunstancia lograban en tiempo del formidable Josué. El gran poder y próspero comercio de los fenicios fué en tiempo de sus reyes, y de esto hay abundantes pruebas en la Sagrada Escritura y en otros libros (2): su rey Hiram mantuvo amistad y alianza con David y Salomón, y su flota, con la de este último, iba á la región de Ophir, y una vez cada tres años á la exuberante tierra de Tharsis. Tal vez las de la flota de algún antecesor de Hiram fueron las primeras naves fenicias que atracaron en nuestras costas.

Era costumbre de aquella gente erigir postes ó columnas con inscripciones para señalar los términos y remates de sus viajes marítimos. Así lo hicieron ahora en memoria de su arribo al Estrecho, eligiendo al efecto los dos promontorios de Gibraltar y Ceuta, que á los ojos de los que navegan de Oriente á

(1) Historia de los Vándalos, lib. II, cap. 10.

(2) Lib. III de los Reyes; Paralipomenon, lib. II, cap. 8; FLAVIO JOSEFO, Antiquit., lib. VIII, cap. 6.

Occidente se levantan del azulado seno de los mares como fin de su derrotero, y en ellas grabaron aquellas memorables palabras que traduce la divisa latina Non plus ultra, significando hasta dónde se extendían los dominios de los reyes de Tiro y el límite que hasta aquellos tiempos habían alcanzado las exploraciones navales de las naciones de Oriente. Créese que este primer monumento público de los fenicios en nuestras costas haya consistido en una especie de gigantesco pedestal ó pirámide, irregularmente formada sobre cada uno de los promontorios referidos, pues no debieron tener tiempo para hacer más, y aquello era lo suficiente para denotar que hasta allí habían llegado.

Dícese que habiéndoles salido adversos los sacrificios y holocaustos ofrecidos al tomar tierra en España, retrocedieron dejando aquella memoria, semejante á la de las otras columnas que muchos siglos después dejó Alejandro en Asia para marcar el término de sus expediciones. Parece muy probable que la verdadera causa de no haber pasado adelante en esta primera, fuese la que señala un juicioso cronista (1) en el siguiente pasaje: allegaron, dice, al Estrecho de Gibraltar, mas no se atrevieron á le desembocar y calar, amedrentados de su continuo flujo y reflujo, nunca por ellos visto en el mar Mediterráneo. Conviene añadir que aunque regresaran á Fenicia, no dejarían de sacar de España considerables riquezas, porque los sencillos turdetanos, sobrados de oro y plata, se las cederían á cambio de sus vistosas mercancías.

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Con la codicia de esta riqueza no sosegaban hasta dar la vuelta. Sabían que sus comarcanos estaban á la mira, y para distraer sus intentos demoraron algunos años su segundo viaje. Cuando ya les pareció oportuno, aprestaron su armada, y disfrazando su designio, mudaron sus armas y divisas: pusieron en las popas y proas de los navíos ramos de oliva, árbol que

(1) AGUSTÍN DE HOROZCO en su Historia de la ciudad de Cádiz, libro I, cap. 3.o

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abunda en Fenicia más que en otras partes del Asia menor, y esta vez no se detuvieron á la entrada del Estrecho, sino que más resueltos y experimentados, calaron en él ciento cincuenta estadios, ó cuarenta y siete leguas, y llegaron, según dice Estrabón, á una isla consagrada á Hércules Egipcio, situada al frente de Onoba. No habiendo más Onoba fuera del Estrecho que la que tuvo el sobrenombre de Esturia, hoy Huelva, y correspondiendo á ésta la distancia de ciento cincuenta estadios que señala el geógrafo griego como límite de este segundo viaje, es de presumir que algún viento de levante los separó de la costa ocultando de su vista la isla en que luego se fundó Cádiz.— También el límite de esta segunda expedición fué marcado por los fenicios con columnas, que según un erudito comentador de Estrabón, arriba citado (1), debieron estar erigidas en la isla de Saltes.

En su tercera expedición aportaron los fenicios á la isla que hoy denominamos Gaditana; plúgoles aquella tierra por lo араcible de su clima y por las ventajas que ofrecía á su comercio la anchurosa bahía que forma su costa mirando á España, y resolvieron establecerse allí. De este establecimiento de los fenicios en la isla Gaditana arranca la tradición, histórica en parte y en parte fabulosa, del famoso templo de Hércules en Cádiz. Fundáronlo los fenicios en la parte más oriental de la bahía, y pues tanto hablan de él los historiadores, los oradores y poetas de la antigüedad, no parecerá inoportuno referir aquí lo que de ellos se colige sobre este suntuoso edificio. Un erudito escritor moderno (2), habilísimo recopilador de lo más verosímil de las noticias legadas por aquellos, lo describe del modo siguiente: Era de arquitectura fenicia la fábrica del templo gaditano: de setecientos piés de longitud: el techo sin bóvedas: de vigas tan fuertes sus enmaderados, que hasta el siglo de Anníbal

(1) RUI BAMBA en sus notas inéditas á Estrabón. M. S. de la Real Academia de la Historia.'

(2) D. ADOLFO DE CASTRO, Historia de Cádiz y su provincia. Lib. II, cap I.

existieron sin necesidad de ser tocadas para la firmeza del edificio: aspiraban á la incorruptibilidad, según cantó Silio Itálico. En el frontispicio se ostentaban relevados los doce trabajos de Hércules. La divinidad del templo era invisible: ninguna imagen daba á conocer dentro de su recinto la figura del dios á quien se tributaban cultos.» -Filóstrato afirma que el templo ocupaba toda la longitud de un islote pequeño, de un terreno blando y llano: que había en él dos aras de bronce, una dedicada al Hércules egipcio y otra al Hércules tebano, pues entrambos recibían culto, si bien no había imágenes: que en piedra se veía representada la Hidra, é igualmente representados los caballos de Diomedes y los doce trabajos de Hércules, y por último que allí se mostraba la oliva de oro de Pigmalión, con el fruto labrado de esmeraldas, y el tahalí, de oro también, de Teucro Telemonio. »

Sin defender abiertamente este ilustrado crítico á Filóstrato, cuya autoridad han hecho sospechosa el incrédulo Posidonio y nuestros Aldretes, Mondéjar y los Mohedanos, no menos desconfiados, entiende, y á nuestro modo de ver con razón, que no debe ser rechazado en absoluto y sin examen todo lo que el sofista de Lemnos refiere, dado que muchas de sus narraciones, que pasaban por fabulosas, han resultado comprobadas. Pero la verdad es que de los escritores antiguos, ya veraces, ya dados á fábulas y patrañas, muy poco se saca en limpio respecto de la forma de los templos fenicios, ni aun de la arquitectura fenicia en general. Hay que acudir á otras autoridades.

Por los textos bíblicos, y por las relaciones de los viajeros y arqueólogos de estos últimos tiempos, nos inclinamos á creer que el templo erigido á Hércules fenicio en Cádiz presentaría grandes analogías con el que edificó Salomón en Jerusalén. No podía ser igual, aunque ambos fueron obra de arquitectos fenicios, dada la esencial disparidad de los cultos á que estaban destinados. La religión de los fenicios, personificación panteísta de las fuerzas de la naturaleza y sobre todo de los dos princi

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