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las turbulencias y excisiones con que se consumaba en todo el reino, y en toda Europa, el cambio radical de ideas, usos y costumbres, de que hemos hecho mérito; pero tampoco fué esta privilegiada tierra la que menos felizmente escapó de tales convulsiones. Como últimas llamaradas de un vasto incendio que se apaga, surgieron de vez en cuando rebeliones de localidad, con que la moribunda hidra de la antigua anarquía feudal contrastaba aún la grande obra de centralización sólida y pacientemente conducida por los reyes católicos y sus sabios consejeros. Pero es muy de notar que las turbulencias en que figuraron á principios del siglo XVI las prepotentes casas de Medina-Sidonia, de los duques de Arcos, de los Girones y otras, en que parecía reproducirse la semilla de los antiguos bandos de Guzmanes y Ponces de León, fueron mas bien luchas intestinas, favorables á la naciente centralización, que actos de rebeldía contra el poder real. Desde que en el año 1506 se juntaron el duque de MedinaSidonia, el conde de Ureña, el conde de Cabra y el marqués de Priego para hacer frente á las contingencias con que amagaba al reino la inexperiencia de don Felipe el Hermoso, no volvieron los grandes de Andalucía á tomar actitud hostil contra el trono sino en muy raras ocasiones, como, por ejemplo, cuando el conde de Ureña, don Pedro Girón, arrostró la desgracia del rey católico precipitando el casamiento de su hermana doña María Girón con el duque de Medina-Sidonia, á que el anciano y astuto monarca se oponía porque deseaba casar á este último con su nieta doña Ana de Aragón; y cuando el mismo rey, opuesto siempre á la unión de las familias poderosas, desbarató el enlace del joven Adelantado de Andalucía, don Fadrique Henríquez de Ribera, con una hermana del duque de Medina-Sidonia, propuesel Asistente don Íñigo de Velasco, tío de ésta.

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La nobleza sevillana, en aquellos tiempos numerosa á punto de que, según dijo don Diego de Mendoza en su libro de la Guerra de los moriscos de Granada, vivían en Sevilla tantos › señores y caballeros como en otras partes suele haber en un

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> gran reino, fué por lo general sumisa siempre á sus reyes. Probó principalmente su fidelidad cuando, por no cumplirse lo prometido en las cortes de Burgos en 1511, y de Valladolid en 1518, sobre encabezamientos y favor concedido á los arbitristas y extranjeros, estallaron en Castilla los movimientos llamados de las Comunidades, dirigidos por las ciudades de Toledo y Ávila. Sevilla entonces se mantuvo pacífica, gracias á la lealtad de sus grandes, y sobre todo á la prudencia y ánimo conciliador de sus dos verdaderos tutores y consejeros, el arzobispo Deza y el Adelantado don Fadrique Henríquez de Ribera, primer marqués de Tarifa, los cuales, caminando siempre acordes, eran para la ciudad envidiable garantía de público reposo. Solo en el año 1520, con motivo de haber escrito la ciudad de Toledo, cabeza de las Comunidades, á todas las otras ciudades del reino la conocida y famosa carta dirigida á impedir la salida del rey para Alemania y la extracción del dinero, y á exigir que se revisasen los empleos dados á extranjeros, carta que Sevilla devolvió sin leerla, lo mismo que otra que recibió de la ciudad de Ávila; aprovechando la ausencia del Asistente (que lo era á la sazón don Sancho Martínez de Leiva), se levantó un hermano del duque de Arcos, llamado don Juan de Figueroa, tomando la voz de la Comunidad, apoderóse del Alcázar prendiendo á su alcaide don Jorge de Portugal, y puso á la ciudad en consternación. Pero este mismo tumulto dió nueva ocasión á que brillase la cordura de los magnates sevillanos, porque la casa de Medina-Sidonia, siempre rival de la de Arcos, intervino con fuerza armada para reprimirlo, y prendido el sedicioso por Valencia de Benavides, criado de la duquesa viuda doña Leonor de Guzmán, solo salvó la vida por la generosa mediación del arzobispo Deza. La rivalidad entre las casas de Arcos y Medina-Sidonia, nacida del supuesto derecho de la primera á los estados de la segunda, estalló con ímpetu terrible el año 1521, á punto de amagar al pacífico vecindario de las parroquias en que dominaban ambas, con escenas de sangre y desolación. Pudieron estor

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barlo los dos ya mencionados y dignísimos patricios, ó más bien padres de Sevilla, el arzobispo y Henríquez de Ribera, logrando que las puertas, torres é iglesias se desembarazasen y entregasen al Asistente y á caballeros libres de sospecha, y que los contendedores se retirasen á sus estados respectivos, como desterrados por el voto unánime de la ciudad, la cual quedó llena de alegría viendo desarmadas las dos prepotentes casas.

Aquel mismo año se celebró la memorable junta de la Rambla, y en la plaza de San Francisco de Sevilla se leyó con toda solemnidad la escritura de la liga ó confederación de las ciudades en servicio del Emperador. El día 13 de Abril fueron vencidos en Villalar los Comuneros de Castilla: el cardenal Adriano

y

el Condestable dieron aviso á Sevilla, y ésta solemnizó la victoria con procesión de acción de gracias. La espada de la nobleza sevillana puso término al mes siguiente al motín de la plebe hambrienta del barrio de la Feria, conocido por la voz que tomaron de Feria y pendón verde.

La obra de la centralización se iba, pues, consolidando, y el arte coadyuvaba con la política al logro de aquella vital empresa. La ley mandaba demoler los castillos, refugio de la altanería de los magnates; el arte lisonjeaba el naciente gusto de la aristocracia convirtiendo en risueños y magníficos palacios, abiertos y sin defensa, con espaciosas galerías y perfumados jardines, las vetustas y sombrías fortalezas de sus mayores.

En semejante situación de ideas aún no bien seguras, de deseos vagos y de instintos no muy definidos, las principales ciudades de Andalucía, y especialmente Sevilla, que fué durante el décimosexto siglo la población más opulenta de cuantas comprendía en sus vastos dominios la corona de Castilla, vieron erigir soberbias construcciones públicas y particulares, ya religiosas, ya civiles ó ya militares, en que abandonando casi del todo el estilo ojival, nunca exclusivo en el mediodía de España ni aun para las mismas fundaciones sagradas, se ponían como en parangón, ó se amalgamaban originalmente, el caprichoso gusto

de los alarifes mudejares y el bello estilo del renacimiento, ora plateresco, ora puramente greco-romano. Así en este siglo XVI la moderna reina del Guadalquivir, cuya feliz estrella no habían aún eclipsado los descalabros sufridos por la casa de Austria, soberana casi absoluta en los mares de occidente, siempre surcados por bajeles que traían á su retorno las abundantes producciones y ricos metales del mundo de Colón al pié de la Torre del Oro, se halló dotada y embellecida con edificios como los que ahora vamos ligeramente á describir.-Fué realmente Sevilla el emporio de las artes: famosos profesores, no solo españoles, sino franceses, italianos y flamencos, se avecindaron en ella como bajo la protección de los acaudalados negociantes, naturales y extranjeros; de los magnates familiarizados en sus continuos viajes á Italia, Francia y Países-Bajos, con las bellezas de aquellos palacios; y del clero, siempre celoso conservador del numen cristiano y favorecedor discreto de los nobles ingenios cultivadores del arte y de la poesía; -y así como en pintura y escultura vino á crearse en Andalucía una escuela original, del mismo modo en la arquitectura civil se formó entonces un estilo, que pudiéramos en rigor denominar sevillano, por ser los edificios que él produjo en Sevilla como la pauta y norma de todos los que después se han ido allí erigiendo hasta nuestros días.

Al propio tiempo que el viejo castillo repudiaba su hondo foso y torreada cerca, y ensanchaba sus luces, y convertía sus angostas ventanas en espaciosas y accesibles galerías, y sus puentes levadizos en marmóreas y cómodas escalinatas; la casa del magnate sevillano, que, construida al uso oriental por alarifes sarracenos, se había recatado al exterior con adustos y macizos muros, se abría ahora generosa descubriendo al viandante la amena riqueza de sus galerías, patios y jardines, y se decoraba con elegante frontispicio y floreada cancela. Las arquerías moriscas se regularizaban contornando los frescos y embalsamados patios, adornados de pinturas, estatuas y bajo-relieves, fuentes y columnas de variados mármoles; ensanchábanse las antes

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