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reado dintel. Uno de sus salones da paso á un alegre jardín, donde descubrió el investigador Standish un precioso sarcófago antiguo en cuyos frentes estaban esculpidos de relieve los trabajos de Hércules (1).

PALACIO DE LOS DUQUES DE ALBA, llamado antiguamente de los Pinedas, y también de las Dueñas.-Ofrece esta vasta construcción, espléndida sobre toda ponderación en otros tiempos, el mismo carácter mixto que la casa de Pilatos y la de los Abades, y vuelve á traernos á la memoria el preclaro nombre de Ribera, que ilustra como vemos los más notables barrios de la ciudad al levante, desde el extremo en que descuellan el Alcázar, la Catedral y el palacio arzobispal, hasta las históricas calles de Bustos Tavera y de la Inquisición vieja (2). Erigiéronla los Pinedas, señores de Casa Bermeja, y era la antigua y primitiva casa de su linaje; pero se vieron precisados á venderla para rescatar al cautivo Juan de Pineda, á quien llama Zúñiga caballero en todo grande; comprósela doña Catalina de

(1) Este precioso monumento del arte clásico, ya no existe.

(2) Esta parte de Sevilla está llena de románticos recuerdos. La calle de los Abades y de Bustos Tavera vienen á estar en una misma línea con las del Corral del Rey, la Cabeza del rey don Pedro, la Alhóndiga, la calle de San Luis y la Puerta Macarena, de modo que siendo todas continuación una de otra, forman una de las principales arterias por donde circula el vecindario de la ciudad en dirección de norte á mediodía. De todos estos recuerdos es el más popular el que se perpetúa en la calle de la cabeza del rey don Pedro, antes del Candilejo. «Salía >>solo el rey de noche (cuenta Zúñiga), y en una, ó por vicio de su rigor, ó por ac»cidente de qüestión, dió muerte violenta á un hombre, tan sin testigos, que tuvo >>por imposible ser conocido por agresor. Hallóse el cadáver, y acudiendo las Jus>>ticias á la averiguación, examinando, como se suele, á los vecinos, una anciana »que vivía cerca, y que se asomó al ruido de las espadas con un candil en la ma»no, dijo: que sin duda había hecho aquella muerte el rey, porque aunque disfra»zado, lo conoció en el natural ruido que al andar hacían las canillas de sus pier»nas, cuya deposición vista por el rey, mandó hacer merced á la mujer, y que >>como se suelen poner las cabezas de los delinqüentes donde cometieron los >>crímenes, se pusiese en aquel la suya copiada en piedra. Así se ejecutó, y perma>>neció hasta cerca de nuestros tiempos, que la ciudad la mandó quitar, y poner en »>su lugar en un nicho decente un bulto, representación del mismo rey, como se »>ve, quedando á aquella calle los nombres del Candilejo y la Cabeza del rey don »>Pedro.» Anal., año 1354.-Este suceso, que el analista sevillano da por verdadero, ha ejercitado la vena de algunos de nuestros mejores poetas, y el Excmo. Sr. Duque de Rivas, padre del moderno romance español, le consagró una de sus más pintorescas leyendas.

Ribera, la viuda del Adelantado Pedro Henríquez progenitor de los duques de Alcalá, y pasó á la familia de los duques de Alba por la unión del marquesado de Villanueva del Río, que comenzó en don Fadrique Henríquez de Ribera. Esta espaciosa y suntuosa fábrica contuvo en los días de su esplendor once patios, muchos de ellos de elegante carácter morisco, con nueve fuentes y más de cien columnas de mármol. Hoy ya no ofrece mas que tétrica soledad y temerosas ruinas. El patio principal opone la sólida trabazón de sus elegantes arquerías al encono del tiempo y al triste abandono de sus señores: su regia escalinata, que alcanzamos á ver cubierta con una soberbia cúpula morisca medio desvencijada, infundía pavor al curioso viajero que se atrevía á subirla exponiéndose á conmover con sus pisadas la insegura mole. Aquí estuvo hospedado, á principios de nuestro siglo, el célebre Lord Holland, tan amante de la antigua literatura española, á la cual tributaba su homenaje en 1805 con sus eruditas Memorias sobre Lope de Vega y Guillén de Castro. Sus meditaciones acerca del Fénix de los ingenios parecen conservar el olor de los mirtos y limoneros de aquellos hoy desiertos y melancólicos jardines. -Hay en este arruinado palacio, en la parte baja, una preciosa capilla de crucería del xv, que solo por los ángeles de las ménsulas de que arrancan sus nervios debería ser visitada; y en lo alto, una pieza cubierta con una techumbre octógona de alfarge morisco, verdadero primor de la carpintería de lo blanco.-De los bellísimos alizares que revestían las paredes en las galerías de los patios y de la almorrefa de muchos pisos, quedan apenas vestigios.

CASA DE BUSTOS TAVERA.-Pertenece hoy esta finca al marqués de Moscoso, descendiente por línea femenina de la ilustre sangre de los Taveras. Conocida es de todos la leyenda que sugirió al fecundo Lope de Vega el precioso drama de la Estrella de Sevilla, refundido por Trigueros con el título de Sancho Ortiz de las Roelas.-El rey don Sancho el Bravo, prendado de la extremada belleza de doña Estrella de Tavera, hermana

de don Bustos, regidor de Sevilla, y prometida á otro regidor llamado don Sancho Ortiz de las Roelas, á quien sus señaladas proezas habían valido el sobrenombre autonomástico de Cid andaluz, logró sobornar á una esclava mora que tenía la llave de la puerta falsa de la casa, y por este medio penetró en ella una noche, cuando ya don Bustos, celoso vigilante de la honra de los Taveras, había acudido con espada en mano al ruido que hizo el rey. Vese éste precisado á huir, sin que don Bustos le reconozca; pero ciego de cólera y ansioso de venganza, para que esta permanezca secreta, echa mano del leal Sancho Ortiz, quien le ofrece generosamente su espada, haciendo suya la causa del monarca antes que éste le descubra cuál es el hombre á quien ha de matar. Pero ha jurado vengar al rey y guardar el secreto, y lo cumple, matando de un solo golpe al que ya amaba como hermano, y su propia dicha. Préndenle como asesino, condénanle á muerte, y su heróico pecho devora en silencio la afrenta del delito á que le ha arrastrado su incomparable fidelidad. Este prototipo de la acendrada religión del honor castellano antiguo, tiene, pues, parte de su genuino teatro en la casa que nos ocupa: allí debería hallarse poco menos que intacta la puerta secreta por donde entró el rey don Sancho; el aposento, ó patio, ó jardín, ó lo que fuese, donde le sorprendió Bustos Tavera; la habitación que ocupaba la hermosa doña Estrella; el zaguán por donde entrarían el ensangrentado cadáver de su hermano... Pero dejemos describir la casa actual de don Bustos á un elegante escritor, don Antonio Latour, no menos ansioso que nosotros de investigar los recuerdos tangibles de tan terrible drama: «La casa de Bustos Tavera, dice, presen> ta la misma fisonomía risueña que todas las casas principales › de Sevilla. Tiene su columnata de mármol por entre la cual › circula el mismo fresco y perfumado ambiente; cae allí el agua ›en pilas de mármol produciendo el mismo murmullo, y á no ser porque en la cancela de su entrada se lee en letras de hie>rro el nombre de sus antiguos señores, nadie la distinguiría de

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> las otras casas en que solo han habitado personajes vulga>res... Me hallé primero en un espacioso vestíbulo que con›duce á un patio marmoreo rodeado de columnas que sostienen › una galería cerrada con cristales, la cual, herida por los rayos ›del sol, refleja en el patio una luz brillante. Á la izquierda del › vestíbulo, una ancha escalera, también de mármol, guía á los > aposentos principales. Busqué en aquella escalera las manchas › de la sangre de don Bustos: pero hace siglos que sus bóvedas > repercutieron los gemidos de dolor de doña Estrella, y no ›queda ni el más débil eco en aquel recinto. Pasado el patio, y casi enfrente de la puerta de entrada, hay otra verja que da › paso á un jardín: el mismo sin duda que Estrella y Sancho >Ortiz frecuentaban por las noches en la época tranquila y feliz › de sus amores. En un ángulo, hacia la izquierda, hay un pati>nillo cuya puerta baja y angosta sale á una plazuela extraviada y desierta. Por ella entró el infortunio en la casa de los >Taveras, pues cuentan que fué la que abrió al rey don Sancho › la esclava mora. -Nosotros solo añadiremos á esta pintoresca descripción, que la casa presenta una fisonomía demasiado moderna para que pueda conservar huella alguna de aquel interesante drama, y que la única parte donde creímos verdaderamente respirar la atmósfera del siglo XIII fué el patinillo arriba mencionado, en el cual dilata su lustroso y rígido follaje un nudoso mirto. Mientras contemplábamos el sombrío arbusto, referíanos el reflexivo y simpático artista que nos acompañaba (1), que la tradición suponía ser este mirto el mismo en que se había ocultado don Bustos Tavera para sorprender al rey; y por si la voz popular no andaba en esta ocasión descaminada, desgajamos un pequeño ramo, que después de treinta y un años aún dura en una de nuestras carteras, como recuerdo del mudo testigo que vió cruzarse entre las sombras las dos iracundas espadas.

(1) Nuestro querido amigo el Sr. D. Joaquín D. Becquer, ya difunto.

Deberíamos quizá ahora hacer mención de la Casa del duque de Osuna en la plaza de Rodrigo Ponce de León; de la del Conde de Peñaflor en la plaza de Villasis; de la que ocupan hoy las Academias de Medicina y Sevillana de Buenas-letras, en la calle de las Armas; en todas las cuales se conservan restos de la antigua gala arquitectónica con que fueron construidas - aquí un arrogante arco ajaracado, con lindos ajimecillos encima, allá un elegante arrabá con inscripciones, acullá un primoroso albohaire de menudos azulejos, ora una ventana contornada de delicada yesería, ora un alfarge toledano de ingeniosos lazos y nudos porque restos de casas suntuosas de sus antiguos linajes conserva Sevilla en todas las calles, si bien principalmente en las dos zonas que tendidas de levante á poniente dividen la ciudad, ocupando la primera desde la que fué puerta de Jerez hasta una línea imaginaria tirada de la parroquia de la Magdalena á la de San Ildefonso, y abrazando la segunda el espacio comprendido entre esta línea y otra dirigida de la parroquia de San Vicente á la calle del Conde. Casi todos los solares de la antigua aristocracia sevillana estaban en estas dos zonas, y más aún en la segunda, donde todavía las situaba en la época deplorable de nuestra decadencia, á fines del siglo XVII, el conocido refrán popular

Desde la Catedral á la Magdalena

se almuerza, se come y se cena;
desde la Magdalena á San Vicente

se come solamente;

desde San Vicente á la Macarena

ni se almuerza, ni se come, ni se cena.

Eran aquellos los tiempos en que el clero poderoso vivía agrupado en torno de la espléndida Catedral, alma genitrix, como una ninada de pelícanos, y en que la ya arruinada nobleza, según la pintoresca y un tanto exagerada expresión de Ford, daba tormento al estómago para engalanarse la figura. Hoy todo está cambiado: asoman de vez en cuando entre las nuevas

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