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concha de bronce que fundió el mismo artífice, sustentado sobre doce bueyes, tres á cada viento; las diez basas que hizo para las diez conchas menores con guirnaldas y festones, entre las cuales se veían leones, bueyes, y hombres en pié figurando querubines, todo fué importación del Asia interior, esto es, de la grande oficina desde donde se propagaron por el universo mundo toda la fantástica magnificencia del arte y todos los errores de la idolatría. Reflexionando Josepho sobre el desastroso fin del reinado de Salomón, escribe estas singulares palabras: El horrible pecado del culto de los ídolos fué en él triste consecuencia de otro pecado anterior: porque contravino á los mandamientos de Dios haciendo fabricar aquellos doce bueyes de bronce que sostenían la gran concha llamada mar, y aquellos doce leones que colocó en las gradas de su trono. »

Si no fuera por el temor de extremar demasiado el concepto alegórico que atribuímos á algunos hechos, diríamos que ese Chiram, á quien una tradición recogida por Josepho suponía hijo de Ur, extranjero en Tiro, era la personificación del genio artístico de Fenicia formado en las enseñanzas de aquellos caldeos del primer imperio asirio (1) que erigieron los famosos palacios de Nimrud y Khorsabad, en nuestros días rescatados del inmensurable sepulcro de arena en que yace la antigua Mesopotamia. La noticia que nos da el historiador judío, adquiere todavía más el carácter figurativo en vista de los poderosos argumentos con que el descubridor de la muerta Nínive demuestra (2) la primera influencia asiria ejercida en el Asia menor en la época de la mayor prosperidad de los reyes de aquel imperio.

Hay que considerar, pues, como de carácter mixto asirioegipcio, comunicado al arte de los cananeos por sus relaciones con los grandes pueblos de Oriente, los templos erigidos á Hércules por los fenicios en Tiro y en Gades, y creer, contra la

(1) Ur era ciudad de la Caldea.

(2) LAYARD. Obra citada. Part. II, cap. III.

vulgar opinión, que nuestro célebre templo debió ser un monumento precioso, digno por todos conceptos de una detenida descripción de parte de los historiadores, y merecedor hasta en sus más dudosas reliquias de las concienzudas investigaciones de los arqueólogos.

De vez en cuando se manifiestan deseos de emprender seriamente estas tareas, entre los gaditanos ilustrados amantes de las antigüedades; pero desgraciadamente no hay allí hombres perseverantes como el sabio ingeniero Mr. A. Daux, que hace pocos años llevó á cabo en la costa africana septentrional el descubrimiento de los restos fenicios de Cartago, Útica y Cigisa. En el año 1755, con ocasión de haberse retirado considerablemente el mar en la costa gaditana y quedado al descubierto grandes ruinas de edificios, de ordinario cubiertas por las aguas, hubo en los anticuarios andaluces días de grande entusiasmo en que se concibieron colosales proyectos; mas aquel calor fué estéril. Modernamente, en el mes de mayo de 1871, un celoso individuo de la Comisión de monumentos históricos y artísticos de la provincia, expuso en una de las sesiones de esta corporación, que entre los asuntos arqueológicos á que debía darse preferencia, era quizá el más importante el estudio del verdadero sitio en que se alzó el famoso templo de Hércules, creyendo él que con poco gasto podía sondearse en baja mar aquella costa haciendo en ella exploraciones, para lo cual casi contaba ya con la cooperación de álguien que facilitaría barcos, pertrechos, etc. Y volvieron las aguas del olvido á cubrir y dejar dormir en paz aquellas ruinas!

Entendemos que estaba situado el templo gaditano de Hércules en la parte oriental de la Isla, así como la ciudad lo estaba en la occidental. El puerto fenicio no se hallaba en la actual bahía, sino inmediato á la Caleta, dividiéndose la ciudad (1) en la isla de San Sebastián y en el espacio por donde se extienden las

(1) D. ADOLFO DE CASTRO. Hist. de Cádiz, etc., cap. I.

peñas que hay fronteras al castillo de Santa Catalina, en las cuales veía Jorge Bruin los vestigios de la primitiva Gades y Agustín de Horozco las ruinas de una naumaquia.

Es muy de sentir que las tareas de los sabios exploradores de las antigüedades fenicias en nuestros días, los Guérin, los Renan, los Sepp, los Berton, los Daux, etc., no hayan dado mayores resultados en cuanto á la arquitectura religiosa de aquellas gentes. Muchos son los templos y monumentos sepulcrales fenicios excavados en las rocas que ellos han descubierto, pero escasas las ruinas de los que se levantaban sobre la superficie del suelo. Al reducidísimo catálogo de los que eran conocidos cuando Hirt escribía, sólo pueden agregarse unos pocos: entre ellos, como de los más notables, el erigido á Melkarth en Sidón, al nordeste de su cegado puerto, en un islote donde cubre el agua sus gigantescas columnas, caídas y medio sepultadas en el fango; la edícula bajo la cual estaba enterrado el famoso y bello sepulcro del rey Echmunasar, en la antigua acrópolis de la misma Sidón, monumento de carácter egipcio con inscripciones fenicias comprado para el Museo del Louvre por el duque de Luynes; y el templo de Melkarth de Tiro, cuyos restos fueron hallados, según queda dicho, al buscar unos sepulcros cristianos en el subsuelo de la antigua basílica de aquella ciudad.

CAPÍTULO IV

Fábulas é historias referentes á otras construcciones de los fenicios

ICIERON los fenicios otras grandes construcciones, ya en Cotinusa, ya en otros puertos de la costa meridional de España. Repararon el barrio que los eritreos les habían cedido, cercándolo de piedra escuadrada, y labraron, no se sabe dónde á punto fijo, una alta, fuerte y hermosa torre para servir de señal á los navíos y bajeles que vinieran en demanda del puerto. Estas torres eran de grande utilidad entre los antiguos que no conocían la brújula; hoy todavía son, con los fuegos que en ellas se encienden, la salvación de las naves derrotadas durante los fuertes temporales, aguas y neblinas que oscurecen la costa. Supone Horozco que esta torre de que hablamos es la llamada de San Sebastián, en un angosto y pequeño girón de tierra que se forma entre el mar y la caleta. En su hueco se halla la pequeña ermita de aquel mismo nombre, y es ahora imposible reconocer si dura en su construcción algo de fenicio, porque

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